Miguel Ángel Ruiz Macías es un investigador y escritor mexicano, descendiente de los toltecas. Su obra más famosa es Los cuatro acuerdos, un compendio de enseñanzas extraídas de la sabiduría de sus ancestros. En ella expone los códigos para vivir adecuadamente.
Su obra se cataloga dentro del género espiritualista. Está muy influenciada por las experiencias de Carlos Castaneda. Son tan acertados los códigos para vivir que plantea Ruiz Macías en su obra, que esta ya ha sido traducida a varios idiomas y más de 4 millones de personas la han leído.
“Todo ser humano es un artista. El sueño de la vida es crear arte hermoso”.
-Miguel Ángel Ruiz-
Los cuatro acuerdos, o los cuatro códigos para vivir, provienen de la soteriología tolteca. La palabra soteriología se refiere a la rama de la teología que estudia la salvación. Eso es lo que pretende Miguel Ángel Ruiz: aportar elementos para salvar al hombre de sí mismo. Esta es una breve síntesis de su propuesta.
“Todo ser humano es un artista. El sueño de la vida es crear arte hermoso”.
-Miguel Ángel Ruiz-
Los cuatro acuerdos, o los cuatro códigos para vivir, provienen de la soteriología tolteca. La palabra soteriología se refiere a la rama de la teología que estudia la salvación. Eso es lo que pretende Miguel Ángel Ruiz: aportar elementos para salvar al hombre de sí mismo. Esta es una breve síntesis de su propuesta.
1. Ser honestos, el primero de los códigos para vivir
El primero de los códigos para vivir tiene que ver con la honestidad. Ruiz lo plantea como un acuerdo que se debe realizar con la existencia. Lo expresa con las siguientes palabras: “Sé impecable con tus palabras”.
La honestidad con las palabras no solamente está asociada con la negativa a mentir. Tiene que ver también con la integridad en la comunicación. Comprometer nuestra mente, nuestro corazón y nuestro espíritu en las palabras que empleamos.
Según Ruiz, la palabra tiene tanto poder que es capaz de “hechizar” a otros. Esto significa que marca a las personas a quienes van dirigidas. Su energía es tan profunda que siguen resonando aún muchos años después de haber sido dichas.
El primero de los códigos para vivir tiene que ver con la honestidad. Ruiz lo plantea como un acuerdo que se debe realizar con la existencia. Lo expresa con las siguientes palabras: “Sé impecable con tus palabras”.
La honestidad con las palabras no solamente está asociada con la negativa a mentir. Tiene que ver también con la integridad en la comunicación. Comprometer nuestra mente, nuestro corazón y nuestro espíritu en las palabras que empleamos.
Según Ruiz, la palabra tiene tanto poder que es capaz de “hechizar” a otros. Esto significa que marca a las personas a quienes van dirigidas. Su energía es tan profunda que siguen resonando aún muchos años después de haber sido dichas.
2. Independizarse de la opinión de otros
El segundo de los acuerdos, o de los códigos para vivir de Ruiz, se expresa de la siguiente manera: “No te tomes nada personalmente”. Cada persona tiene una visión del mundo. Ve y valora las cosas de acuerdo a esa mirada, a esa construcción particular de la realidad.
Por lo tanto, cuando las personas hablan de nosotros, en realidad se refieren solamente a la parte de la realidad que alcanzan a captar. Se remiten a su propia visión. Por eso, lo acertado es entender esas palabras como el fruto de ellos mismos, no como algo que de verdad tenga que ver con nosotros.
En ese sentido, lo que los demás digan acerca de nosotros carece de validez real. Ni lo bueno, ni lo malo de sus opiniones tendría por qué tocarnos. Independizándonos de las opiniones ajenas nos evitamos muchos sufrimientos innecesarios.
El segundo de los acuerdos, o de los códigos para vivir de Ruiz, se expresa de la siguiente manera: “No te tomes nada personalmente”. Cada persona tiene una visión del mundo. Ve y valora las cosas de acuerdo a esa mirada, a esa construcción particular de la realidad.
Por lo tanto, cuando las personas hablan de nosotros, en realidad se refieren solamente a la parte de la realidad que alcanzan a captar. Se remiten a su propia visión. Por eso, lo acertado es entender esas palabras como el fruto de ellos mismos, no como algo que de verdad tenga que ver con nosotros.
En ese sentido, lo que los demás digan acerca de nosotros carece de validez real. Ni lo bueno, ni lo malo de sus opiniones tendría por qué tocarnos. Independizándonos de las opiniones ajenas nos evitamos muchos sufrimientos innecesarios.
3. Tener el valor de expresar todo lo que se siente
El tercer acuerdo de Miguel Ángel Ruiz dice: “No hagas suposiciones”. Se trata de uno de los códigos para vivir que nos invita a comunicarnos de una manera clara, asertiva y suficientemente fluida. Las confusiones traen muchas dificultades y ningún aporte.
Lo adecuado es no suponer que tenemos la verdad. Mucho menos pensar que conocemos la verdad de los otros. Así que nunca debemos cohibirnos a la hora de preguntar directamente por aquello que queremos comprender.
Así mismo, es necesario tener el valor de expresar lo que sentimos de la forma más clara y sincera que sea posible. Es una forma de abrirnos al otro y de facilitar el entendimiento mutuo. Es también un principio de la comunicación genuina.
El tercer acuerdo de Miguel Ángel Ruiz dice: “No hagas suposiciones”. Se trata de uno de los códigos para vivir que nos invita a comunicarnos de una manera clara, asertiva y suficientemente fluida. Las confusiones traen muchas dificultades y ningún aporte.
Lo adecuado es no suponer que tenemos la verdad. Mucho menos pensar que conocemos la verdad de los otros. Así que nunca debemos cohibirnos a la hora de preguntar directamente por aquello que queremos comprender.
Así mismo, es necesario tener el valor de expresar lo que sentimos de la forma más clara y sincera que sea posible. Es una forma de abrirnos al otro y de facilitar el entendimiento mutuo. Es también un principio de la comunicación genuina.
4. Dar lo mejor a los demás
El último de los acuerdos señala: “Haz siempre lo máximo que puedas”. Ruiz insiste en que es muchísimo más importante el esfuerzo que el resultado. Lo que hace relevante o valioso un acto es el esfuerzo que está empeñado en ello, no su apariencia, su utilidad o su provecho.
La propuesta es poner lo mejor de nuestra parte en todo lo que hagamos. A la vez, impedir que nuestro tirano interior nos juzgue si acaso no alcanzamos el objetivo preciso que nos habíamos fijado. El propósito es ser cada vez mejores, así que un resultado adverso solo es una razón para comenzar de nuevo.
En lo que sí debemos ser excelentes es en la voluntad de dar lo mejor de nosotros mismos a los demás. Ruiz afirma que con solo cumplir con ese cometido, nuestra vida se transforma de manera positiva al instante. Así también evitamos la enfermedad y el sufrimiento.
Los cuatro códigos para vivir inspirados en los toltecas representan ejes fundamentales para edificar una vida más plena y realizada. Coinciden con la psicología occidental en muchos aspectos. Por eso se trata de pensamientos sobre los que vale la pena reflexionar.
Edith Sánchez
El último de los acuerdos señala: “Haz siempre lo máximo que puedas”. Ruiz insiste en que es muchísimo más importante el esfuerzo que el resultado. Lo que hace relevante o valioso un acto es el esfuerzo que está empeñado en ello, no su apariencia, su utilidad o su provecho.
La propuesta es poner lo mejor de nuestra parte en todo lo que hagamos. A la vez, impedir que nuestro tirano interior nos juzgue si acaso no alcanzamos el objetivo preciso que nos habíamos fijado. El propósito es ser cada vez mejores, así que un resultado adverso solo es una razón para comenzar de nuevo.
En lo que sí debemos ser excelentes es en la voluntad de dar lo mejor de nosotros mismos a los demás. Ruiz afirma que con solo cumplir con ese cometido, nuestra vida se transforma de manera positiva al instante. Así también evitamos la enfermedad y el sufrimiento.
Los cuatro códigos para vivir inspirados en los toltecas representan ejes fundamentales para edificar una vida más plena y realizada. Coinciden con la psicología occidental en muchos aspectos. Por eso se trata de pensamientos sobre los que vale la pena reflexionar.
Edith Sánchez
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