La inteligencia ha sido definida como un atributo o capacidad de comprender, razonar, aprender, saber y resolver problemas. Al mencionar esta facultad del ser humano podemos pensar de inmediato en personajes de la talla de Albert Einstein, Leonardo Da Vinci, Marie Curie, Garry Kasparov, Hipatia de Alejandría, o Stephen Hawking. Así que podríamos afirmar que las personas inteligentes tienen un gran “entendimiento” y gozan de un buen “intelecto”, suelen desempeñarse en varias áreas de manera magnífica y desarrollan proyectos formidables.
Para los psicólogos, la inteligencia, a secas, se relaciona directamente con la capacidad cognoscitiva y un conjunto de funciones mentales (cerebrales) superiores como la atención, la memoria, el cálculo, la capacidad de asociación y la razón, el lenguaje, la praxia (sistema de movimientos coordinados en función de un resultado o de una intención), la gnosia (capacidad que tiene el cerebro para reconocer información previamente aprendida como pueden ser objetos, personas o lugares a través de nuestros sentidos) y las funciones ejecutivas.
Las funciones cerebrales superiores crecieron en paralelo con el aumento del tamaño cerebral y terminaron confiriéndole a nuestra especie las particularidades que hoy la caracterizan y la diferencian de las otras especies. Si reconocemos que existen funciones cerebrales superiores, nos podríamos preguntar si existen también funciones mentales inferiores, y la respuesta es sí; y más adelante las volveré a mencionar.
La interacción social es clave
Se sabe que las funciones cerebrales superiores se consiguen y se van desarrollando gracias a nuestra interacción social y una adecuada nutrición desde la infancia, en cambio, las funciones cerebrales inferiores están determinadas genéticamente y, nos limitan en nuestra conducta para responder o reaccionar al ambiente que nos rodea. Entonces un dato que vale la pena tener en cuenta es que las funciones superiores son mediadas culturalmente.
El hecho de que “conozcamos” tiene una profunda relación con nuestra interacción con las demás personas. Cuando entramos en contacto con otros seres humanos vamos adquiriendo esa conciencia acerca de nosotros mismos, aprendemos a descifrar y a emplear los símbolos, que, a la vez, nos van a permitir pensar cada vez de manera más compleja.
Entonces se hace importante recalcar que una buena interacción social, nos permite acercarnos a un mayor conocimiento, unas mejores posibilidades para actuar y finalmente nos permite exhibir unas funciones mentales más sólidas y eficientes.
Todo esto es válido en personas que no tienen un trastorno del desarrollo neurológico que implique una discapacidad intelectual importante. Es decir, un trastorno que comience durante el periodo del desarrollo y que incluya claras limitaciones del funcionamiento intelectual como también del comportamiento de adaptación en las áreas conceptual, social y práctica.
Ahora, para diferenciar una función mental inferior de una función mental superior, me valdré de un ejemplo:
Cuando un bebé llora porque tiene frío, hambre o le duele algo, estamos hablando de una función mental inferior, porque se trata de una reacción al medio ambiente. Pero si el mismo niño llora porque quiere llamar la atención de sus padres o hace un berrinche porque quiere una pelota que ha visto en una vitrina, es ahí cuando estamos frente a una función mental superior, ya que se trata de una manera de comunicarse que ocurre en la interacción con los demás.
¿Qué son las funciones cerebrales superiores?
La estudiosa en el tema Louise Bérubé, ha definido las funciones cerebrales superiores como esas capacidades que ponen en juego:
- La integridad de un sistema de organización de la información que nos aportan los órganos de los sentidos (tacto, vista, olfato, oído, gusto).
- La rememoración o recuerdo del aprendizaje anterior.
- La integridad de los circuitos cerebrales (corticales y subcorticales) que sustentan nuestro pensamiento.
- La capacidad de tratar dos o más informaciones o eventos de manera simultánea.
Para resumir, la inteligencia es esa capacidad que tenemos los seres humanos de elegir, entre varias posibilidades, aquella opción más adecuada para la resolución de nuestros problemas. Como esta cualidad se relaciona con la interacción social, la llamada estimulación temprana de los niños, que tanto se recomienda entre el primer año de vida y los cinco años, es muy importante para luego poder hacer frente a la etapa de aprendizaje que se da durante la etapa escolar.
La inteligencia no se relaciona únicamente con “saber más cosas”, sino que se trata de poner en juego nuestros sentidos (oído, vista, gusto, etc.), conocimientos y aptitudes en las acciones de cada día; y por esto somos capaces de enfrentar distintos obstáculos que pueden ir desde la resolución de un crucigrama, un acertijo, un problema matemático, expresarnos correctamente en público o hablar varios idiomas con fluidez.
¿Inteligencias múltiples?
Como una alternativa nueva a la definición anterior de inteligencia, apareció a principio de los años ochenta del siglo pasado, un psicólogo de la Universidad de Harvard llamado Howard Gardner, con la teoría de las inteligencias múltiples, y con esta rompió el paradigma de la existencia de una inteligencia única. Para Gardner los seres humanos contamos con ocho tipos de inteligencia:
- Inteligencia lingüística y verbal (correcto empleo del lenguaje).
- Inteligencia naturalista (capacidad de observar el entorno natural de manera científica).
- Inteligencia interpersonal (relacionarse muy bien socialmente).
- Inteligencia intrapersonal (capacidad de sopesar nuestra forma de actuar).
- Inteligencia visual y espacial (ligada a imaginación y creación mediante imágenes).
- Inteligencia corporal y cenestésica (destreza física, deportiva y desempeño corporal).
- Inteligencia musical (expresión a través de la música).
- Inteligencia lógico matemática.
Esto tiene interés práctico, en lo vocacional, por ejemplo. Algunos psicólogos especialistas en el área suelen analizar a un postulante para desempeñar un cargo. Por esto vemos que no basta una hoja de vida muy grande (estudios y experiencias laborales), sino también el desempeño con un grupo de trabajo, la manera de manejar las emociones, la forma de expresar las ideas, la capacidad para resolver conflictos, la forma de ubicarse en el espacio, etc.
La inteligencia emocional ¿Qué es y para qué nos sirve?
Por si no fuera poco, a esas ocho inteligencias que acabo de mencionar se adicionó la llamada inteligencia emocional (IE) que sin duda fue un concepto revolucionario en su momento. Con este concepto, Daniel Goleman, un psicólogo estadounidense, se atrevió a presentar un modelo basado encinco elementos claves que se consideran los componentes de la inteligencia emocional, a saber:
- Autocontrol emocional (capacidad de controlar impulsos y retrasar las recompensas inmediatas).
- Autoconocimiento o conciencia emocional (habilidad de reconocer e identificar las emociones propias, así como el origen de las mismas).
- Automotivación.
- Empatía (capacidad de conectar con emociones o motivos de los otros).
- Habilidades sociales (capacidad de establecer adecuadas relaciones interpersonales, gestionar conflictos, comunicarte con claridad, ser asertivo e influir en los demás).
La inteligencia emocional, aunque incluye el coeficiente intelectual de una persona, también contiene otros aspectos muy interesantes como la motivación, el optimismo, la expresión de emociones y el manejo equilibrado de las mismas, tanto en uno mismo como individuo aislado como en las relaciones con las otras personas.
Un dato muy importante que se desprende de la inteligencia emocional es que la misma está determinada por las habilidades sociales del individuo. Algo de lo que hablé en un artículo anterior.
De manera resumida, lo que plantea Goleman en su teoría es que, en contraposición a un desempeño cognoscitivo y académico, elementos como la capacidad para motivarse a uno mismo, la capacidad de trabajar de manera persistente y en forma armoniosa para alcanzar una meta y la habilidad de lograr empatía al relacionarse con los demás determinan en mayor o menor medida la consecución de una buena calidad de vida y una sensación de satisfacción interior.
Lo anterior nos explica por qué algunas personas que conocemos, pese a tener un buen coeficiente intelectual, pueden llegar a tener menos éxito profesional que otras personas que con un discreto desempeño cognitivo consiguen mejores oportunidades tanto laborales como sociales.
Al igual que la inteligencia cognitiva, mencionada inicialmente, la IE se puede manifestar desde etapas tempranas de la vida, con algunas capacidades adquiridas como una adecuada escucha, la sociabilización y buenos niveles de empatía. Este tipo de inteligencia puede considerarse tan o más significativa, en la medida que se relaciona con lo que sentimos nosotros, con nuestros semejantes y, en definitiva, con nuestra percepción de bienestar.
La IE nos permite estar en contacto con diferentes niveles de altruismo, percepciones y las emociones. Este tipo de inteligencia no se aplica únicamente a la conciencia de los sentimientos propios, sino que incluye la posibilidad de conseguir, reconocer y trabajar de la mejor manera con las emociones y actitudes de las personas que nos rodean.
En la IE la memoria juega un papel importante ya que es el centro en el que quedan almacenados los recuerdos y experiencias vividas que pueden generar una y otra vez (durante la evocación) emociones tales como alegría, tristeza, lástima, asco, miedo, éxtasis, horror, entre otras.
La importancia de la IE está en el hecho de que permite a las personas entrar en contacto íntimo con las emociones propias, y además las hace ser sensibles (compasivas) y empáticas respecto a situaciones o fenómenos que les rodean. Es conocido que, personas con una buena IE son las que suelen liderar actividades de solidaridad y cooperativismo.
¿Cómo desarrollar nuestra inteligencia emocional?
Es importante que sepas que los factores más determinantes en la IE son la educación recibida e interacción social, la herencia y las experiencias durante la infancia. Para hacer cambios en esta hay que dedicar tiempo, constancia y esfuerzo.
● En los niños:
Se puede lograr el desarrollo y mejoramiento de las habilidades sociales e IE empleando estímulos apropiados, en el entorno familiar, primero, y luego en el ámbito escolar. Es muy importante que el niño esté en contacto sano y real (no virtual) con otras personas de su entorno e implementar procesos de enseñanza socio-emocionales, y no centrarse únicamente en el rendimiento académico o las notas alcanzadas en matemáticas, por dar un ejemplo.
Es importante que las personas adultas se concienticen y permitan que el niño no reciba una formación centrada solo en los logros intelectuales. Es decir, la IE debe trabajarse todos los días y de forma contundente y dando ejemplo cada día. Es primordial establecer un vínculo apropiado padres-hijos, con la familia, con el entorno próximo, y eso lo favorecerá en el desarrollo de autonomía y una buena capacidad de integrarse socialmente.
● En adultos:
- Se ha visto que el manejo con estrategias cognitivo conductuales (aprender a modificar tus pensamientos y conductas que los acompañan) pueden ser de gran utilidad si el entrenamiento es hecho por un profesional en salud mental competente en esa área.
- Trabaja diariamente en desarrollar la capacidad de aceptar y perdonarte (autocompasión).
- Trabaja en detectar las emociones que están detrás de tus actos. Busca conectar con tus emociones y trata de entender de qué manera te afectan. Cuando algo o alguien te haga actuar o sentirte de una determinada manera, detente unos momentos, reflexiona sobre la emoción que hay detrás, y busca su origen.
- Amplia tu vocabulario emocional. No te quedes en las emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, enojo, sorpresa y angustia). Trata de encontrar las palabras justas que definan lo que te está pasando. En lugar de decir “estoy triste” busca el matiz exacto o más parecido a lo que experimentas “decepcionado”, “herido, “maltratado”. Sé concreto y específico en el momento de lidiar con tus emociones. Es muy importante que definas lo que te pasa con la mayor exactitud posible.
- Evita hacer juicios sobre la forma en que te sientes. Es decir, no trates de calificar tus emociones. No las consideres como algo bueno o malo, sino como una valiosa fuente de información de lo que te está ocurriendo. Se recomienda reconocer dichas emociones y obtener toda la información que puedas acerca de las mismas y buscar dentro de ti las razones probables de aparición.
- Descubre el mensaje escondido en tu actitud y lenguaje corporal. Aprende a ver cómo se comporta tu cuerpo cuando debes enfrentar un desafío de cualquier tipo, esto puede serte útil para reconocer lo que puede estar ocurriendo en tu interior.
- Evita juzgar las reacciones de los otros y acostúmbrate a pensar qué sentimientos podrían haberse presentado en esa persona antes de reaccionar en la forma en que lo hizo. Es decir, intenta ponerte en sus zapatos. Esto te ayudará a ser más comprensivo y a mantener el control.
- Consigue una libreta, la mejor que puedas y anota (a mano) tus sentimientos diarios. Al parecer esta práctica se relaciona con una disminución en la actividad de la amígdala, reduciendo la intensidad emocional.
- Expresa tus emociones de manera asertiva (sin efectos adversos para ti ni para los demás). Se recomienda la siguiente fórmula: “Me siento X (emoción) cuando haces o dejas de hacer Y (conducta) en la situación Z”. Ten en cuenta: definir concretamente la emoción X (sorprendido, asustado, decepcionado, etc.), siempre expresa la emoción en primera persona (YO me siento) y comunica la conducta Y que te provoca dicha emoción que sientes, pero no hagas juicios, y al final termina expresando con claridad lo que necesitas. Evita las frases que comienzan por tú o ustedes y van seguidas de un juicio, reproche, insulto o acusación. Te dejo un ejemplo: “Yo me siento decepcionado con la empresa porque llevo diez años en el área de contabilidad y no me han hecho un ascenso laboral a pesar de mi buen desempeño”.
- Realiza diariamente ejercicios de reflexión, meditación y toma de conciencia.
Identificar y conocer cómo y cuáles son las emociones que manejamos a diario nos permitirá obtener una respuesta más grata del medio que nos rodea. La IE influye bastante en la toma de decisiones y en el desarrollo integral de cada cual.
El cultivar las habilidades sociales permite que hagamos una adecuada lectura de las necesidades afectivas de quienes nos rodean, para lo que hemos de aprender a manejar herramientas valiosas como la intuición, la escucha empática, la comunicación asertiva y, ante todo, el respeto por los demás y por nosotros mismos.
El concepto de IE debe ser entendido como algo integrativo, que implica tanto una parte intelectual como una emocional. Si ambos aspectos se integran y actúan en forma armónica, la persona tiene más opciones de bienestar por delante.
DRA. IRIS LUNA
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