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lunes, octubre 02, 2017

A veces, quien no puede controlarse a sí mismo busca controlar a los demás

Las personas con poca o ninguna capacidad para regular sus miedos, vacíos y frustraciones tienen a menudo la imperiosa necesidad de controlar el mundo de los demás para construir así una imagen positiva y poderosa de sí mismos. Esta necesidad deriva poco a poco en el mandato excesivo y en la construcción de un vínculo rígido y sofocante que veta por completo la integridad emocional del otro.


Si lo pensamos bien, resulta asombroso como la mente humana es capaz de desplegar los más sofisticados mecanismos en momentos de necesidad. No todo el mundo lo lleva a cabo de igual modo, queda claro; sin embargo, la necesidad de controlar todo y a todos aquellos que nos envuelven no es más que un mecanismo de defensa para hacer frente a algo que un momento dado se concibe como una “amenaza”.
¿Intentas controlar todo lo que te rodea? No caigas en semejante sufrimiento, porque quien focaliza toda su atención en los demás es porque evita lo más importante: controlarse a sí mismo.

Tener una baja autoestima, gran inseguridad, una auto-imagen negativa, incapacidad para gestionar emociones como la ira, la tristeza o la frustración conforman a menudo ese cóctel letal donde la incertidumbre psicológica busca a la desesperada un mal apaño, un mal recurso. Ante la incapacidad de controlar y afrontar todas esas dimensiones, la persona focaliza sus energías en quienes le rodean: “te controlaré a ti y a los demás para que os ajustéis a mi mundo de claroscuros, a mis accidentes geográficos, a mis agujeros negros”.

Son conductas que sin duda vemos con mucha frecuencia en determinadas relaciones de pareja e incluso en muchos entornos laborales. Así, por ejemplo, el directivo inepto buscará controlar a todos sus empleados para que se ajusten a su política empresarial haciendo uso y abuso de su autoridad, pero abocando también a la propia organización a unas dinámicas disfuncionales e improductivas.

La necesidad de controlar y la falta de autonomía emocional

La necesidad de controlar se manifiesta en infinidad de contextos, momentos y situaciones. Lo vemos en la madre o el padre inseguro que controla a su hijo para que no salga de la “burbuja” del hogar y permanezca junto a ellos todo el tiempo posible. Es común también en esas relaciones de amistad donde alguno de los miembros aplica conductas controladoras, manipuladoras e incluso chantajistas. Son perfiles que lo demandan todo de nosotros: tiempo, apoyo emocional y, por supuesto, obediencia.

Si tenemos en nuestro contexto más cercano a alguna persona con este perfil sabremos que basta “rascar” un poco para descubrir que bajo toda esta pátina de imposiciones, amenazas y obsesiones hay una falta de autonomía emocional. Ante semejante carencia, se convierten no solo en “controladores”, sino también en “tomadores”. Es decir, a veces, las personas inseguras, con baja autoestima y escasa capacidad para gestionar su mundo emocional buscan ser “nutridos” por uno o varios “dadores”.

Por otro lado, y por si lo señalado no fuera poco, existe otro matiz tan interesante como ilustrativo. En un estudio del 2009, de los psiquiatras Friese y Hofmann, se descubrió que las personas con escasa capacidad para autorregularse se dejan llevar por reacciones afectivas del tipo “todo o nada”. Es decir, su impulsividad, su ansiedad por ser “nutridos” no admite de latencias ni excusas ni aún menos serán capaces de ver o empatizar con las necesidades ajenas.
Cuando la persona controladora quiere algo no lo pide, lo exige. Busca además la satisfacción inmediata, la atención incondicional y a “dadores” que estén siempre dispuestos y predispuestos a orbitar en su universo egocéntrico.

¿Y si soy yo quien necesita controlar a los demás?

Hemos hablado a lo largo del artículo en tercera persona. Sin embargo, a menudo es necesario hacer un ejercicio de reflexión en primera persona sobre estos temas y valorar si en realidad, somos nosotros quienes tenemos esa necesidad por controlar a quienes nos envuelven. Lo podemos estar llevando a cabo de manera consciente o inconsciente, y aún más, esta conducta puede aparecer de un día para otro sin que nos demos plena cuenta de ello.

En ocasiones, el disparador está en nuestras dificultades económicas, en el abandono de nuestra pareja emocional o incluso en la pérdida de un ser querido. Son instantes vitales donde el vacío se vuelve corpóreo y asfixiante, donde el miedo nos atenaza y dejamos de tolerar la incertidumbre. La mente empieza a anticipar fatalidades, todo parece escaparse de nuestras manos y casi sin percibirlo, empezamos a exigir a los demás cosas que tal vez, estén por encima de sus responsabilidades. Caemos en el abuso emocional sin darnos cuenta.

¿Qué podemos hacer en estos casos? Te proponemos reflexionar en las siguientes dimensiones:
  • Entiende que controlar a los demás no hará que la situación actual mejore. Dominar a las personas que queremos es vetar su libertad y es además una tarea improductiva. Sin embargo, lo que sí es útil es aprender a controlarnos a nosotros mismos, porque el auténtico problema no siempre está en el exterior, está en el propio interior.
  • Entiende también que tampoco podemos controlar el futuro o lo que está por llegar. No obstante, lo que sí está dentro de tu alcance es el presente, lo que está sucediendo ahora. Algo que está bajo tu única y exclusiva responsabilidad.
  • Vivir es admitir que hay más incertidumbres que certezas, es entender que no todo puede estar bajo nuestro control y que es necesario tolerar también lo imprevisible. Para lograrlo, nada mejor que trabajarnos, que invertir en las propias fortalezas, en entender y gestionar las propias emociones…
Para concluir, queda claro que pocas dimensiones son tan necesarias en nuestro crecimiento personal como desarrollar un buen autocontrol. Al fin y al cabo, la persona que aplica una adecuada autonomía emocional y un buen control sobre sus emociones, se permite avanzar con mayor armonía e integridad respetándose a sí mismo y a los demás.

Valeria Sabater

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