Saber qué sentimos y cómo lo sentimos no es tarea fácil. El universo emocional todavía sigue siendo un total desconocido para cada uno de nosotros, en mayor o menor medida. En este contexto, la alfabetización emocional surge como alternativa para rellenar todos esos vacíos emocionales que aún nos persiguen.
Nadie nos enseñó qué son las emociones, qué funciones tienen o cómo podemos identificarlas. Ninguna asignatura se preocupó de ello en el colegio y ni siquiera era considerado como algo importante para nuestra educación: una batalla fascinante en la que se entendía que otros poco podían decir por ti. En este sentido, las emociones han pasado inadvertidas durante años, hasta que poco a poco han ido cobrando el protagonismo que merecen.
A día de hoy, además de seres sociales, sabemos que somos seres emocionales y que dependiendo de cómo gestionemos este chispeante diálogo interno, así nos encontraremos. Sin duda, las emociones han ganado terreno, demandando a la educación que dé un paso adelante en este sentido. Veamos en mayor profundidad de qué trata eso de la alfabetización emocional.
“El aprendizaje socioemocional ayuda a los niños a desarrollar habilidades de comunicación e integración social”.
¿Qué es la alfabetización emocional?
La palabra alfabetizar se relaciona comúnmente con el proceso de enseñar a leer o a escribir. Habilidades básicas en el ámbito educativo. No obstante, parece que este concepto poco a poco ha desarrollado diferentes apellidos dependiendo del contenido de la enseñanza. Ejemplo de ello son los términos de alfabetización informática, científica o tecnológica.
Con estos avances, no podemos dejar de pensar que la educación parece que se enfrenta a nuevas desafíos. Entre ellos, uno de los más imperantes e interesantes para nuestro bienestar es la alfabetización emocional: el proceso de educar las emociones, empezando en el ámbito escolar.
La alfabetización emocional consiste en enseñar qué son las emociones, para qué nos sirven y cómo se expresan. Es enseñar a comprenderse y a comprender a los demás a nivel emocional. Un reto educativo al que se enfrentan cada vez más colegios y escuelas infantiles a través de los programas en los que ya está integrada la educación emocional.
De hecho y como apunte, los conceptos de alfabetización emocional y educación emocional se utilizan indistintamente para referirse a lo mismo. Un tren con distinto nombre e igual trayecto.
“La educación emocional es el proceso educativo continuo y permanente que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo, constituyendo ambos los elementos esenciales del desarrollo de la personalidad integral”.
-Rafael Bisquerra-
Autores como Daniel Goleman o Rafael Bisquerra han mostrado gran interés por este concepto y más aún por su desarrollo. En concreto Goleman señala que la educación del carácter, el desarrollo moral y el civismo de un individuo discurren a la par que la alfabetización emocional y la educación en inteligencia emocional.
Así, la alfabetización emocional se erige como oportunidad para hacer frente a las conductas disruptivas, la agresividad o los conflictos en las relaciones interpersonales. Ya que la ausencia de competencias emocionales suele estar ligada a estas problemáticas. Por lo que si se educa en emociones, probablemente disminuirán este tipo de situaciones.
Objetivos de la alfabetización emocional
Más allá de dar a conocer el universo emocional en el que todos estamos inmersos, la alfabetización emocional pretende una serie de objetivos (Carpena, 2001; Vallés, 2000; Bisquerra, 2000; entre otros):
- Identificar casos de pobre desempeño emocional.
- Conocer qué son las emociones y cómo reconocerlas en los demás.
- Aprender a clasificar las emociones.
- Modular y gestionar el nivel de emocionalidad.
- Desarrollar la tolerancia a las frustraciones de la vida diaria.
- Prevenir el consumo de sustancias adictivas y otras conductas de riesgo.
- Desarrollar la resiliencia.
- Adoptar una actitud positiva ante la vida.
- Prevenir conflictos interpersonales.
Además, otros autores señalan otros objetivos, como el aprendizaje de la empatía, el autocontrol emocional y la demora de gratificación. Conductas positivas que, de uno u otro modo, no solo influyen en el propio bienestar, sino también en el de los demás.
Los frutos de la alfabetización emocional
El fomento del conocimiento de las emociones desde las aulas pretende que aprendamos a ser inteligentes para ser felices. Una inteligencia enfocada desde una perspectiva integral en la que no solo es importante la dimensión cognitiva, sino que necesita nutrirse también de las dimensiones emocional y conductual.
Con esto nos referimos a que no solo es importante atender a qué y cómo tenemos que vivenciar todo aquello que sentimos; sino que su expresión, junto a cómo debemos procesar la información que las emociones nos transmiten y finalmente, cómo las gestionamos influye en nuestro bienestar psicológico.
Además, de este proceso de enseñanza y aprendizaje no solo los niños se benefician, los profesores y toda la comunidad educativa también recibe parte del interés precisamente al mostrarlo. Y de alguna manera, también los padres si quieren e intentan afianzar con sus hijos lo aprendido en clase.
La alfabetización emocional es ante todo un reto y como tal, una oportunidad. Un puente facilitador del conocimiento de uno mismo y en definitiva de las relaciones con los demás. Hablamos, sin duda, de un despertar que merece la pena.
Gema Sánchez Cuevas
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