Estamos abarrotados de obligaciones de todo tipo: desde las que tenemos que afrontar en nuestra ocupación laboral hasta las domésticas, como la de tener la comida lista cada día. En esta sociedad exigente en la que vivimos debemos ser atractivos, excelentes trabajadores, estar siempre al día de la actualidad, ser buenos padres, etc.
Las obligaciones son aquellas expectativas a las que debemos llegar si es que queremos sentirnos mejores personas. Pero reflexionemos por un momento, ¿quién me impone mis obligaciones? ¿de quién son realmente esas expectativas?
El lector puede responder que el estilo de vida en el que nos embarcamos es el responsable de todas las obligaciones diarias que tenemos que enfrentar y que debemos adaptarnos a ello. Sin embargo, si nos paramos a pensar un poquito más nos daremos cuenta de que muchas de nuestras obligaciones en realidad son autoimpuestas y de que están enfocadas para cumplir con las expectativas ajenas en lugar de con las propias.
¿Cuántas veces te has visto obligado a realizar algo que no te gustaba porque era lo que “debías” hacer? La palabra deber forma parte de la gran muchas de nuestras creencias irracionales e implica una necesidad encubierta que tenemos que cumplir para sentirnos felices, o al menos para no sentirnos mal.
Pensamientos que hablan de obligaciones
Las emociones perturbadoras normalmente se originan en base a una obligación. Como apunta la psicología cognitiva, lo que pensamos es la causa directa de cómo nos sentimos y cómo nos sentimos influye a su vez en cómo pensamos. Siguiendo esto, si nos encontramos ansiosos, deprimidos o iracundos probablemente estemos creando un sinfín de obligaciones en nuestra mente.
Estas obligaciones pueden versar sobre nosotros mismos, los demás o el mundo en general y hablan de la falsa idea de cómo deben ser las cosas. Estos deberías cierran la puerta a la clave del bienestar emocional: la aceptación incondicional.
Cuando las obligaciones son referidas a uno mismo, pensamos que deberíamos ser o actuar de una forma determinada y no de otra.
No nos aceptamos tal cual somos, lo que crea en nosotros una autoestima deficiente, además de una sensación de ansiedad por querer cumplir con las expectativas autoimpuestas o depresión si no hemos sido capaces de cumplirlas. “Yo debería haber actuado correctamente en esa situación”, “Debería realizar mi trabajo perfectamente cada día”, “No debo fallar”…son algunos ejemplos de pensamientos perturbadores que podemos albergar cuando nos obligamos a nosotros mismos a ser quienes no somos.
Los deberías referidos a los demás generan un sentimiento de rabia, al igual que aquellos que se refieren al mundo. El querer que las personas de nuestro alrededor y la vida sean de una manera que tenga que encajar en nuestros criterios personales es tan irrealista como pretender que el cielo sea de color fucsia.
Estas obligaciones, como habíamos apuntado, esconden una falsa necesidad, la cual es consiente desterrar de nuestra mente para sentir mayor plenitud.
Cuando las obligaciones son sobre nuestra persona, escondemos la necesidad de aprobación y de perfeccionismo: “Debo hacer mi trabajo perfectamente porque necesito ser reconocido en la empresa“. Sin embargo, cuando pretendemos que sea nuestro entorno el que actué de una manera concreta, tenemos la necesidad de la comodidad: “No deberían existir los atascos de tráfico porque me aburro en ellos, son molestos, llego tarde a donde quiero ir, etc…”
Cambiar el “debería” por un “me gustaría”
Si somos capaces de modificar nuestro diálogo interior por uno más ajustado al mundo tal y como es habremos descubierto la tecnología que permite que nos sintamos más felices. El cambio, evidentemente, no ha de ser meramente verbal, sino que tenemos que creer en lo que nos estamos diciendo y hacerlo hasta el punto de que nuestras emociones negativas insanas se conviertan en sanas.
Todas las obligaciones y los “deberías” que rigen nuestras vidas están impuestos por nosotros mismos aunque creamos que no tenemos escapatoria de ellos. Si lo pensamos bien, nadie nos ha puesto una pistola en la cabeza para que tengamos la vida que tenemos.
Todo lo que hacemos y cómo nos comportamos es producto de una decisión personal y es por ello, que únicamente nos concierne a nosotros el cambio.
Quizás estés pensando que hay obligaciones ineludibles, como el trabajo o el cuidado de los hijos. Si hemos elegido un trabajo concreto y también hemos querido ser padres, una vez más nos hemos autoimpuesto la obligación. Todas nuestras acciones tienen consecuencias y si queremos seguir pagando la hipoteca o que nuestros pequeños se conviertan en personas educadas, es cierto que tenemos que actuar en la dirección que produzca ese resultado.
Nadie ni nada nos ha obligado a optar por la vida que hoy tenemos, si no que es consecuencia de un puñado de decisiones tomadas en libertad.
Aunque muchas veces nos sintamos obligados a coger un camino u otro, lo cierto es que finalmente, ya sea porque es lo que más nos conviene, por influencias, porque queremos o por miedo, escogemos aquel que nosotros decidimos.
Para no sentirte tan obligado y ansioso, es preciso empezar a cambiar la charla interior. Cada vez que un “debería” aparezca por tu mente, cámbialo rápidamente por un “preferiría” o un “me gustaría”, sin caer en las exigencias. Finalmente, al me gustaría ha de acompañarle un “si no es como yo quiero, el mundo no se va a acabar” o “si las cosas no salen de esta forma, tendré otras opciones”.
Con la práctica y la interiorización de estos “me gustaría” empezaremos a sentirnos mucho más sosegados en este mundo tan exigente.
Alicia Escaño Hidalgo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.