Aunque quieran convencerte de lo contrario, lo tienes: enfadarte es un derecho y una necesidad emocional. Sentir la contrariedad, la indignación y la rabia del desconcierto es el primer paso para poder afrontar un problema. Piensa que si nos limitamos a tragarnos el enfado una y otra vez sin afrontar lo que hace daño, vulneraremos nuestra autoestima.
Hay que tenerlo claro: permitirnos sentir el enfado no es perder el control, ni evidenciar nuestra debilidad. A menudo, influenciados quizá por una línea más bien espiritual, tendemos a confundir términos e ideas. Sabemos que quien nos enfada nos domina, pero no por ello vamos a desactivar esa emocionalidad negativa para esconderla, no asumirla ni gestionarla. Los enfados tienen un objetivo muy claro: invitarnos a resolver una amenaza concreta.
“Las molestias más dolorosas son aquella de las que no nos podemos quejar”
-Marqués de Custine-
Por otro lado, algo que también sabemos es que el día a día siempre pone a prueba nuestro equilibrio emocional. Habrá personas que vivan eternamente ofendidas y quienes nunca se tomen nada como algo personal. Cada uno de nosotros avanzamos por nuestra cotidianidad con un filtro determinado, con el cual dejamos pasar o no ciertas emociones y pensamientos.
Sin embargo, todo tiene un límite y una frontera infranqueable. Hablamos de esa barrera que a menudo se cruza de forma arbitraria para vilipendiar nuestra autoestima, para deshilachar nuestra integridad emocional o para manipularnos. El enfado tiene una razón de ser y expresarlo de forma respetuosa en el momento adecuado y en el instante más necesitado es algo catártico y muy saludable.
Te proponemos reflexionar sobre ello.
Enfadarte, protestar y dar voz a tus emociones también ayuda
Por curioso que parezca, son muy pocos los libros que nos expliquen o argumenten los beneficios del enfado o la indignación. Tradicionalmente, se ha relacionado siempre este tipo de emoción a la ira y la falta de control, a la falta de templanza, de tacto y acierto a la hora de gestionar esa contrariedad vital.
Sin embargo, es bueno recordar que, al igual que ocurre en el proceso del duelo, es necesario dar el paso hacia la aceptación de la propias emociones antes de canalizarlas, antes de transformarlas. Saber qué siento y por qué lo siento es vital a la hora de resolver una encrucijada emocional. Comentábamos que la bibliografía sobre el tema es escasa, aunque por fortuna disponemos de un libro tan interesante como esclarecedor: “Annoying“ (2011), de los científicos Joe Palca y Flora Lichtman.
En este trabajo se profundiza en el tema del enfado desde un enfoque multidisciplinar donde no falta la neurociencia, la sociología, la antropología y la psicología. Lo primero que nos revelan es que a menudo suelen compararse los enfados con la ira, la frustración o la repugnancia hacia algo o alguien. No es cierto, de hecho, los expertos proponen entender los enfados como una emoción única y exclusiva.
A su vez, un enfado nunca surge por un acto puntual. Es una acumulación de “muchos pocos haciendo un mucho”, es como el mosquito que revolotea en nuestra habitación cada noche hasta que al final perdemos el sueño y somos incapaces de focalizar nuestra atención en nada más. Sin embargo, y aquí llega lo más importante del tema, sin molestia no hay posibilidad de cambio. Es decir, esa emoción negativa tiene un propósito: quiere que actuemos.
Enfadarse de forma inteligente
El propio Charles Darwin dijo una vez que emociones negativas, como el miedo y la ira, son advertencias que nos conducen a poner en marcha conductas apropiadas para evitar o deshacer un peligro. Prestar atención a lo que nos molesta, nos indigna y nos quita la calma es una muestra de autocomprensión. Actuar de forma acertada en base a esas emociones demuestra sin duda nuestra Inteligencia Emocional.
“Aléjate de la gente pequeña que desea empequeñecer tu vida y tus ambiciones: es la más peligrosa”
-Mark Twain-
Veamos a continuación, cómo deberíamos actuar en estos casos y qué aspectos es conveniente delimitar para entender.
Las 4 leyes del enfado inteligente
- La primera ley y no menos importante, es tener claro que quien vive eternamente ofendido está abocado a una eterna infelicidad. Hay batallas que no merecen la pena ser libradas, hay aspectos que no merecen nuestra atención y conversaciones que es mejor no iniciar o no alimentar. Enfádate por lo que de verdad turba tu equilibrio personal, pon voz a lo ataca tu autoestima y defiéndete con firmeza ante quien osa hacerte daño.
- La segunda ley hace referencia a algo muy evidente: defendernos con respeto es posible. Discutir de forma asertiva y sin agredir verbalmente a quien tenemos delante es esencial. Algo que puede y debe hacerse mediante la Inteligencia Emocional.
- La tercera ley tiene unos pasos muy claros que es necesario interiorizar: escucha, siente, respira, aclara y actúa. Es decir, primero atenderemos el estímulo que nos ofende o nos hace daño. Después tomaremos conciencia de nuestras emociones, sentiremos el enfado. Más tarde respiraremos y aclaremos prioridades.
“Debo actuar y poner límites dejando claro que no deseo que me traten de ese modo. No debo dejar que el propio enfado me inmovilice hasta impedir que pueda pensar. Lo utilizaré para actuar de forma inteligente “
- La cuarta y última ley para enfadarnos de forma inteligente es el aprendizaje. Cada situación resuelta, afrontada o cada necesidad defendida, debe enseñarnos que la inactividad, el silencio y el “tragar emociones” hace daño y enferma.
No hay que tener miedo de las emociones negativas, entenderlas y gestionarlas es la auténtica llave de nuestro crecimiento personal.
Valeria Sabater
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