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sábado, enero 28, 2017

La angustia: una epidemia silenciosa

Son tantas las manifestaciones de la angustia, y tan frecuentes las consultas por su causa, que varios expertos ya la catalogan como una verdadera epidemia. Se deja sentir de muchas formas: dificultades para dormir, ataques de pánico, una amplia gama de fobias, etc.. Lo que tienen en común es ese miedo insidioso que asalta cotidianamente.



Frente a este fenómeno, el mundo de la salud ya ha desarrollado varias respuestas. Hay una importante oferta de medicamentos. Por un lado, están los tradicionales: todo un ejército de ansiolíticos desarrollados en laboratorios farmacéuticos, que prometen disminuir la dosis de angustia. Sin embargo, estos fármacos, además de que tienen unos efectos secundarios atroces, por lo general solo ofrecen soluciones pasajeras. Es decir, solo tienen efecto mientras se toman.

“Se ahoga más gente en los vasos que en los ríos”
-Georg Christoph Lichtenberg-

También hay una enorme oferta de medicamentos alternativos: “naturistas”, homeopáticos y soluciones bioenergéticas. Eso, por supuesto, sin contar todos los remedios caseros contra la angustia: agua de valeriana o de toronjil, baños de agua tibia y toda suerte de trucos tradicionales. Sin embargo, ninguno de ellos parece funcionar del todo.

La epidemia de angustia nace en la mente colectiva

Todos los fenómenos que tienen lugar en la mente se reflejan en el cuerpo. La mayoría de las veces, se da en ese orden: primero en la mente, luego en el cuerpo. Solo en un porcentaje bajo de casos ocurre lo contrario: primero en el cuerpo y luego en la mente. Ocurre cuando, por ejemplo, tienes una fiebre muy elevada o has ingerido una sustancia que altera tu percepción, entre otros casos.

Así, el recorrido del éxito de la intervención con psicofámacos es limitado. Reducen el síntoma, es cierto, pero no solucionan la causa que lo origina. Los medicamentos, de cualquier tipo, solo deben ser vistos como una ayuda limitada y temporal, no como una solución definitiva.

La verdadera solución solo aparece si se ataca la causa real de la angustia. El problema es que, al decir de muchos expertos, los tiempos actuales en su conjunto están generando angustia por montones. Todo transcurre con una celeridad de vértigo, y las herramientas psicológicas de las que disponemos no alcanzan a procesar la realidad al mismo ritmo. Por eso ahora la angustia no es un problema individual, sino una verdadera epidemia.

¿Por qué se dice que es una epidemia “silenciosa”?

Uno de los aspectos más complejos de esta epidemia de angustia está en el hecho de que resulta muy difícil verbalizarla. Cada individuo siente en su interior esa desazón diaria, que no lo deja dormir, lo mantiene de mal humor o lo lleva a sumergirse en rutinas tiránicas. Pero, a la vez, a ese individuo le cuesta mucho trabajo poner en palabras lo que siente.

Cada persona siente como si algo le sobrara. Un peso del que quisiera liberarse, pero que no logra identificar del todo. “¿De dónde proviene esa sensación de peso, de exceso? ¿En dónde está ese lastre? ¿Estaré en un trabajo que no me conviene? ¿Quizás las relaciones que tengo con los demás son negativas? ¿Hacia dónde debo apuntar para sentirme mejor?”… Esas son las preguntas que llegan, sin ser invitadas.

Es como si la existencia estuviera completamente atiborrada de algo que no necesita. La sensación se parece a aquella que surge cuando entramos a una habitación colmada, apretujada, con objetos innecesarios. Sabemos que se debe poner orden, pero hay tantas cosas por organizar que no atinamos a identificar la casilla de salida.

De la epidemia al individuo

La ciencia se ha empeñado en diseñar soluciones genéricas o estandarizadas. Al fin y al cabo, eso es lo suyo: extraer soluciones universales para problemas particulares. Sin embargo, en lo que tiene que ver con la subjetividad humana, este tipo de enfoques suelen ser muy desafortunados. Finalmente, no resuelven nada.

Por eso hay una epidemia de angustia, y por eso la epidemia transcurre con la complicidad del silencio que nace del drama que vive cada uno. La respuesta a esa inquietud solo puede darla cada persona, una por una. No hay una solución aplicable a todos los casos. No existe esa fórmula mágica o universal que se aplique con igual eficacia para todos. Cada uno tiene que encontrar su propio camino para resolver su falta de sueño, su sensación de opresión y ahogo, su fastidio recurrente…

También cada uno debe entender que para solucionar su angustia, lo primero que debe hacer es enfrentarse a la novedad, al vacío. Es absolutamente necesario que haga rupturas con lo habitual: es la única manera de empezar a dejar espacio en la habitación mental que está atiborrada. Una terapia que libere la expresión también es una buena opción, al igual que lo son los ejercicios de relajación que contribuyen a abrir esa ventana en una mente que está muy cargada.

Edith Sánchez

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