Un día es una nueva oportunidad de vida. Un día es una nueva oportunidad para levantarte y ser feliz,aunque sea un ensayo y no se transforme jamás en una obra completa. Un día puede resumir en sus largas o fugaces horas la esencia de ti mismo y tu sueño hecho realidad.
Un día nuevo es otra oportunidad para hacer todo aquello que lamentarías no haber hecho. Todas esas cosas que en el presente parecen imposibles y que vistas con el tiempo solo se responden con un “Qué tonto fui…” o con un “En qué estaba pensando“.
Un nuevo día es la oportunidad para no dar tiempo al arrepentimiento sobre lo qué no hiciste ayer. Te brinda una nueva posibilidad para quebrantar las limitaciones de la pereza, la tristeza o el malestar. Un nuevo día es la oportunidad en miniatura para hacer de tu vida algo valioso.
Cada pieza importante es un motor, de la misma forma que los días lo son en el cómputo final de la vida. No te lamentes de haber pasado un día malo, porque en ese lamento pierdes la oportunidad de crear otro día que sí valga la pena.
No cuentes los días de tu vida, haz que los días cuenten
Seguramente te habrás visto una infinidad de veces contando los días del calendario hasta llegar al “día especial”. El día que cobraré mi sueldo, el día que podré terminar este trabajo, el día en el que por fin podré ver a alguien amado. Pensamos hasta en ese tan deseado día en el que todo se arregle, el día en el que podré ser feliz. En el transcurso de esos días, se va perdiendo el tiempo y la vida.
Cuando soñamos con días buenos en el futuro, perdemos innumerables oportunidades de crear días felices en nuestro presente. Cuando ponemos fecha a la felicidad, asumimos que ésta no puede darse en el aquí y ahora. Para darnos cuenta de esto, reflexionemos acerca de este pequeño cuento que he creado y que alberga una metáfora sobre el valor de las cosas que ya están pasando en nuestro día y no valoramos:
“Soñaba una vez una niña con llegar a un jardín encantado. Allí todo estaría poblado de plantas que se enredaban entre ellas creando figuras. Bajo su césped y bajo sus hierbas podías encontrar un sinfín de pasadizos secretos y un innumerable número de seres venidos de otra época, con exuberantes ropajes y con bellos adornos. Los animales parecían poseer cualidades sobrenaturales. Allí, bajo la tierra, encontraría muchos caminos llenos de aventuras y diversión, no había gente cruel ni déspota y cuando lo desease podría salir de los pasadizos y reposar exhalando el aire puro de ese jardín encantado.
Un día la niña creció y tomó una firme decisión: haría todo lo posible por llegar a ese jardín encantado, lleno de calma y en el que muy seguramente encontraría a alguien ideal para pasar el resto de su vida. Es por ello que se armó de valor y emprendió su camino. En él descubrió paisajes que nunca creyó que fuesen posibles en la realidad, pero también sufrió numerosos peligros y se encontró con personas muy desagradables, aunque en realidad las personas buenas parecían ser mucho más numerosas.
Había perdido ya la noción de espacio y tiempo de su viaje cuando de repente se vio inmersa en un bosque lleno de maleza y de animales que no parecían tener “muy buenas intenciones”. Aún así, la chica siguió caminando, dispuesta a toda costa a llegar a su jardín encantado con príncipe incluido.
En ella empezaba a darse un ánimo contradictorio: a veces se enfadaba por las grandes dificultades que había para llegar al jardín encantado, pero al mimo tiempo se sentía dichosa y orgullosa de sí misma por superar todas esos contratiempos.
En uno de esos días, fatigada y casi sin fuerzas, advirtió que a lo lejos se encontraba una pequeña cabaña con un huerto humilde y algunos animales. Parecía que un joven trabajaba esa tierra y vivía de ello. Dudó en acercarse para pedir cobijo por algunos días y algo de alimento, pero finalmente se decidió a hacerlo. Se encontró con un chico agradable y atento, que no dudó en abrir las puertas de su modesta cabaña para que allí pudiese descansar.
La chica durmió plácidamente en un colchón hecho por el propio joven que estaba en el suelo. No era una cama de palacio, pero durmió horas y horas de tal forma que al despertar se sintió como nueva. La estancia en aquella cabaña le pareció sumamente cálida.
No pensaba mucho ya en su jardín encantado, no había decidido no hacerlo sino que simplemente sucedió. Estuvo atenta en cómo se recogían las frutas de los árboles, en cómo preparar la cabaña para el duro invierno que se avecinaba y entabló numerosas conversaciones con el joven de la cabaña. Se sentía atraída por él, le hacía reír y se sentía la mejor versión de ella misma.
Una de esas noches el romanticismo llegó con fuerza y estableció una estampa de pasión y complicidad entre ambos jóvenes. En algún momento, estando abrazados y durmiendo, la chica volvió a pensar en su jardín encantado. Se estaba entreteniendo mucho en aquella humilde cabaña con aquel chico, tanto estaba aprovechando los minutos de su estancia que no advirtió que tenía una meta mayor que seguir.
A mitad de la noche, llena de angustia y confusión, la chica emprendió la huida. Tenía que seguir detrás de su sueño, de su futuro. No podía dejarlo esperar ni encontrar otro atajo. Había estado tanto tiempo en el ahora que olvidó todas las cosas buenas que los días venideros traerían para ella.”
Cualquier día de tu vida es bueno para cumplir una parte de tus sueños
Al leer este cuento, seguro que te habrás imaginado un final, feliz o no, para esta chica. En realidad el cuento no quiere que uno u otro llevemos la razón, sino que nos planteemos un dilema. Si eres de los que piensas que para alcanzar un sueño hay que hacer sacrificios, te parecerá bien que la chica vaya detrás de él sin dudarlo.
Pero por otra parte, debemos replantearnos cuál es el sentido de un sueño: los sueños son los que proporcionan felicidad, los que por alcanzarlos te proporcionan la sensación de estar aprovechando cada día.
Quizás sueñes con ser un estrella de rock que llene estadios, pero de repente te encuentres tocando en la calle y te proporciona un placer inmenso, poner banda sonora al día a día de los transeúntes tiene su mérito. Y su pequeña parcela de gloria. Quizás has soñado con el príncipe azul y en el camino te has encontrado un simple hombre, que con el mero hecho de abrazarte espanta todos tus demonios.
Quizás la chica del cuento llegara a su destino, a su jardín encantado y al llegar se dio cuenta de que todas las maravillas soñadas ya las había visto de una u otra forma en su trayecto. Le terminó resultando aburrido no correr ningún riesgo.
Quizás esa chica esperó nuevamente que pasaran los días, las estaciones, para contemplar como su jardín encantado cambiaba de aspecto. Quizás lo hizo sola, con la añoranza de los días que ya pasaron con el joven humilde de la cabaña y sus expectativas no estaban ya en los días venideros.
De nuevo, la chica había olvidado lo más importante: sumergirse en lo nuevo que le traía ese mismo día para ella. De tanto dejar los días pasar, la vida le había pasado de frente y por la espalda y nunca se había asentado en su cabeza.
Por eso es importante que tomemos consciencia de poder hacer realidad un poco de nuestros sueños en cada día. La chica estuvo siempre rodeada de oportunidades y belleza, pero nunca se percató. Soñaba con la vida en grande y se olvidó de vivirla a pequeñas dosis, en diversas versiones en miniatura.
No olvides cuando despiertes que cada día es una vida en miniatura, una nueva oportunidad para hacer tu sueño realidad. Aunque solo sea una parte de él. Los sueños están para motivarnos en el día a día, no para olvidarnos de vivirlos en nuestro presente.
Cristina Roda Rivera