El Maestro reprendió a un discípulo que no hacía más que meterse en problemas, por su compulsivo afán de decir la verdad.
« ¿Acaso no debemos decir siempre la verdad'?», protestó el discípulo.
« ¡Claro que no! A veces es mejor ocultarla».
Instado a poner un ejemplo, el Maestro contó el caso de aquella suegra que fue a pasar una semana a casa de su hija. . . y se quedó un mes.
La joven pareja, finalmente, urdió un plan para librarse de la buena señora: «Esta noche, cuando yo sirva la sopa», dijo la mujer al marido, «nos ponemos a discutir: tú dices que está muy salada, y yo digo que está sosa; si mi madre te da la razón a ti, yo me pongo furiosa y la echo de casa; si me la da a mí, montas tú el número y la echas tú».
Se sirvió la sopa, se armó la marimorena, y la mujer le dijo a su madre: «¿A ti qué te parece, mamá: está la sopa sosa o salada?»
La señora hundió su cuchara en la sopa, se la llevó a los labios, la probó cuidadosamente, hizo una pausa y dijo: «A mí me gusta».
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.