Cuando un visitante anunció que se marchaba, porque ya no podía soportar una sola palabra más del Maestro, un viejo discípulo se mostró comprensivo con él:
«Sé cómo debes de sentirte», le dijo. «Durante años, yo traté de evitar a ese hombre, porque sus palabras eran como jaulas que transportaran a enloquecidas bestias salvajes de la jungla a mi pequeño y cuidado jardín. Habría preferido, con mucho, escuchar a predicadores cuyas palabras transportaran blancos y limpios huesos de un cementerio a otro».
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