Al Maestro le gustaba contar algo que le había ocurrido a él mismo:
Al poco de nacer su primer hijo, entró un día en la habitación de éste, vio a su mujer delante de la cuna y se quedó mirando silenciosamente cómo contemplaba ella al niño dormido. Al ver en el rostro de su mujer una mezcla de incredulidad, arrobamiento y éxtasis, se le saltaron las lágrimas, se acercó a ella de puntillas, le rodeó la cintura con su brazo y le susurró:
«Sé lo que estás sintiendo, querida. . .»
Volviendo en sí, la mujer le dijo: «Sí. Que me maten si entiendo cómo se puede hacer una cuna como ésta por veinte dólares».
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