«Estoy dispuesto a ir adonde sea en busca de la Verdad», dijo el fervoroso discípulo.
El Maestro esbozó una pícara sonrisa. «¿Y cuándo vas a partir?», preguntó.
«En cuanto me digas adonde debo ir».
«Te sugiero que vayas en la dirección en la que apunta tu nariz».
«Sí, pero ¿dónde debo detenerme?».
«Donde tu quieras».
«¿Y estará allí la Verdad?».
«Sí. Justamente delante de tu nariz, mirando fijamente a esos ojos tuyos que son incapaces de ver».
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