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sábado, octubre 05, 2019

Hablar de lo que duele para que duela menos

Hay que hablar de lo que duele para que la herida duela menos. Pero…, eso sí, a la hora de hacerlo no vale cualquier persona. Más allá de lo que podamos creer, no todos los que tenemos cerca están habilitados para escuchar sin juzgar, para hacer del silencio y de la palabra un valioso refugio. El apoyo emocional es una competencia muy afinada que, además de tiempo y paciencia, requiere de habilidad y tacto.



Admitámoslo, si ya es complicado dar voz a nuestros ovillos de sufrimiento internos, aún lo es más atrevernos a hablar con alguien sobre lo que nos ocurre. Virgina Woolf, con un universo emocional tan notable como el que se refleja en sus obras, publicó un interesante ensayo sobre el sufrimiento psicológico al que tituló On Being Ill (sobre estar enfermo).

En este trabajo, lamentó las escasas palabras que existen en nuestros idiomas, sea cual sea, para poder aplicar más precisión a lo que queremos decir. Lo que duele es poliédrico, abismal, tiene aristas, es deforme, tiene todas las tonalidades de grises y negros y no siempre sabemos cómo expresar tal complejidad emocional. Y, aún así, debemos hacerlo.

Poner voz y dar discurso a lo que duele es exorcizar muchos de esos demonios internos largamente mantenidos. Es higienizar la mente y el corazón para dar espacio a cosas nuevas, saludables y vitales. No obstante, es necesario desenredar y liberar esos universos de dolor con las personas adecuadas. Elegirlas también es una habilidad.

«El dolor silencioso es el más devastador».
-Jean-Baptiste Racine- 
 
Hablar de lo que duele para vivir mejor

Hay muchos tipos de dolor. Los hay que se van con un analgésico; otros con una noche de sueño reparador. Los huesos rotos terminan por sanarse y las quemaduras, aunque dejen cicatriz, también se curan. Ahora bien, el sufrimiento psicológico no se ve en una radiografía ni se alivia definitivamente con un fármaco. Este tipo de dolor necesita expresarse, razonarse y confrontarse para iniciar un lento proceso de recuperación.

El dolor necesita de la palabra para sanar. Hay que hablar de lo que duele para vivir mejor, pero no siempre es fácil establecer ese diálogo desde el que liberar el malestar poco a poco. De este modo, algo que ven los psicólogos a menudo en su práctica clínica es que son muchas las personas que se han habituado no solo a no hablar de lo que les preocupa o atormenta. Vivimos en una sociedad en la que nos han convencido de que si la vida te golpea tres veces tú te levantas cuatro. Nos han enseñado a que si uno cae, hay que levantarse rápidamente para aparentar fortaleza.

Es decir, no solo evidenciamos cierta incompetencia emocional a la hora de saber expresar y comunicar lo que preocupa, duele, atormenta o quita el aliento. Nos han enseñado a no dar espacio ni voz al dolor o al desconsuelo. Es algo que ocultar, que desplazar a un lado para evidenciar normalidad sin importar lo rotos que estemos por dentro.
 
Haz espacio, respira hondo y párate el tiempo que sea necesario

A veces ocurre. Hay quien es especialmente hábil siendo el mejor amigo de los demás, ese familiar siempre accesible, ese compañero de trabajo ideal. Sin embargo, para sí mismo suele ser su peor enemigo. ¿La razón? Porque se descuida, no se escucha y se culpabiliza por cada error o muestra de debilidad.

Actuar en piloto automático tiene sus costes y más si llevamos tiempo arrastrando cierto estrés, algunas experiencias negativas y ese malestar que nos ronda como las rémoras a los tiburones. Es necesario parar, respirar hondo y analizar desde el puesto de observadores, recoger datos, sin juzgar. Saber cuándo es necesario hablar con alguien de lo que duele, de lo que pesa o de eso que nos ha sucedido, es clave de salud y bienestar. 

Hablar de lo que duele con personas empáticas que sepan escuchar

Logan Nordgren, doctor de psicología social de la Universidad de Toronto, realizó un trabajo en el que analizó cómo actúan las personas ante el dolor social ajeno. Los datos fueron significativos: lo solemos subestimar.

Se comprobó, por ejemplo, que los profesores no siempre eran capaces de detectar, identificar o intervenir en las situaciones de acoso. En este sentido, si lo que perciben los jóvenes es indiferencia en los adultos, resultará muy complicado que estos últimos se animen a hablar, a comunicar aquello que están experimentando.

Lo mismo ocurre en nuestro día a día. No todo el mundo es accesible por muy cerca que los tengamos. En ocasiones, la propia familia no es precisamente la mejor referencia a la hora de desahogarnos. Para hablar de lo que duele, necesitamos personas empáticas y habilitadas en el arte de la escucha. 
 
Conclusión

Tengámoslo claro, cuando pasamos por un mal momento no siempre necesitamos que nos den consejos o palmadas en la espalda. Lo que en muchas ocasiones espera quien sufre es sentirse comprendido, es percibir que el otro hace lucha común con la pelea que libra.

Escuchar del otro un «entiendo lo que dices, lo siento, te apoyo y estoy contigo para lo que necesites'», actúa como una verdadera medicina. Es más, estás frases son, en muchas ocasiones, el puente que nos permite acceder a niveles realmente más profundos de comprensión.

No dudemos en acudir a ese amigo que sabe estar. Tampoco dejemos de lado a los profesionales que están preparados para llegar allí donde los amigos o la familia no llegan.

Valeria Sabater

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