Hay dolores tan profundos que desgarran el alma. Es como si cayésemos en un profundo abismo con salida escondida. En este contexto, lo que muchas veces nos dicen es que el tiempo cura todas las heridas, cuando no siempre es así.
La vida cuenta con altibajos, y cada uno en su singularidad los asume de forma diversa. Lo cierto es que, a veces, nos cuesta sobreponernos a las situaciones difíciles porque el mar de emociones nos supera. Entonces, no sabemos por dónde empezar.
Y, una forma de asumir los inconvenientes que nos enseñan es que el tiempo lo cura todo. Pero no siempre es cierto. Por ello, a través de este post te mostraremos diversas razones. ¡Acompáñanos en este recorrido!
«Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos».
-Pablo Neruda-
El tiempo no cura todas las heridas, las esconde
Tras una herida dolorosa, tendemos a decir «el tiempo lo curó». Ahora nos preguntamos, ¿en realidad fue así? Cuando dejamos que el segundero avance, mantenido una actitud pasiva, difícilmente las heridas profundas curan. Más bien el corte puede quedar anestesiado, pero no cicatrizado.
¿Por qué puede suceder esto? Es posible que no queramos ver aquel dolor; entonces, preferimos llenarnos de actividades, no pensar en él, alejarnos de los estímulos que puedan rescatar para el foco de consciencia a determinados recuerdos. También, puede tratarse de una emoción enmascarada. En este sentido, el dolor no tiene por qué manifestarse como tristeza, también lo hace con frecuencia como ira o, incluso, como euforia.
Y, una forma de asumir los inconvenientes que nos enseñan es que el tiempo lo cura todo. Pero no siempre es cierto. Por ello, a través de este post te mostraremos diversas razones. ¡Acompáñanos en este recorrido!
«Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos».
-Pablo Neruda-
El tiempo no cura todas las heridas, las esconde
Tras una herida dolorosa, tendemos a decir «el tiempo lo curó». Ahora nos preguntamos, ¿en realidad fue así? Cuando dejamos que el segundero avance, mantenido una actitud pasiva, difícilmente las heridas profundas curan. Más bien el corte puede quedar anestesiado, pero no cicatrizado.
¿Por qué puede suceder esto? Es posible que no queramos ver aquel dolor; entonces, preferimos llenarnos de actividades, no pensar en él, alejarnos de los estímulos que puedan rescatar para el foco de consciencia a determinados recuerdos. También, puede tratarse de una emoción enmascarada. En este sentido, el dolor no tiene por qué manifestarse como tristeza, también lo hace con frecuencia como ira o, incluso, como euforia.
Pensar eso puede ayudarnos a alejar nuestras emociones y pensamientos
Hay dolores que no tienen nombre, se trata de un sufrimiento que no podemos etiquetar, que resbala al intentar traducirlo en palabras. En estos casos, podemos tratar de encapsularlo y enviarlo al lugar más recóndito de nuestra memoria.
Hablamos de un mecanismo de defensa. Lo que hace es expulsar de la consciencia deseos, sentimientos y pensamientos. Según Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, es una forma de hacer inconsciente el contenido que nos resulta inaceptable.
El tiempo no corre cuando somos pasivos
Al otorgarle al tiempo el poder sanador, atribuimos una responsabilidad que nos corresponde a un agente externo. Dejamos que los acontecimientos se amontonen sobre ese libro que tenemos que devolver a al biblioteca con la esperanza de que el montón lo borre de la realidad psíquica… igual que lo borra de nuestra vista.
El gran peligro de proceder de esta amanera es que eso que queda sepultado no deja de erosionar nuestra motivación, de lastrar nuestra voluntad o de penalizar nuestros objetivos. Así, podemos llegar a ese punto en el que nos siga haciendo daño, pero sin que seamos capaz de identificar aquello que nos duele porque ha quedado sepultado.
Por otro lado, lo que puede suceder es que al atribuirle al tiempo un papel protagonista que no tiene (es un mero escenario) supone menospreciar o relegar aquellas estrategias que sí pudimos poner en marcha para dar forma a aquellas cicatrices que sí conseguimos generar.
Esto puede ser un obstáculo para superar dificultades futuras, para ir al rescate de estrategias que sí tuvieron éxito. También puede ser un viento contrario para nuestra autoestima, menospreciando asideros sobre los que sí podría crecer. De esta manera, la idea de que el tiempo cura las heridas puede ser uno de nuestros peores enemigos, contaminando nuestra forma de proceder en el plano psíquico a la hora de elegir estrategias de afrontamiento.
María Alejandra Castro Arbeláez
Hay dolores que no tienen nombre, se trata de un sufrimiento que no podemos etiquetar, que resbala al intentar traducirlo en palabras. En estos casos, podemos tratar de encapsularlo y enviarlo al lugar más recóndito de nuestra memoria.
Hablamos de un mecanismo de defensa. Lo que hace es expulsar de la consciencia deseos, sentimientos y pensamientos. Según Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, es una forma de hacer inconsciente el contenido que nos resulta inaceptable.
El tiempo no corre cuando somos pasivos
Al otorgarle al tiempo el poder sanador, atribuimos una responsabilidad que nos corresponde a un agente externo. Dejamos que los acontecimientos se amontonen sobre ese libro que tenemos que devolver a al biblioteca con la esperanza de que el montón lo borre de la realidad psíquica… igual que lo borra de nuestra vista.
El gran peligro de proceder de esta amanera es que eso que queda sepultado no deja de erosionar nuestra motivación, de lastrar nuestra voluntad o de penalizar nuestros objetivos. Así, podemos llegar a ese punto en el que nos siga haciendo daño, pero sin que seamos capaz de identificar aquello que nos duele porque ha quedado sepultado.
Por otro lado, lo que puede suceder es que al atribuirle al tiempo un papel protagonista que no tiene (es un mero escenario) supone menospreciar o relegar aquellas estrategias que sí pudimos poner en marcha para dar forma a aquellas cicatrices que sí conseguimos generar.
Esto puede ser un obstáculo para superar dificultades futuras, para ir al rescate de estrategias que sí tuvieron éxito. También puede ser un viento contrario para nuestra autoestima, menospreciando asideros sobre los que sí podría crecer. De esta manera, la idea de que el tiempo cura las heridas puede ser uno de nuestros peores enemigos, contaminando nuestra forma de proceder en el plano psíquico a la hora de elegir estrategias de afrontamiento.
María Alejandra Castro Arbeláez
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