El ego es una identidad de nuestra propia construcción y, como tal, una identidad que carece de realidad más allá del presente. Si tomamos todas las creencias de lo que somos, las creencias acerca de nuestra personalidad, nuestros talentos y habilidades, tenemos la estructura de nuestro ego.
Estos talentos, habilidades y aspectos de nuestra personalidad serán atributos de nuestros conocimientos, pero la construcción mental de nuestro “yo” es artificial. Aunque esta descripción podría hacer pensar que el ego es algo estático, realmente no lo es. De hecho, es una parte activa y dinámica de nuestra personalidad que juega un papel fundamental en la creación de un inmenso drama emocional en nuestras vidas.
Cuando tenemos metapensamientos (pensamientos sobre nosotros mismos) estamos construyendo una imagen de nosotros. Se trata de pensamientos declarativos sobre nuestra identidad que nosotros mentalmente percibimos y que integramos como parte de la estructura de nuestro ego.Cuando esta imagen que nos formamos de nosotros mismos, especialmente en la infancia, es negativa, inexacta o demasiado positiva aparecen los problemas.
“El ego no es lo que realmente somos. El ego es nuestra autoimagen, nuestra máscara social. Es el papel que estamos desempeñando. A la máscara social le gusta la aprobación; Quiere controlar, y se apoya en el poder porque vive en el temor”.
-Deepak Chopra-
El ego en la teoría de la personalidad de Freud
El ego es un concepto que Freud incluyó en su teoría del psiconálisis, junto con otros dos conceptos.Para Freud, el aparato psíquico estaba formado por tres grandes rasgos: el ello (ID), el yo (ego) y el superyó (superego).
Según Freud, el ego es la parte de la personalidad que media en las demandas del ello (expresión psíquica de nuestras pulsiones y deseos), el superego y la realidad. En este sentido, no solo nos impide actuar según nuestros impulsos básicos (creados por el ello), sino que también trabaja para conseguir un equilibrio con nuestros estándares morales e idealistas (creado por el superego).
El ego funciona basado en el principio de la realidad, es decir, para satisfacer los deseos del ello de una manera que sea realista y socialmente apropiada. Por ejemplo, si una persona te empuja cuando caminas por la acera, te impide darte la vuelta para devolverle el empujón o gritarle recriminando su actitud. Te permite ver que esa respuesta sería socialmente inaceptable y además te recuerda que hay otros medios más adecuados para lidiar con nuestra frustración.
“El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”
-Alejandro Jodorowsky-
La relación entre el ego y nuestros deseos
En su libro Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933), para Freud el caballo representa el ello, una fuerza poderosa que ofrece la energía para propulsar el movimiento hacia adelante. El jinete representa el ego, la fuerza que guía y que dirige la energía del ello hacia una meta. Freud señaló, sin embargo, que esta relación no siempre funciona según lo previsto.
En situaciones menos ideales, un jinete puede encontrarse a sí mismo dejándose llevar por los caprichos del caballos. Al igual que ocurre con el caballo y el jinete, los impulsos primarios del ello pueden ser a veces demasiado poderosos para que el ego puedan mantenerlo bajo control.
En 1936 Anna Freud (“El yo y los mecanismos de defensa”) sostuvo que todas las defensas del ego contra el ello se deben llevar a cabo entre bastidores. Estas medidas contra el ello son conocidas como los mecanismos de defensa y son llevadas a cabo de forma “más o menos” silenciosa por el ego.
Mientras que no podemos observar las defensas en acción, Anna Freud sugirió que su comportamiento sí se podía analizar de manera retrospectiva. La represión es un ejemplo de ello. Cuando algo es reprimido, el ego no es consciente de la información que se ha excluido. Solo más tarde, cuando se convierte en obvio que alguna parte de la información o un recuerdo se ha ido, es cuando las huellas de las acciones del yo se hacen evidentes.
Eva Maria Rodríguez
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