Todo mi dolor se verá recompensado. La vida pondrá a todo el mundo en su sitio, especialmente a todos los que me han traicionado. Tengo que sufrir porque es así como algún día obtendré recompensa. Ahora quizás no disfrute de la vida, pero algún día llegará esa oportunidad porque el universo o Dios sabe todo lo mal que lo he pasado. Toda la tristeza que sufro es útil, porque las personas buenas sufren y son las que más ganan al final.
Quizás te suenen estas frases, podríamos decir que forman parte de un discurso repetido durante años. Es tan popular, que seguro que todos lo hemos tenido como tentación alguna vez o incluso lo hemos adoptado como propio. Es la creencia de que la felicidad será una recompensa por nuestro sufrimiento, no por las acciones que hacemos de forma activa y agradable. Es la herencia emocional de nuestras raíces judeo-cristianas. Quien es bueno sufre, por él y por los demás.
En el ámbito clínico de la psicología, existe un gran porcentaje de pacientes depresivos con esta idea totalmente irracional activada en todo lo que hacen en sus vidas. Es lo que se conoce como la ”falacia de la recompensa divina“, que no es otra cosa que creer que nuestras “buenas” acciones deberán ser recompensadas por un agente mágico e irracional.
Tus acciones son más poderosas que lo que llamas karma
No hay que esperar las oportunidades, hay que crearlas, aprovecharlas y sacar el máximo partido de ellas. Eso requiere tesón, autodeterminación y firmeza. En esta vida hay que poner límites a los abusos: los que los demás cometen contigo y los que tú te infliges a ti mismo.
El dolor y el desaliento forman parte de la vida y aceptarlos como tal te brindarán salud emocional, para saber tolerarlos y enfrentarlos, para evitar que se conviertan en un sentimiento crónico y disfuncional. Sin embargo, a veces adoptamos el sufrimiento como una auténtica forma de vida.
Nos instalamos en la queja y el victimismo, porque sentimos que la vida no cumple el principio de reciprocidad, ya que a veces cuando damos un abrazo nos devuelve un golpe. Como si la vida estuviese a merced de nuestros deseos, como si la vida no fuese una fuente de sucesos impredecibles y arbitrarios en base a sus propias leyes, extrañas e indescifrables.
Si en realidad el karma fuese más poderoso que nuestras acciones justas y correctas, las personas que hacen daño y manipulan constantemente estarían sufriendo respecto a las que reciben ese daño y no a la inversa. Solo tienes que echar un vistazo a tu alrededor para darte cuenta de que el mundo dista mucho de ser justo y de recompensar a los que sufren. ¿Cómo actuar entonces?
Sufrir no nos hace necesariamente más fuertes
Creer que si lo pasas mal y sufres la vida te traerá todo lo bueno que necesitas y mereces es como pensar que si cojo un papel y digo que es dinero podré comprar con él como si lo fuese. Es una creencia en cierta manera delirante y destructiva que nos imponemos a nosotros mismos, como si sufrir fuese una especie de bendición.
Muchas personas llegan a asustarse cuando las cosas están en calma y van realmente bien. Están en un estado continuo de alerta e insatisfacción, como si esa fuese la actitud que les fuese a reportar más beneficios. Como si pensar continuamente en lo malo que puede suceder augurara una mayor felicidad futura.
“Tenemos que ser sufridoras, sensibles, se nos perdona muy poco el sentido crítico y la sátira. Estamos hechas para sufrir y compadecernos de los demás y ser piadosas. Y sufrir no nos hace más fuertes sino que normalmente nos debilita. Igual que la pobreza, que, en lugar de provocarnos justa ira, resentimiento y espíritu revolucionario, lo que nos hace es más débiles y nos quita capacidad de reacción y nos va restando las fuerzas”
-Marta Sanz-
Dentro de la perspectiva sistémica de la psicología se analiza el arraigo de esta forma de pensar y actuar, que a menudo encuentra su anclaje en mensajes dentro de la misma familia. El castigo no enseña nada a los niños si no se acompaña de una práctica restitutiva o positiva.
El niño debe entender que para remediar algo que ha hecho mal tiene que reparar lo que ha dañado o hacer algo positivo que compense ese acto, de forma inmediata y contingente a la conducta indeseable. Si simplemente lo castigamos para que sufra, entenderá que la reparación del daño reside en el aguante del sufrimiento que el castigo le impone. Interiorizamos desde pequeños que sufrir pasivamente es lo correcto.
Sustituye el autocastigo por acciones valiosas
Si deseas algo mejor para tu vida, pon en marcha las estrategias y habilidades que posees para que eso suceda. Esperar sentado a que el mundo identifique tu dolor para recompensarte por él es una idea falsa.
En muchas ocasiones la depresión se basa en esa sensación de indefensión aprendida: creemos que hagamos los que hagamos nada mejorará las cosas, porque nunca ha sucedido así antes. Es el momento de pensar cuáles fueron tus estrategias con anterioridad. Si tenías una actitud pasiva ante las adversidades y tirabas la toalla a la menor dificultad o si las afrontabas de forma activa.
El sufrimiento suele atraer más sufrimiento, es una cuestión de inercia. Debilita nuestro sistema inmunitario, que no guarda ya energía para las situaciones de peligro real, pues constantemente nos situamos en un plano de alerta, desconfianza y tensión.
Un dolor interno que deseamos que algún día cambie, cuando la única forma de mejorar es no esperar que las cosas sucedan para recompensarnos tan solo porque hemos estado pasándolo mal. Si quieres refuerzos tienes que salir a buscarlos. La tristeza e inactividad son adictivas. Deja de sufrir, no te hace mejor persona, solo te causa dolor a ti y a los que les importas.
Cristina Roda Rivera
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