“La ley es simple. Cada experiencia se repite o se sufre hasta que la experimentas adecuada y completamente por primera vez.” – Ben Okri
Justo en el momento en que tenemos un encuentro con el enojo, con la tristeza, con el miedo, con la duda, con el dolor, en su estado puro, no filtrado y completamente natural; sin el intento de evitarlo, ni de adormecernos ante él, sin manipularlo de alguna forma, sin convertirlo en nuestro enemigo, ese ciclo del karma relacionado a ese aspecto en particular de la experiencia, se rompe.
Cuando hay resistencia hacia aquello que ya es, cuando se trata de evitar lo que surge en la vida, cuando se rechaza alguna experiencia, cuando uno rehúsa a convivir con ESTO tal y como es, ese enojo puro, natural, se solidifica como “mi enojo”, y nace entonces una (falsa) identidad. Ahora me identifico como “el que está enojado” (o “el que está frustrado” o “el miedoso”, y así sucesivamente.) He olvidado que soy ese vasto espacio de consciencia en donde todas las sensaciones y sentimientos tienen el absoluto permiso de surgir. Olvidé que lo que realmente soy es por naturaleza algo no identificable e incapaz de juzgar… ¡sin tener que “intentar” serlo! Olvido mi verdadera identidad como la vida misma. Olvido la vastedad y me identifico como una “cosa” muy limitada, un objeto dentro del tiempo y el espacio. Es aquí donde nace el karma. Y donde empieza la violencia.
La historia del karma, la historia de la causa y el efecto, es la historia de “Este objeto o persona HIZO que me enojara”. Repito la historia una y otra vez, me la repito a mí y a los demás, a través de mis palabras y mis acciones. Estoy inconscientemente jugando el papel de “la persona enojada”, y entonces ¡ahora voy por todos lados buscando cosas y personas con QUIEN enojarme! Árboles, coches, animales, palabras —cualquier cosa vale. Si no hubiera objetos o personas con QUIEN enojarme ¿cómo podría yo reconocerme como “el enojado”? ¡Por eso es que creo que debo alimentar esa identidad! Me protejo a mí mismo de la muerte de esa identidad proyectando mi enfado hacia todo y todos los que veo. Ahora viene hacia mí un momento eterno de enfado y así es como el ciclo comienza. Me identifico como una persona separada. Años después pudiera yo seguir regurgitando la misma historia, repitiendo la experiencia incansablemente, regurgitando la historia de “yo y mi enojo” y la justificación acerca de porqué es que estoy enojado, lo mal que todo salió, lo horrible o terrible que tal o cual persona hizo. Puedo repetir esto a mis hijos y ellos lo repetirán a sus hijos y la identificación pasará a través de las generaciones, y el círculo del prejuicio y la violencia se mantendrá intacto. Ese es el verdadero significado de la reencarnación.
Y todo esto continúa hasta que el ciclo se rompe, en el momento, a través de la profunda aceptación de lo que surge. El Amor, en el sentido profundo de la palabra, destruye el karma. En la absoluta aceptación, esa energía pura de vida que llamamos “enojo” (o miedo, o dolor…) es aceptada profundamente conforme surge en el momento, y es reconocida como yo mismo. Esa sensación natural está profundamente aceptada a estar aquí para que viva su breve existencia y que muera a su debido tiempo. La etiqueta “enojo” ni siquiera tiene la necesidad de surgir ya que ninguna etiqueta es necesaria en el misterio de esto.
Y estas etiquetas, si es que llegan a surgir, son también bienvenidas como parte del misterio. La sensación es bienvenida, y tiene permiso de estar y permiso de pasar con su propia dulce forma. La intensidad de la vida se recibe con un bello abrazo. Los pensamientos, sensaciones y sentimientos surgen en el océano que somos, los “hijos” de la consciencia, como yo les llamo —si, ¡la consciencia es el padre supremo!— no se abortan, no se les aplica la eutanasia, no son negados. Se les honra. Se les conoce en presencia. Nunca se convierten en enemigos. Y así, nunca nos identificamos como seres limitados. “El enojado” jamás nace —sólo hay un momento de enojo. “El frustrado” nunca tiene porqué surgir —sólo surge un momento de frustración. “La víctima del dolor” jamás tiene la oportunidad de echar sus raíces —hay sólo esa fuerte sensación a la que llamamos “dolor”. Y todas esas olas surgen y se disuelven en el vasto océano que somos, nunca se vuelven “permanentes”. “El herido” se reconoce ahora por la imagen transitoria que realmente es. “La víctima” es sólo una historia, aquí en la vastedad que tú eres.
El recuerdo de esta vastedad —que es la vastedad que nos compone a todos— reverbera a través de las generaciones. El karma nunca se crea y de la misma forma tampoco se transmite. Tú no te reúnes con tus seres amados como “la persona enojada” o “el herido” o “el temeroso”, sino como la vastedad ilimitada en donde la ira, el miedo, el dolor, la duda, en donde toda energía es profundamente permitida a surgir y caer. Sanándote a ti mismo de una identificación errónea, otros sanarán automáticamente gracias a “ti”.
El karma ya no se “genera” y así, el ciclo se rompe. Un momento presente no es sólo un momento presente. Es precioso y sagrado y está preñado de potencial. Es una invitación a liberar a tus seres queridos de “ti”, ahora y en las generaciones futuras al dejar de participar en la creación del karma. Liberándote a ti de esa manera, liberas al universo para siempre.
Por: por Jeff Foster Traducción de Tarsila Murguia
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