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viernes, octubre 12, 2018

La relación entre el aislamiento y el victimismo

El victimismo, entendido como aquel disfraz que nos permite llamar la atención sobre lo desamparados y mal que estamos, es muy dañino. En la mayoría de las ocasiones, se convierte en una estrategia para no hacernos responsables de lo que sucede en nuestra vida. Es decir, en última instancia hablamos de una manera de evitar crecer.

 
 
Esta forma de actuar, quizás, la hayamos visto en algún miembro de nuestra familia. Tendía aislarse, a estar solo y sentirse mal por ello. Con esto, puede que nos surja la siguiente pregunta: ¿existe alguna relación entre el aislamiento y el victimismo?

Cuando una situación nos sobrepasa, es normal sentirnos perdidos y con poca o ninguna capacidad para controlar lo que nos sucede. No tienen por qué ser algo objetivamente dramático (Ej. No encontrar un trabajo o que nuestros amigos no nos hayan invitado a un evento).

El malestar que esto nos genera puede hacer que nos sintamos víctimas de lo que ha ocurrido. No obstante, tras unas horas o pocos días, debemos ser capaces de alejar ese sentimiento de nosotros. En el caso de que esto no ocurra, corremos el riesgo de adoptar determinados hábitos poco saludables. Uno de ellos es el aislamiento.
 
El aislamiento es una forma de victimismo

Cuando hablamos de aislamiento, nos referimos a un acto voluntario. Decidimos refugiarnos en casa o no quedar con nuestras amistades por diversos motivos que tiene que ver directamente con nosotros mismos. En este tipo de situaciones tendemos, muchas veces, a autoengañarnos. Creemos que los demás nos dejan de lado cuando, en realidad, somos nosotros los que estamos evitando los compromisos sociales.

Aquí somos nosotros quienes necesitamos sentir que somos importante para alguien, que si nos alejamos el otro nos buscará. Es entonces cuando nos sentimos solos, sin realmente estarlo o sin que realmente lo estuviéramos antes de alejarnos.

“Si actúas como una víctima, es probable que seas tratado como tal”.
-Paulo Coelho-

El aislamiento nos ayuda a acrecentar esa sensación de que somos víctimas evitando que aceptemos la responsabilidad de lo que nos ocurre. Sin embargo, ¿qué influye más? ¿El aislamiento en el victimismo o viceversa?

Lo cierto es que el aislamiento y el victimismo se retroalimentan. Si nos aislamos es muy probable que terminemos sintiéndonos víctimas de lo que nos ocurre. Si nos sentimos víctimas, la probabilidad de terminar aislándonos de los demás es grande.

El aislamiento y el victimismo se retroalimentan. Al distanciarnos de los demás es muy probable que acabemos sintiéndonos víctimas y si en algún momentos nos sentimos así, es muy posible que terminemos aislándonos.
 
Motivos por los que nos alejamos de los demás

Aunque entendamos el aislamiento como un hecho derivado de encerramos en casa y no querer ver a nadie, lo cierto es que esto va mucho más allá. A continuación, vamos a ver algunos de los motivos por los que nos aislamos y por qué esto nos lleva acrecentar el sentimiento de que somos víctimas:
  • Nos aislamos de los demás para sentirnos mal: aunque parezca absurdo, si somos personas victimistas nos aislaremos para potenciar ese sentimiento de “nadie me quiere”, “me ignoran”, “no cuentan conmigo” o “no valgo para nada”.
  • Buscamos una distancia física y emocional: el hecho de encerrarse en casa o rechazar determinados compromisos es una forma de no tener contacto con las demás personas. Ver cómo continúan con sus vidas y que respetan que nos hayamos querido aislar dándonos espacio duele y esto se utiliza para aumentar la sensación de ser víctimas.
  • Deseamos llamar la atención: el aislamiento y el victimismo pueden utilizarse para que “los demás vengan a mí”. Lo que suele ocurrir es que esto no suele suceder o, si pasa, las personas que se intentan acercar recibirán siempre una negativa o un “no”. Esto nos hará sentirnos aún más víctimas de lo que nos ocurre.
 
La zona de confort en el aislamiento y el victimismo

Una de las razones por las que nos cuesta tanto salir de ese papel de víctimas que hemos adoptado es porque ahí se encuentra nuestra zona de confort. Nos quejamos, nos lamentamos, pero no hacemos nada para cambiar la situación que estamos experimentando.

Como bien dice Maximiliano Hernández Marcos en su artículo El victimismo, un nuevo estilo de vida. Intento de caracterización, “Este auge del victimismo en las últimas décadas pone de manifiesto que no estamos ante una moda social de corto vuelo, sino más bien ante una mentalidad dominante“. 
 
Si tan grave es la situación, ¿qué podemos hacer ante esto?

Cuando nos aislamos en lugar de decir “sí” a la petición de nuestros amigos para salir por la noche, decimos “no” solo para aumentar esa sensación de “qué solo me siento”. El problema es que los únicos que lo están pasando mal y que no son felices somos nosotros.  
 
Dar el primer paso

Para salir del aislamiento y el victimismo es muy importante empezar a adoptar determinadas medidas en las que es muy recomendable que nos acompañe un profesional. Este nos facilitará algunas herramientas para salir de ese hoyo en el que nos hemos sumergido y del que creemos que no seremos capaces de salir.

El primer paso es el más difícil de dar, pero el más valioso. Para empezar, tenemos que sacudirnos de encima todo aquello que nos está haciendo que nos sintamos víctimas. Para conseguirlo, una buena idea es revisar las creencias que tenemos, cuestionarlas y tirar a la basura aquellas que solo nos ofrecen dolor y sufrimiento.

Tras esto, llega el momento de abrirle un espacio a lo nuevo (al principio nos puede costar). La zona de confort puede llegar a ser muy atractiva y siempre nos hará creer que “no nos apetece” o “estoy muy cansado” o “voy a sentirme incómodo”. Sin embargo, los viajes al otro lado merecen la pena.

Raquel Lemos Rodríguez

jueves, octubre 11, 2018

3 lecciones zen sobre el miedo

Las lecciones zen sobre el miedo son también lecciones sobre el ego. Dicen los maestros de esa disciplina filosófica que si el ego tuviera motor, el miedo sería su combustible. Para ellos, en realidad no se puede hacer un gran inventario de miedos, sino que estos se reducen a solamente tres. Y los tres tienen que ver con lo que llamamos “yo”.

 
 
Desde esta perspectiva, todos los miedos que experimentamos los seres humanos tienen dos raíces bien definidas: el apego y la ignorancia. El apego nos hace vulnerables, porque implica fijar nuestra mente, nuestras emociones y nuestro deseo en algo externo. Por supuesto, esto entraña una primera forma de temor: el de perder aquello a lo que estamos apegados.

La ignorancia, por su parte, nos sumerge en un estado de incertidumbre y duda que facilita la aparición del miedo. El no reconocer el riesgo o el peligro de manera precisa y el no entender cuál es el camino para enfrentarlo, conduce a que nos sintamos invadidos de inseguridad y temor. Las lecciones zen sobre el miedo nos dicen que hay tres temores que surgen de esas dos raíces básicas. Son los siguientes.


“La fuente de todo nuestro temor proviene de nuestras propias mentes descontroladas o delirios”.
-Buda-
 
1. Conservar la vida, una de las lecciones zen sobre el miedo

La primera de las lecciones zen sobre el miedo nos indica que el temor más básico del ser humano es a perder la vida. Identificamos la pérdida de la vida, básicamente como la pérdida del cuerpo. Somos seres físicos y esa es nuestra realidad más elemental. Habitamos nuestro cuerpo y el miedo a perderlo es el miedo a dejar de ser.

Este miedo equivale al miedo a la muerte. Sin embargo, la muerte no es solamente la finalización total de nuestras funciones orgánicas. También hay, por así decirlo, otras escalas de pérdida del cuerpo en el camino hacia la muerte. Por ejemplo, se pueden perder capacidades, o la juventud, o el funcionamiento normal del organismo o la autoimagen.

Las lecciones zen sobre el miedo nos indican que el temor a perder la vida se puede hacer desaparecer a través del mismo cuerpo. Ese miedo es físico y si se destierra del cuerpo, sale también de la mente. Lo que se debe hacer es atender a las sensaciones corporales del miedo. Luego respirar abdominalmente, tranquilizar el latido del corazón y relajar los músculos.

2. Perder el yo

El miedo a la pérdida del yo es también lo que podría llamarse miedo al cambio. Llegamos a creer que somos lo que acostumbramos ser. Las actividades que realizamos habitualmente, los espacios que ocupamos día a día, las personas que vemos cotidianamente.

Nos acostumbramos tanto a vernos de esta manera, que sentimos un fuerte temor si el contexto cambia y quedamos expuestos a la novedad. Es entonces cuando emerge el miedo a perder el yo, a no saber qué hacer ni cómo actuar. Es una especie de miedo a diluirnos, a no ser.

Las lecciones zen sobre el miedo insisten en que este miedo también puede erradicarse mediante ejercicios de respiración abdominal. Desde esa perspectiva, el abdomen es la fuente del valor. Dicen ellos que de allí es de donde emerge “el rugido de la vida”, es decir, nuestra tranquilidad y nuestro coraje. Aconsejan hacer una respiración más profunda (abdominal) cuando se sienta este tipo de temor.

3. Miedo al sufrimiento

En general, se le llama sufrimiento a todo aquello que origine un extremo desgaste del sistema nervioso, produciendo una sensación displacentera y agobiante. Tiene que ver con carencias, limitaciones y frustraciones o deseos insatisfechos. Puede ser muy intenso y, en esos casos, llega a invadirnos y a paralizar otros aspectos de nuestro ser.

El camino para vencer el temor a sufrir, según las lecciones zen sobre el miedo, es el de trabajar por nuestro crecimiento espiritual. Cuando nos ubicamos en una perspectiva en la que todo lo que nos sucede es una oportunidad para evolucionar, desaparece poco a poco el miedo a sufrir. Se trata de ver el dolor físico o emocional como algo pasajero que nos ayuda a ser mejores.

Los maestros zen nos indican que el sufrimiento es un fenómeno que está en la mente. Es cada persona quien le otorga un significado positivo o negativo a las experiencias que vive. Por lo tanto, de cada quien depende cuánto está dispuesto a sufrir. De acuerdo con ello, el miedo al sufrimiento crece o disminuye.

Estas lecciones zen sobre el miedo nos recuerdan que somos nosotros mismo quienes alimentamos los temores, o trabajamos por bloquearlos. El mayor alimento de los miedos es la imaginación sin información. También la resistencia a los cambios y a los ciclos naturales de la vida. Finalmente, hay situaciones ineludibles y por mucho miedo que les tengamos, o por mucho que las eludamos, siempre nos alcanzarán.

Edith Sánchez

miércoles, octubre 10, 2018

Preocupación por el futuro: el estrés por lo que aún no pasa

La palabra preocupación conlleva a una anticipación angustiosa por algo que aún no ha sucedido, además lleva a la persona a un estado de aprensión o alerta ante la eventual ocurrencia de una situación amenazante. Lo increíble de esto es que, generalmente, la amenaza no era cierta, era menos probable o intensa de lo que pensábamos, y terminamos dándonos cuenta que nos preocupamos en vano.

Algunas personas parecen vivir más focalizadas en el futuro, en lo que aún no sucede, que en el presente. Esto aumenta las probabilidades de error al afrontar las demandas de la vida cotidiana, por no tomar en consideración todo lo que esto implica. Es como si se viviera en el futuro y se olvidara del presente.

La preocupación es un proceso mental donde imaginamos lo peor que puede pasar ante una determinada situación que nos provoca cierta perturbación o inquietud. Se da en casi todos los contextos de la vida: cuando vamos a tener una cita, un examen, una entrevista de trabajo, cuando vamos a emprender una tarea nueva o cuando esperamos que algo pase. La preocupación nos lleva a percibir más amenazas de las reales y a minimizar las posibilidades y capacidades de afrontamiento ante el hecho, lo que nos conduce a una percepción negativa o pesimista de aquello que aún no ocurre. Percibimos como si estuviéramos en un constante peligro, y aunque al ocurrir la situación la evidencia nos muestra que no era tan peligrosa, en la siguiente ocasión reaparece la preocupación como fantasma terrorífico que nos llena de miedo. En este caso, la evidencia pierde credibilidad y nos dejamos llevar por las percepciones de amenaza que nos carcomen.

Uno de los principales problemas de las preocupaciones es que pueden convertirse en hábito al considerarlo un efecto natural como consecuencia de las anticipaciones negativas que hacemos ante el futuro. Es más, algunas personas tienen miedo de no preocuparse, por temor a volverse irresponsables y descuidados consigo mismos. La preocupación es una construcción de la mente que en principio ayuda al sujeto a prepararse para afrontar una situación, pero que al focalizarse en el potencial amenazante de la misma se convierte en obstaculizador para asumir acciones pertinentes frente al hecho.

Una paciente, un tanto obsesiva, me discutía que a las personas precavidas les suceden menos problemas que a los no precavidos. Se ponía ella como ejemplo, pues decía que durante toda la vida se acostumbró a anticiparse a lo que podía suceder y que esto le permitía evitar los peligros. Le pregunté entonces, si para viajar, ella se preparaba tan bien que no se le pasaba ningún detalle. Me dijo con cierto orgullo: “Así es, cuando voy a salir, empaco todo lo que creo que necesito. Mientras los demás llevan un maletín pequeño para ir un fin de semana a una finca, yo llevo hasta tres maletas, porque sé que yo misma o alguien podrá necesitar de lo que lleve: medicamentos, frazadas, colchonetas, alimentos, elementos de modistería, juegos de mesa, y cuanta cosa se me ocurre”. En la discusión ella terminó aceptando que su viaje era un tanto “encartador”, incómodo, y que mientras los demás parecían disfrutar de la salida, ella estaba pendiente, preocupada, de lo que ocurría en su entorno, observando factores de riesgo en todo momento y esperando de manera irracional desenlaces negativos que por lo general no sucedían.

Le pregunté si disfrutaba de esas salidas, y me dijo que sentía que los demás parecían disfrutar más, pero que para ella “adelantarse a los peligros, era una forma de disfrute”, una forma de ocultar la angustia que le producían los pensamientos amenazantes que siempre la acompañaban.

Ser precavido puede facilitar el adelantarnos a la ocurrencia de algunos peligros, pero no debe nublarnos en la posibilidad de permitir que ocurran ciertas cosas de manera espontánea y desprevenida, para no coartar el desenlace natural de las situaciones.


Las alarmas percibidas en una situación pueden servirnos para preparar estrategias de afrontamiento que resultan funcionales si las alarmas son ciertas, es decir, si están soportadas en evidencia empírica ante el hecho. Sin embargo, la mayoría de las veces percibimos falsas alarmas, bien sea porque nos inventamos amenazas ante una situación inofensiva o porque aumentamos el potencial amenazante de una situación. Esto se reafirma en la cantidad de veces que evitamos enfrentarnos a algo a lo que le temíamos, y al atrevernos a hacerle frente, nos damos cuenta de que no era tan amenazante como pensábamos o que dentro de nosotros contábamos con estrategias suficientes para enfrentarlo que no reconocíamos.

Hace tiempo aprendí esta gráfica que ilustra muy bien cómo es la relación anticipada de las amenazas de una situación:



El futuro es una proyección del presente. Hoy estás sembrando lo que mañana cosecharás. Sin embargo, aún con los mayores cuidados en la siembra, no siempre la cosecha es lo que se espera. El éxito de nuestras acciones es un 90 % de empeño, 5 % de suerte y 5 % de influencia externa, incluyendo a los demás. Un buen desempeño no garantiza el éxito pero aumenta las probabilidades de logro.

Como nos menciona Medina (2006): “Una visión de futuro no es una falsa promesa ni cualquier cosa que alguien se pueda imaginar acerca del mañana. Es una imagen estructurada del porvenir, transformadora y con potencial de realizar en la práctica un proyecto de vida”. Está en cada uno percibir el futuro como una amenaza o una oportunidad. Si lo percibes como amenazante, te focalizarás más en el afuera, y te prepararás de manera defensiva para afrontarlo. Si percibes el futuro como una oportunidad, te focalizarás en ti y en el repertorio de estrategias con que cuentas para aprovechar cada opción que se te presenta, lo que te permitirá construir un porvenir aportante a tu proyecto de vida. Depende del color del cristal con el que mires cada situación que tienes enfrente.

Walter Riso, en su libro De Regreso a Casa (2003), nos señala que las personas que viven en función del futuro tienen una lucha incesante por alcanzar las metas y oportunidades de éxito en el menor tiempo posible y a costa de cualquier cosa, lo que genera una enorme tensión por la presión de obtener necesariamente el éxito. Si unido a esta necesidad, la persona cree no tener las condiciones y capacidades suficientes para salir adelante, entonces se anticipará negativamente ante los hechos y tendrá una sensación de fracaso antes de emprender el afrontamiento de la situación, lo que aumenta las probabilidades de derrota en cada hecho.

Alvin Toffler, autor del Best Seller El Shock del Futuro (1970), fue uno de los primeros en afirmar que el grado tan acelerado de cambios tecnológicos y sociales es un generador de estrés en tanto la sobrecarga informativa a la que estamos expuestos cada vez más, nos lleva a estados permanentes de estrés y perturbación. Es cierto que vivimos en un mundo cada vez más acelerado y que las demandas a las que nos exponemos son cada vez mayores, pero esto no debe llevarnos a la desesperación ni a asumir que todo está perdido. Por caótico que parezca el entorno, siempre hay formas adecuadas, confortables y no estresantes de afrontar las situaciones. Siempre tenemos la oportunidad de asumir que las cosas pueden mejorar.

Uno de los problemas principales a los que nos lleva este acelere mundial es que dedicamos nuestra atención a buscar la forma de responder ante las demandas del medio y nos olvidamos de nosotros mismos. Gastamos nuestros pensamientos en las expectativas que se tienen de nosotros y cómo responder ante ellas, antes que pensar en nuestros intereses, anhelos y necesidades personales. Si nos volcamos hacia nosotros mismos y nos convertimos en el centro de nuestra existencia, bajaremos la presión por responder a las exigencias externas y podremos retomar la calma que se encuentra en nuestro interior. La mejor manera de encontrar estados de placidez es desprendernos por momentos del entorno exterior, cerrar los ojos y entrar en sí mismos para crear un lugar de paz en nuestro interior.

Debemos reconocer que el mundo no es necesariamente como esperamos que sea, la adversidad es en muchos casos inevitable y la felicidad no se obtiene al tener menos problemas sino al aprender a sortear los que se nos presentan. Como menciona Sanabria (2016), en el texto Cómo vencer la preocupación: “Los obstáculos son parte del camino, son inevitables, pero debemos aprender a lidiar con ellos. Las adversidades generan en el corazón humano muchas reacciones, pero la angustia y la preocupación son emociones que impiden tener una mejor perspectiva de la situación y por tanto no podemos responder debidamente”. Aprender a controlar las reacciones de preocupación, reconocernos en potencialidad y mejorar la confianza en nosotros mismos, son claves para promover equilibrio y bienestar en nuestras vidas.

Reconocer que en ocasiones el futuro se presenta como incierto, que no podemos prever necesariamente cómo ocurrirán las cosas, le da un matiz de suspenso a nuestra vida, y en ocasiones es menester dejar simplemente que las cosas sucedan, sin preparación alguna, para definir luego cómo nos las arreglamos en el propósito de superar lo que en realidad suceda.

Para finalizar, se mencionan algunos tips, a manera de sugerencias, para tener un mayor control sobre nuestras reacciones de preocupación y eliminar el velo de amenaza con el que afrontamos nuestro futuro.

Algunos tips para manejar el estrés ante el futuro son:
  • Ten en cuenta que la preocupación es una construcción de la mente, nosotros somos los artesanos. Así como creamos en nuestro interior estados de preocupación, también podemos construir estados de bienestar.
  • Cada obstáculo y cada adversidad representa una oportunidad de crecimiento y de madurez en nuestra vida, si se afronta con confianza y madurez.
  • En cada situación siempre hay más de una manera de afrontarla. Es nuestra decisión si nos dejamos llevar por la preocupación o si asumimos con entereza y tranquilidad cada situación para poner en escena estrategias de afrontamiento enriquecedoras.
  • Todo pasa. Debemos asumir que por dolorosa que sea una situación, esta no será eterna. Lo que nos resulta perturbador en un momento, tal vez represente algo anecdótico después.
  • La clave para disminuir el estrés es asumir que la preocupación es inoperante, pues obstaculiza nuestras posibilidades de acción ante una situación. Antes de ocurrir un hecho, no tiene sentido preocuparse, pues no podemos poner en juego nuestro repertorio de afrontamiento. Sí podemos prepararnos y visualizar el hecho de manera realista y prever las demandas derivadas de la situación y las formas racionales de afrontarla.
  • Confiar en uno mismo, en sus propias capacidades y valorar los logros que tenemos al afrontar diversas situaciones, nos llena de confianza para creer que podemos afrontar cualquier situación y, de presentarse alguna amenaza, podremos sortearla con suficiencia.
  • Si en alguna ocasión consideramos que no disponemos de las suficientes estrategias y capacidades para hacer frente a una acción que debemos afrontar, tal vez un poco de ayuda nos venga bien. Buscar ayuda no es sinónimo de debilidad, sino una forma de prepararse para asumir los retos que nos depara la vida.
  • Es posible entrenarse en técnicas y estrategias de autocontrol. Aprender técnicas de respiración, meditación, visualización mental y relajación son claves para relajarnos y descentrarnos de las anticipaciones amenazantes que nos preocupan.
  • No todo sale como esperamos, y en ocasiones podremos hasta experimentar el fracaso. Si es así, no es señal de que las cosas indefectiblemente fallarán en el futuro, sino que, por el contrario, de volverse a presentar, tal vez estemos mejor preparados para hacerles frente. 
 
Por: Dr. Rodrigo Mazo Zea

martes, octubre 09, 2018

Qué Es la Fe en Realidad y Cómo Conectar con Su Enorme Poder Creativo

Hoy hablaremos de qué es la fe en realidad y de cómo aprovechar su gran poder.

 
 
Este es un tema sobre el que hay una cierta confusión, porque la mayoría de personas tenemos una visión un poco distorsionada de la fe.

En general, solemos pensar que tener fe implica confiar en la existencia de un ser externo que nos ayuda si creemos en él. Y a partir de aquí, hay diferentes posturas al respecto: algunas personas creen que es cierto, otras creen que no hay pruebas y que no tiene sentido creer en algo sin pruebas, otras personas tienen dudas, etc.

Pero, en el fondo, la verdadera fe no es esto. Tener fe no es creer en un ser externo y ya está.

Es algo muchísimo más profundo.

Y juega un papel crucial en nuestro camino aquí.
 
Qué Es la Fe en Realidad

Para ilustrar qué es la fe en realidad, utilizaremos un ejemplo.

Imagínate una situación en la que varias personas tienen que entrar dentro de una habitación completamente oscura. El motivo por el cual tienen que entrar es importante, así que no lo pueden eludir. Pero no ven absolutamente nada dentro de ella y no saben qué encontrarán en su interior.

La pregunta es: ¿qué actitud crees que adoptarán al entrar?

Pues dependerá de las creencias que tenga cada una… En función de cómo vea la vida, cada persona adoptará una actitud diferente.

Quizás una tendrá miedo de que haya algo peligroso y se quedará bloqueada en la puerta mucho rato…

Otra no tendrá miedo, pero entrará andando muy lentamente y tanteándolo todo con las manos, porque le preocupará chocar con algo…

Otra entrará con confianza porque, aún no viendo lo que hay dentro, tendrá fe en que una fuerza externa la ayudará…

Otra intentará encontrar alguna “prueba” de lo que hay dentro antes de entrar, y sin pruebas se negará a avanzar…

Hay diferentes maneras de enfocar la situación. Pero, si te fijas, todas estas actitudes tienen un punto en común: la creencia de que, antes de entrar en la habitación, lo que hay en ella ya existe.

Esto es lo que creemos la mayoría de nosotros: que el mundo material es algo externo a nosotros, y que es de una manera u otra independientemente de nuestra actitud.

Pero esto no es cierto.

Y este punto es clave para entender la verdadera fe.

En realidad, dentro de la habitación no hay nada.

Lo que encontraremos lo crearemos al entrar.

Si entramos en la habitación con miedo, encontraremos cosas que justifiquen ese miedo. Si entramos con precaución para no chocar con nada, encontraremos cosas con las que chocar. Si entramos confiando en que un ser externo nos guiará, encontraremos situaciones en las que parecerá que solos no nos valemos.

La actitud con la que entramos determina lo que encontramos dentro.
 
El Papel de la Fe en Tu Vida

El ejemplo de la habitación es importante para entender nuestra vida, porque se parece mucho a lo que vivimos diariamente en este planeta. Cada día de nuestra existencia es como una habitación oscura: nos levantamos por la mañana, entramos en un nuevo día y no sabemos qué sucederá en él.

La gran pregunta es: ¿qué actitud adoptamos ante esto?

La mayoría de nosotros creemos que el mundo exterior ya existe y que es de una manera u otra independientemente de nosotros. Y a partir de aquí, adoptamos diferentes actitudes.

Muchas personas tienen miedo, porque creen que hay cosas peligrosas por el mundo.

Algunas van con mucha precaución, y no hacen nada si no tienen “pruebas” primero.

Otras personas confían que una fuerza externa las protegerá de lo que puedan encontrar.

Las actitudes que adoptamos son diferentes de una persona a otra, pero casi todas parten de la creencia de que el mundo que nos rodea tiene existencia propia más allá de nosotros. Creemos que la “habitación” ya está llena antes de entrar.

Pero no es así.

La habitación la llenamos nosotros cada día. Y decidimos cómo la llenamos con nuestra actitud.

Este es un tema muy profundo del que hemos hablado varias veces en el blog. Todo el universo es una unidad. Y como parte de esta unidad que somos, creamos todas y cada una de las experiencias que vivimos.

No somos seres insignificantes y aislados. Somos seres unidos a todo el universo, y tenemos la capacidad de crear todas las cosas que podamos imaginar.

Así que no tenemos ninguna necesidad de ir por la vida con miedo de chocar con algo, ni tampoco de esperar que algo externo nos ayude.

Podemos encender nuestra luz interna e iluminar completamente nuestro entorno.

Esto es lo que hemos venido a hacer aquí.

Y en esto consiste la verdadera fe.

Un gran abrazo,

Jan

lunes, octubre 08, 2018

Cuando eres infeliz en el trabajo ¿qué hacer?

Disfrutar de un empleo que nos permita ganarnos la vida (sin perderla) no siempre es fácil. Podríamos decir incluso que cuando uno es infeliz en el trabajo bastaría sin duda con buscar uno nuevo, sin embargo, en vista de las complejidades del mercado laboral ese paso tampoco resulta sencillo. Todo ello explica por qué cada vez son más frecuentes las enfermedades mentales asociadas al trabajo.

 
 
Estudios como el publicado en la revista Economic Research nos recuerdan la evidencia de algo tan lógico como comprensible: la satisfacción personal de los trabajadores mejora el desempeño de una organización. Es decir, un trabajador feliz al que se le reconocen sus competencias y esfuerzos es capital humano para toda empresa. Ahora bien, algo tan meridianamente claro parece no tener una correlación significativa con parte del escenario laboral que se abre en la actualidad ante nosotros.

Un gran número de organizaciones pasa por encima el valor de los trabajadores para centrarse solo en los resultados y en el alcance de los objetivos. Disponemos de entidades económicas y productivas basadas casi en exclusiva en liderazgos verticales, rígidos, tradicionales y faltos de inteligencia emocional. Así, y en caso de que no nos adaptemos a esos engranajes inflexibles seremos rápidamente sustituidos por un nuevo empleado, reciclando así la mano de obra en un sistema cada vez más competitivo.

Estas dinámicas laborales donde se valora más la productividad que el bienestar y el mantenerse en el mercado que la capacidad para innovar, crear y valorar el potencial del empleado, provoca que a día de hoy los trastornos psicológicos asociados al trabajo no dejen de crecer. De hecho, la principal fuente de estrés de nuestras vidas proviene del trabajo.

Es más, estudios como el publicado en la revista The Scientific World Journal nos recuerda que la infelicidad laboral afecta a nuestra salud y altera todos nuestros hábitos de vida (alimentación, descanso, ocio…). ¿Qué podemos hacer por tanto en este tipo de situaciones tan comunes?

“Cuando el trabajo es un placer la vida es bella. Pero cuando nos es impuesto, la vida es una esclavitud”.
-Maxim Gorki-

Soy infeliz en el trabajo (y no soy el único)

Ser infeliz en el trabajo implica a menudo ser infeliz también en la vida. Un empleo ocupa gran parte de nuestro tiempo y crea además una visión de nosotros mismos, una imagen que debería dignificarnos. Así, el hecho de despertarnos cada mañana con la angustia de acudir a una ocupación que nos genera ansiedad, presión, baja motivación y nula satisfacción nos sume en un estado psicológico poco saludable y hasta peligroso.

Como curiosidad, en el 2017 se realizó un estudio en Estados Unidos para averiguar cuál era el nivel de satisfacción personal de los empleados de un gran número de empresas del país. Los resultados del informe fueron tan llamativos como desoladores:
  • El 75 % de los trabajadores estaba buscando nuevos trabajos para dejar el que ya tenían.
  • El 77 % declaraba que quienes están más capacitados y aportan más a la empresa son ignorados.
  • El 44 % indicaba que los trabajadores más cualificados nunca se tenían en cuenta.
  • El 55% revelaba que su retribución no estaba a la altura de su desempeño.
Estos datos son más que ilustrativos de lo que sucede en gran parte del mercado laboral de muchos países. No obstante, veamos cuáles son las causas por las que uno puede llegar a ser infeliz en el trabajo.

Causas por las que no solemos sentirnos satisfechos en el trabajo
  • La retribución. El salario sigue siendo a día de hoy la principal causa de insatisfacción laboral.
  • Inseguridad en el trabajo. En la actualidad, la incertidumbre de si conservaremos o no el empleo dentro de unos meses es una de las mayores causas de estrés y angustia de la población.
  • Tipo de ocupación. Más allá del sueldo está sin duda el tipo de trabajo que llevemos a cabo. Puede que esté muy por debajo de nuestra formación, puede que no nos identifique, que sea rutinario, que nos someta a turnos rotativos complicados que afectan a nuestra salud y que nos imposibiliten incluso el tener alguna conexión social con otros trabajadores.
  • Clima laboral. Este aspecto es crucial para sentirnos o no satisfechos en un trabajo. Hay climas habitados por la presión y la competitividad. Escenarios con compañeros tóxicos, con gerentes abusivos…
  • Directivos con nulas capacidades. La dirección de una organización implica saber liderar, implica ser hábil a la hora de aprovechar las competencias de las personas, de incentivar, de crear climas productivos, respetuosos, de saber innovar… Si esto no se da o no sucede, es común sentirse infeliz en el trabajo.
 
Si soy infeliz en el trabajo ¿qué puedo hacer?

Cuando uno es infeliz en el trabajo pueden suceder dos cosas. La primera que se opte por abandonar ese puesto laboral. La segunda y más común, hacerse a la idea de que no queda otra posibilidad más que la de ajustarse a una ocupación ingrata a cambio de un sueldo. Ahora bien, tanto si elegimos la primera propuesta como la segunda, siempre cabe una tercera vía intermedia sobre la que reflexionar. Se trata de diferentes estrategias para mejorar (en la medida de lo posible) nuestra situación:
  • Mantener contacto con personas dentro de la propia organización que nos aporten positividad, compañerismo, motivación y energía positiva. Debemos evitar esos perfiles que nos contagian su mal humor y negatividad.
  • Averiguar si en la organización hay posibilidad de asumir otro tipo de trabajo, ya sea mediante ascensos o incluso en otra ocupación que nos resulte más atractiva.
  • Si tenemos un gerente, un directivo u otra persona que esté por encima de nosotros manteniendo un liderazgo tóxico y abusivo, mantendremos siempre los límites. Claudicar u obedecer ciertas cosas que nos denigran o que van en contra de nuestros valores es peligroso para nuestra integridad física y psicológica. En la medida de lo posible mantendremos siempre la propia dignidad.
  • Asimismo, es importante que una vez salgamos de nuestro trabajo, sepamos desconectar por completo. En la medida de lo posible debe evitarse el llevar con nosotros la presión, la preocupación y esas dinámicas laborales complejas.

Por último, hay que considerar ciertas banderas rojas. Límites que deben hacernos reflexionar sobre la idea de que, en ocasiones, es mejor dejar un trabajo antes de perder la salud. Si no se tienen en cuenta nuestros esfuerzos y valías, si el clima es tóxico y abusivo, la retribución es ínfima y percibimos que está afectando ya a todo ámbito de nuestra vida, lo mejor es buscar ya otras opciones. Ser infeliz en el trabajo es algo que nadie merece.

Valeria Sabater

domingo, octubre 07, 2018

Cargando con las proyecciones ajenas: las etiquetas

Las etiquetas son la forma más común y rápida que tenemos a nuestro alcance para hacernos una idea de la naturaleza de lo que tenemos delante y hacerlo, además, a simple vista. En este sentido son herramientas muy útiles. Pero etiquetar personas o autoetiquetarse supone asignar una tipología y unas características que pueden ser muy negativas, con independencia de que sean ciertas o no.

 
 
En algunas circunstancias pueden ayudar, pero en la mayor parte de los casos se limitan a categorizar a alguien sin demasiada precisión. Se asignan así unas características que probablemente no se tengan, aunque pueden llegar a tenerlas solo por la identificación con determinadas etiquetas.
 
Las etiquetas y el autoconocimiento

A pesar de la necesidad de utilizar nombres para categorizar conductas, hay que tener en cuenta que las etiquetas encasillan. Están basadas en estereotipos y generalmente nos conducen al desarrollo de un rol en muchos casos no es propio ni natural en la persona. “Vago”, “mala influencia“, “lento”, etc. Son algunas de las muchas etiquetas que se pueden imponer.

Muchas de ellas se colocan en edades muy tempranas. Son malas en la infancia, pero es la adolescencia cuando este fenómeno puede lastrar de manera importante el crecimiento. Además, en muchos casos son el resultado de las proyecciones y las carencias de los padres y los educadores. Reflejan así sus propias debilidades, pero también su falta de conocimiento y capacidad para lidiar con los niños en fases críticas de su desarrollo.

El resultado es que algunas personas pueden interiorizar estas etiquetas y comportarse “como se espera de ellas” incluso fuera del contexto en el que les han asignado esas etiquetas, atribuyéndose características que les han hecho desarrollar actitudes que nada tienen que ver en realidad con ellos. Estas actitudes, especialmente las más negativas, afectan de forma muy significativa a la autoestima, el autoconocimiento y la motivación.
 
El poder de las palabras

Las etiquetas pueden conducir a asumir roles y a interiorizarlos como propios a pesar de tener poco o nada de reales. Incluso cuando son positivas pueden generar una gran cantidad de estrés y ansiedad por las expectativas que arrastran. Se emiten juicios y atribuimos una serie de características a los demás porque hacerlo en muchos casos no hace la vida más fácil. Pero estas etiquetas, en muchos casos, son solo eso, juicios y opiniones subjetivas que no están bien fundamentadas.

Las etiquetas nos moldean como personas. Es posible que todos hayamos tenido un momento de debilidad sin que esa debilidad nos defina. Pues bien, las etiquetas van en el sentido contrario porque se adjuntan al “ser”. Identifican a los demás como egoístas o generosos, inteligentes o tontos. Cuando, que seamos más o menos inteligentes, más o menos generosos en muchas ocasiones dependen de las circunstancias y de la generosidad de los ojos que nos juzguen.

Imaginemos lo contrario. Cuando nos etiquetan como personas fuertes. Una etiqueta en principio positiva, deseable. Sin embargo, cuidado, porque puede hacer que nos juzguemos o juzguemos a los demás en un momento de debilidad. Etiquetarnos como personas fuertes también implica en parte privarnos de esos momentos y obligarnos a permanecer fuertes en todas las circunstancias. Esto acarrea una responsabilidad y unas expectativas propias y ajenas a las que es complicado responder.

Revisar las etiquetas

El proceso de revisión y superación de etiquetas requiere de cierto trabajo interior que pasa por el reconocimiento de aquellas que nos hacen mal o ya no nos sirven. Requiere de un análisis del autoconcepto en busca de aquellas características con las que cargamos y que poco se ajustan a la realidad. Por otro lado, en caso de que se ajusten, muchas veces es más fácil cambiar la realidad que las etiquetas. Aquello de que, siempre, algo queda…

El proceso pasa también por la elaboración de afirmaciones contrarias a estas etiquetas y la revisión de nuestras actitudes para comprobar si nuestra disposición renovada es acorde con la nueva configuración a la que aspiramos donde no cabe aquello que hemos decidido tirar y, por el contrario, sí lo hace aquello que hemos decidido incorporar.

¿Te animas a hacer este viaje?

Sonia Budner

sábado, octubre 06, 2018

7 factores que dañan la relación contigo mismo

Cuesta creer que existan factores que dañen la relación contigo mismo y que seas tú quien se encargue de alimentarlos. Al fin y al cabo, se supone que cada persona busca lo mejor para ella. Pero el ser humano es paradójico y muchas veces incomprensible, por eso en ocasiones actúa de formas que van en contra de su bienestar.

 
 
En nuestra vida adulta, la relación más importante es la que tenemos con nosotros. Se supone que hemos alcanzado los suficientes conocimientos y experiencia como para actuar con libre albedrío. Una libertad que en ocasiones usamos, de manera consciente o inconsciente, tomando medidas que dañan la relación contigo mismo.

Nadie cultiva un conflicto interno deliberadamente. Seguramente tú, como la mayoría de las personas, buscas estar bien. Y si estás bien, quieres estar mejor. El problema es que existen mecanismos preconscientes o inconscientes que te lo impiden. De ahí que sea importante reconocer esos factores que dañan la relación contigo mismo. Estos son algunos de ellos.
“A menudo las personas dicen que aún no se han encontrado a sí mismas. Pero el sí mismo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea”.
-Thomas Szasz-
 
1. Dependencia psicológica

La dependencia psicológica es uno de esos factores que dañan la relación contigo mismo. Nace de un sentimiento de minusvalía, consciente o inconsciente. La persona se ve como alguien que necesita un apoyo y protección, sin darse cuenta de que esa necesidad es ficticia y que lo único que hace es restringir, y mucho, su independencia.

En ocasiones, este tipo de sentimientos son el fruto de una crianza restrictiva. La persona nunca se ha visto expuesta a situaciones que pusieran realmente a prueba su capacidad: su entorno la ha sobreprotegido.

2. No vivir en el presente, uno de los factores que daña la relación contigo mismo

No vivir el presente es una suerte de alienación. El hoy es el tiempo en el que se condensa el pasado y el futuro. Todo lo que no es presente existe solamente en nuestra mente, bien sea en forma de recuerdos o bien en forma de vaticinios.

El no poder ubicarte en el aquí y el ahora lesiona la relación que tienes contigo mismo: es una costumbre que llama a la inacción. Como el pasado y el futuro solo habitan en la mente, lo usual es que se abandone la acción y la atención quede secuestrada en la propia dinámica mental.
 
3. Excesivo sentido del deber

En realidad, todos le ponemos la etiqueta de obligación a muchas más tareas de las que en el fondo tienen esta naturaleza. En muchos casos, ese “tengo que” solo existe en nuestro mundo imaginario. Solo es una opción que hemos elegido nosotros, y que en el fondo no representa ninguna obligación.

Esto daña la relación contigo mismo porque, al aumentar el nivel de exigencia, los refuerzos se volverán más difíciles de conseguir. Será más complicado que sintamos, por ejemplo, que hemos hecho un buen trabajo si sentimos que teníamos la obligación de haberlo encuadernado de una manera determinada, y no ha podido ser.

4. Autoculpabilización

Tiene que ver con asumir responsabilidades que no te corresponden o construir modelos de conducta en los que te exijas más de lo que puedes dar. Obviamente es uno de los factores que dañan la relación contigo mismo, porque terminas siendo un juez implacable de tus actos, e incluso de tus pensamientos y deseos.

Hay muchas cosas en la vida que no podemos llegar a ser, o lograr. Esto no nos hace malos, sino simplemente humanos. No hay necesidad de culparnos por nada. Si cometemos un error, lo reparamos. Luego pasamos la página.
 
5. Creer en la suerte

La creencia en la suerte, sobrestimar su influencia, también nos vuelve más pasivos. Al mismo tiempo, también nos suele volver más supersticiosos, empleando nuestros recursos en tomar medidas que realmente no están asociadas con el flujo de los acontecimientos.

Que el azar juegue un papel importante no quiere decir que vamos por la vida cumpliendo un destino escrito. Que no podamos elegir las cartas, no significa que estas de terminen el curso de la partida.
 
6. Tener prejuicios

Los prejuicios son ideas fijas que nos permiten trabajar con realidades sencillas -con pocos matices- que reducen nuestro gasto cognitivo a costa de aumentar el riesgo de equivocarnos. Son generalizaciones, a menudo asumidas sin crítica, ya sea porque vienen de personas de confianza, de poderosas fuentes de influencia o de momentos en los que no contábamos con muchos recursos para analizarlas.

Esas ideas preconcebidas afectan la relación que tienes contigo mismo porque reducen tu perspectiva y te impiden avanzar. También alimentan miedos que son totalmente imaginarios y empobrecen nuestro círculo social.
 
7. Obsesión por lo justo

La justicia es un bien que todos deseamos. El problema es que se trata de una instancia o dimensión en la que no siempre hay respuestas fáciles. Lo que para alguien es justo, puede que para otros no lo sea. Eso por no hablar de las veces que utilizamos “justo” y “bueno” como sinónimos, cuando no siempre lo son.

Cuando el interés por la justicia se convierte en una obsesión es posible que pasemos a ser jueces de asuntos sobre los que no tenemos competencia. Por otro lado, en un pleito no siempre es posible, cuando los intereses aparecen enfrentados, dar el veredicto más justo para todas las partes.

Todos estos factores dañan la relación contigo mismo y se convierten en obstáculos para alcanzar el bienestar. Lo bueno es que no es tan difícil darle la vuelta a la situación y adoptar perspectivas más constructivas.

Edith Sánchez

viernes, octubre 05, 2018

Si te tratan mal, recuerda que hay algo mal en ellos, no en ti

Si alguna vez te tratan mal, recuerda que la responsabilidad no es tuya. Recuerda que son ellos los que están errando, los que tienen “algo mal” en su interior. No eres tú. No es tu culpa, tampoco tu responsabilidad.

 
 
Nada, absolutamente nada, justifica un maltrato, un mal gesto, una mala palabra. Sin embargo, tristemente nos ocurre con frecuencia que damos validez a las malas palabras y malos gestos de los demás.

Cuando otorgamos atención a estos comportamientos, las personas que nos tratan mal pueden enorgullecerse incluso de su manera de proceder, creyendo que son válidos y que sus malas palabras son el reflejo de la realidad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues sus actos reflejan su oscuridad y sus conflictos internos.

¿Por qué lo mejor es ignorar a las personas que nos tratan mal?

Las palabras que buscan herir, los juicios, las opiniones no solicitadas y las críticas lanzadas directamente contra nosotros no deben recibir crédito alguno. Porque no ofende el que quiere, ofende el que puede y si atendemos a esas personas que nos tratan mal, les estamos dando la oportunidad de herirnos, tanto en ese momento como después.
Como se suele decir, “lo que Juan dice de Pedro dice más de Juan que de Pedro”. Así que antes de darle importancia a aquellos “consejos”, “opiniones” o “críticas” que no nos aportan bondad, utilidad o verdad, debemos plantearnos las intenciones de la persona que tenemos delante.

Sin embargo, ese malestar que nos generan no es en vano para nosotros, pues de todo se puede extraer un significado. Y es que eso de que algunas personas llegan a nuestra vida para enseñarnos a no ser como ellos es una gran verdad.

Porque el respeto mutuo y los buenos tratos son valores indispensables para recorrer de manera saludable la vida, para sentirse pleno y en paz con uno mismo. En sus mismas acciones, las personas que tratan mal a otras, tienen su castigo.
Sea o no sea visible, lo negativo recorre su mente y, por lo tanto, no podrán conocer esa sensación de satisfacción y de plenitud que las personas que respetan a los demás consiguen.
 
Regalar la ausencia e ignorar, la mejor manera de salvaguardar nuestro amor propio

La mejor manera de protegernos ante las personas que nos tratan mal es no admitir ese trato. Los vínculos emocionales son valiosos y debemos cuidarnos, por eso es importante ignorar y alejarnos de las personas que dañan nuestra autoestima.

Si siembran las dudas, el malestar y la desgana, no conviene que sigamos cerca, pues nos envenenarán. Las personas que pretenden dañarnos, no ven en esos momentos más allá de sus intereses, por lo que lo seguirán haciendo si no somos capaces de pararles los pies.
En este sentido no debemos dar tanta importancia a lo que estas personas hagan sino centrar nuestra atención en lo que podemos aprender de lo que han hecho, ayudándonos esto a crear oportunidades de crecimiento y a trabajar nuestra autoestima y nuestra fuerza.

La traición, la frialdad y la prepotencia son puñales afilados que, al clavarse, duelen con intensidad. Sin embargo precisamente lo más doloroso es conocer desconociendo a aquellas personas que te rodearon en un tiempo. Hay personas que acabas descubriendo cuando se muestran de verdad, cuando ya no te necesitan y reflejan su verdadero interés por ti.

Al reconocer que hay personas que nos tratan mal, podremos analizar la situación y anticiparnos a sus reacciones e intenciones. Por lo tanto, nuestro escudo está conformado por la capacidad de ignorar y de anticipar esas malas palabras o malas acciones.

Este proceso de duelo, originado en el desengaño relacional, nos ayudará a replantearnos nuestras prioridades y a buscar nuevos núcleos en los que depositar nuestra confianza. Una tarea que no es fácil, pero que, sin duda, es necesaria.

Raquel Aldana

jueves, octubre 04, 2018

El maestro budista, una bella leyenda oriental

En una antigua aldea china había un pequeño monasterio en el que habitaban un maestro budista y sus cinco discípulos. Estos últimos eran muy jóvenes, mientras que el maestro ya estaba en el otoño de su vida. Sin embargo, había una gran comprensión entre ellos. Se trataban con respeto y los unía el deseo de crecer espiritualmente.

 
 
El maestro budista les inculcaba a sus discípulos distintos valores y enseñanzas. La más importante de ellas era la de renunciar al deseo, considerado fuente de todo sufrimiento. En muchas ocasiones les insistía en que la verdadera felicidad estaba en abandonar esas ambiciones pasajeras del yo que solo conducían a la intranquilidad interior que emanaba de la lucha por alcanzarlas.

Todos ellos vivían en medio de una gran austeridad. Trabajaban desde que salía el sol hasta el anochecer. No contaban con ningún lujo y, sin embargo, eran felices. Cultivaban la tierra y solo tomaban de ella lo estrictamente necesario. Si algo llegaba a sobrarles, lo compartían con la gente de la aldea.
“Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive”.
-Gabriel Marcel-
 
Un verano de muerte

En cierta ocasión, llegó un verano extremadamente caluroso. Todos pensaron que se mantendría así durante una o dos semanas, pero esto no ocurrió. Cada vez hacía más calor y no caía una gota de agua. Los monjes hacían todo lo posible por racionar el agua y dedicarla preferentemente a los cultivos.

Los días pasaban y la situación se mantenía igual. Las reservas de agua fueron acabándose y los cultivos comenzaron a estropearse. Los pocos animales que tenían también empezaron a morir de sed. Los habitantes del monasterio casi no contaban con el agua suficiente para saciar su sed. La comida también escaseaba.

Uno de los monjes decidió ir hasta la aldea para pedir ayuda. Sin embargo, todos estaban en la misma situación. No había agua, los cultivos estaban quemados y apenas tenían con qué comer. Solo tres mercaderes muy ricos de la zona tenían suficiente alimento almacenado. El monje les rogó ayuda, pero apenas le dieron unos cuantos mendrugos de pan duro. La situación era crítica.

La petición del maestro budista

Ante la difícil situación, el maestro budista reunió a sus discípulos. Lo había pensado muy bien y quería hacerles una petición. Todos se congregaron en torno a él. Estaban expectantes. En todo el tiempo que llevaban juntos era la primera vez que el maestro pedía algo formalmente. La situación era excepcional, así que seguramente el pedido también lo sería.

El maestro budista le dijo a sus discípulos que él ya estaba muy viejo. Que a una edad avanzada el hambre era mucho más atroz. Él necesitaba comer y ellos tenían que ayudarle. Los discípulos le contestaron que ellos sufrían mucho al verlo pasar los días sin apenas qué comer. Estaban dispuestos a lo que fuera. De hecho, ya habían tocado puertas, pero nadie en la aldea podía o quería ayudarles.

Fue entonces cuando el maestro budista hizo una petición que los dejó sorprendidos a todos. Dijo así: “Si la gente de la aldea no quiere ayudarnos, lo único que pueden hacer es robar comida para mí”. Todos estaban asombrados. Solo uno de ellos le advirtió que eso era muy peligroso. El maestro dijo: “Solo tienen que esconderse en un lugar en donde nadie, absolutamente nadie, los vea. Luego, aguardar con paciencia hasta que pase uno de los mercaderes y asaltarle con el rostro cubierto para que no sepan quién fue”.

El fruto de las enseñanzas

Ante la petición del maestro budista, todos los monjes se pusieron a preparar el plan. Algunos proponían el lugar para llevarlo a cabo. Otros se ofrecieron a preparar las máscaras para que cubrieran sus rostros. Algunos más especulaban sobre cuál era la mejor manera de hacer el ataque. Solo uno de los monjes permanecía apartado y en silencio.

Al verlo, el maestro budista lo llamó. “¿Qué pasa contigo?”, le preguntó. “¿Acaso no quieres ayudarme a calmar el hambre?”, añadió. El joven discípulo respondió simplemente: “Lo que tú pides es imposible de cumplir. Has dicho que debemos ocultarnos en un lugar en donde nadie, absolutamente nadie, nos vea. Y eso no es posible”. “¿Por qué?”, preguntó el maestro budista. Y así respondió el monje: “Porque en todas partes mi conciencia me ve. Así que no existe ningún lugar en donde esconderme”.

El maestro budista sonrió con dulzura. Estaba feliz de que al menos uno de sus discípulos hubiera aprendido las enseñanzas que con tanto esmero había intentado enseñarles. Los demás estaban confundidos. Se dieron cuenta de que aún tenían mucho que aprender.

Edith Sánchez

miércoles, octubre 03, 2018

La chica que no era ella misma por miedo a no ser suficiente

Esta es la historia de una chica que quería agradar a todo el mundo. Siendo una más, temía ser una menos. No encajaba especialmente en los cánones de belleza, su cuerpo no era como el de aquellas que se suben a las pasarelas y no vestía con ropa de marca. Quizás era por eso, por su miedo a no destacar, a no ser suficiente, que actuaba con la gente como si estuviera delante del espejo.

 
 
Solía observar a los demás, sobre todo a las chicas que estaban a su alrededor. Las veía con tanta seguridad, una seguridad que envidiaba por entenderla como ese fruto al que jamás podría aspirar. Era como vivir rodeada de ideales inalcanzables en todos los aspectos, como si los demás fueran hechos de sueños, y ella, de complejos. Nunca nada de lo que hiciera sería suficiente para ser como ellas, para ser perfecta.

Por eso siempre trataba de agradar a los demás. Por nada del mundo quería que llegaran a ver lo pequeña e insignificante que creía ser en comparación con lo que veía y vivía a su alrededor. Se empeñaba en camuflar sus gustos con lo que le gustaba a la mayoría y en sonreír en respuesta a cualquier intento de gracia. Intuía que eso era lo que los demás esperaban.
 
Tengo miedo a no ser como la gente espera. Tengo miedo a equivocarme, a no ser suficiente. Tengo miedo a tener miedo y que los demás se den cuenta. Haga lo que haga y piense lo que piense, nunca voy a ser perfecta, nunca será suficiente, nunca seré como esperan.

Vivo sin vivir en mí porque mi vida no es suficiente

Cuidaba mucho su aspecto por miedo a desentonar y no expresaba sus propias opiniones delante de los demás por miedo a decepcionarles. Era, sin lugar a dudas, una chica que estaba lejos de ser un versión de sí misma con la que se sintiera identificada.

Caminaba atormentada por lo que sus dudas pudieran dibujar en el futuro. No compraba nada sin requerir la opinión de lo demás. No decía nada sin estar completamente segura de que no desentonaría con lo que otros decían. No era ella misma porque ella misma pensaba que no era suficiente.

Vivía a pequeños pasos marcados por las huellas de lo que otros le habían indicado. Podría destacar y ser feliz si quisiera, pero esta era una posibilidad que ni siquiera se había planteado. Trabajaba con la realidad que ella misma había constituido, un laberinto tortuoso para el que no buscaba salida porque ni siquiera pensaba que pudiera haberla.
 
Vivo sin vivir en mí por miedo a no ser suficiente.

Todos somos perfectamente imperfectos

Un día, como otro cualquiera, se levantó de la cama y los rayos de sol acompañaron a un momento de claridad. Se dio cuenta de que no era feliz aunque exhibiera una sonrisa, de que no le gustaba su trabajo aunque los demás le dijesen que era afortunada por tenerlo. En general, no le gustaba su vida porque no era su vida la que realmente vivía.

Se dio cuenta de que vivía de cara a la galería. Que eran los demás los que dirigían su vida por miedo a las críticas, por miedo a no ser suficiente. Entendió que hiciera lo que hiciera para alguien, unos cuantos, o muchos nunca iba a ser suficiente; que tener miedo te quitaba libertad.

Supo entonces que contar con un armario u otro, sostener unas opiniones u otras no salva a nadie de la crítica, igual que no evita el error o tener que hacer una labor de restauración, en los casos necesarios, para rectificar a posteriori. Como esa imperfección nunca va a desparecer, tendrá que estar también incluida en el amor, cuidado o respeto que nos debemos. Asumirlo supuso un nuevo punto de partida, un amanecer de verdad, para nuestra chica, hasta ese momento complaciente.

Incluso esas personas que vemos completamente perfectas y seguras de sí mismas tienen sus miedos y sus defectos. Solo son mejores magos que saben ocultarlo mejor. Recuerda que no hay mayor demonio que nosotros mismos cuando hacemos de jueces inquisidores.

Lorena Vara González

martes, octubre 02, 2018

¿Vivimos atados a lo conocido?

Todos podemos sentirnos atraídos por lo desconocido, querer aprender y descubrir cosas nuevas. Pero, en realidad, ¿cuántas veces dejamos de lado nuestras rutinas o nuestra zona segura para tomar nuevas formas de hacer las cosas? ¿Nos quedamos atados a lo conocido o nos atrevemos a lanzarnos a la adversidad?

 
 
En la Universidad de St. Andrews, Victoria Horner, realizó un experimento en el que les enseñaba a un grupo de niños cómo podían conseguir una recompensa a través a una caja realizando tres acciones diferentes: con un bastón abrir el pestillo de la caja, otra fue introducir el bastón por el orificio que existía en la caja y golpear varias veces o por último, acceder a la trampilla que existía en la caja y conseguir el premio.

Al ser la caja opaca, ninguno de los niños podía ver qué acción sería la correcta para obtener el premio, tan solo por ensayo y error. ¿Qué ocurrió después? Los investigadores cambiaron la caja y en este caso los participantes podían ver cómo era por dentro, si tenía pestillo, trampilla o había que dar golpes.

Este trabajo se realizó primero con niños y posteriormente con chimpancés. En la segunda parte de la prueba los niños seguían realizado las mismas acciones aun sabiendo que eran ilógicas, pero habían aprendido anteriormente las tres y tan solo repetían. En el caso de los chimpancés, cuando tuvieron oportunidad de observar cómo era la caja, lograban a la primera obtener la recompensa.

La seguridad de seguir haciendo lo mismo

Nuestros patrones de conducta se guían por lo ya conocido, ante situaciones nuevas nuestro cerebro está predeterminado para generar opciones de solución desde lo que ya sabemos hacer o lo que hemos ido haciendo en el pasado, especialmente si las consecuencias fueron buenas.

Cuando nos encontramos con nueva información el cerebro se pregunta: ¿dónde he visto esto yo antes? Y se basa en experiencias pasadas para almacenar los nuevos datos. Estas ejecuciones de nuestro sistema nos hacen más rápidos, tanto a la hora de tomar decisiones como de almacenar contenido en nuestra memoria. Pero, ¿qué ocurre si quedamos atados a lo conocido? ¿Cómo podemos salir de este círculo?

Encontramos seguridad en todo aquello que repetimos y en lo que nos sentimos cómodos haciendo porque ya sabemos cómo funciona, pero hay mucho más detrás de esto. Un mundo entero de posibilidades se encuentra detrás y en nuestras manos está el deshacernos de los patrones ya conocidos y pasar a experimentar con nuevas formas de proceder.

Algo simple que nos lleva muy lejos

¿Cuál puede ser un buen primer paso para a salir de este círculo y liberarnos de las cuerdas que nos mantienen atados a lo conocido? Probar a hacer cosas nuevas es muy fácil, aquí algunas estrategias para lograrlo:
  • Prueba nuevas rutas para ir al trabajo o para ir a casa.
  • Habla con gente desconocida, por ejemplo, el panadero, el conductor del autobús, alguien que espera en la fila o un vecino que encuentras en el ascensor.
  • Trata de hacer las cosas de una forma diferente, por ejemplo, utiliza la mano no dominante para realizar actividades sencillas como lavarse los dientes.
  • Prueba actividades que te saquen de tu zona de confort como baile, canto, deportes alternativos, recetas de otros países.

Todo esto nos ayuda a reconciliarnos con lo nuevo. Nos da la oportunidad de conocer puntos de vista diferentes y descubrirnos a nosotros mismos sin estar atados a lo conocido, libres y, por qué no también inseguros al principio. Hay un mundo de posibilidades tras la zona de confianza y ampliarla trae consigo retos y posibilidades de crecer.

Somos más de lo que conocemos de nosotros, somos más que repetir lo que ya sabemos hacer, somos seres con ganas de crecer y mejorar y lo podemos lograr cada día. Rétate a realizar alguna de las actividades y una vez vencido el miedo, bienvenido al mundo de lo nuevo.

Adriana Díez

lunes, octubre 01, 2018

La grandeza de las buenas personas está en su corazón

Hay personas que ponen corazón en todo lo que hacen. Les delata el brillo de sus ojos, el color de su sonrisa y la intención vestida de amor en cada uno de sus actos. Son esas que siempre aparecen para arroparte cuando ni siquiera te has dado cuenta de que temblabas de frío, las que te proponen un trueque de risas por tristezas y las que siempre están dispuestas a ayudarte a cambiar de color los días nublados.

 
 
Personas medicina, personas hogar, personas mágicas. Esas que te abrazan para recomponer tus partes rotas, pero también para recordarte que están ahí y que se alegran de todo lo bonito que te pase en esta vida. Esas que recorren contigo el camino de la vida, te descubren matices preciosos en emociones ya conocidas y te muestran que aún hay muchos lugares maravillosos que visitar y otras tantas formas de mirar.

Personas con las que la conexión es algo más que compartir tiempo: es crear magia. Expertas en acariciar el alma sin tocarla y doctoradas en el increíble acto de dar desde el corazón.

Profundicemos en las buenas personas, esas que son un regalo para cada uno de nosotros y en ocasiones, nuestras mejores coincidencias.


“Si ves algo bello

en una persona,

díselo,

esa persona

puede estar en una guerra

que le impide ver su belleza

y tú puedes salvarle”.
-Zab G. Andrade-
 
La bondad como signo de superioridad

La grandeza de las personas está dibujada en su corazones, en su capacidad para darse a los demás a través de actos de bondad con la única intención de hacerles más felices. Porque no hay nada más grande ni que reconforte tanto que ayudar.

Así son las buenas personas. Las delata la bondad como signo de superioridad y la paciencia como estrategia para comprender a los demás. No presionan, no gritan ni fuerzan, todo lo contrario. Saben interpretar silencios, respetar tiempos y ejercer como sostén cuando alguien lo necesita.
“Por encima de todo está la bondad afectuosa. Así como la luz de la luna ilumina sesenta veces más que la de las estrellas, la bondad afectuosa libera al corazón de una forma sesenta veces más efectiva que todos los demás logros religiosos juntos”.
-Buda Gautama-

Las buenas personas desprenden calma y una sensación de bienestar tan solo con su presencia. Además, tienen una afición secreta que pocas veces desvelan: observar el brillo que desprenden los ojos de quienes han conectado con la felicidad.

Charles Darwin ya nos habló en su momento de la importancia de este valor. De hecho, lo consideraba como nuestro instinto más fuerte y valioso, ese que posibilita la superviviencia no solo de la humanidad, sino de todos los seres vivos. El problema es que no se practica con demasiada frecuencia ni se valora lo suficiente cuando los demás lo ponen en marcha. Y eso que la bondad es la única inversión que siempre nos enriquece y nunca falla.

¡Hay tanto gestos llenos de amor y bondad que pasan desapercibidos…!

“Las personas hogar huelen a amor y aceptación incondicional. Huelen a cariño, a abrazos largos donde se te cierran los ojos y se esboza una sonrisa. Estas personas huelen a amistad, amor y familia elegida.

Huelen a “estoy a tu lado así tengamos que apretar los dientes” y confían en ti incluso cuando tú mismo has dejado de hacerlo. Son aquellas personas que no te evitan el vértigo ni la caída, sino que te ofrecen las palabras exactas que solo puede regalarte alguien que se cosió las heridas a aprendizajes”.
-Reparando Alas Rotas-
 
La fuerza de la compasión en las buenas personas

La compasión es otro signo delator de las personas de gran corazón. Ser capaces de ponerse en el lugar de los demás, desear que estén libres de sufrimiento y sentir la responsabilidad de hacer algo por ellos son algunos de los maravillosas actos que las identifican.

Son personas que se nutren del amor, pero entendido este desde su concepto más amplio, ese que se otorga de manera desinteresada. Sin esperar nada a cambio y sintiendo a su vez el bienestar más absoluto. Se trata de un genuino deseo que nace desde lo más profundo y que está, única y exclusivamente, dirigido a hacer el bien.

El maestro tibetano Thinley Norbu Riponche describe muy bien esta capacidad “la esencia del amor es la compasión de los seres sublimes que siempre dan energía“, mientras que Thich Naht Hanh se refiere a ella como “amor verdadero“. Y así es.
“A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”.
-Leon Tolstoi-

Las buenas personas están repletas de compasión, bondad y amor. Son aquellas que, a pesar de la distancia, puedes sentirlas cerca porque rompen los límites físicos para conectar con tu interior. Esas que combinan a la perfección la empatía con el arte de comprender el dolor, de ahí que descifren cada una de nuestras roturas y heridas. Porque son artesanas de armonía y felicidad, capaces de volcar todos sus sentidos y sentimientos hacia los demás para transformar un día común en algo extraordinario.

Sus armas secretas son los gestos llenos de amor fruto de la nobleza de sus corazones. Gracias a ellos inundan el alma de los demás de energía positiva, sin esperar nada a cambio. Porque lo que más las llena es regalar afecto, así sin más, por el solo hecho de hacer sentir mejor.

Las buenas personas son artífices del amor más genuino y sincero que podamos llegar a encontrar. Tesoros que apreciar y cuidar desde lo más profundo de cada uno de nosotros.

¡Gracias personas bonitas, gracias por hacernos uno de los mayores regalos: vuestra compañía!

Vuestro valor es incalculable

Gema Sánchez Cuevas

domingo, septiembre 30, 2018

6 claves para expresar tus emociones

Poner palabras a las emociones es, en sí mismo, un ejercicio sanador. A veces no hay una técnica que nos facilite de manera directa un cambio en nuestro estado de ánimo. Sin embargo, no es menos cierto que, en muchas ocasiones, el hecho de expresar lo que hay en nuestro interior es sano y liberador.

 
 
Parece fácil, tal vez. En mi experiencia personal y profesional, descubro que, con la costumbre, la ladera pierde pendiente. En buena medida son los condicionamientos sociales y culturales los que nos impiden bucear en nuestro interior o abrirnos. También influye el miedo, la vergüenza, la anticipación de los pensamientos de los demás, etc. Así, por una u otra causa, o por la mezcla de las mismas, lo cierto es que en muchas ocasiones callamos aquello que queremos gritar.
“Los sentimientos y las emociones son el lenguaje universal que debe ser honrado. Son la expresión auténtica de quienes somos”.
-Judith Wright-

¿Es inadecuado expresar tus emociones?

Nunca será inadecuado expresar tus emociones, a pesar de que la tradición y el juicio popular haya ido durante muchos siglos en defensa de la idea contraria. En este sentido, que la tradición se debilite quiere decir que las nuevas generaciones lo van a tener más fácil, pero también que nosotros vamos a tener que desaprender parte de lo aprendido/asimilado.
 
Expresar tus emociones es un acto liberador.

Empezamos a sentir desde niños, ya cuando éramos bebes llorábamos o reíamos para expresarnos. Poco a poco el abanico de emociones fue abriéndose: rabia, miedo, culpa, alegría, tristeza, amor… Podemos preguntarnos: si las emociones son algo tan genuino… ¿por qué se reprimen/encapsulan/guardan gastando una gran energía?

Hablábamos antes de los condicionamientos sociales que nos limitan, como las frases del tipo “no llores que van a pensar que eres débil/un niño como tú no llora” o “una señorita no se comporta así” cuando una niña mostraba su enfado, “los hombres no tienen miedo” en el caso de los niños.
“Una emoción no causa dolor. La resistencia o supresión de una emoción causa dolor”.
-Frederick Dodson-

Si durante nuestra infancia no contamos con un entorno que potencie nuestro desarrollo emocional (puede ser de manera directa, pero también es efectivo contar con buenos modelos), lo normal es que desterremos nuestro mundo emocional. Esta, en ausencia de una educación emocional acertada, es en principio una solución inteligente. El niño o el adolescente dice: “no voy a profundizar en un terreno en el que no me sé manejar”.

Sin embargo, lo que en principio puede ser una solución para evitar problemas mayores, a la larga es contraproducente. La biología parece decirnos que antes que seres pensantes somos seres que nos emocionamos. Entonces, ¿cómo va a ser una buena idea desterrar una parte que está escrita en nuestra naturaleza y que además, lo queramos o no, nos va a seguir influyendo?
Facilitadores de la expresividad emocional

Conocer cómo expresar tus emociones de una forma adecuada redundará en cambios positivos en diferentes áreas. Os dejamos una serie de claves para mejorar la gestión emocional y, por lo tanto, la inteligencia emocional: 

Saber cómo expresar tus emociones te beneficiará de forma positiva en diferentes ámbitos de tu vida.
 
Hacer catarsis

Al expresar las emociones se logra la liberación controlada de energía. La palabra catarsis justamente significa purificación, y en este caso, como se escribiera en la Poética de Aristóteles, es una purificación emocional, corporal, mental y espiritual.

Acumular estas emociones negativas es una carga que a la postre hace sentir enfado, amargura, e incluso con deseos de venganzas; tarde o temprano afectará nuestra salud mental y física.
 
Paz interior

Liberarnos de cargas negativas nos brinda la oportunidad de soltar los daños y encontrar la paz interior. Facilita que nos instalemos en un estado de tranquilidad mental y espiritual, donde se conoce y comprende lo vivido sin pesadumbre. De esta forma, nuestra resiliencia (capacidad para salir fortalecidos de la adversidad) se fortalecerá.

Además, la paz interior fundamenta el sentimiento de felicidad y plenitud, y esto es posible gracias a que somos sinceros con nosotros mismos y expresamos nuestras emociones adecuadamente.

Bienestar emocional

Conseguir la paz interior es una de las condiciones propicias para acercarnos a esa sensación de bienestar emocional que todos hemos experimentado. Esa en la que parece que nosotros y la frecuencia en la que resuena el mundo coinciden, una perspectiva desde la que podemos identificar un orden que nos agrada.
“Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios sentimientos, mejor podremos leer los de los demás”.
-Daniel Goleman-
 
Respeto a uno mismo

Al expresar nuestras emociones de manera asertiva, estamos liberándonos de la dependencia hacia la opinión de los otros. Reconocer lo que sentimos, gestionarlo adecuadamente y expresarnos nos ayuda reclamar nuestros derechos, a poner límites a acercarnos afectivamente a quienes así lo deseamos, etc. Eso es respetarnos a nosotros mismos y ponernos a salvo frente al abuso y maltrato o la toxicidad de otros.
 
Empoderamiento

Cuando, a través de la expresión de las emociones, se ha logrado la purificación y el respeto hacia sí mismo podemos decir que tenemos el control de nuestra vida emocional en las manos.

Cuando se está en equilibrio con uno mismo, con los deseos y las emociones personales, se es congruente. Lograr esto nos da poder frente a la vida y sus constantes cambios, nos permite avanzar y crecer.
 
Confiabilidad

Además de salvar nuestra salud física y emocional, expresar correctamente nuestras emociones mejora la relación con los demás. Nos permite tejer vínculos más sanos, basados en la honestidad, la confianza y el respeto.

Cuando nos mostramos como somos, sin miedo a nuestras emociones, proyectamos una personalidad más auténtica, algo que puede incrementar la confianza que inspiras (credibilidad) a otras personas.

Como hemos visto, la expresividad es una puerta de posibilidades. Las dos más importantes tienen relación con el plano social: por un lado facilita que podamos hacer una mejor gestión de nuestra energía emocional y por otro nos permite generar relaciones de confianza en las que sea posible la intimidad y la complicidad.

¿Estás preparado para expresar tus emociones?

Marián Carrero Puerto

sábado, septiembre 29, 2018

Una clave zen para hacer lo que deseamos

En Occidente impera la idea de que hacer lo que deseamos puede conducirnos a la degeneración o la ruina. No por nada estamos llenos de mandatos y sentencias que nos inducen a creer que reprimir nuestros pensamientos, sentimientos y deseos es una prueba de superioridad moral. Lo cierto es que existen otras formas de pensar y varios experimentos contradicen esos postulados.

 
 
Nuestra cultura es fundamentalmente prohibitiva. Partimos de la idea de que educarnos y cultivarnos consiste en aprender a evitar pensamientos, conductas y sentimientos indeseados. Aun sin comprender por qué, desde temprana edad se nos inculca que hacer lo que deseamos es señal de necedad o de inmadurez.

El pensamiento zen se orienta hacia una dirección muy diferente. Desde tiempos milenarios han comprendido que las prohibiciones, por sí solas suelen generar un efecto contrario. En otras palabras, esa represión termina alentando el deseo de hacer eso que se nos prohíbe, o eso que se nos marca como negativo en nombre de un “buen actuar”, basado en el autoritarismo.
“La represión desde afuera ha sido sostenida por la represión desde dentro. El individuo sin libertad, introyecta a sus dominadores y sus mandamientos dentro de su propio aparato mental. La lucha contra la libertad se reproduce a sí misma en la psique del hombre”.
-Herbert Marcuse-
 
Hacer y no hacer lo que deseamos

Los estudios antropológicos de Margaret Mead nos muestran diferentes tipos de sociedades, con valores y normas muy distintas. La famosa investigadora nos llama la atención sobre diferentes hechos. Entre ellos, el de que en las sociedades más machistas o más matriarcales hay un mayor porcentaje de homosexualidad. Desde el punto de vista occidental esto sería una contradicción. Desde el punto de vista zen es una consecuencia lógica del prohibicionismo.

Hablando de prohibicionismo, otro ejemplo de ello es el consumo de licor en los Estados Unidos. Durante mucho tiempo fue considerado ilegal y esto dio origen no solo a un consumo sostenido de alcohol, sino también a la existencia de mafias. A diferencia de lo que pensaban, cuando se legalizó el licor no aumentó el número de consumidores. De hecho, con el tiempo, hay más consumidores de “drogas prohibidas” que del propio alcohol.

Todos estos datos apunta a que la represión en sí misma no es un camino para gestionar esos deseos que podríamos llamar “inconvenientes”. El pensamiento zen, por el contrario, nos alienta a asumir esos pensamientos, sentimientos y deseos prohibidos, para comprenderlos. Piensan que esa es la mejor manera de eliminarlos. Algunos experimentos les dan la razón.

Un experimento con el deseo

El profesor Carey Morewedge, de la Universidad de Boston, llevó a cabo un estudio al respecto que resultó muy ilustrativo. Reunió a 200 personas que se declaraban amantes del chocolate. Estos voluntarios se dividieron en dos grupos. Al primer grupo se le pidió que se imaginaran a sí mismos comiendo 30 chocolates, uno por uno. Al segundo, se le solicitó que hiciera lo mismo, pero en lugar de fantasear con 30 chocolates, lo hicieran solamente con tres.

Los científicos dejaron frente a ambos grupos un tazón llenos de exquisitos chocolates. de todos los participantes. Se suponía que el grupo de los 30 chocolates iba a sentir un deseo mayor de comer chocolate, pues el pensamiento de hacerlo era más reiterativo. Tenían que pensarlo 30 veces. En cambio, el otro grupo solo tenía que pensarlo en tres ocasiones.

Occidente nos dice que al alimentar el pensamiento en torno a algo se alimenta el deseo de ese algo. Pues bien, el experimento comprobó todo lo contrario. Los que pensaron en los 30 chocolates no tomaron ninguno del tazón. En cambio los que pensaron solo en tres chocolates sí sintieron la necesidad de probar unos cuantos.
 
La represión del pensamiento

El director del experimento indicó que la principal conclusión era que cuando nos proponemos dejar de pensar en algo, ocurre lo contrario: pensamos más en ello. Si no queremos pensar en fantasmas, comenzaremos a ver fantasmas por todas partes. Así que la represión del pensamiento centra nuestra atención en ello.

Esto apunta a que si pensamos en hacer lo que deseamos a fondo, probablemente ese deseo va a perder su fuerza. Desarrollada la idea, lo cierto es que la podemos desarrollar a nuestro favor en momentos específicos. Querer “agredir a alguien” y “agredirle” es muy distinto. Así, según la lógica que hemos desarrollado, pensar en cómo agrediríamos a esa persona atenuaría el deseo de agredirla.

El cerebro falla -o acierta- ahí. No distingue lo real de lo imaginario. Es un “error” que nos puede ayudar en diferentes circunstancias. Cuando lo que deseamos hacer va en contra de nosotros mismos o de otros, nada mejor que hacer lo que deseamos con el pensamiento. Probablemente solo con esta sencilla acción mental el deseo perderá fuerza.

Edith Sánchez

viernes, septiembre 28, 2018

El cazador de sueños, una hermosa leyenda Lakota

La leyenda del cazador de sueños es originaria de la comunidad Lakota, una etnia que forma parte de los Sioux y habita en los márgenes del Río Missouri, en los Estados Unidos. Son los mismos que protagonizaron la famosa película Danza con lobos, una cinta que muestra parte de sus costumbres y sus rituales.

 
 
Los Lakota tenían una divinidad a la que llamaban Iktomi. Este era el dios de la máxima sabiduría, el que siempre llevaba enseñanzas esenciales para toda la comunidad. Creían que Iktomi a veces se presentaba en forma humana. Entonces, era un hombre alto, con la cara pintada de rojo y amarillo.

Sin embargo, la mayoría de las veces se presentaba a los indios en forma de araña. Era una araña muy sabia, que a veces pronunciaba palabras enigmáticas y otras veces se volvía muy bromista. Conocía muchas historias, algunas disparatadas, y de vez en cuando las compartía con los mortales. Precisamente fue Iktomi quien legó la leyenda del cazador de sueños a los Lakota.
“Cada uno de nosotros ha sido puesto en este tiempo y este lugar para decidir personalmente el futuro de la humanidad. ¿Creías que estabas aquí para algo menos importante?”.
-Arvol Looking Horse, jefe de la nación lakota-
 
Una montaña mágica

Se cuenta que hace muchos años, cuando el mundo todavía era joven, un anciano Lakota subió a una montaña y tuvo una fabulosa visión. En ella aparecía Iktomi, gran maestro del mundo, en forma de araña. Comenzó a hablar en un lenguaje sagrado, por ser el adecuado para referirse a asuntos importantes.

Mientras hablaba, Iktomi tomó una rama del sauce más viejo que había en el lugar y con ella hizo un aro. Luego, arrimó un poco de pelo de caballo, también bellas plumas de pájaros de colores, cuentas y otros objetos pequeños y hermosos. Cuando tuvo todo esto listo, comenzó a tejer.

Al mismo tiempo le decía al anciano que la vida es un ciclo. El inicio y el final siempre se encuentran. No avanzamos en línea recta como pudiera suponerse. En realidad, iniciamos un ciclo, solo para terminar en el comienzo de uno nuevo y así sucesivamente por siempre.

La vida y las edades del hombre

Cuenta la leyenda del cazador de sueños que Iktomi le dijo al anciano que las edades del hombre también eran ciclos. Comenzamos la vida siendo muy frágiles y dependientes. Poco a poco nos vamos haciendo más fuertes. Caminamos sobre nuestros propios pies, luego corremos y después nos hacemos adultos. Eso nos hace más capaces y libres.

Sin embargo, pronto nos convertimos en ancianos. Volvemos a transformarnos en seres frágiles que necesitan a los demás. Es entonces cuando se cierra el círculo final y viene la muerte. El final es similar al comienzo y el ciclo se repite una y otra vez con la vida de cada ser humano que llega a la tierra.

Iktomi seguía elaborando su tejido, dentro del aro de sauce, mientras el anciano Lakota lo escuchaba embelesado. La revelación le parecía extraordinaria. Había comprendido que no se avanza hacia adelante, sino hacia el final. Y que cada final es un comienzo también. Este es el sentido último del cazador de sueños.

El cazador de sueños

Iktomi prosiguió con sus enseñanzas. Le dijo al anciano que en cada etapa de la vida hay muchas fuerzas que actúan en diferentes direcciones. Unas son positivas y otras negativas. Esas fuerzas pueden alterar la armonía natural del destino. Por lo tanto, hay que prestarles mucha atención y saberlas identificar, ya que no siempre lo bueno parece bueno ni lo malo se ve como algo malo.

Iktomi tejía la tela de araña desde el exterior del aro de sauce hacia el interior. Sin embargo, en un momento dado se detuvo y dejó un hueco en el centro. Entonces le dijo al anciano que le regalaría ese tejido para que todo el pueblo Lakota aprendiera a hacer buen uso de sus sueños y visiones. Las buenas ideas y los buenos proyectos debían quedar atrapados en la telaraña. Los malos, debían irse por el agujero que estaba en el centro del tejido.

El anciano transmitió a los demás la leyenda del cazador de sueños. Desde entonces los Lakota emplean el tejido de Itkomi como la base que sostiene la construcción de su futuro. Los occidentales le llaman “atrapasueños”. Si se emplea bien, sirve para escudriñar los sueños y los ensueños, en busca de las verdades que han de guiar la vida.

Edith Sánchez

jueves, septiembre 27, 2018

Cómo cultivar tu mundo interior

Cultivar tu mundo interior es tan importante para tu bienestar como cuidar de tu salud física. Tus pensamientos, tus emociones, tus valores y tus actitudes tienen una influencia enorme sobre la forma en la que experimentas el mundo. Por eso, cada vez más personas han empezado a prestarle atención a esta parte tan fundamental de su vida.

 
 
Sin embargo, encontrar la manera de cultivar tu mundo interior puede ser complicado en ocasiones. Al fin y al cabo, cuando nacemos no venimos con un manual de instrucciones sobre cómo ser felices. Por eso, en este artículo descubrirás algunos pasos que puedes dar para trabajar este ámbito de manera efectiva.
 
Cultivar tu mundo interior: aspectos importantes

Para cuidar tu salud física, puedes empezar trabajando sobre tres pilares básicos: alimentación, ejercicio y descanso. De la misma manera, a nivel mental puedes centrar tu trabajo en:
  • Tus pensamientos y creencias.
  • Tus actitudes y valores.
  • Las emociones que sientes habitualmente.

A continuación estudiaremos cada uno de ellos en profundidad.

1- Tus pensamientos y creencias

El primer componente de tu mundo interior es la manera en la que piensas, tu diálogo interno. Desde hace miles de años, sabemos que la manera en la que nos sentimos en cada momento depende mucho de los mensajes que nos dediquemos, aquello sobre lo que depositemos nuestra atención mental. Por eso, para empezar a ser una persona más feliz es necesario que modifiques conscientemente la forma en que te hablas.

Quizás pienses que eres uno de esos individuos que no se dice nada a sí mismo. Pues bien, la realidad es que sí que lo haces, aunque sea sin darte cuenta. Sin embargo, aunque no seas consciente de tus pensamientos, estos tienen un efecto muy poderoso sobre tu estado de ánimo. Debido a ello, lo primero que tienes que hacer es identificar el tipo de mensajes con los que trabaja tu mente.

Una vez que hayas logrado identificar tus pensamientos, el segundo paso es cambiarlos por otros que te ayuden. Para esto, lo mejor es identificar tus creencias irracionales y tratar de transformarlas en ideas realistas y potenciadoras.

Por ejemplo, puede que te descubras a ti mismo pensando que no sirves para nada. Sin embargo, a poco que reflexiones sobre ello, te darás cuenta de que esto es una exageración. ¿En qué ámbitos eres realmente bueno? ¿Qué puedes conseguir si te esfuerzas lo suficiente? Este tipo de reflexiones te ayudarán a formar una autoestima más sólida y una visión más realista del mundo.
“Tanto si crees que puedes como si crees que no, estás en lo cierto”.
-Henry Ford-
 
2- Tus actitudes y valores

Lo segundo que necesitas para cultivar tu mundo interior es modificar tus actitudes y valores; es decir, la importancia que le das a cada aspecto de tu vida y lo que consideras importante para ti. Elegir con cuidado aquello que te parece valioso puede marcar totalmente la diferencia.

A continuación verás una lista de valores potenciadores y limitantes. Utilízala para darte cuenta de qué estás priorizando en tu vida, y de si hacerlo te está ayudando o perjudicando.
  • Tener siempre la razón. Para algunas personas, la necesidad de estar siempre en lo cierto es lo más importante. Por eso, no les importa pelearse con sus seres queridos o sentirse fatal con tal de que otros les escuchen y les den la razón. Por lo general, esto provoca mucha frustración e impide conseguir un bienestar continuado.
  • Evitar arriesgar. Muchos individuos viven sus vidas paralizados por el miedo. Para estas personas, la seguridad y la falta de riesgos es lo más importante; siempre que puedan, tratarán de no tener que enfrentarse a ningún tipo de incertidumbre. La mayoría de las veces, esto les lleva a no aprovechar la mayoría de las oportunidades que se les presentan.
  • Esforzarse al máximo. Algunas personas tienen claro que lo más importante de su vida es dar el 100% en todo lo que hacen. Esto suele llevarles a intentarlo, a enfrentarse a sus miedos y a lograr lo que se proponen; aunque por supuesto, el camino nunca está exento de dificultades.
  • Libertad. Para algunos, la capacidad de no depender de nadie y elegir en cada momento lo que hacer es lo más importante. Esto puede tener consecuencias tanto positivas como negativas. Lo cierto es que quienes eligen este valor por encima del resto tienden a tener vidas mucho más gratificantes.

3- Tus emociones

El último pilar a cuidar para cultivar tu mundo interior es la manera en que te sientes. Sin embargo, la mejor forma de trabajar en él tiende a ser indirecta. En lugar de intentar cambiar tus emociones directamente, es mucho más efectivo modificar tus pensamientos, tus valores y tu vida de una forma que te aporte la máxima felicidad.

Por supuesto, si tus sentimientos están descontrolados, puedes aprender algunas herramientas para tratar de gestionarlos. De esto precisamente se encargan la mayoría de las terapias psicológicas. Aún así, salvo en casos muy extremos, la preocupación por las emociones solo debe aparecer una vez que ya tengas bajo control los otros dos elementos de tu mundo interior.

Alejandro Rodríguez