Priorizarse a uno mismo es una práctica saludable, útil y necesaria. Llevar a cabo tal artesanía no es un acto de egoísmo, porque querer a esa persona que se refleja en nuestro espejo sin excusas, fisuras o aplazamientos es cuidarse: invertir en bienestar personal y calidad de vida. Aún más, quien se atiende como merece puede también ofrecer lo mejor de uno a los demás.
Por ejemplo, resulta curioso saber que el propio Sócrates centró parte de sus enseñanzas en el concepto del auto-cuidado o en lo que se definió en ese momento como “epimeleia heautou”. Más tarde, Michel Foucault incidiría una vez en esa idea, para desmenuzarla un poco más y concluir en lo siguiente: solo cuando una persona logra conocerse verdaderamente, ocupándose de sí mismo y ofreciéndose valor, puede alcanzar la auténtica libertad.
“¿Si no tienes amor propio, a qué amor puedes aspirar?”
La verdad es que no sabemos en qué punto y por qué razón se nos inculcó a la mayoría que poner en práctica semejante estrategia era poco más que un acto interesado y egoísta. Se confundieron términos, hasta el punto de hacernos creer que el altruismo y el respeto del otro no armoniza en absoluto con el auto-cuidado o con poder priorizarnos como lo merecemos. Algo totalmente falso.
Así, y casi sin darnos cuenta, hemos ido construyendo relaciones donde habita ese devoto sacrificio donde pensar que cuanto más ofrezcamos a los demás más nos querrán, más nos valorarán. Vínculos donde lo que hacemos en realidad es abandonar el amor propio en una cuneta, y a su suerte, sin mirar atrás pensando que hacemos bien, que eso lo que todos esperan de nosotros.
Evitemos esta práctica malsana que en esencia el desencadenante de muchos de nuestros problemas, frustraciones, ansiedades, noches de insomnio y hasta de dolores físicos…
Quien deja de priorizarse, se agota
Cuando uno deja de priorizarse para llenar su agenda, su mente y voluntades con el “debo hacer esto y aquello”, “esperan de mí lo de más allá” o “tengo que hacer esto por esta persona” lo que consigue en realidad es drenarse. Se vacía de energía, de identidades, de deseos y ante todo de autoestima. Lo más complejo de todo ello es que a veces, llevamos a cabo estos actos sin pensarlo apenas, sin reflexionar durante un momento en si de verdad queremos hacer ese favor, ese acto, esa acción.
Los psicólogos nos explican que caemos en el automatismo del “hacer, hacer, hacer”, racionalizando esas acciones como algo natural y necesario. Porque si somos útiles a los demás, seremos valiosos y porque si somos necesarios para nuestras personas queridas, entonces seremos amados. Sin embargo, esta regla de tres no siempre da el resultado esperado; de hecho, raras veces lo hace.
Lo que sucede en estos casos es algo tan devastador como triste. Al percibir que no se valoran nuestros esfuerzos y sacrificios continuos, desarrollamos una visión muy crítica de nosotros mismos, nos culpabilizamos por haber sido tan ingenuos, tan devotos, tan confiados. Esa voz interna puede ser a veces muy cruel y cuando esto sucede, no tarda en aparecer la somatización, traducida cómo no, en ese dolor muscular, en ese cansancioque nos atenaza, en esos problemas digestivos, esas infecciones, esa cefalea, esa caída preocupante del cabello…
Abandonarnos a la satisfacción exclusiva de las necesidades ajenas nos emborrona como personas, nos diluye y nos drena hasta dejarnos vacíos de ánimos, esperanzas e identidades. Cuando esto ocurre, lo primero que experimentaremos es un profundo cansancio físico y una densa neblina mental…
Aprende a “servirte”
Hay muchas personas así, incrustadas en itinerarios ajenos, como locomotoras que transitan por raíles de otros territorios, de otros mundos alejados del suyo. Llevan cargas que no son suyas como propias y no disponen ni de un solo día de vacaciones; un día para ser ellos mismos y cuidarse, para servir a sus deseos en exclusiva. Mantener esta situación durante mucho tiempo pone en peligro nuestro equilibrio y nuestra salud, y es por ello que recomendamos para esta inercia un cambio de enfoque.
Cómo aprender a priorizarse en 4 pasos
- Tiempo. Las personas que han dejado de priorizarse han automatizado la palabra “sí”. Ante cualquier demanda, la palabra mágica es enunciada como un resorlte imposible de controlar. Es necesario poner freno a este impulso; por ello, cuando alguien nos pida, nos sugiera o nos mande algo, lo que recomendable, antes de nada, es guardar silencio. Evitaremos dar una respuesta inmediata para reflexionar unos minutos y valorar con sinceridad si queremos o no queremos hacer lo que nos piden. Aprendamos a decir “NO”.
- Perspectiva. Para aprender a cuidarnos, a servirnos a nosotros mismos es necesario manejar la distancia -ampliándola o acortándola- con todo lo que nos envuelve. Llega un momento en que la persona automatiza tanto la necesidad de “hacer, hacer, hacer” que se pierde la perspectiva. En este sentido, decir “no quiero, no puedo, hoy me priorizo yo” no es el fin del mundo.
- Frases auxiliares. Nunca está de más tener una pequeña colección de frases que nos pueden ayudar en ciertos momentos a proteger las propias necesidades, la identidad o el tiempo personal. “Lo siento, pero ahora mismo eso que me pides no me va bien”, “Agradezco que hayas pensado en mí para eso, pero voy a dedicarme tiempo”, “En este momento no me apetece hacer lo que me pides, necesito estar conmigo”.
- Parar ciertas conversaciones. Todos sabemos cómo empiezan esas conversaciones que al final, acaban con una demanda. Esas florituras conversaciones donde el agasajo culmina con la proposición y donde a menudo, se da por sentado que lo vamos a cumplir. Puesto que ya estamos más que entrenados en esas estrategias, aprendamos por tanto a detenerlas cuanto antes. Evitaremos agotarnos y practicaremos la asertividad.
Para concluir, estos 4 pasos no se aprenden de un día para otro. Si ponemos voluntad y tomamos la firme decisión de cuidarnos más y de entender que priorizarnos es en realidad un acto desinteresado, necesario y vital, día a día seremos más eficaces en estas estrategias: manteniendo el cuidado por el otro, pero también por nosotros.
Valeria Sabater