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sábado, septiembre 30, 2017

El saludable y desinteresado arte de priorizarse a uno mismo

Priorizarse a uno mismo es una práctica saludable, útil y necesaria. Llevar a cabo tal artesanía no es un acto de egoísmo, porque querer a esa persona que se refleja en nuestro espejo sin excusas, fisuras o aplazamientos es cuidarse: invertir en bienestar personal y calidad de vida. Aún más, quien se atiende como merece puede también ofrecer lo mejor de uno a los demás.



Por ejemplo, resulta curioso saber que el propio Sócrates centró parte de sus enseñanzas en el concepto del auto-cuidado o en lo que se definió en ese momento como “epimeleia heautou”. Más tarde, Michel Foucault incidiría una vez en esa idea, para desmenuzarla un poco más y concluir en lo siguiente: solo cuando una persona logra conocerse verdaderamente, ocupándose de sí mismo y ofreciéndose valor, puede alcanzar la auténtica libertad.

“¿Si no tienes amor propio, a qué amor puedes aspirar?”
-Walter Riso-

La verdad es que no sabemos en qué punto y por qué razón se nos inculcó a la mayoría que poner en práctica semejante estrategia era poco más que un acto interesado y egoísta. Se confundieron términos, hasta el punto de hacernos creer que el altruismo y el respeto del otro no armoniza en absoluto con el auto-cuidado o con poder priorizarnos como lo merecemos. Algo totalmente falso.

Así, y casi sin darnos cuenta, hemos ido construyendo relaciones donde habita ese devoto sacrificio donde pensar que cuanto más ofrezcamos a los demás más nos querrán, más nos valorarán. Vínculos donde lo que hacemos en realidad es abandonar el amor propio en una cuneta, y a su suerte, sin mirar atrás pensando que hacemos bien, que eso lo que todos esperan de nosotros.

Evitemos esta práctica malsana que en esencia el desencadenante de muchos de nuestros problemas, frustraciones, ansiedades, noches de insomnio y hasta de dolores físicos…

Quien deja de priorizarse, se agota

Cuando uno deja de priorizarse para llenar su agenda, su mente y voluntades con el “debo hacer esto y aquello”, “esperan de mí lo de más allá” o “tengo que hacer esto por esta persona” lo que consigue en realidad es drenarse. Se vacía de energía, de identidades, de deseos y ante todo de autoestima. Lo más complejo de todo ello es que a veces, llevamos a cabo estos actos sin pensarlo apenas, sin reflexionar durante un momento en si de verdad queremos hacer ese favor, ese acto, esa acción.

Los psicólogos nos explican que caemos en el automatismo del “hacer, hacer, hacer”, racionalizando esas acciones como algo natural y necesario. Porque si somos útiles a los demás, seremos valiosos y porque si somos necesarios para nuestras personas queridas, entonces seremos amados. Sin embargo, esta regla de tres no siempre da el resultado esperado; de hecho, raras veces lo hace.

Lo que sucede en estos casos es algo tan devastador como triste. Al percibir que no se valoran nuestros esfuerzos y sacrificios continuos, desarrollamos una visión muy crítica de nosotros mismos, nos culpabilizamos por haber sido tan ingenuos, tan devotos, tan confiados. Esa voz interna puede ser a veces muy cruel y cuando esto sucede, no tarda en aparecer la somatización, traducida cómo no, en ese dolor muscular, en ese cansancioque nos atenaza, en esos problemas digestivos, esas infecciones, esa cefalea, esa caída preocupante del cabello…
Abandonarnos a la satisfacción exclusiva de las necesidades ajenas nos emborrona como personas, nos diluye y nos drena hasta dejarnos vacíos de ánimos, esperanzas e identidades. Cuando esto ocurre, lo primero que experimentaremos es un profundo cansancio físico y una densa neblina mental…

Aprende a “servirte”

Hay muchas personas así, incrustadas en itinerarios ajenos, como locomotoras que transitan por raíles de otros territorios, de otros mundos alejados del suyo. Llevan cargas que no son suyas como propias y no disponen ni de un solo día de vacaciones; un día para ser ellos mismos y cuidarse, para servir a sus deseos en exclusiva. Mantener esta situación durante mucho tiempo pone en peligro nuestro equilibrio y nuestra salud, y es por ello que recomendamos para esta inercia un cambio de enfoque.

Cómo aprender a priorizarse en 4 pasos

  • Tiempo. Las personas que han dejado de priorizarse han automatizado la palabra “sí”. Ante cualquier demanda, la palabra mágica es enunciada como un resorlte imposible de controlar. Es necesario poner freno a este impulso; por ello, cuando alguien nos pida, nos sugiera o nos mande algo, lo que recomendable, antes de nada, es guardar silencio. Evitaremos dar una respuesta inmediata para reflexionar unos minutos y valorar con sinceridad si queremos o no queremos hacer lo que nos piden. Aprendamos a decir “NO”.
  • Perspectiva. Para aprender a cuidarnos, a servirnos a nosotros mismos es necesario manejar la distancia -ampliándola o acortándola- con todo lo que nos envuelve. Llega un momento en que la persona automatiza tanto la necesidad de “hacer, hacer, hacer” que se pierde la perspectiva. En este sentido, decir “no quiero, no puedo, hoy me priorizo yo” no es el fin del mundo.
  • Frases auxiliares. Nunca está de más tener una pequeña colección de frases que nos pueden ayudar en ciertos momentos a proteger las propias necesidades, la identidad o el tiempo personal. “Lo siento, pero ahora mismo eso que me pides no me va bien”, “Agradezco que hayas pensado en mí para eso, pero voy a dedicarme tiempo”, “En este momento no me apetece hacer lo que me pides, necesito estar conmigo”.
  • Parar ciertas conversaciones. Todos sabemos cómo empiezan esas conversaciones que al final, acaban con una demanda. Esas florituras conversaciones donde el agasajo culmina con la proposición y donde a menudo, se da por sentado que lo vamos a cumplir. Puesto que ya estamos más que entrenados en esas estrategias, aprendamos por tanto a detenerlas cuanto antes. Evitaremos agotarnos y practicaremos la asertividad.
Para concluir, estos 4 pasos no se aprenden de un día para otro. Si ponemos voluntad y tomamos la firme decisión de cuidarnos más y de entender que priorizarnos es en realidad un acto desinteresado, necesario y vital, día a día seremos más eficaces en estas estrategias: manteniendo el cuidado por el otro, pero también por nosotros.

Valeria Sabater

viernes, septiembre 29, 2017

Aceptar no es agitar una bandera y darte por vencido

Cuando aceptas una situación que se ha torcido y que no se ha desarrollado tal y como habías previsto no significa darte por vencido. En muchas ocasiones, puedes sentir que bajas la cabeza y que te abandonas a esas circunstancias que no te gustan, ante las que no puedes hacer nada. Sin embargo, lejos de lo que crees, en muchas ocasiones también estás lejos de someterte.



El hecho de que veas la aceptación de esta manera no es más que una creencia que tienes que volver a replantearte. Pues, como muchas otras, puede hacerte caer en errores que te impidan afrontar las circunstancias de la manera más adecuada. Hoy te ayudaremos a echar abajo esta creencia para que puedas ver la aceptación con otros ojos y olvides eso de darte por vencido.
Decir “sí” a la vida, tal como es, tal y como viene, no significa que te des por vencido.

La aceptación radical

El concepto de aceptación radical lo desarrolló Marsha M. Linehan, pero lo dio a conocer Tara Branch, ambas psicólogas. Un concepto que tiene sus raíces en la filosofía budista y que nos insta a abandonar todas las expectativas, fruto de creencias, que nos llevan a sufrir en vano. Por ello, tenemos que rendirnos y dejar de resistirnos a lo que es imposible cambiar (o a lo que es posible cambiar: un cambio que se inicia con la propia aceptación del problema y no con su negación).

Pero, no confundamos rendición con victimismo. No aceptemos esta relación como lógica, de manera que dicha aceptación nos lleve a refugiarnos en las quejas. La aceptación radical tiene que con apreciar lo que sucede desde una perspectiva diferente, en la que todo está sucediendo de una manera determinada que no podemos cambiar, pero ante la que sí tenemos la capacidad para decidir nuestra reacción.

Imagina que te quedas sin trabajo. Tienes algunos ahorros y además vas a cobrar el paro. Sin embargo, te niegas a aceptar la realidad. Estás furioso y triste al mismo tiempo por esta situación. Te han echado de una patada de tu zona de confort y ahora te encuentras perdido y falto de esperanzas.

Aceptar esta situación sin quejarte, sin deprimirte y como una oportunidad no parece ser la tendencia natural, al menos para muchos. Tampoco está bien visto: los demás podrían pensar que “ah, no le importaba tanto el trabajo”, “con esa actitud es normal que lo echasen”… Diferentes frases que no hacen más que motivar la queja y la actitud victimista, facilitando que terminemos siendo barcos a la deriva.
En la sociedad en la que vivimos se premia el “estar mal”. Si le preguntas a alguien “¿cómo estás?” y te contesta que “muy bien” o “mejor que nunca”, tal vez la consideres un “flipado”.

Por lo tanto, ¿qué harías si la aceptases radicalmente? Te despiden, sientes todas esas emociones, te permites expresarlas y entonces te detienes. Te paras para ver la situación y decir “vale, estoy es lo que ha sucedido, no puedo cambiarlo, ¿cómo gestiono esta situación?”. Hay múltiples maneras para no darte por vencido.

Puedes aprovechar para hacer cursos y aprender nuevos conocimientos que te servirán en un futuro, puedes buscar otro nuevo trabajo y tomar esta oportunidad como una experiencia para crecer en el ámbito laboral… Puedes emprender mil y una acciones en vez de quedarte sentado y darte por vencido, lamentándote. Las circunstancias son las que son, pero tú puedes decidir qué camino tomar. Te han dado las cartas con las que jugar, ahora eres tú el que se las tiene que ingeniar para ganar la partida.

Negarse a aceptar la realidad es agotador

Si cambiar de estrategia o tomarte una pausa antes de seguir insistiendo te parece negativo, más lo es la negación de la realidad (salvo como estrategia de defensa ante un impacto emocional muy fuerte. Ej. La pérdida de un ser querido). Esta es una actitud que realmente agota, que es dañina y que hace que tropieces una y otra vez con la misma piedra: con tozudez y sin la más mínima intención de aprender.

Es cierto que la realidad a veces duele y mucho. Sin embargo, negarte a aceptarla o darte por vencido solo trasformará tu dolor en sufrimiento. Tus quejas no serán oídas, todos esos “por qué a mí” no tendrán respuesta. Las cosas suceden porque sí, no tiene que haber ningún motivo aparente. Pero, tú tienes la última palabra, el poder de decidir hacia dónde dirigirte.

No eres una víctima, a menos que así desees creerlo. En este caso, alimentarás a los pensamientos rumiantes y rumiados y te sumergirás en un bucle repleto de negatividad. Hablamos de un túnel con dos salidas indeseables: la depresión y la ansiedad. Quizás pienses que tienes mérito porque has elegido la opción más complicada, pero recuerda que el sendero que más esfuerzo nos reclama no tiene por qué ser el mejor para nosotros.

“La aceptación de lo que ha sucedido es el primer paso para superar las consecuencias de cualquier desgracia”
-William James-

Así que empieza a aceptar las situaciones como el punto de partida para cambiarlas. Tomándolas como oportunidades para decidir un nuevo camino y para aprender de todas ellas. Escapar nunca dará resultado y negarte a asumir lo que ocurre mucho menos. Aceptarlas, en cambio, lejos de condenarte, solo es el primer paso para vencer.

Raquel Lemos Rodríguez

jueves, septiembre 28, 2017

5 expresiones que es mejor no utilizar

Hay expresiones que están diseñadas por el odio. Son palabras o frases que se emplean casi siempre en momentos de ira y cuyo objetivo es destruir. Lo grave es que muchas veces logran su cometido: hieren, marcan y hasta devastan a una persona. Casi siempre son emitidas por alguien que detenta una falsa autoridad.



Por más que se tengan desavenencias con otros, hay expresiones que jamás deberíamos permitirnos. Y no deberíamos hacerlo porque se trata de mensajes violentos. Aquí ya no estamos hablando de esa agresividad nacida de contradicciones o diferencias, sino de actos violentos que solo engendran más violencia y destrucción.

“Es posible conseguir algo luego de tres horas de pelea, pero es seguro que se podrá conseguir con apenas tres palabras impregnadas de afecto”.
-Confucio-

Resulta aconsejable que quien utilice este tipo de expresiones haga una reflexión sobre aquello que lo motiva a emplearlas. Hay más que ira detrás de ellas. Lo cierto es que ganamos cuando se erradican esas palabras, porque hasta las ofensas tienen un límite razonable. Enseguida te mostramos cinco de esas expresiones que es mejor relegar al cajón del olvido.

Tonto… y sinónimos

Bien haríamos en cuidarnos de llamar a alguien “tonto”, o “bobo”, o “lento” o los diez mil sinónimos que tienen esas palabras. Son palabras insultantes cuando las decimos fuera de un contexto relajado y de broma; sobre todo lo son cuando este tipo de expresiones se dicen con ira o en un tono despectivo.

Se trata de una ofensa que se dirige a la esencia misma de la persona. Se califica, o más bien se descalifica, su capacidad mental. En ese sentido, estas etiquetas traspasan por mucho los límites de la crítica. Es un acto de violencia psicológica que destruye. Nunca deberíamos utilizar esas expresiones con nadie, pues nadie las merece.

Fracasado

Es una de las expresiones más utilizadas, especialmente después de que buena parte de las películas comerciales comenzaron a utilizar el término “perdedor” o “loser” como la ofensa favorita. En las sociedades altamente competitivas, y sobre todo consumistas, el éxito tiene unos límites muy precisos y una connotación absoluta.

Una perspectiva menos obtusa nos lleva a ver que rara vez, por no decir nunca, esta etiqueta tiene un sentido. Los tiempos de logros se alternan con los tiempos de pérdidas. Todos evolucionamos y todos también caemos alguna vez. Nadie es categóricamente fracasado, como tampoco nadie es absolutamente exitoso. Sin embrago, designar a otros con ese tipo de etiquetas supone un intento de marcarlos con una denominación que las despoje de su valor personal y para la sociedad.

Eres un inútil

Este tipo de expresiones se vuelven genuinamente violentas cuando son expresadas dese un poder, sea cual sea: un padre, un maestro, un gobernante, etc. Es en esas condiciones cuando revelan su mayor poder destructivo. De todos modos, en cualquier circunstancia es deplorable que un ser humano se refiera a otro en esos términos.

Calificar a alguien de “inútil” significa poner en tela de juicio todas sus acciones. Es un calificativo absolutista: apunta a la globalidad de la persona. Está destinado a anular al otro, a buscar que desaparezca dentro de una categoría de los valores humanos. No existe una forma constructiva de emplear esta palabra con otra persona.

No puedes o no vas a poder

Es otra de esas expresiones categóricas, que no solamente resultan profundamente ofensivas, sino que también son falsas. ¿Quién tiene la “bola de cristal” para determinar que alguien no puede, o no podrá hacer algo? La historia está llena de muchos que dijeron “no podrás” y luego tuvieron que retractarse.

Lo que no sabemos es cuántos intentos se malograron por esa falta de confianza inducida por otros. El ser humano es cambiante y la vida es dinámica. Lo que no pudiste hacer hoy, quizás se vuelve muy fácil de realizar mañana. Por el contrario: nadie tiene el derecho de decirle a otro que no lo logrará.

Raro o rarito

Es una de las expresiones más mezquinas porque ni siquiera se trata de un insulto directo. Alguien es “raro” o “rarito”, ¿con respecto a qué? ¿Cuál es el parámetro que se toma como base para definir a alguien como extraño a ello? En últimas, ¿qué es lo malo de ser “raro”? ¿Dónde está el problema por serlo?

Este tipo de expresiones buscan horadar, carcomer la dignidad del otro. La rareza es, en principio, una virtud. ¿No tiene muchas veces más valor lo escaso que lo común? Así que el problema no está en esa particularidad. Esas palabras se usan para marcar y excluir. Para hacer que el otro se sienta “fuera” de la norma o de lo aceptable.

Si eres una de esas personas que tiene accesos de ira incontrolables, es importante que revises qué pasa. Recuerda que las palabras, una vez dichas, no tienen vuelta atrás y repara el daño que pueda resultar de su eco será poco menos que una misión imposible. Así, las expresiones destructivas pueden dar origen a conflictos más serios, para los que la solución es complicada.

Edith Sánchez

miércoles, septiembre 27, 2017

¿Te quieres a ti mismo? 5 señales que indican lo contrario

Quererse a uno mismo es fundamental: ya no solo para mantener una autoestima saludable, sino también para tener relaciones de calidad con los demás. Sin embargo, si no te quieres, no solo tendrás dificultades para relacionarte con otros, sino que aumentará el riesgo de padecer depresión.



Detectar las señales que indican que no te quieres a ti mismo tanto como deberías te pueden ayudar a mejorar la forma en la que te relacionas contigo (diálogo interior) y con los demás. Identificar estas señales también puede ayudarte a encontrar una salida a estados de tristeza, decepción o incluso a tomar las riendas si te sientes con un bajo estado de ánimo.

“La peor soledad es no estar cómodo contigo mismo”.
-Mark Twain-

Cuestionas lo que los demás dicen o hacen por ti

Una indicador de baja autoestima y que a menudo está detrás de esos pensamientos negativos sobre ti es la de cuestionar los sentimientos, las palabras y las acciones de otras personas hacia ti. Lo que los demás hacen, dicen o sienten respecto a ti te causa incertidumbre.

No cabe duda de que a todos nos gusta sentirnos amados y comprendidos. Sin embargo,las personas con baja autoestima tienden a sobrevalorar lo que dicen o hacen los demás y a cuestionarlo sistemáticamente. Piensan que nadie les quiere ni les valora, se regodean en la crítica y, lo que es peor, piensan que hay algo sospechoso detrás de las buenas palabras o de las muestras de aprecio.

Esto es lógico. Tras ello hay está un pensamiento inconsciente muy coherente: ¿Cómo va a quererme otro más de lo que me quiero yo? ¿Cómo va a respetarme alguien más de lo que me respeto yo? ¿Cómo va a ser alguien más amable conmigo de lo que lo soy yo conmigo?

Estás siempre a la defensiva

Estar siempre a la defensiva es otra clara señal de que no te quieres tanto como deberías. La inseguridad y la falta de auto-confianza en ti te mantienen en un estado de alerta injustificado. Eso no solo hace que aumenten tus niveles de estrés, sino que no te deja ser objetivo respecto a lo que ocurre en tu entorno.

Ese estar a la defensiva no te deja entender con claridad lo que la gente te dice o te pide, y te hace sentir incertidumbre por lo que los demás piensan. También genera un estado de miedo y tristeza que no te deja disfrutar de lo que te rodea. Al estar a la defensiva, es fácil que tu actitud hacia los demás se trasforme en grosera, desagradable o tensa, cuando no violenta.

Por otra parte, al estar siempre a la defensiva actúas prediciendo lo peor, con lo que tu reacción puede ser desmesurada e incluso estar fuera de lugar. Eso suele ocasionar conflictos que, en el peor de los casos, terminan haciendo realidad tus peores temores y reafirmando tu punto de vista.

Intentas evitar el conflicto fingiendo que todo está bien

Sin embargo, también puede ocurrir que quieras evitar un conflicto y, para ello, finjas que todo está bien. Es decir, en vez de defender algo justo o algo que te conviene o interesa, en ocasiones prefieres renunciar con tal de evitar problemas.

El problema es que esa falta de autoestima y de amor propio no te da fuerzas para defender lo que te pertenece o lo que te interesa. Sin embargo, fácilmente entablarás una discusión por algún sinsentido o por algo que carece de importancia real.

El miedo a que los otros se enfaden o a que te hagan de menos por defender tu opinión o reclamar lo que te corresponde te lleva a aceptar lo que te digan o a asentir para tenerlos contentos. Y en ese proceso aumenta la sensación de que tu opinión no importa o de que lo que tú deseas no le interesa a nadie.

Te comparas con todo el mundo, aunque no haya nada que comparar

El hábito de compararse con todo el mundo es otra señal clara de que no te quieres. En realidad, la comparación con los demás no es en sí negativo. El problema es que las personas que no se quieren se exceden en la comparación, especialmente en aquellos aspectos en los que salen mal parados.

Es más, una persona que no se quiere se compara incluso aunque no tenga nada que comparar y se regodea en el resultado. Como consecuencia, no solo decae la autoestima, sino que surgen sentimientos como la envidia, la sensación de sentirse abandonado o incluso de ser víctima de una injusticia. Todo esto solo sirve para socavar más y más el amor propio.

Consideras tus logros una cuestión de buena suerte

Es cierto que muchas de las cosas que conseguimos se pueden deber a un golpe de buena suerte, al menos en parte. Sin embargo, no todo es cuestión de suerte. Saber aprovechar las oportunidades es fundamental para materializar ese golpe de suerte en un logro.

Sin embargo, si no te quieres lo suficiente, no serás capaz de reconocer tu propio valor en lo que has conseguido. Por eso mismo, no valoras tus capacidades o tus esfuerzos. Es más, no consideras a los demás capaces de valorarlos ni entiendes los cumplidos que te hacen para felicitarte o alabarte. En cierto modo, esa actitud de otorgar a la suerte la responsabilidad de tus logros hace que te sientas incapaz y desmotivado, a la deriva.

Eva Maria Rodríguez

martes, septiembre 26, 2017

¿Cómo son las emociones de la felicidad?

Durante décadas, los psicólogos se han centrado en estudiar los aspectos negativos del ser humano, como las patologías o las enfermedades. Sin embargo, en los últimos años la autodenominada “Psicología Positiva” ha profundizado más en las características y cualidades positivas de las personas, como la felicidad.



El sentido del humor, el afecto, la resiliencia, el amor, la armonía o la gratitud son estados psicológicos y emocionales que nos ayudan a conseguir nuestras metas y nos convierten en portadores de emociones positivas. Pero, ¿cuántas y con qué intensidad tenemos que experimentar estas emociones para ser felices?

Emociones positivas: el ingrediente de la felicidad

Algunos autores definen las emociones positivas como aquellas en las que predomina el placer o el bienestar y permiten cultivar fortalezas y virtudes personales. Y ambos aspectos conducen necesariamente a la felicidad.

Sin embargo, categorizar las emociones en positivas o negativas entraña riesgos. Por ejemplo, la tristeza no siempre tiene que tener una connotación tan negativa. Sentir tristeza por la pérdida de un ser querido, además de ser natural, es adaptativo, necesario y explicita la madurez subyacente de la persona. Lo innegable es que, aunque este tipo de emociones no tienen por qué ser dañinas, sí son poco placenteras y experimentarlas con frecuencia nos instala en un estado emocional nada deseado.

¿Cómo definir a una persona feliz?

La felicidad es un estado de ánimo, un estado emocional y un estado mental. Pero, ¿cómo se puede definir a una persona feliz? Para hacerlo se podrían tomar como referencia sus emociones y el grado de placer o displacer que estas causan en ella.

En términos eudaimónicos (“de felicidad”), las personas más felices no son las que experimentan emociones placenteras más intensamente, sino las que tienen emociones positivas con una intensidad moderada de forma frecuente. Los momentos gratificantes de alta intensidad son poco usuales, incluso en las personas más felices. Por ello, la felicidad va unida a un sentimiento de plenitud interna y a un bienestar psicológico.

Si preguntamos a hombres y mujeres de nuestro alrededor si son realmente felices, seguramente nombren acontecimientos concretos que les han llevado a profesar un éxtasis momentáneo. Por ejemplo, el nacimiento de un hijo o un nieto, la compra de una nueva casa o que toque un buen pellizco en la lotería son acontecimientos que se suelen asociar a momentos de alegría, satisfacción y plenitud.

Pero, ¡cuidado! Este tipo de hechos no suceden a menudo. Por ello, basar la felicidad de toda una vida en la esperanza de que ocurran eventos extraordinarios puede concluir en infelicidad. 
Hablamos de aquellas personas que atesoran emociones positivas con una intensidad moderada de forma frecuente.

La inconformidad constante nos hace infelices

Buscar lo sublime o lo placentero constantemente y en cualquier aspecto de la vida nos conduce al error, incluso cuando se consiguen los resultados deseados. Las personas que buscan en todo momento “la máxima felicidad o el máximo placer” tienden a cambiar de forma reiterada y compulsiva de pareja o de trabajo y no se involucran en relaciones de amistad duraderas.

Viven siempre en un pensamiento basado en el “no es suficiente” y en un “siempre habrá algo mejor”. Así, es precisamente esa incesante búsqueda de la excelencia y ese inconformismo adictivo el que les desespera y hastía. 

No obstante, no se debería confundir la búsqueda de esos momentos puntuales de máximo bienestar con el rechazo a experimentar felicidad. Muchas personas no aceptan tener golpes de fortuna porque piensan que en la vida hay un equilibrio impuesto (“karma“), basado en una ley de causa-efecto, por la que a una fase vital buena inevitablemente le sigue otra de mala suerte.

Algo parecido pasa con las experiencias que causan mucho placer. Haber experimentado un entusiasmo extremo puede ser una desventaja si sirve como punto de referencia con el que comparar otras experiencias positivas. Es decir, algo que a priori es un acontecimiento agradable, puede convertirse en un suceso medio si lo contrastamos con un evento pasado que fue espectacular. En este sentido, tampoco olvidemos que somos herederos de una forma de pensar que asociaba al placer, sobre todo cuando era muy alto, con el pecado.

Las mujeres son más emotivas que los hombres

Entre hombres y mujeres también hay diferencias en la expresión y experimentación de emociones. Numerosas investigaciones han demostrado que las mujeres experimentan más emociones: mayor frecuencia e intensidad que ellos. Entre las de valencia negativa, ellas suelen tender a sentir más miedo y tristeza que ellos.

Es interesante analizar cómo muchas de las discusiones de pareja están relacionadas con quejas que tienen del otro uno y otro sexo. Los tópicos giran en torno a que los hombres no expresan sus emociones lo suficiente y que las mujeres son demasiado emotivas: “es imposible que te entienda si no me dices lo que sientes” o “no es para tanto, eres demasiado sensible”.

Por eso, saber que los hombres no expresan sus emociones debido a que literalmente no las experimentan con tanta frecuencia o intensidad como las mujeres puede acercar posturas entre ambos géneros, ayudar a un mutuo entendimiento y a solucionar diferentes aspectos de sus conflictos.

Cómo mantener la felicidad

Cuando alcanzamos un objetivo, sentimos satisfacción; pero si no sabemos manejarla, además de inmediata y momentánea, se puede desvanecer a una tremenda velocidad. Por ejemplo, la alegría de haber conseguido un aumento de sueldo puede verse relegada a un segundo plano si le damos más importancia y nos malhumoramos al tardar mucho en encontrar aparcamiento para el coche.

Para poder alcanzar la felicidad y mantener un ritmo adecuado de emociones de intensidad moderada, hay que darle a cada suceso su debida importancia. La mesura, el equilibrio, la prudencia y la relativización son aspectos clave para poder gestionar adecuadamente nuestros sentimientos.

Sara Clemente

lunes, septiembre 25, 2017

La rutina, un océano de aguas profundas

¿Qué vas a hacer hoy? Pues lo mismo que hice ayer, lo mismo que haré mañana: aquello que dicta la rutina. Me levantaré, desayunaré, me vestiré, cogeré el metro por los pelos o lo perderé, llegaré tarde o llegaré por los pelos, coincidiendo unos con otros, haré que de mi mesa desaparezcan unos papeles y pondré otros, llegará la hora del café y una conversación insulsa sobre el último capítulo de la serie que emitieron ayer.



Saldré tarde, para adelantar algo de trabajo y el viernes salir con todos. En casa me esperan las cosas de casa, claro, veré una peli y caeré en la cama imaginando posibilidades para una vida que ahora mismo no tiene muchas. Rutina, claro.

Y es que quizás Raphaëlle Giordano tenga razón y nuestra segunda vida solo empiece cuando descubrimos que solo tenemos una. Que solo se dé el pistoletazo de salida cuando hayamos pasado una de esas experiencias en las que ves toda tu vida pasar por delante en un solo segundo. Una experiencia extraña, descrita como mágica por quienes la han vivido, precisamente porque tiene el poder de poner en orden nuestras prioridades.
También atesoran otro poder este tipo de experiencias: recordarnos que el futuro con el que contamos no es una certeza.

Animales de costumbres

Dicen los que más entienden que el hombre es un animal de costumbres y que no hay nada como el hábito para trasformar su voluntad, la nuestra, y su forma de pensar, la nuestra. Sería ese hábito, que sí hace al monje: frecuente, constante y entregado. Esa casulla que nos viste todos los días para no ir desnudos, de vulnerables por la vida.

Tanto el hábito como la costumbre suenan a rutina. Un orden que se repite de manera más o menos invariable y que nos da seguridad. Aparta la duda: nos provee de estrategias que conocemos como exitosas para abordar problemas que aparecen de manera frecuente.

Además, la rutina ahorra una enorme cantidad de energía. Es como introducir un programa que se ejecuta solo, no tenemos que pensar ni diseñarlo. Ya lo hicimos una vez y lo hemos ido puliendo con el tiempo. Por ejemplo, al principio utilizábamos el autobús para ir al trabajo, pero un día suspendieron la línea y descubrimos que el metro es más rápido, al contrario de lo que habíamos vaticinado. Son la propia realidad y el éxito de nuestras estrategias las que rellenan nuestra agenda.

Te imaginas todos los días pensando: ¿Qué desayuno? ¿Cómo voy al trabajo? ¿A qué hora será mejor que me tome el descanso?… Son dudas que en nuestro programa, perfeccionado a través del tiempo, ya están resueltas. Entonces, ¿por qué generar un problema donde en realidad no lo hay? ¿Por qué gastar más recursos de los necesarios para sobrevivir si tenemos una rutina?

“La mayoría de las cosas que nos suceden en la vida dependen de lo que sucede aquí arriba, en la cabeza”

La rutina: ¿una ayuda o una cárcel?

Sin embargo, puede llegar un momento, si esta rutina es demasiado rígida y no encuentra momentos de respiro, que nos puede llegar a agobiar y mucho. Seguro que conoces esa sensación.

Lo que antes nos ayudaba ahora se ha convertido en una celda en la que el oxígeno escasea. Pensamos en romperla, fantaseamos incluso con hacerlo, pero después en la realidad no hacer lo de todos los días supone – al menos, al principio- subir una cuesta de mucha pendiente: salir de nuestra zona de confort. Es como si quisiéramos y no quisiéramos, y ante la duda terminamos haciendo lo de siempre.

Pero, ¿cuáles son los síntomas de esta especie de “rutinitis aguda”? Son varios: falta de motivación, sensación de cansancio, cierta melancolía o nostalgia, cambios de humor, apatía, desencanto… y esa agobiante sensación de que lo tenemos todo -o casi todo- para ser felices y no los somos.

Hablamos de esa sensación de vacío, indeterminada y agobiante, para la que muchas veces no somos capaces de identificar un origen claro. Por otro lado, todos los cambios que imaginamos, bien mirados, nos parecen algo absurdos: ¿por qué íbamos a probar algún día a ir de nuevo en autobús al trabajo si ya hemos comprobado que se tarda más? ¿Por qué cambiar nuestro desayuno si nos sienta bien y nos da energía para toda la mañana?

También hablamos de una falta de nuevos objetivos que sustituyan a los que ya hemos logrado. Estos nuevos objetivos solo serían al parte visible de iceberg, lo que nos traen en realidad es ilusión. De manera que, cuando faltan, es muy complicado que esta ilusión esté presente.

Quizá este agobio por la rutina sea una enfermedad menor o propia de personas con los suficientes recursos como para preocuparse por cuestiones superficiales… o quizás no, porque lo cierto es que si se combina con algunos otros elementos, como la soledad, vemos que es una de las causas más comunes por las que los pacientes acuden a consulta. Es decir, una de las causas principales por las que sufren.
Giordano nos dice en su libro, medio broma medio en serio, que esta cárcel en la que se puede trasformar la rutina tiene tanto poder que puede hacer bajar la cota de humor de un país entero.

Rutina: ¿sí o no?

La mejor forma de romper con la rutina y con la planificación tiene que ver con la improvisación. Con realizar actividades novedosas que anticipemos que nos van a gustar, pero también con hacer de vez en cuando alguna que supongamos que no y que los demás, por ejemplo, nos recomienden. Quizás nos sorprenda, una sorpresa que puede ser la mejor solución para debilitar los asideros de la celda en la que nos sentimos prisioneros.

En este sentido, hay una dimensión de personalidad que recogen varios modelos: hablamos de la “apertura a la experiencia”. Pues bien, esta es la dimensión idónea a cultivar -al menos de vez en cuando- si no queremos que la rutina se alimente día tras día y se convierta en un poderoso monstruo que supere nuestras fuerzas.

Así, podemos decir que la rutina supone un enorme ahorro de energía, pero también puede convertirse en un enorme dispendio cuando dejamos de dominarla y pasamos a ser dominados por ella, cuando el riesgo pierde todo su atractivo frente a lo aparentemente seguro, ya lo hemos repetido con éxito una y otra vez.

Sergio De Dios González

domingo, septiembre 24, 2017

Para salir adelante, sal de tu propia prisión

Hay situaciones en las que parece que no hay manera de salir adelante, en las que todo se complica y se conjura para no hacerte levantar cabeza. Sin embargo, muchas situaciones solo son complicadas en la medida en que las vemos así. Salir adelante es fácil cuando te atreves a salir de tu propia prisión. 



Es habitual ver a personas exagerar todo lo que le ocurre y ponerse nerviosas por no tener controlado el resultado de cada decisión que toman. Saber cómo serán las cosas antes de empezar o preparar el futuro al segundo -o al menos intentarlo- es para mucha gente una forma, y una frustración constante, de vida. Pero, ¿de verdad es necesario complicarse tanto el presente para dejar atado todo lo que vendrá?

La vida puede ser mucho más sencilla y no por ello carente de oportunidades. Intentar sujetar y controlar todo es una misión imposible, privándonos de grandes momentos y de la posibilidad de encontrar, conocer y sorprendernos.

Escúchate, deja de resistirte y confía en el viaje

La vida tiene mucho más que dar de lo que tu mente puede concebir. ¿Por qué encerrarnos en la prisión que supone controlar y planificar absolutamente todo? No se trata de ir sin rumbo ni conciencia, sino que dejar la puerta abierta a lo que la fortuna disponga, porque lo va a disponer igual. Así, si es malo, podemos elegir en la mayoría de las ocasiones entre sufrirlo o afrontarlo.

Pero, ¿cómo identificar ese camino? Escucharte te dará la pista. Si eres capaz de ser sincero, de silenciar las voces que te dicen lo que tienes que hacer o que te indican que es lo [políticamente] correcto, podrás oír tu voz interior. Y cuando sientas que necesitas hacer algo fuera del plan, algo diferente, no te resistas. Explora lo que tu voz interior demanda. Descifra eso que necesitas y busca la manera de hacerlo, dentro de tus posibilidades.

Pero, sobre todo, confía en el viaje. Solo así podrás disfrutarlo y sacarle provecho. Solo así encontrarás el medio de expresión que necesitas para airear tus emociones y sentimientos, para crecer, ser tú mismo y salir adelante.

Tú tienes la llave de tu prisión

Muchas veces todo nuestro potencial se constriñe en una prisión de la que nosotros mismos tenemos la llave. Pero, ¿por qué hacemos esto? ¿Por qué diseñamos una vida que nos corta las alas en vez de acompasar el vuelo? ¿Por qué, teniendo un potencial tan grande, nos sometemos a una vida mediocre?

La verdad es que es la idea de vivir con todo controlado y planificado parece muy cómoda. Sin embargo y al mismo tiempo, el acomodamiento puede ser muy traicionero. Para abrir las puertas de tu celda, empieza por deshacerte de esa visión estrecha que no te deja mirar más allá, que no te deja contemplar todas las oportunidades que se te presentan.

Cierto que ese acomodamiento surge a menudo de experiencias pasadas. El sufrimiento y el dolor cargan nuestra mochila emocional con miedos, complejos y creencias limitantes. Pero, ¿qué tal si conviertes esa pesada mochila emocional en una caja de herramientas?

Tú tienes la llave… y el poder para abrir la puerta

Una cosa es saber que tienes la llave, y otra bien distinta tener el valor de usarla para abrir la puerta y salir. El miedo se esconde tras cada decisión que tomamos. El miedo al fracaso, a lo desconocido, a no ser suficientemente buenos, a equivocarnos de camino o a ser juzgados, nos frena.

Pero, no hacer algo es la mejor manera de tener remordimientos, de morir sin haber vivido. Ahora bien, ¿tienes miedo a fracasar pero no tienes miedo a perder la oportunidad de triunfar? ¿Tienes miedo a equivocarte y no a perder una buena idea? ¿Tienes miedo a ser juzgado pero no temes la opinión que tendrás de ti en el futuro?

No dejes que el miedo guíe tus acciones y nunca lamentarás haber tomado una decisión importante. Aunque fracases, aunque te equivoques… Cada paso es importante en tu crecimiento personal. Cada paso te acerca a tus objetivos -incluso aunque ese paso sea un error- y te concede la oportunidad de dar paso a tu libertad para asumir decisiones valientes.

Explora más allá de tu zona de confort para salir adelante

Tu prisión es tu zona de confort. Nada te retiene allí. Sal y ábrete al mundo. Tu zona de confort seguirá donde la dejaste si necesitas volver. Recuerda que tienes la llave. Eres libre para salir y también para volver a entrar.

Tienes que asumir el riesgo que supone poner un pie fuera, y luego otro. Si crees que haces lo correcto, abraza ese riesgo. No tienes que lanzarte de golpe si no estás preparado. Hazlo paso a paso. A medida que lo hagas te sentirás mucho más seguro y, sobre todo, mucho mejor contigo mismo.

La incertidumbre ante el riesgo juega su propio papel. A medida que te acostumbres a esa incertidumbre, a medida que aprendas a gestionarla, el miedo dejará paso a la curiosidad y a las ganas de ir más allá. 

Eva Maria Rodríguez

sábado, septiembre 23, 2017

Hay actitudes que separan más que las distancias

Hay actitudes que separan con la misma distancia que un frío océano. No importa que sea ese familiar con el que convivimos, no importa que sea ese compañero de trabajo que vemos a diario. Sus esquemas rígidos, sus pensamientos inflexibles y sus tajantes valores levantan murallas, cercos y trampas emocionales que enturbian seriamente muchos de nuestros entornos.




Tal y como suele decirse muy a menudo, en nuestras relaciones sociales y afectivas lo que cuenta, por encima de las palabras, son sin duda las actitudes. Pocas dimensiones son tan básicas a la vez que interesantes en el campo de la psicología como esos procesos que las conforman. Tal y como nos dijo Thurstone en su momento, son como una amalgama caótica donde confluyen sesgos, ideas preconcebidas, miedos, evaluaciones y determinadas tendencias hacia la acción.

“La actitud es una pequeña cosa que marca una gran diferencia”
-Winston Churchill-

Ahora bien, cabe decir que el estudio de las actitudes es una de las disciplinas más clásicas del mundo de la psicología. Sin embargo, su avance a lo largo de estas décadas nos ha demostrado que son nuestras actitudes las que nos conducen a un estilo de vida más feliz, o por el contrario, a esa complejidad existencial donde uno ve a diario más conflictos que oportunidades.

De hecho, hay un aspecto que todos solemos ver a diario. En nuestros entornos más cercanos siempre habitan determinadas personas que por sus actitudes, por su forma de pensar y de actuar en base a ellas, facilitan o dificultan seriamente la convivencia. Estas dimensiones psicológicas tienen su expresión en los contextos sociales y por tanto, nadie es inmune a ellas. Es más, hay veces que actúan como semillas de desdichas y como el detonante de auténticos conflictos.

Los distintos tipos de actitudes que debemos conocer

Viktor E. Frankl dijo una vez que “todo puede le puede ser arrebatado al ser humano excepto la última de las libertades: la actitud con que se enfrentará a una determinada circunstancia”. Todo ello nos lleva a la conclusión de que pocas herramientas resultan tan básicas y maravillosas como el poder de nuestras actitudes. Sin embargo, eso sí, debemos contar con un enfoque constructivo, flexible y saludable para poder sobrevivir mucho mejor en este mundo a veces complejo y hasta contradictorio.

Una de las primeras preguntas que sin duda nos viene a la mente es cómo se forman y cómo se integran en nosotros. Es interesante saber que las actitudes se aprenden.Durante nuestra infancia “absorbemos”, muchas veces sin reparar en ello, muchos de esos valores, interpretaciones y atribuciones que nos trasmite nuestra familia.

Sin embargo, llega un momento en que muchos de nosotros las modificamos. Lo hacemos bien por nuestras experiencias o por esas interacciones en los distintos medios sociales donde nos movemos y donde empezamos a relativizar muchas de las ideas que nos habían enseñado.
Así, algo que sin duda debemos entender es que las actitudes no son dimensiones estables y fijas en el tiempo. Muchas de ellas pueden cambiar y mejorarse, y eso sin duda es bueno, porque significa que estamos siempre en continuo crecimiento con el fin de delimitar mejor nuestra valiosa identidad.

No todas las actitudes facilitan la convivencia

Lo decíamos al inicio. Las actitudes actúan a veces como fuentes de conflicto creando distancias a veces insalvables entre nosotros. Esto es así porque hay quien aplica siempre una actitud defensiva, otros son muy resistentes al cambio y basan sus interacciones en los prejuicios y algunos, cómo no, dejan entrever un sustrato basado solo en su narcisismo, en su egoísmo.

Veamos ahora qué tipos de actitudes podemos ver en nuestro día a día:
  • Actitudes desinteresadas o integradoras. Es la actitud más positiva y la que más facilita la convivencia. Se basa en cualidades como la disponibilidad, la apertura, la aceptación y la solicitud y donde se intenta conseguir siempre un beneficio mutuo.
  • Actitudes manipuladoras. En este caso tenemos sin duda a las clásicas personas que persiguen un solo objetivo: el bienestar propio. Cada comportamiento y cada palabra harán uso del engaño más sibilino para conseguir su propósito.
  • Actitud interesada. Hay personas que tienen carencias y distintas necesidades. Por tanto, cada una de sus acciones estará encaminada solo a cubrir esa situación de desamparo, y lo harán llamando la atención o victimizándose.
  • Actitud agresiva. En este caso tenemos a esos perfiles que gustan de marcar distancias de forma descarada, dejándose llevar por sus prejuicios y por esos valores a menudo agresivos que tantos problemas suelen originar.

Cuatro actitudes que necesitamos para ser más felices

La psicología positiva nos recuerda que la felicidad depende de varios factores. Uno de ellos está en la genética, otro en nuestra situación personal (contexto social, educación, trabajo, relaciones, salud…) y el último, el que se considera el más relevante de todos, es sin duda el que hace referencia a nuestras actitudes.
Lo más interesante de todo este enfoque es que tal y como hemos señalado las actitudes se pueden cambiar, pueden entrenarse y trabajarse a diario para mejorar mucho más nuestra convivencia, y ese enfoque vital con el que construir un auténtico bienestar.

Por tanto y como tema sobre el que reflexionar, vale la pena conocer cuáles son esas actitudes que deberíamos integrar en nuestro día a día para empezar a notar cambios.Serían las siguientes:
  • Asume un enfoque más favorable sobre el comportamiento de las personas que te rodean. Entiende que los demás no pueden actuar siempre como uno quiere, por tanto, debemos aceptarlas tal y como son centrándonos mucho más en nosotros mismos.
  • Aplica una visión más positiva sobre el futuro y por aquello que está por acontecer. Intenta confiar en ti y en lo que el mañana pueda ofrecerte.
  • Deja de obsesionarte en lo que necesitas para ser feliz. Muchas veces, lo que realmente te hace falta ya está dentro de ti.
  • Desarrolla una auto-confianza más fuerte. Siéntete protagonista de tu vida, responsable último de tu felicidad.

Para concluir, tal y como hemos podido ver el campo de estudio de las actitudes es tan amplio como enriquecedor. Así, y si bien es cierto que a veces puede resultar tremendamente complejo convivir con personas que aplican actitudes algo hostiles y complicadas, la clave está siempre en salvaguardar las nuestras.

Porque al fin y al cabo son nuestras actitudes las que nos hacen grandes, ellas las que nos acercan a la felicidad y ellas las que no protegerán en todo momento.

Valeria Sabater

viernes, septiembre 22, 2017

Vivir rodeado de personas…, pero sintiéndote solo

Lo importante no es cuánto te rodee, lo importante no es el número de personas que estén a tu lado, lo importante no es tener miles de amigos en las redes (de agrego y no). Lo importante es el valor que todo lo que te rodea tenga para ti, porque puedes estar arropado por la gente y aun así seguir sintiéndote solo.



¿Alguna vez has sentido que, por muy arropado que estés, no consigues ahuyentar al frío? ¿Alguna vez has pensado que, aun con gente a tu lado, no cubres esa necesidad de contacto? ¿Alguna vez sientes que estás solo y que nadie puede ayudarte? Pues este vacío no se cubrirá si solo buscamos habitarlo con lo de fuera. Este vacío es algo interno, una cuestión a resolver con uno mismo antes que con los demás.

La soledad es una oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos; la soledad nos da permiso para el diálogo interno, para saber cómo y dónde estamos, para conocernos y saber qué queremos. Cuando estamos solos, tenemos el placer de estar con nosotros.

“No puedes estar en soledad si te gusta la persona con la que estás solo”.
-Wayne Dyer-

No podré sentirme solo si soy la mejor compañía, no podré sentirme solo si después de estar en paz conmigo mismo, busco lo de fuera. Así, cuando hay mucho ruido dentro, ¿cómo podré escuchar la música de fuera?

El valor de todo lo que me rodea

Puede ser un error buscar la cantidad en la compañía, la clave va a ser la calidad. No me vale que sean muchos si no me aportan, no me interesa tampoco mucho tiempo si no me hacen sentir que pasa volando. El valor que yo doy a todo lo que me rodea es lo que me hace dar sentido a esa potencial compañía.

Seguiré sintiéndome solo si mi compañía y la de los demás no me hace feliz, seguiré pensando que nadie me entiende con independencia del número de veces y formas que utilice para repetir la misma historia, seguiré pensando que no quieren estar conmigo si para mí significo muy poco. Yo soy quien califica y siente la gratitud al compartir mis pensamientos, mi tiempo y mi vida con alguien, pero será algo valioso después de haberlo compartido primero conmigo mismo.

Trabaja primero el estar contigo, no solo, sino contigo mismo; tú eres quien vas a estar siempre así que quiérete. Agradécete los momentos en soledad que te permiten conectar y saber cómo estás, háblate y entiende que la paz con uno mismo es el mejor aliado para emprender cualquier proyecto que emprendas fuera de ti.

“Un día me abrazó tanto la soledad que le tomé cariño, lloré como un niño y le conté mil historias, charlamos por largas horas como dos grandes amigos, después nos despedimos y cada quien siguió su camino. Sin embargo, nos vemos de vez en cuando y me alegra su visita, ella sigue siendo la misma, siempre sabia, siempre honesta, siempre lista”.
-Kelbin Torres-

Dale un sentido a estar solo

El vacío personal será tu peor enemigo, será una voz continua que grita y pide desde dentro una solución mientras intentas callarla con ruido de fondo, pero en realidad lo que necesitas es desconectar del exterior y conectar con tu yo interior.

Calidad y buena relación contigo, saber escucharte y mimarte, cuidarte y agradecer de vez en cuando el placer de poder estar solo y en calma. No te sentirás en soledad si eres una buena compañía, no sentirás la sensación de ausencia indeterminada si estás completo por dentro; lo de fuera vendrá para sumar, pero no para tapar las carencias internas sin resolver.

Quiérete como no te has querido nunca, siéntete tan bien contigo que quieras estar solo al menos un momento al día. Escúchate como nadie lo hará, sé el mejor amigo que te encantaría tener. Habitado este vacío, ahora sí: sal y enriquécete de todo lo demás que te aportará el exterior.

Adriana Díez

jueves, septiembre 21, 2017

El banco de niebla: una sencilla técnica para mejorar las habilidades sociales

¿Qué sucede si estamos conduciendo por la carretera y, de repente, nos encontramos con un banco de niebla? Lo natural es que reduzcamos la velocidad y frenemos. Así podremos ir más despacio y ver mejor la calzada. Pues nuestra manera de actuar en una situación como esta podemos aplicarla como una técnica para mejorar nuestras habilidades sociales.



Todos nosotros, en algún momento, hemos tenido que enfrentarnos a un momento embarazoso, nos hemos encontrado de frente con alguna crítica inesperada o nos hemos visto envueltos en un conflicto del que no queríamos formar parte. Pues bien, si utilizamos lo que vamos a denominar “la técnica del banco de niebla” conseguiremos salir bien parados de todas esas situaciones.


“Antes de reaccionar detente, respira 3 veces, sonríe y responde con compasión”
-Deepak Chopra-

La importancia de darnos tiempo para reaccionar

La técnica del banco de niebla nos insta a frenar, a reducir la velocidad de las emociones que sentimos que nos incitan a reaccionar de una manera impulsiva ante lo que no está siendo de nuestro agrado. Por ejemplo, en el caso de que nos realicen una crítica inesperada, podemos sentirnos enfadados y tentados a reaccionar de una manera que en realidad no queremos.

Situaciones humillantes, embarazosas o conflictivas pueden sacar una parte de nosotros mismos que creemos que no poder controlar o hacerlo difícilmente. Una parte de nosotros que quiere protegernos ante lo que consideramos un ataque o que nos está poniendo en evidencia. Pensamientos del estilo “me está juzgando”, “no me valora”, “quiere humillarme” provocarán una reacción fruto de los nervios y de las emociones que están a flor de piel.

Pero, ¿qué ocurre cuando dejamos que las emociones tomen un control completo de nuestros actos? Pues que normalmente después nos tiramos de los pelos porque nuestras emociones han dado lugar a impulsos que ahora canalizaríamos de otra forma.

Gracias a la técnica del banco de niebla, podemos tomar conciencia de lo importante que es detenernos, al menos hasta que podamos ver de una manera más clara la situación. Así, también podremos permitirnos observar nuestras emociones para poder gestionar su energía y su mensaje de la manera que más nos favorezca. De esta forma, nuestras habilidades sociales mejorarán, tendremos que pedir menos disculpas y realizar menos reparaciones.
“Antes de hablar, escucha. Antes de reaccionar, piensa. Antes de criticar, espera. Antes de renunciar, intenta”.
-Ernest Hemingway-

Podemos posponer todo aquello que nos coja desprevenidos

Una de las tentaciones más traicioneras -y también una de las que más contribuyen a nuestra supervivencia- es la de reaccionar inmediatamente ante algo que nos coge desprevenidos. Ese algo puede ser, por ejemplo, un conflicto o una crítica.

Muchas veces en vez de darnos tiempo y utilizar la técnica del banco de niebla, es como si algo en nuestro interior gritase “¡no puedes esperar!” y tuviésemos que hablar, discutir, refutar o justificarnos ante la situación en la que nos hemos visto sumergidos.

Actualmente, la mayoría de este tipo de “sorpresas” se dan en el contexto social: es muy raro que os encontremos un león por caminando por la ciudad, lo que quizás sí exigiría una reacción rápida por nuestra parte. Dicho de otra forma, en la mayoría de los casos contamos con el tiempo suficiente para dejar que el nubarrón emocional se despeje y dar una respuesta más consecuente, y sobre todo que a la larga no nos perjudique.

Si pusiéramos en práctica la técnica del banco de niebla en el caso de que un amigo nos echase en cara que no siempre podemos quedar con él, debido a nuestro trabajo o a determinadas obligaciones, no discutiríamos, no reaccionaríamos gritándole que él tampoco está siempre disponible para nosotros (en voz alta, con tono de reproche y visiblemente irritados).

Esa sería la reacción instintiva y emocional, por decirlo de alguna manera. Pero con la técnica del banco de niebla probablemente nuestra manera de proceder sería muy diferente. Ante la acusación de nuestro amigo frenaríamos nuestros impulsos y le diríamos “entiendo que estés enfadado porque crees nunca estoy para ti”.

No estamos diciendo que estemos de acuerdo, pero sí le estamos enviando un mensaje a nuestro amigo. Entendemos lo que él cree que está pasando, lo que al menos calmará un poco los ánimos.

Esto nos dará un tiempo para reflexionar sobre la situación y poder hablar sobre lo sucedido cuando nadie esté enfadado ni molesto. Así podremos hacerle comprender a nuestro amigo que no quedar siempre no es no quedar nunca y que él también tiene un espacio importante en nuestra vida, aunque tenga que coexistir con nuestras responsabilidades y trabajo.

“Elige tus pensamientos, en vez de reaccionar a tus emociones”
-Robert Kiyosaki-

Como hemos podido ver, el banco de niebla es una técnica para mejorar las habilidades sociales que todos tendríamos que poner en práctica, al menos en las situaciones que más pueden perjudicarnos. Así comprobaríamos lo eficaz que resulta, cómo nos ayuda a relacionarnos de una manera más saludable y, también, a gestionar mejor nuestras emociones.

Raquel Lemos Rodríguez

miércoles, septiembre 20, 2017

Olvidar o aprender a vivir con ello

¿Se puede realmente olvidar aquello que nos ha dolido? ¿Hacemos esto o en realidad aprendemos a ubicarlo en otro lugar para vivir sin que duela? Puede que el olvido no sea una cuestión de voluntad, lo que no quita para que podamos ayudar a que nuestra memoria pierda el recuerdo.



Todos hemos pasado por situaciones, relaciones y momentos que nos hicieron felices, pero llega un momento en que la felicidad se corta, se rompe. Algunas personas desaparecen, otras veces se acaba el amor o la distancia pone trampas. ¿Qué podemos hacer para que estos recuerdos dejen de doler?

Quizás la primera idea a tener en cuenta es que olvidar, “a lo bruto”, no funciona. Cuanto más alto gritemos que no queremos un recuerdo, más aparecerá en nuestra mente en forma de pensamiento circular. Fue y seguirá siendo, aunque ahora con otra forma, pero el recuerdo está ahí, lo que sería bueno es aprender a que esté pero sin que duela.

En nuestra mano está darle un nuevo valor a este pensamiento, integrarlo en nuestra historia vital sin que produzca dolor. Un buen discurso interno es el siguiente:“Me hizo feliz, aprendí de todo lo malo que pasó y guardo en mi memoria los buenos recuerdos. Si me esfuerzo por olvidar, más aparecerá en el foco de mi conciencia y más poder tendrá para generar emociones negativas. Todo lo que ha formado parte de mi tiempo ahora forma parte de mi historia y por ello olvidarlo -como aquel que entiendo olvidar como borrar- no debería ser un punto a trabajar”.

Dejar de hablar no es olvidar

Por mucho esfuerzo que hagamos o por mucho que intentemos apartar de nuestra mente aquello que nos hace daño, lo más probable es que no lo consigamos. No hablar del dolor, cerrarnos a conocer gente nueva, no escribir a otra persona por guardar rencor o no perdonar un daño que nos causaron no es olvidar.

Mantener en pendiente o como recurrentes los temas que nos hacen daño no es olvidar, es evitar que se expresen de manera que podamos controlar sus efectos. Tristemente siguen estando ahí, embalarlos simplemente significa guardar en un lugar poco seguro los recuerdos, ya que con solo rozarlos nos volverán a doler.

Cuando olvidamos, ya no duele, ya no recordamos, ya no podemos experimentar lo que sentimos en ese momento, pero no es apartarlo, es borrarlo. Como esto es una tarea imposible (no tenemos un botón en nuestra mente que mande a la papelera todo aquello que sea indeseable o indeseado), lo adecuado es esforzarnos por hacer lo que está en nuestras manos. Eso se traduce en reflexionar sobre el valor que tiene ese recuerdo, cómo queremos guardarlo, qué nos sigue doliendo y por qué lo sigue haciendo.

Tenemos la oportunidad de trabajar las experiencias y no dejar que ellas sean las que tomen el control sobre nosotros. Somos más que recuerdos, somos quienes damos significado a nuestra memoria, somos más que pensamientos, porque nosotros somos, en definitiva, quienes le damos forma.

Ahora está, pero ya no duele

Desde el instante en que hagamos esa lectura y lo elaboremos, el recuerdo estará en nosotros. Recordaremos cómo fue el tiempo con nuestros abuelos, recordaremos aquel primer amor que tanto nos marcó, recordaremos cuando jugábamos o hablábamos por teléfono con nuestros amigos, las visitas a otras ciudades, las cervezas del verano. Estos recuerdos siguen, y siguen en mí, despojados de la asociación con otros recuerdos negativos, por lo tanto brillarán más.

No duele porque hemos aprendido que hacer un esfuerzo “a lo bruto” por olvidar produce un trabajo sin más fruto que la frustración. No quiero olvidar lo bueno, solo lo que me hizo daño y ese es un proceso que requiere de nuestra inteligencia, pero también de tiempo y paciencia.

Por otro lado, si nos duele es porque ocurrió, porque lo sentimos, porque estamos vivos. No lo apartemos de nuestra mente, démosle un nuevo valor, un nuevo lugar. Dejémoslo estar, pero quitándole la importancia que ya ha perdido, todo lo que se lleva de nosotros, integrándolo de una nueva manera en nuestra historia.

Adriana Díez

martes, septiembre 19, 2017

Cómo Llenar Tu Vida de Luz y Dejar Atrás los Problemas que Te Preocupan

A la gran mayoría de nosotros nos gustaría tener una vida mucho más luminosa: más alegre, más interesante y más tranquila.



El problema es que solemos tener bastantes preocupaciones que ocupan nuestra atención: problemas laborales, problemas económicos, problemas de salud, conflictos, discusiones, malentendidos, etc.

Una pregunta importante es: ¿por qué?

¿Por qué tenemos tantas dificultades?

A menudo pensamos que es por culpa del mundo donde vivimos y de la gente que nos rodea, pero no es así en absoluto.

Hay un motivo mucho más profundo.

Y es muy importante comprenderlo bien para encontrar la solución definitiva y llenar nuestra vida de luz.

La Raíz de Todos Tus Problemas

Para descubrir la causa de todos tus problemas y poderlos resolver, te propongo un pequeño ejercicio.

De entrada quizás te parecerá que no tiene mucho que ver con el tema del que estamos hablando, pero enseguida verás que sí. Nos enseñará muchas cosas sobre nuestra manera profunda de funcionar.

El ejercicio es el siguiente: imagínate un momento que eres escritor y que tienes que inventarte una historia para una novela.

¿Qué tipo de historia te inventarías?

Piénsalo un momento. No hace falta que te inventes la historia entera, por supuesto, pero piensa un momento en cuál sería la idea principal.

Con toda probabilidad, la primera idea que te vendrá a la mente será una historia sobre un protagonista que tiene que resolver algún tipo de problema. El problema puede ser una guerra, un asesinato, algo que se ha perdido, un conflicto amoroso o cualquier otra situación que haya que resolver. Puede ser de muchos tipos, pero seguramente habrá algún tipo de problema.

Y, muy probablemente, cuando el problema se resuelva, la historia se acabará. Si hay una guerra, la historia se acabará cuando la guerra termine. Si hay un asesinato, la historia se acabará cuando el misterio se resuelva.

Prácticamente todas las historias que nos inventamos son así.

El tipo de problema cambia, pero la estructura básica casi siempre es la misma.

Esta manera de crear historias es tan habitual que nos parece que no hay más opciones, pero no es así. Podría ser de muchas otras maneras perfectamente.

Podríamos inventar historias donde los protagonistas fueran felices todo el rato. O por lo menos podríamos continuar explicando más cosas una vez ya han resuelto el problema al que se enfrentaban.

Pero no lo hacemos.

Y no lo hacemos porque no sabemos cómo hacerlo.

Nos falta creatividad en este aspecto.

Hay algunas excepciones, por supuesto, pero en general nos cuesta mucho inventar historias interesantes sin utilizar el recurso de inventar un problema.

Si no hay problemas por resolver, se nos ocurren muy pocas cosas que contar.

Y este hecho tiene una gran repercusión en nuestra vida.

La Historia que Cuentas Es la Vida que Vives

El hecho de que nos cueste inventarnos historias sin problemas es un reflejo directo del estado actual de nuestra mente.

Nos cuesta inventarnos historias sin problemas porque, en la vida en general, nos cuesta mucho pensar en cosas que no sean problemas.

De la misma manera que nos cuesta mucho inventarnos una novela donde el protagonista no tenga problemas, nos cuesta mucho llenar nuestro día a día de pensamientos que no sean sobre problemas.

Pensar, al igual que escribir, es una actividad creativa, porque para tener pensamientos hay que crearlos.

Y nos falta creatividad mental.

Nos falta desarrollar la capacidad de crear pensamientos que vayan más allá de una vida llena de obstáculos y preocupaciones.

Nos falta imaginación positiva.

Y por esto tenemos tantos problemas.

No hay que olvidar que nuestra mente es la herramienta que crea la realidad. Todo lo que nos pasa surge de nuestros pensamientos.

Así que si nos cuesta mucho pensar en cosas que no sean problemas, nos costará mucho tener una vida sin problemas.

A menudo pensamos que una vida plena y feliz no existe.

Pero sí que existe.

Lo único es que de momento no somos capaces de pensar en ella.

Cómo Tener una Vida Plena y Llena de Luz

Si queremos tener una vida llena de luz y sin problemas, solo hay un camino posible: tenemos que aprender a pensar en una vida llena de luz y sin problemas.

Y no solo de vez en cuando, sino de forma constante.

Tenemos que desarrollar nuestra creatividad mental y aprender a llenar todo nuestro tiempo de pensamientos constructivos, interesantes y positivos. Tenemos que aprender a hablar de temas positivos, pensar en cosas positivas y leer y escribir libros con historias positivas.

No es nada fácil, porque llevamos toda la vida haciendo lo contrario, pero podemos hacerlo perfectamente. Nuestra mente tiene plenas capacidades para conseguirlo.

Y todo empieza con la intención sincera de empezar a pensar de forma más constructiva.

La próxima vez que quedes con un amigo, intenta tener una conversación interesante sin hablar de problemas.

La próxima vez que un niño te pida que le expliques una historia, invéntate un cuento apasionante que no tenga ningún problema.

La próxima vez que te sientes en el sofá a pensar, centra tu energía en imaginar soluciones y no problemas.

Utiliza la creatividad de tu mente para idear pensamientos cada vez más imaginativos, constructivos y luminosos.

Recuerda siempre que las historias que contamos son las historias que vivimos.

Es hora de empezar a contar historias llenas de luz.

Un gran abrazo,

Jan

www.jananguita.es

lunes, septiembre 18, 2017

NO INTENTES CURAR TU CUERPO SIN CURAR TAMBIÉN TU ALMA

La Sanación espiritual es un conjunto de prácticas y terapias que forman un sistema coherente y completo que interactúa sobre todas las dimensiones existenciales del ser humano y que puede cambiar la química cerebral y mejorar el Sistema inmunitario al aplicarlas sobre nosotros mismos o sobre los demás.



Es un recurso abierto a todas las personas, una terapia energética utilizada en todas las culturas desde épocas inmemoriales. Reina dentro de las terapias energéticas y vibracionales, la Curación o Sanación Espiritual y su principio fundamental está basado en considerar que el ser humano es un partícipe de la realidad física y espiritual.

Partiendo de la base de que el estado de salud o enfermedad de las personas incluye no solo el cuerpo físico sino también el cuerpo mental inferior, el etérico y el astral o emocional, es posible afirmar que todo en la vida de los seres humanos está determinado por el grado de “fricción” que existe entre el alma y la personalidad.

Las prácticas de la Curación Espiritual

Se basa en la adecuada preparación de practicante y del sanador o terapeuta que trabajan mediante el acceso a determinadas vibraciones de la Energía Universal sanadora que canalizan y proyectan hacia la estructura energética del ser humano (paciente); estas bandas de energía universal vibran en altísimas frecuencias y muy cortas longitudes de onda y pueden penetrar hasta el nivel celular y atómico, transmutando y transformando las energías inarmónicas, disolviendo bloqueos energéticos, deshaciendo congestiones excesivas de energía, y aportando orden y estructura en las tres dimensiones existenciales del ser humano, devolviéndole con ello la armonía y la sanación.

La sanación espiritual actúa en la dimensión espiritual no es una terapia mental-emocional, durante la terapia el terapeuta y el paciente entran en un espacio sagrado que es un nivel elevado de conciencia en el que se produce la sanación canalizando hacia el paciente una determinada gama de frecuencias de la Energía universal para limpiar y transmutar las energías negativas que existen en torno a la huella traumática o el bloqueo energético limpiándola en profundidad para que no quede ningún residuo energético desfavorable que pueda volver a emerger y actuar como núcleo inicial al que se puedan ir anclando otras energías negativas similares por analogía, de esta forma la sanación espiritual transmuta la anterior realidad que originó la enfermedad que una vez sanada ya no se puede volver a reorganizar.

Cada vez que un pensamiento negativo llega a la mente de una persona esta circunstancia daña su alma y también su cuerpo y es allí donde es necesario poner en práctica un principio que dice: No intente curar su cuerpo sin curar también su alma; esto quiere decir que, la verdadera raíz de un dolor o enfermedad se origina en el alma y para curarse es necesario sanar el alma.

Las personas que son tratadas con la sanación espiritual reciben una transmisión de energíaque reestructura y reordena las energías alteradas y reactiva sus recursos naturales, su sistema inmunitario y sus fuerzas internas para ayudarles a enfrentarse a la enfermedad, aumenta su capacidad de recuperación y frecuentemente consiguen mejorar su sintomatología y aumentar su confianza en sí mismos y la paciencia para afrontar sus enfermedades y también aumenta su capacidad para afrontar el dolor; dejan de verse a sí mismos como enfermos y pasan de identificarse con su enfermedad y sentirse como un “ser enfermo” a verse como seres humanos completos con un desarreglo en sus cuerpos físicos “Yo no soy mi enfermedad”.

La salud y la sanación son estados de integridad energética que conllevan una determinada vibración de nuestra estructura energética y de nuestra mente, que podemos alcanzar mediante las prácticas de sanación y de autosanación espiritual.-José María Jiménez -

Aleja (Consejosdelconejo)