La persona sensible habla un lenguaje propio, el de las emociones. Es un idioma perceptivo muy íntimo, ese donde el corazón queda siempre a flor de piel y a instantes, uno puede sentirse vulnerable. Sin embargo, algo que entienden muy bien estas personas es que la vulnerabilidad puede ser un don excepcional, un tendón psíquico lleno de fortalezas. También, de peligros por supuesto, pero para minimizar los riesgos también existe un arma poderosa: la inteligencia emocional.
La persona sensible siempre ha estado ahí, camuflada y a veces hasta diluida entre el paisaje humano. A su vez, algo que todos sabemos es que no es fácil habitar en un mundo que nos obliga a ser semejantes, a reaccionar del mismo modo, a ver la realidad a través de un mismo cristal… como si todos tuviéramos las mismas dioptrías y hablásemos un mismo idioma emocional.
“Cuando uno está atento a todo, se vuelve sensible, y ser sensible es tener una percepción interna de la belleza, es tener el sentido de la belleza”
-Jiddu Krishnamurti-
El día a día de la persona altamente sensible tiene a menudo la forma del lomo de un erizo o la textura del tallo espinoso de una rosa. Todo les duele un poco más y a su vez también todo les emociona más. Algo así es extraño a ojos de un espectador inmune y desconocedor de tal sensibilidad, a alguien que sin respeto ni conciencia no duda en decirles aquello de “es que te lo coges todo a la tremenda, tienes que ser más duro/a y espabilar de una vez”.
Sin embargo, ¿cómo hacerlo? Según nos explican diferentes trabajos como el del doctor Ted Zeff en su libro “Guía de supervivencia para la persona altamente sensible”,disponen de un sistema nervioso hipersensible y de unas áreas cerebrales que funcionan a mayor intensidad, como es el caso de la ínsula y de esas regiones relacionadas con la empatía y la reactividad emocional.
No es posible “ser más duro” cuando se posee un cerebro que sintoniza con el mundo mediante otra frecuencia. Nadie puede convertirse en algo que no es, nadie puede tampoco bajar el volumen de las propias emociones cuando estas nos desbordan, cuando el alma nos habla y la realidad, de pronto, se ilumina de increíbles matices que solo uno mismo puede ver…
La persona sensible y el volumen demasiado elevado de su entorno
Es posible que muchos de nosotros tengamos al clásico amigo o familiar al que denominamos -cariñosamente- el “mírame y no me toques”. Nos llama la atención su afinado sentido del olfato y ante todo del tacto. Hay determinadas telas que no pueden llevar porque le hacen daño, porque le pican, porque le dan reacciones alérgicas.
A veces, un simple pellizco o un sonido más elevado de lo normal les causan un dolor intenso. También son ellos los que estando en medio de una reunión o en una fiesta, terminan retirados en un rincón con ganas de volver a casa.
Su umbral de percepción sensitiva es diferente, de hecho, tal y como nos explica Judith Orloff, psiquiatra y autora de “Libertad emocional” todo estímulo se multiplica en ellos por 50. Ahora bien, no todo tiene por qué ser doloroso, ese delicado umbral perceptivo y emocional tiene la capacidad también de sintonizar con la belleza de la vida de una forma tan intensa que a la gran mayoría se nos escapa.
Decir por tanto que la alta sensibilidad es un don, no es ningún error, aunque eso sí, la persona debe ser hábil a la hora de gestionar y filtrar adecuadamente cada estímulo que recibe. Cuando lo logran, cuando consiguen aplicar un escudo protector en su entorno para cuidar de su autoestima e integridad emocional, alcanzan un nivel de madurez sensitiva excepcional.
Son ellos los que captan la singularidad de los detalles, ellos quienes alcanzan la plenitud en el silencio, en sus instantes de preciada soledad, ahí donde cualquier actividad, en especial las artísticas, se tornan vibrantes, como una estallido sinestésico de sensaciones, de placeres, de emociones sutiles difíciles de explicar para quienes no pertenecen a ese 20% de la población en el que se incluyen las personas altamente sensibles (PAS).
El hombre altamente sensible y su mundo de silencio
Álex ha quedado a tomar un café con su hermana después del trabajo. Le explica que lleva todo el día con un nudo en el estómago y que se siente profundamente agotado. Su jefe le ha hecho unas cuantas observaciones al respecto de su tarea como jefe de ventas, pequeñas críticas que Álex no se ha tomado muy bien. De hecho, le han afectado tanto que sus otros compañeros han ironizado todo el día con el tema. Aún más, sabe que en la oficina ya tiene un mote: “el drama-queen”.
“No despreciéis la sensibilidad de nadie. La sensibilidad de cada cual es su genio”
-Charles Baudelaire-
Este sencillo ejemplo da forma a una realidad compleja que experimentan muchos hombres PAS, porque en realidad, la alta sensibilidad no es exclusiva del género femenino. La mitad de la población altamente sensible es masculina, y son ellos los que se ven más coaccionados por una sociedad que aún no ve con buenos ojos al “hombre sensible”, a esa persona que vive sus emociones a flor de piel, ese a quien le duelen más las críticas, ese de lágrima fácil, que prefiere los deportes en solitario y que empatiza de forma muy intensa con su entorno.
A pesar de que la alta sensibilidad sea un tema conocido ya por el gran público, son muchas las personas que siguen habitando en ese rincón silencioso donde mirar y callar, donde no hacerse notar, donde mantener a veces las distancias prudenciales para no quedar muy dañado. Cada uno sobrevive como puede en un mundo de alfileres, lo sabemos; sin embargo, el respeto, y ese principio vital de “ser y dejar ser” debería destacar en todos nuestros entornos para que todos alcanzáramos así una verdadera plenitud personal.
Valeria Sabater
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