Entre más crecen las sociedades y el estado de bienestar más aumenta la soledad y lo más paradójico es que entre más conectados estamos, gracias a las nuevas tecnologías, más nos estamos alejando y más solos nos sentimos. La soledad que la poeta estadounidense Emily Dickinson describió como “el horror que no debe examinarse”, es un concepto relativamente nuevo ya que entró a formar parte de la academia norteamericana, a mediados de los años 60.
Al igual que los estudios sobre la soledad, los cuales comenzaron a realizarse de forma uniforme y rigurosa a partir del año 1978 con la creación de una escala de ítems para medir los sentimientos subjetivos de soledad y aislamiento social, la UCLA Loneliness Scale. Debido a que se fue encontrando que si bien la soledad puede tener grandes beneficios para el ser humano como el poder potencializar su capacidad creativa o poder desarrollar una mayor atención del mundo social y un poder de observación intensificado; también puede llegar a tener graves consecuencias en nuestro estado de salud.
De hecho la soledad o aislamiento social se ha venido convirtiendo en una de las nuevas epidemias de este siglo. Hasta el punto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) la considera un problema de salud pública; debido a que las investigaciones realizadas al respecto plantean que la soledad está por encima de la obesidad como indicador de muerte prematura.
En un estudio realizado en California con 7.000 hombres y mujeres encontraron que “la gente que se había desconectado de los demás tenían casi tres veces más probabilidades de morir durante los nueve años que duró el estudio que las personas que mantuvieron fuertes lazos sociales”; independientemente de otros factores asociados como la edad, el sexo o la enfermedad que padecían.
Esto también fue demostrado por otra investigación presentada en el año 2001, la cual encontró que los adultos que tenían enfermedad de la arteria coronaria y estaban socialmente aislados tenían un riesgo de sufrir muerte cardíaca 2.4 veces más que aquellos que padecían la misma enfermedad, pero estaban socialmente conectados.
La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”. Francis Bacon.
Además de la mortalidad, varios artículos de revisión reciente proporcionan evidencias consistentes y convincentes que vinculan una baja cantidad de vínculos sociales con una serie de condiciones preclínicas específicas que incluyen el desarrollo y progresión de enfermedades cardiovasculares, infarto de miocardio recurrente, aterosclerosis, desregulación autonómica, presión arterial alta, retraso en la recuperación del cáncer, y cicatrización más lenta de las heridas (Ertel, Glymour y Berkman, Everson-Rose y Lewis, 2005, Robles y Kiecolt-Glaser, 2003).
Por otro lado, también se ha demostrado que las personas con menos conexiones sociales presentan patrones de sueño discontinuo y alteraciones en la producción de glóbulos blancos, lo cual conlleva a un deterioro del sistema inmunitario y menor capacidad para combatir las infecciones.
Por su parte, John T. Cacioppo, profesor de psicología en la Universidad de Chicago y director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de esa misma universidad, y el cual viene estudiando la soledad desde la década de los noventa; plantea que la soledad es una señal adversa, muy parecida a la sed, el hambre o el dolor. Por lo que las personas que carecen de forma crónica de contactos sociales son más propensos a experimentar niveles elevados de estrés e inflamación, lo cual a su vez, puede socavar el bienestar de casi todos los sistemas corporales, incluyendo el cerebro. De hecho, la inflamación crónica se ha relacionado con enfermedades del corazón, artritis, diabetes tipo 2 e incluso con intentos de suicidio.
Hay un aspecto que es importante tener claro, y es que cuando se habla de soledad o aislamiento social no solo hablamos de la falta de relaciones y soporte social, sino que también incluye las relaciones de baja y mala calidad. Con respecto a este último aspecto, el vínculo del matrimonio ha sido objeto de numerosas investigaciones y los resultados muestran que una historia marital de baja calidad en el curso de la vida moldea una gama de resultados de salud, incluyendo enfermedades cardiovasculares, condiciones crónicas, limitaciones de la movilidad, baja autoestima y síntomas depresivos (Hughes y Waite, 2009).
Es clara la evidencia de que el aislamiento social y la mala calidad de los vínculos afectivos es perjudicial para nuestra salud; pero qué hacer al respecto no lo es tanto; ya que como advierte el profesor Cacioppo el problema de la soledad tiene muchos matices, y las soluciones no son tan obvias como parecen. Porque disminuir los niveles de soledad crónica implica el aceptar que estamos solos y hacer frente al estigma social que esto conlleva; ya que decir que te sientes solo se interpreta como debilidad social o incapacidad para valerse por sí mismo.
Es amigo mío aquel que me socorre, no el que me compadece”. Thomas Fuller.
Por otro lado, la soledad es un problema en especial engañoso para nosotros mismos, porque al admitir que estamos solos puede sentirse que tenemos que aceptar el hecho de que hemos fallado en los terrenos fundamentales de la vida: la pertenencia, el amor, el apego. Esto va en contra del instinto básico de mantener nuestras capacidades de manera intacta ante los demás; y por consiguiente el pedir ayuda se vuelve difícil y hasta impensable. Pero, “negar que te sientes solo es tan absurdo como negar que tienes hambre” ¿Qué haces cuando tienes hambre? Buscas algo de comer; de igual manera debería suceder con la soledad.
Hay que buscar la compañía y el apoyo social, es decir, hay que hacer un esfuerzo por buscar esas cualidades emocionalmente sostenibles que nos dan las relaciones; como son: la sensación de que uno es amado, cuidado y escuchado; y cuando lo encuentres hay que hacer un esfuerzo por cultivar y preservar dichos vínculos. Porque así como los estudios hablan de los efectos adversos que tiene la soledad para nuestra salud física, mental y emocional; también hay cientos de estudios que confirman nuestra más profunda intuición: la conexión humana está en el centro del bienestar humano, ya que “las personas que se sienten más conectadas con otras tienen menores niveles de ansiedad y depresión. Además tienen una mayor autoestima y mayor empatía por los demás, son más confiadas y cooperativas y, como consecuencia, los otros son más abiertos a confiar y cooperar con ellos.
Por otro lado, las interacciones sociales pueden mejorar la buena salud a través de una influencia positiva en los hábitos de vida saludable. Debido a que las personas que se vinculan con personas que no fuman, o que tienen una dieta equilibrada o hacen ejercicio regularmente; lo más probable es que también siga dichos hábitos. Además, el apoyo social también puede tener efectos indirectos sobre la salud a través de un mejoramiento de la salud mental, porque reducen el impacto del estrés y fomentan el sentido de significado y propósito de nuestra vida. Como dice Emma Seppala del Centro Stanford para la compasión y el altruismo de investigación y educación: “la conexión social genera un bucle de retroalimentación positiva de bienestar social, emocional y físico” que nos lleva a sentirnos confiados, seguros y satisfechos con la vida.
DRA. NANCY CASTRILLÓN
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.