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domingo, julio 02, 2017

Después de mucho tiempo, he decidido que ya es hora de volver a casa

He decidido que ya es hora, que solo pierde quien se queda donde no hace falta, que es momento de regresar al amor propio, a esa casa largamente descuidada que abandoné para cumplir expectativas ajenas. Me he dado cuenta además de que partir para volver al hogar no es fracasar, sino recuperar fuerzas, sueños y energías… Volver a casa es despertar y coger aliento. Un aliento que todos necesitamos.



Decía Herman Mellville que en este complejo asunto que llamamos vida, a veces, tenemos la sensación de que el universo entero es una broma pesada, que nada tiene sentido y aunque para nosotros no tenga gracia alguna, alguien debe estar pasándoselo en grande y riéndose a expensas nuestra. Este pensamiento lo hemos tenido sin duda la mayoría de nosotros cuando por ejemplo, nos damos cuenta de que eso en lo que habíamos invertido tanto tiempo, esfuerzo y energía, no ha servido de nada.

“Ten fe en lo que existe allí adentro”
-André Gide-

Es en esos instantes vitales en que estamos obligados a volver sobre nuestros pasos, como cuando éramos pequeños y caminábamos hacia atrás intentando mantener el equilibrio mientras nuestros padres nos decían con gesto cansado que dejáramos de hacer “tonterías”. Y sin embargo, las seguimos haciendo, nuestro traje de adulto no evita que nos equivoquemos una y otra vez, que hagamos cosas sin sentido, sin mesura y sin razón, que nos perdamos cada poco tiempo en esos senderos que de algún modo nos alejan de nuestras auténticas esencia.

Ahora bien, en realidad, ningún error es sancionable siempre y cuando, eso sí, seamos capaces de dar fin a esa broma extraña del destino, siempre que seamos capaces de recoger uno por uno nuestros pedazos rotos depositados en los demás para recobrar la dignidad perdida. Tras eso, solo cabrá una opción posible: volver a casa, volver al amor propio.

Una casa que, tal vez, nunca terminamos de construir correctamente

Alberto tiene 31 años, y lo largo de su vida ha cumplido cada expectativa fijada por sus padres. Estudió derecho a pesar de no ser su preferencia ni su pasión y ahora, tras entrar a trabajar en una buena empresa, está siendo objeto de mobbing por parte de sus compañeros. Asimismo, la relación que tiene con su pareja tampoco es precisamente fácil. Es dependiente, necesita el refuerzo constante de su pareja, teme que ella lo abandone en algún momento y vive a la sombra perpetua de este miedo.

Podríamos decirle a Alberto que lo haga, que “vuelva a casa”, que retome su amor propio y ponga en orden su vida. Sin embargo… ¿cómo hacerlo si nuestro protagonista no ha construido jamás los cimientos de una firme autoestima? ¿Cómo decírselo si hasta el momento, no dispone de los pilares de un buena autoconcepto o del tejado de una identidad clara y definida? Como podemos deducir, no es algo precisamente fácil, no es ni mucho menos una tarea que pueda llevarse a cabo de un día para otro. Requiere de decisión, pero también de paciencia

Alberto, necesitaría en primer lugar “deconstruírse”. Este interesante término, basado en los principios de Heidegger, nos propone deshacer cada uno de los elementos que conforman un concepto, un enfoque, una realidad personal. Derribar para volver a construir es a veces la única solución cuando lo único que nos rodea es la falta de armonía, la infelicidad. En este caso en particular, Alberto tendría que desmenuzar y analizar cómo se percibe a sí mismo, cómo percibe su medio social y cómo cree que lo ven los demás.

Estaría obligado a realizar una intervención quirúrgica muy delicada, ahí donde eliminar pensamientos limitantes, creencias, actitudes y ciertos filtros de percepción que desde niño, le han hecho entender que “si no gustas a los demás, te juegas la vida”, que “si no encajas lo pierdes todo”.

Me había perdido, pero ya he vuelto a casa

Perderse de vez en cuando no es malo. Iniciar una relación equivocada y condenada casi desde el principio al fracaso no será una pérdida de tiempo siempre y cuando, reaccionemos en el momento acertado. Partir al extranjero en busca de un trabajo y volvernos al cabo de unos meses porque echamos en falta nuestra cultura y a los nuestros, tampoco será un fracaso: porque logramos conocernos mucho más a nosotros mismos, sabiendo además dónde se alzan nuestros límites.

“La vida interior, la de nuestros afectos, necesita una casa confortable y una buena cocina”
-David Herbert Lawrence-

Tal y como decía Albert Ellis, el sufrimiento que sentimos a veces no viene por los hechos externos, sino por cómo los interpretamos. Así, ninguna de esas experiencias citadas serán auténticos errores mientras hayamos conseguido un aprendizaje de ellos, y a su vez, hayamos sido capaces de volver al hogar del amor propio, al refugio de los propios valores, a la casa de la propia dignidad.

Saber partir es un arte que aprendemos a la fuerza. Lo hacemos cuando nos negarnos a ser esclavos de las dulces mentiras, de las amargos abusos y de las dependencias asfixiantes que no llevan a ningún sitio. Volver a casa, en realidad, no es volver sobre nuestros propios pasos, como cuando éramos niños y andábamos de espaldas.

Caminar hacia el hogar tras una experiencia poco agradable es volver con la cabeza alta y la mirada firme. Es andar como lo hacen los valientes que deciden retornar para cuidarse, volver para dejar de ser tristes espectadores pasivos y convertirse así, en constructores de sueños… los que uno quiera, los que uno elija.

Valeria Sabater

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