En mi opinión, la felicidad puede manifestarse, simplemente, a partir de ser capaz de vivir el presente con consciencia, tasando en su justa medida los inconvenientes –sin desmesurarlos como se hace habitualmente- y apreciando en su justa medida los que son agradables –sin infravalorarlos como se hace habitualmente-.
La felicidad es una cosa distinta para cada persona, por supuesto, pero básicamente se consigue encontrando la paz interior –que posteriormente se manifestará en el exterior-, sabiendo disfrutar los pequeños momentos –que en realidad son los grandes momentos- y procurando sentir de continuo, por lo menos una moderada satisfacción personal.
Ser feliz no es una opción para la que unos han resultado agraciados, sino una opción posible para cada persona. El alcanzar una cota de felicidad razonable depende exclusivamente de la persona y no de sus circunstancias. Todos hemos visto fotografías en las que niños que viven en la miseria sonríen, juegan, y muestran una indudable felicidad. Eso pasa antes de que uno se haga mayor y empiece a valorar, equivocadamente, que la felicidad está supeditada al logro de bienes materiales, posición social, o cumplimiento de los objetivos personales.
La felicidad depende de uno y es uno quien se la permite. Pero para poder tener la sensación de felicidad, y permitir que ésta se manifieste y la podamos festejar, conviene previamente marcar los mínimos que nos den acceso a ella. Esto se debe hacer porque puede suceder que las aspiraciones para la felicidad sean excesivas, inalcanzables, y eso condene a la frustración e imposibilite una felicidad que, si fuera un poco más sencilla en sus exigencias, podría tenerla a su alcance.
Por ejemplo, un motivo puede ser tener salud –que ya es un buen motivo-, pero de modo que a su vez no condicione el que si uno está enfermo se elimine la posibilidad de felicidad.
Otra persona puede ser feliz si está emparejada, pero que lo tenga claro y no base únicamente su felicidad en ello; que no sea una condición imprescindible, sino que pueda ser feliz y permitirse la felicidad incluso si está solo.
Conviene, cuando uno se pregunta si es feliz, tener una sensación indefinible pero convencida que pueda contestar a la pregunta sin tener que hacer para ello un inventario de la situación personal en todos los aspectos de la vida, porque en ese caso siempre se va a encontrar una piedrecita en el zapato. Siempre hay algo que no está como uno quisiera, y eso se debe a que tenemos demasiados frentes abiertos de exigencias como para que todas estén en estado óptimo.
Si observamos en el recuerdo, con tranquilidad, algunos de los momentos de felicidad de nuestra vida, comprobaremos que coinciden con momentos en los que no hemos estado atentos a los “problemas pendientes”, o la situación global actual, sino que han sido en momentos de atención a lo que estaba sucediendo, y no estaba presente ese inquisidor exigente, riguroso, negativo y pesimista, que todos llevamos dentro: ese que pone los peros y las pegas.
Para promocionar la felicidad, y que sea cada vez más continua y asequible, es interesante averiguar las razones que la producen, y para ello nada mejor que preguntárselo a uno mismo, o dejar una parte vigilante y atenta para que cada vez que detecte una aparición de la felicidad, por muy breve que sea, lo haga saber.
Si uno se pregunta: “¿Qué me hace feliz?”, y obtiene respuestas sinceras, lo que podría hacer sería promocionar esos momentos o esas situaciones, pero vigilando una cosa: la vida no se trata de fórmulas químicas de laboratorio que a igualdad de condiciones provocan siempre la misma reacción o resultado.
Puede ser que una puesta de sol en un momento determinado y unas circunstancias determinadas nos hayan provocado un sentimiento agradable y queramos repetirlo en otra ocasión para sentir lo mismo. Se crea una dificultad por el hecho de que se llevan unas expectativas, generalmente altas, y uno no está abierto a que le inunde inesperadamente la sensación, como la primera vez, sino que está más atento a lo que espera sentir que a lo que realmente siente.
¿Qué me hace feliz?, hay que peguntarse, y procurarse cuando se averigüe todas las ocasiones posibles para ser feliz. Y si uno descubre que lleva un tiempo en que los desencantos le han cambiado el carácter, le han convertido en un ser demasiado serio o algo retraído, y difícilmente se ilusiona, tal vez es bueno utilizar otra variante de la pregunta: “¿Qué es lo que me hacía feliz?”, y puede descubrir que ha abandonado ciertas cosas que en otro momento de su vida le hicieron feliz pero, por lo que sea, renunció o tuvo que renunciar a ellas.
Pero ahora, si quisiera y se pusiera a ello, podría recuperar alguna de ellas…
No hay que olvidar que la felicidad, y ser feliz, son razones primordiales de la vida. Si no, el Creador no hubiera puesto a nuestro alcance la capacidad de gozar -para sentirse feliz-, los cinco sentidos -para poder captar el placer que cada uno de ellos proporciona-, la belleza, el amor, la sonrisa, los buenos sentimientos, la nobleza, o al resto de los humanos.
¿Qué me hacía feliz?, Qué me hace feliz ahora?, ¿Qué me puede hacer feliz?
La sugerencia es que no aplaces mucho el dedicarte a repetirte estas preguntas y a esperar y escuchar las respuestas. Mientras antes lo averigües, antes y más podrás disfrutar los placeres que la felicidad te puede proporcionar. Dedica tiempo a buscar lo que te hace o te puede hacer feliz: es una excelente inversión que te va a proporcionar disfrute, placeres, sonrisas, optimismo, alegrías, bienestar, satisfacciones, diversión…o sea: felicidad.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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