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miércoles, diciembre 04, 2019

¿Por qué me siento solo?

«Me siento solo». ¿Cuántas veces nos hemos dicho esto a lo largo de nuestra vida? Seguramente, en más de una ocasión, porque esta afirmación con sabor a lamento puede surgir en cualquier momento de nuestra infancia, adolescencia o madurez. Ahora bien, sentirnos solos de vez en cuando es algo normal, pero experimentar dicha sensación durante meses o años, ya no lo es tanto.

 
 
Asimismo, hay un dato que cuanto menos, nos resulta llamativo. Según datos de la ONU, somos ya cerca de 7500 millones de personas en el mundo, estamos más conectados que nunca gracias a las nuevas tecnologías y, sin embargo, nos sentimos más solos que nunca. La soledad nos duele como no había ocurrido antes.

Esta realidad no se sufre solo a nivel emocional a través de la tristeza, la desesperación o la angustia. La soledad tiene su serio impacto a nivel de salud, alzándose ya como una auténtica epidemia con altos costes. Así, podríamos decir que es momento de dejar claro un aspecto: la soledad mata y lo hace de muy diversas maneras.

Estudios, como el llevado a cabo en el departamento de psicología de la Universidad de Chicago, nos recuerdan que esta dimensión aumenta el riesgo de muertes prematuras. ¿De qué manera? Mediante infartos de miocardio, obesidad, adicciones y tristemente también con suicidios. Sentirse solos nos va rompiendo poco a poco… hasta que llega la indefensión más absoluta.

El ser humano necesita una conexión social de calidad, ahí donde prevalezca la sensación de seguridad, de confianza, de ese estímulo constante donde fluye el afecto, la reciprocidad y el apoyo. La ausencia de este derecho vital puede ser devastadora.
 
«La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo».
-Gustavo Adolfo Bécquer- 
 
¿Por qué me siento solo?

La revista Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology introduce en el tema de la soledad un aspecto decisivo. Uno en el que todos deberíamos reflexionar. Hasta no hace mucho, entendíamos este término de manera unidimensional, es decir, una persona se siente sola cuando está aislada, cuando no dispone de una red social en la que apoyarse. Sin embargo, asumir este enfoque nos hace caer en un error.

Para empezar, soledad no siempre es sinónimo de aislamiento. Estar solo no es lo mismo que sentirse solo; dicho de otro modo, en la actualidad tenemos a un gran número de personas que cuentan con pareja, familia y amigos y experimentan, sin embargo, una soledad profunda y devastadora.

¿Qué está fallando entonces? ¿Por qué me siento solo si en ocasiones dispongo de una amplia red de figuras en mi entorno cercano?

Veamos a continuación esas razones que alimentan, que configuran y explican este sentimiento tan complejo a día de hoy. 

Estancamiento personal

Hay instantes en nuestro ciclo vital en los que quedamos, literalmente, encallados. Nada avanza, nada de lo que nos rodea nos es significativo y lo que es peor, el horizonte no brilla con el destello de la ilusión ni la motivación.

En medio de ese estancamiento, de esa rutina que asfixia, es común que la mente caiga en un estado de introspección y reflexión continua donde es común que germine el sentimiento de soledad.

Cuando la vida deja de tener significado, uno empieza a crear una costra a su alrededor. Es como si, de manera gradual, todas las relaciones perdieran valor y trascendencia. 

Tengo familia y amigos, pero el vínculo no es significativo

Una de las razones por las que me siento solo es porque las personas que me rodean no son accesibles. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de «accesibilidad»?
  • No tengo confianza con mi familia y tampoco me siento apoyado por ellos.
  • Los amigos con los que cuento solo me sirven para cenar o ir de fiesta. Con ellos no puedo compartir mis preocupaciones, el vínculo con ellos es superficial.
  • No cuento con nadie concreto con quien expresarme, compartir aficiones, gustos, confidencias…

La soledad emocional es a día de hoy una de las más comunes. Más que la soledad social, es decir, aquella en la que una persona no cuenta con una red de apoyo cercana. 
 
Lo doy todo por los demás y me siento solo

Este hecho es muy común en cuidadores o en esas personas habituadas a cargar sobre sí mismas un gran número de responsabilidades. Cuando se está pendiente las 24 horas del día de los demás, llega un momento en que las propias necesidades quedan en un segundo planto.

Este hecho genera que, tarde o temprano, surja la sensación de soledad. El cuidador percibe que se le está dejando a un lado, que su entorno solo lo ve como alguien que está ahí solo para dar, pero no para recibir. 

Una adversidad no superada

Una pérdida, una ruptura afectiva, el peso de una infancia traumática… Hay acontecimientos para los que nadie está preparado, hechos dolorosos que no siempre logramos superar y que dejan lastre, marcas profundas y grietas internas que cuesta mucho reparar. Así, el hecho de no haber afrontado aún esa adversidad, hace que se experimente a menudo un sentimiento de soledad constante y angustioso.

Las relaciones afectivas no duran demasiado, todo vínculo creado es inestable, ninguna amistad o pareja parece cubrir todas las necesidades… Esas heridas del pasado son un obstáculo para crear y conservar una red de personas estable y segura con la que poder contar en el día a día. 

Cuando la soledad se convierte en maltrato

Hay un tipo de soledad que merece nuestra atención y es la relativa a la tercera edad. A día de hoy, esta realidad es una auténtica epidemia, una alarma social que exige concienciación y estrategias. En estos casos, tenemos a un gran número de adultos mayores (en su mayoría mujeres) que viven en una situación de aislamiento y soledad no elegida.

En ocasiones, cuentan con familiares, vecinos y unos servicios sociales que se interesan por su situación. Sin embargo, nada de esto parece suficiente, ni válido ni significativo para estas personas. Porque el día tiene muchas horas en una casa donde solo habita el silencio. Por tanto, estamos ante unas situaciones que dejan mella, que aceleran el deterioro cognitivo y las enfermedades ya presentes en el anciano.

En este contexto es necesario establecer otros mecanismos más activos para tratar el aislamiento de las personas mayores. Nuestra sociedad avanza hacia un sociedad donde la esperanza de vida es cada vez mayor y, por tanto, hay que generar nuevas estrategias de intervención y atención.

Para concluir, la soledad no elegida y sentida como dolorosa es uno de los mayores enemigos de nuestra actualidad. Algo así demanda no solo una mayor sensibilidad, sino que también exige acciones concretas de emergencia. La soledad es sinónimo de exclusión social y esto, puede aparecer a cualquier edad, teniendo como ya sabemos, serias consecuencias.

Actuemos, seamos más sensibles, pidamos ayuda si lo necesitamos…

Valeria Sabater

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