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domingo, diciembre 29, 2019

5 formas de escapar de la realidad

Escapar de la realidad es algo que muchas veces hacemos sin darnos cuenta. Hay muchas vías de evasión y algunas son menos notorias que otras. No siempre huimos de las cosas físicamente, sino que a veces desarrollamos comportamientos que cumplen con esa función, aunque no lo parezca a primera vista.

 
 
Lo negativo de escapar de la realidad es que finalmente solo conduce a un autoengaño. Podemos hacernos a la idea de que un problema o un vacío no están ahí, pero si efectivamente están, tarde o temprano saldrán al paso; además, el no asumir esos problemas solo conduce a que crezcan, muchas veces sin control.

“Tú puedes hacer lo que te propongas. Eres fuerte y capaz. No eres frágil ni quebradizo. Al postergar para un momento futuro lo que quisieras hacer ahora, te entregas al escapismo, a la autoduda, y lo que es peor aún al autoengaño”.
-Wayne W. Dyer-

Así mismo, ese deseo de escapar de la realidad nos lleva muchas veces a desarrollar conductas dañinas tanto para nosotros como para los demás.

Sin darnos cuenta, el afán por no afrontar la realidad hace que nos escondamos detrás de conductas desadaptativas que no resuelven lo que queremos evadir y, en cambio, nos generan nuevos problemas. Las siguientes son algunas de esas conductas.

1. Contar con lo que no se tiene aún

Esta es una forma de escapar de la realidad que nos remite a un mundo ilusorio. Es el mundo de “si sucediera esto, se resolvería aquello”. Entonces, el problema, por ejemplo, no es resolver la situación laboral e incrementar los ingresos, sino comprar la lotería para solucionar las cosas de una buena vez.

Tampoco el problema es explorar lo que hay detrás de la tristeza y la soledad, sino esperar a que llegue esa persona que soñamos, que cambie la persona que amamos o que “suceda algo” que nos saque de ese estado. Es el mundo de esperar algo que difícilmente ocurrirá, para no hacernos cargo de lo que efectivamente nos sucede.
 
2. Depender de otros, una forma de escapar de la realidad

Otra forma de escapar de la realidad propia es sujetándola a la realidad de los demás. Hay dos maneras de hacerlo. Una, la más común, es responsabilizando a otros de lo que nos sucede. El problema es de la pareja, que hace o no hace; o del jefe, que exige o no exige; o de la familia, que es de esta manera o de otra, y así sucesivamente.

Es como si la persona creyera que es un simple juguete en manos de los demás. Como si no tuviera lugar para una mínima autonomía.

El otro camino de la dependencia es el de aferrarnos a alguien específicamente y delegarle a esa persona la responsabilidad sobre nuestro destino. Así no tenemos que confrontarnos con nuestros errores o problemas.
 
3. Inventar justificaciones

También es muy habitual que se elija el camino de escapar de la realidad buscando justificaciones ficticias para lo que nos ocurre. Las favoritas son el destino o la mala suerte. Esto, por supuesto, estaría fuera de nuestro control y por eso no podemos hacer nada al respecto.

También están los casos en los que nos aferramos a nuestras propias debilidades para justificar el desinterés o la falta de decisión para afrontar nuestros errores y vacíos. “Soy temperamental”, dicen algunos para eludir su falta de compromiso con la elaboración de su ira; o el “no sé de eso” que se emplea para evadir el avance. Hay cientos de fórmulas por el estilo.
 
4. Sobredimensionar los hechos

Aumentar la gravedad de algunos problemas a veces sirve al propósito de eludir otros. Hay quienes, por ejemplo, se casan con un pesimismo radical y lo usan como una excusa para no crecer. Aparentemente, el mundo está tan mal que no vale la pena intentar mejorarlo haciendo esfuerzos propios.

A veces, también la pareja, un hijo, la madre o el trabajo se convierten en una especie de nido de males. Toda la atención se enfoca hacia una de esas realidades y cualquier nimiedad en ese ámbito se transforma en una hecatombe. Esta es también una manera de escapar de la realidad, creando una cortina de humo.

5. Posponer lo importante

Dejar para después comienza siendo una forma de manejar el tiempo, que llega a ser una costumbre en quienes quieren escapar de la realidad. Posponen las cosas justo cuando estas comienzan a ponerse difíciles, o cuando exigen más que de costumbre.

Posponer indefinidamente las cosas es una manera de sacarlas de la mente sin experimentar culpa por ello. Sabemos en el fondo que lo correcto es abordarlas, pero optamos por eludir la situación y es así como creamos una larga cadena de pendientes que luego no sabemos cómo empezar a resolver.

Tratamos de escapar de la realidad cuando no tenemos claridad sobre cómo afrontarla o sentimos que las herramientas con las que contamos no son suficientes para hacerlo. Casi siempre nos equivocamos en esto.

La mitad de los problemas ya están resueltos cuando nos decidimos a encararlos y otros tanto si reflexionamos sobre ellos podemos resolverlos o al menos enfrentarlos para que nos afecten lo menos posible. Eso sí, siempre obtendremos grandes enseñanzas y frutos si lo hacemos.

Edith Sánchez

sábado, diciembre 28, 2019

El arrepentimiento, el coste necesario de nuestras experiencias

El arrepentimiento es, posiblemente, una de las emociones más interesantes en el ser humano y a la vez, de las menos estudiadas. El mero hecho de experimentarla ya dice mucho de nosotros, es más, tal y como señalaba Cervantes, es auténtica medicina para el alma. Gracias a ella intentamos ser un poco más prudentes en el futuro y, a menudo, hasta intentamos actuar de un modo más correcto.

 
 
Sea como sea, esta realidad psicológica que podemos entender como una emoción pero también como un complejo proceso cognitivo, está muy presente en todos nosotros. Es común arrepentirnos de muchas cosas en el día a día: elecciones, comportamientos, palabras dichas, compras realizadas, haber descuidado algo o a alguien… Podríamos dar sin duda mil ejemplos.

Ahora bien, las investigaciones realizadas sobre la psicología del arrepentimiento nos dicen que las personas, por término medio, nos arrepentimos más de las cosas hechas que tuvieron resultados negativos que de aquello que en un momento dado elegimos no hacer; bien por miedo, indecisión o falta de coraje.

Duelen, por encima de todo, las malas elecciones, esas que en un momento dado, llegaron a cambiar nuestra vida. Carcome a su vez el posible daño que pudimos hacer a otros en el pasado, como también quema y nos arrepentimos de haber prestado nuestra confianza a aquellos que nos terminaron traicionando. 
 
El arrepentimiento, una emoción poco estudiada

Decía Maquiavelo, con gran acierto, que es mejor hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentirse más tarde. Es una gran verdad, ahora bien, lo que ya no es tan comprensible es eso otro que muchos de nosotros le hemos oído decir a a alguien: «yo no me arrepiento de nada». ¿Puede ser esto verdad?

Tener ante nosotros a una persona que considera que todo lo hecho, dicho, realizado y experimentado a lo largo de su existencia ha sido acertado, es el anuncio de una infalibilidad un poco dudosa. Admitámoslo, la mayoría cambiaríamos unas palabras, un gesto, un silencio, por pequeño que sea. Y es más, sentirlo así, no solo bueno, sino que también necesario.

El arrepentimiento no deja de ser una emoción más dentro de un abanico muy amplio y como tal, tiene una finalidad. Su propósito no es otro que el de ajustar nuestra conducta, dotarnos de experiencia y permitirnos actuar en el futuro de un modo más acorde a nuestra personalidad, valores y necesidades.

De este modo, quien carece de remordimientos, quien no se arrepiente de nada, o bien no ha vivido o experimentado lo suficiente o tal vez, carece de un adecuado sentido de perspectiva. Porque vivir también es equivocarse y asumir el error. Es elegir determinados caminos y arrepentirnos de haberlo hecho. Gracias a esas experiencias nos conocemos mejor, descartamos opciones, crecemos y avanzamos con mayor sabiduría. 
 
El arrepentimiento es mayor en las cosas hechas que en las no intentadas

Existe una idea muy común relacionada con el hecho de que las personas solemos arrepentirnos más de aquello que no hicimos que de lo que llegamos a realizar. Sin embargo, tal y como hemos señalado al inicio, el arrepentimiento en el ser humano es más intenso debido a la acción que a la inacción.

Fueron los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky quienes demostraron esta realidad gracias a un interesante estudio que más tarde fue replicado por otras universidades como, por ejemplo, la de Tilburg, en los Países Bajos. Así, algo que ha podido verse es que esta emoción es muy común en el ámbito afectivo y relacional.

Nos arrepentimos de no haber trabajado lo bastante en ciertos vínculos que al final acabaron rompiéndose. Lamentamos haber dejado a algunas personas, como también, haber dado nuestro afecto a alguien que no lo mereció. Asimismo, también es común experimentar arrepentimiento en materia de compras, algo que al parecer está en el orden del día.
 
Nadie sale ileso, todos conocemos el arrepentimiento

El arrepentimiento combina razón y emoción, es sentimiento y, a su vez, una profunda evaluación experiencial que hacemos con frecuencia. Así, nunca está de más admitir que en el viaje de la vida nadie lo termina sin conocer la emoción que hoy tratamos.

La mayoría imaginamos qué habría sido de nosotros si hubiéramos actuado de otra manera (pensamiento hipotético). Así, a este tipo de pensamiento donde elucubramos sobre esas realidades alternativas y sobre cómo sería nuestra realidad en dichas circunstancias, lo llamamos «pensamiento confractual» .

Lo más interesante de todo es que caer en estos escenarios de divagación repercute positivamente en nosotros. ¿La razón? Dichos análisis, dichos esfuerzos cognitivos, nos ayudan a delimitar actuaciones futuras. Es decir, el arrepentimiento no deja de ser un ejercicio de reflexión donde conocernos mejor y clarificar cómo debemos comportarnos de ahora en adelante para ajustar conductas con deseos, actos con valores.

En esencia, estamos ante una realidad psicológica tan útil como necesaria. Asumir que nos arrepentimos de determinadas cosas nos permitirá seguir creciendo como personas.

Valeria Sabater

martes, diciembre 17, 2019

Las emociones positivas según la ciencia

En el estudio de las emociones en psicología siempre ha parecido primar el de las emociones negativas, en tanto que suelen ser estas las que se han asociado directamente con los trastornos psicológicos. No obstante, muchos estudios sugieren que el cuidado de emociones positivas, como el optimismo o la esperanza, puede a la larga ser más beneficioso que el tratamiento de la depresión o ansiedad posterior.
 
 
 
Así, las emociones positivas no son solo recomendables por su impacto instantáneo en el estado de ánimo. Como veremos a continuación, pueden dotar a la persona que siente ese afecto positivo de estrategias de afrontamiento, estilos de atribución más sanos y una manera de relacionarse muy diferente a las personas en las que priman las emociones positivas.

La teoría ampliadora y constructiva de las emociones positivas

Fredrickson (2009), investigadora principal del Positive Emotions and Psychophysiology Lab de la Universidad de Carolina del Norte, desarrolló la teoría global y constructiva de las emociones positivas.

En este marco, estudia el impacto inicial de las emociones positivas en el procesamiento de experiencias, así como en el aumento de las competencias sociales y personales. De esta manera, las emociones positivas permitirían a la persona desarrollar esquemas y habilidades que conllevarían una ampliación de competencias y de acción.

Las emociones positivas, no obstante, no solo tienen repercusiones homónimas. De hecho, las emociones positivas pueden presentar un efecto positivo, pero también negativo. Entre los efectos positivos que se han encontrado, podemos resaltar:
  • Aumento de benevolencia en el juicio acerca de uno mismo y de los demás.
  • Mayor acceso a recuerdos agradables y positivos que refuerzan los efectos de la emoción positiva inicial.
  • Mayor flexibilidad y rapidez en la cognición.
  • Conducta más altruista.
  • Toma de decisiones más rápida.

Como hemos dicho antes, las emociones positivas también pueden presentar efectos negativos para la persona. Entre ellos, destacamos:
  • El pensamiento es más superficial y menos analítico.
  • Procesamiento de información menos riguroso.
  • Vulnerabilidad a la persuasión.
 
Sentido del humor: positivo no equivale a simple

Tenemos ya claro el impacto de las emociones positivas en la persona. Sin embargo, ¿cuáles son esas emociones de las que hablamos?

Una de ellas es el sentido del humor, que aunque ha estado presente en la mayoría de las interacciones desde que el hombre es un ser racional, no es un fenómeno tan estudiado como otros.

Fue la psicología positiva la que durante los años 80 desarrolló interés por una emoción tan compleja. Aunque es un proceso social, es también una experiencia que incide en los aspectos cognitivos, emocionales y sociales de la persona.

El humor ha sido estudiado como cualquier otro fenómeno. Por ello se han desarrollado tres teorías que tratan de explicar su origen. Así, se centran en una pregunta: ¿qué necesidad tiene el hombre que cubre el humor?

Las teorías desarrolladas son:
  • Teoría de la superioridad. El humor aumenta el bienestar del momento porque responde a una agresividad más o menos latente. Esta agresividad se expresa cuando uno se ríe de desgracias ajenas (como cuando alguien se cae al suelo) o cuando alguien hace el ridículo.
  • Teoría de la incongruencia. El humor parte de dos ideas o aspectos que son inconciliables, y por ello motiva una reacción de humor por parte del usuario. Esta teoría indica que el humor está próximo a la creatividad.
  • Teoría psicodinámica. Desde esta teoría, se defiende que el humor es una herramienta que el ser humano utiliza para evitar sentirse mal, ansioso, agresivo o incómodo. 
 
El optimismo: la necesidad de la expectativa

La segunda emoción positiva estudiada por los psicólogos es el optimismo, que se define como la expectativa generalizada de resultados positivos.

El optimismo sigue cubriendo necesidades del ser humano porque la acción humana suele necesitar de una expectativa de desarrollo positivo para ser llevada a cabo. Si se entiende que las cosas no van a salir como uno espera, la acción no se emprendería. El optimismo y el pesimismo describen dos perfiles muy diferentes de personalidad.

Peterson y Seligman (1988) han estudiado el optimismo desde la psicología de la atribución. Por ello, entienden el optimismo como una variable de la personalidad más o menos estable, encargada de organizar y planificar la conducta.

El optimismo está, por tanto, muy relacionado con la conducta del ser humano, en tanto que los sujetos optimistas suelen iniciar más conductas, y persistir más en ellas. Esto suele llevarles a tener más probabilidad de conseguir resultados positivos, en tanto que inician e intentan.

Algunos estudios plantean los efectos del optimismo, de los cuales subrayaremos:
  • El optimismo es predictor de supervivencia, mejor que algunos factores clínicos.
  • El optimismo conduce a un tipo de afrontamiento dirigido a las emociones, donde se trata de focalizar en los aspectos positivos y en base a estos generar mecanismos de adaptación.
  • Las personas optimistas tienen una reactividad psicofisiológica menor, que incide menos negativamente en la salud física del individuo, en tanto que se esperan buenos resultados.

No obstante, el optimismo también alberga efectos negativos, pues si no cabe esperar un buen futuro, este puede aumentar los riesgos y la ignorancia de amenazas inminentes importantes. Por ello, autores como Avia y Vázquez (1999) proponen un «optimismo inteligente», donde se insisten en los aspectos positivos de una realidad que puede ser también negativa.

El cuestionario Life Orientation Test muestra que el optimismo es una variable estable durante al menos 3 años, pues su puntuación en esta variable se mantiene aún cuando acaecen sucesos desagradables.

La esperanza: la consecución de objetivos

Scotland relaciona optimismo y esperanza, puesto que para este autor, la esperanza es una expectativa de futuro acerca de un objetivo personal.

Este objetivo tiene un valor personal elevado y motiva mucho al individuo a su consecución. Scotland entiende la esperanza como una emoción que favorece que la persona persista en la consecución de sus objetivos.

Snyder (2000), por otro lado, asume que la esperanza es un estado motivacional positivo, que emana de la convicción de que se pueden alcanzar determinados objetivos. Este autor distingue de la esperanza del optimismo en la importancia del objetivo que se quiere conseguir.

La importancia del objetivo también conlleva pensamientos con una magnitud fuerte, y la percepción de que la capacidad de uno es suficiente para alcanzar ese objetivo. La esperanza, por tanto, tiene una dimensión activa y comprometida.

Estudiar las emociones positivas no solo conlleva un mayor entendimiento de uno mismo y de sus reacciones. A veces, el estudio de emociones como la ansiedad, la angustia o la tristeza conduce a la elaboración de métodos en los que se trata de evitar o quitar esa ansiedad, angustia o tristeza.

Más que evitar emociones negativas, el estudio de las emociones positivas podría marcarnos el camino para potenciarlas. El trabajo en optimismo, sentido del humor y esperanza puede evitar después un trabajo posterior en angustia, tristeza y ansiedad.

Loreto Martín Moya

jueves, diciembre 12, 2019

Entre el rencor y el perdón: la elección depende de ti

Mucho se ha hablado sobre el personaje del Joker, debido a la última película de Todd Phillips. El filme nos muestra la vida de Arthur Fleck, quien tuvo que lidiar con grandes dificultades:
  • Familiares: crecer con la ausencia de un padre y la presencia de una madre que sintió que no le protegió y que no creyó en él.
  • Sociales: las burlas de aquellos que le consideraban «un don nadie».
  • Personales: luchar por su gran sueño, ser cómico, que no llegó nunca a realizarse.

 
Alrededor de estas circunstancias, poco a poco, se construyó el Joker: una persona herida influenciada por todo lo vivido hasta llegar a minar su salud mental.

Es cierto, todos nos encontramos inmersos en un contexto familiar y social que nos influye, pero no siempre eso tiene que condicionarnos para vivir de una determinada manera. En algunas ocasiones, somos libres para decidirlo.

A continuación, ofrecemos una posible interpretación psicológica del personaje del Joker, a partir de la cual explicaremos ciertos mecanismos y estrategias que muchas personas llevan a cabo en un intento de protegerse del sufrimiento y qué vías podemos elegir para llegar a sanarnos. Profundicemos.

¿Cómo nos contamos nuestra vida?

En este sentido, son las teorías psicológicas de corte más cognitivo las que sostienen que somos en el lenguaje, es decir, somos lo que nos decimos y nos contamos.

«No soy víctima de la realidad sino de cómo me la cuento».

El enfoque constructivista mantiene la idea de que el ser humano no es solo es resultado de su contexto , sino que sus disposiciones internas también cuentan. De esta manera, la persona realiza una reconstrucción propia de la realidad a partir de la interacción de ambos factores.

Así, el modelo constructivista señala que tendemos a construir la realidad según nuestros propios presupuestos personales. De esta manera, la persona que observa es quien decide cómo significar la realidad con la que se encuentra. Por lo tanto, siguiendo este enfoque, no es la realidad la que nos hace sufrir, sino los significados que decidimos otorgarle.

«Los pacientes acuden a terapia por ser inviable la realidad que ellos mismos han construido. Por lo tanto, todas las variedades de terapia se basan en la modificación de esos constructos».
-Salvador Minuchin-

Desde esta perspectiva, podemos decir que el personaje del Joker fue construyendo a través de distintas atribuciones internas la creencia de que la realidad le superaba y no podía hacer nada para cambiarla.

Un fenómeno que el psicólogo Martin Seligman denominó como indefensión aprendida: aquella condición en la que se sigue respondiendo de la misma forma a una situación, mientras la persona se convence a sí misma de que ya ha hecho todo lo posible y que haga lo que haga no podrá cambiar las circunstancias que le causan dificultad. 

Cuando no conectamos con nuestro mundo emocional

Unido a todas esas atribuciones y construcciones sobre sí mismo, al personaje del Joker también le pasó factura su parte afectiva; durante mucho tiempo gestionó mal sus emociones y sentimientos, al no poder elaborarlos ni compartirlos.

Una de las interpretaciones posibles sobre el comportamiento del Joker es que para aliviar su sufrimiento emocional, utilizaba a la perfección su mecanismo de defensa: esa risa – carcajada que no venía a cuento y que le distanciaba de experimentar las emociones y sentimientos que le generaban malestar. De esta forma, quedaron enquistados en su interior, lo que derivó en una desconexión de sí mismo y de los demás, pues sus sentimientos de amargura y frustración los proyectó en aquellos que según él le habían hecho daño.

Ahora bien, ¿en qué momento empezó la desconexión? ¿cuándo se dejó vencer y se introdujo en ese proceso de victimización fruto de sus heridas?

Según el mecanismo de victimización, toda víctima busca un culpable. ¿Era eso lo que pretendía el Joker?

No obstante, a pesar de ser un personaje de ficción, no dista mucho de algunos personajes reales que han existido a lo largo de la historia o de aquellos que también podemos encontrarnos en nuestro día a día. ¿Quién dice que no podemos caer nosotros en ese victimismo por equivocaciones y trampas de la vida? 

El camino del perdón

Es necesario conocer las historias y biografías de las personas que sufren. Solo así podremos comprenderlas. De ahí que la empatía sea una de las herramientas fundamentales para nuestras relaciones.

Sin embargo, también es recomendable ayudarles a realizar una elaboración personal de sus circunstancias en la que no ejerza como protagonista el rol de víctimas, sino más bien la capacidad de hacerse cargo de su propia vida.

Existen historias de otras personas que, en condiciones similares y tras un proceso de elaboración personal, eligieron una opción más favorable para su salud mental: el perdón.

Entre ellas, podemos destacar la experiencia de Tim Guenard, uno de los padres de la resiliencia, que en su libro Más fuerte que el odio, nos habla de la sencillez y la sinceridad de su historia: una vida marcada por el dolor, el maltrato y la violencia.

Sin embargo, la oportunidad para elaborar su historia y sanar sus heridas, le valió para cambiar la mirada hacia su pasado y vivir lejos de la rabia y el rencor.

A día de hoy, Tim Guenard acude a donde le llaman para narrar su experiencia y demostrar al mundo que «el hombre es libre de alterar su destino«. Además, también realiza una gran labor brindando alojamiento y acompañamiento a los más necesitados.

«El perdón puede salvar tu vida. Jamás he encontrado algo tan efectivo como el perdón para sanar las heridas profundas. El perdón es una medicina poderosa»
-Robert Enrihgt- 

Es cierto que a un corazón herido le cuesta perdonar y volver a amar, de hecho optar por el perdón no sucede de un día para otro, a pesar de que parta de una decisión. Su elaboración es un proceso y, como tal, puede convertirse en una actitud ante la vida. Sin embargo, también es cierto que en ese camino es necesario que alguien muestre que existe esa oportunidad para levantarse y recuperar la confianza en uno mismo y los demás.

Tim Guenard lo afirmó en una de sus entrevistas: «En la vida real, cuando se escucha a la gente que se ha levantado después de vivir situaciones difíciles, uno se da cuenta de que nadie se levanta solo. Yo mismo he tenido personas en mi camino: el indigente que me enseñó a leer, papa Gaby (su padre adoptivo de los servicios sociales del Estado), la buena jueza y el padre Thomas. Todos son como regalos. El regalo más bonito en la vida son las personas que uno ha querido y quiere; y se necesita la vida entera para conocerlas».

Como vemos, no estamos determinados por lo que nos sucede y por lo que vivimos. Somos nosotros los que decidimos cómo contárnoslo y procesarlo en nuestro interior.

No podemos cambiar la realidad, pero sí la visión que tenemos de ella. Nos corresponde a nosotros decidir sobre qué optar en la vida; bien por el rencor o por el perdón, pero sin olvidar, que la elección es nuestra y sabiendo que el corazón está hecho para amar. Así, darnos una oportunidad para restaurarlo es todo un reto que nos dirige a vivir en paz.

Mª del Carmen González Rivas

miércoles, diciembre 11, 2019

Sentir envidia: la toxicidad de un sentimiento oscuro

La historia de la humanidad confirma que somos seres sociales. Desde la aparición de los primeros homínidos hasta el desarrollo de las diferentes especies , hombres y mujeres nos unimos para convivir. Nuestro entorno afectivo fundamenta nuestro funcionamiento en redes.

 
 
El descubrimiento del fuego no solo permitió ver en las noches oscuras, protegerse del frío o cocinar la carne, sino que generó reuniones en torno a la fogata y favoreció el contacto, la cercanía, las miradas y el nacimiento de los primeros guturalismos como forma primitiva de diálogo.

La vulnerabilidad y la resiliencia -esa capacidad de resurgir frente a la adversidad- son construcciones que cobran sentido en un contexto y que forman una coreografía que va de la estabilidad a la inestabilidad más disruptiva y por supuesto al cambio. Y no solo eso, sino que llevarán a las personas a que desarrollen acciones a partir de los distintos significados que les atribuyan a los acontecimientos que surjan mientras experimentan la vida.

Los juegos de comunicación

Es en esa coreografía donde se desarrollan diferentes juegos de comunicación: los estilos de personalidad, las características propias de cada interlocutor, la forma de expresión verbal, paraverbal o no verbal, el contexto en el que se desenvuelve el diálogo y el contenido de la conversación.

Así, dentro de la comunicación humana, coexisten tanto juegos interaccionales nutritivos y afectivos, como aquellos que poseen una gran toxicidad.

Cuando dos personas intentan comunicarse existen ciertas reglas de comunicación que se van desenvolviendo según el diálogo evoluciona; sin embargo, cuando la cantidad de interlocutores aumenta, también lo hace la complejidad y todo es más proclive a malos entendidos.

Entre estos juegos, los triangulares (de tres personas) son una cantidad fatídica. Se establecen alianzas que se transforman en coalición contra un tercero. El famoso dos contra uno, en en el que el tercero deberá soportar la segregación y descalificación de los otros dos: broncas, maltrato, insultos, manipulaciones, ironías, provocaciones, entre otras. Sin duda, un juego tóxico.

Un ejemplo de relación de tres son los celos. Una relación de dos es interferida por un tercero real o imaginario, donde uno de los dos se siente relegado porque cree que su pareja mantiene ciertos comportamientos de acercamiento afectivo con otra persona. Este juego genera angustia, agresiones culpas, broncas, desesperación y otros sentimientos contaminantes. 

La envidia, un pecado capital

Uno de los juegos más tóxicos es sentir envidia. De hecho, el catolicismo considera a la envidia como uno de los sietes pecados capitales además de la lujuria, la gula, la pereza, la avaricia, la soberbia y la ira.

Este sentimiento oscuro es detonado porque los logros y éxitos de alguien próximo y con cierta relación al envidioso, le muestran la propia incapacidad o aptitud para ese logro.

Entonces, el envidioso inicia una serie de descalificaciones hacia el envidiado en el intento de destruirlo. Tan minúsculo se siente, tan impotente frente al éxito del otro, que necesita socavarlo hasta reducirlo y dejarlo de rodillas para sentirse superior.

Ahora bien, sentir envidia no solo es codiciar lo que tienen los demás. Lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el envidiado no tenga lo que tiene, de que no sea real su éxito.

Entendida de esta manera, es posible concluir que la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor.

El envidioso se convierte en un satélite del envidiado y lleva por dentro su dolor, puesto que si lo hiciese explícito declararía su inferioridad.

La envidia es el sentimiento de desagrado por no tener algo y además el afán de poseer ese algo hasta lograr privar al otro de ese algo.

A veces, el envidiado ni se entera de los sentimientos dolientes del envidioso. Nadie dice: «¡yo te envidio!». La persona envidiosa intenta ocultar sus emociones y prefiere no demostrar su minusvalía y operar con sarcasmo y desvalorización por el éxito de su interlocutor. Manifestar o explicitar la envidia sería un síntoma de salud.

En el ámbito laboral, cuando el jefe envidia a su subordinado (el superior sobre el inferior), las conductas envidiosas son mas complejas y ensortijadas, más aún cuando el subordinado es lindo, atractivo e inteligente, todas virtudes que a los ojos del envidioso se halla amplificadas.

Un recurso del envidioso consiste en señalar que el envidiado llegó hasta donde llegó por conexiones políticas, porque sale con el gerente o que detrás de su apariencia de persona inteligente, hay un drama familiar. Por ejemplo, un futbolista envidioso no pierde ocasión para descalificar como juega el envidiado o incluso de manera tímida o inocente darle una buena patada

La envidia implica no respetar la lejanía ni la cercanía afectiva. Además, la envidia entre amigos o hermanos es una apuesta doble a esos sentimientos oscuros.

Sentir envidia favorece el deseo de que el adversario de la persona envidiada se quede con el trofeo, juegue mejor el partido, sea elegido para el cargo laboral o le vaya bien el examen. Sentir envidia de esta manera es lascivo y traicionero porque mientras que el envidioso hace como que es feliz por los logros de su amigo, por detrás desea profundamente que fracase. Así, detrás de la felicitación del envidioso, esta el deseo de destrucción.
 
La alegría maliciosa

El hecho de sentir envidia está asociado a una actitud maliciosa, deshonesta e inmoral, sentimientos que son la base de estrategias para derrotar al envidiado. El envidioso trata por todos los medios de autoconvencerse de que el éxito del envidiado no es tal e infravalora y descalifica tanto a la persona como al contenido de su éxito.

Puede decir: «es mucha suerte la que tiene, más que capacidad«, «no es tan inteligente como parece«, «seguro que le dura poco su triunfo…» o «todo apariencia, ¡es un vende humo!«.

Si el envidioso logra convencerse de que lo que dice sobre el envidiado es así, se autoengaña y eso posiblemente le haga sentir mejor, aunque no es un bienestar auténtico.

Sin embargo, el epicentro de la gloria para el envidioso radica cuando el envidiado fracasa, le salen mal sus proyectos, lo desaprueban, cae en depresión, le rechazan la publicación del artículo, valoran en el trabajo al competidor o cualquiera de estas situaciones que muestran la caída del envidiado.

Sentir envidia puede derivar en autoengaño.

En esos momentos, los deseos silenciosos del envidioso se concretan en la realidad y es allí cuando se posiciona por arriba del envidiado, porque se siente superior al fin y recupera su paupérrima autoestima (aunque es una falsa valoración personal, no una auténtica y profunda). Este período de regodearse y alegrarse por el fracaso del otro se denomina alegría maliciosa.

Una de las actitudes más manipuladora del envidioso -como muestra de su falsedad e ironía- es cuando su enemigo se encuentra triste por su fracaso y se acerca amigablemente a él y en pleno regocijo interior, se muestra condoliente y ofrece palabras contenedoras: «¡Qué lástima que no te fue bien…» o «qué rabia, no sabes como te entiendo«.

Cuando el envidioso envidia, lo invade un sentimiento irrefrenable e incontrolable: habla mal del envidiado o intenta hacerle cualquier tipo de daño como negarle cosas, marginarle, difamarlo, ofenderle, maltratarle psíquica o físicamente, actuar con sarcasmo, burla, ironía o con palabras con doble sentido.

Cambiar la envidia por la admiración

Si no somos envidiosos crónicos, seguramente que en algún periodo de nuestra vida hemos experimentado esta emoción, ya que está muy arraiga en la naturaleza humana.

Ahora bien, detrás de una persona que experimenta envidia, se encuentra una persona desvalorizada que en lugar de valorarse, se encarga de despreciar al envidiado para equilibrar su autoestima. Sin embargo, esta forma tan precaria de valoración no lleva a ninguna parte del territorio de la autoestima, solo fortalece la desvalorización.

Lo cierto es que si un envidioso se diese cuenta de su desvalorización, posiblemente cesaría en su envidia. Es realmente increíble que un sentimiento tan complicado como la envidia, pueda más que la admiración por el otro.

La admiración es un sentimiento noble y limpio, una forma de valorar y resaltar los logros del compañero, del amigo, del familiar. Se trata de expresarlo y hacérselo saber. Es, además, un sentir fácil, simple, no complejo, pero para sentirlo debemos estar equilibrados con nosotros mismos, valorados y dispuestos a calificar positivamente los logros del otro.


La admiración nos permite preguntarle al otro qué fue lo que hizo para obtener el logro y de esta manera obtener la fórmula del éxito.

Marcelo Ceberio

martes, diciembre 10, 2019

Cuídate, la autocompasión incrementa tu bienestar

El concepto de autocompasión tiende a interpretarse de diferentes formas. Su significado en psicología tiene que ver con la capacidad de ser menos críticos y más indulgentes con nosotros mismos, lo que permite una visión más realista de nuestra situación.

 
 
La autocompasión implica tratarnos con empatía, ser amables con nosotros mismos, sin criticarnos ni juzgarnos por lo errores, permitiéndonos mantener la motivación, sin preocuparnos en exceso por el éxito o fracaso en cada cosa que hacemos o dejamos de hacer.

Representa una habilidad de la inteligencia emocional reflexiva y nutritiva. Permite que nos abramos un espacio para conocernos, cuidarnos y darle importancia a todo lo que nos sucede. A través de ella, ponemos la mirada sobre nosotros mismos.

No siempre es posible obtener lo que queremos y cumplir con las expectativas que nos hayamos propuesto. Por ello, cuando no aceptamos esa realidad aparece el sufrimiento en forma de estrés, frustración y autocrítica.

Por el contrario, si aceptamos esa realidad como parte de la dinámica de la vida de todo ser humano, experimentamos emociones positivas, como la compasión, que nos ayudan a vivir cada situación de un modo más efectivo.

La falta de compasión con nosotros mismos

Si no tenemos compasión con nosotros mismos es posible que experimentemos lo siguiente:
  • Rabia y dificultad para conectar con nosotros mismos que derivan en aislamiento.
  • Irresponsabilidad: se trata de culpar a otros por el sufrimiento propio. Tenemos una visión de la vida en blanco y negro, sin matices, y gran dificultad para aceptar que tenemos la capacidad para generar cambios en el presente que, en realidad, solo dependen de nosotros mismos.
  • Menosprecio: es el sentimiento de incapacidad y vulnerabilidad que viene acompañado del lenguaje y la expresión no verbal que lo denotan.
  • Desesperanza: se nos dificulta disfrutar del momento y pensar que vendrán cosas mejores.
  • Sin rumbo: nos sentimos perdidos. No encontramos el sentido de la vida.

A partir de la ausencia de autocompasión nos resulta difícil recordar que de cada experiencia vivida es posible sacar lo mejor para salir adelante y que esto nos será de ayuda cuando pasemos por situaciones similares en el futuro.
 
La compasión y la autocompasión

La compasión proviene de la percepción del sufrimiento del otro, por medio de una actitud abierta, sin juzgar la experiencia. Además de percibir el sufrimiento, implica dejarse tocar por el mismo y tener la iniciativa de aliviarlo.

La compasión es la capacidad de ofrecer amabilidad a quien sufre, prestando la mano a quien lo necesite, por lo que conlleva a involucrase con los errores y las debilidades.

La autocompasión es esa misma actitud de ayuda y condescendencia, pero dirigida hacia nosotros mismos. Podemos entender esto a partir de los siguientes elementos.
  • Amabilidad, que aparece como la habilidad para ser comprensivo y empáticos con nosotros mismos cuando nos sentimos inadecuados, incompetentes, poco asertivos, etc.
  • Humanidad. Tiene que ver con evitar el aislamiento cuando sufrimos, pensar que muchas personas pasan por la misma situación, y entender que los errores, la imperfección y el dolor forman parte de la experiencia y del ser humano.
  • Atención plena. La capacidad de observar abiertamente nuestras experiencias de forma objetiva, sin juicios de valor. Vivir desde una perspectiva balanceada hacia las emociones, sin negar o reprimir el dolor y tampoco identificándonos únicamente con él.

La autocompasión está estrechamente relacionada con la resiliencia, que es la capacidad para superar traumas y salir fortalecidos de ellos. Por tanto, se trata de la capacidad de calmarnos, reconocer los errores y aprender de ellos.

A su vez, se relaciona con el bienestar emocional, el optimismo, la satisfacción con la vida, la autonomía y la sabiduría, y contribuye a la disminución de la ansiedad, el estrés y la vergüenza.
 
Beneficios de la autocompasión

Al tener una postura de alta exigencia y crítica hacia nosotros mismos, cuando las cosas no ocurren como esperamos, el malestar es mayor. Esto se debe a los estándares de perfección que nos imponemos, que aumentan los sentimientos de frustración e incapacidad.

A través de la autocompasión, podemos hacer un balance acerca del trato que nos otorgamos cuando las cosas no nos salen bien, mediante un acto de autoescucha, en el que dejamos de lado los pensamientos de culpa y los juicios.

La autocompasión nos ayuda a promover el respeto y la empatía hacia nosotros mismos, en función del autocuidado, en vez de criticarnos cuando sufrimos o cuando sentimos que hemos fallado.

Las personas con niveles altos de autocompasión evidencian una mejor perspectiva de sus problemas, se sienten menos aisladas y pueden experimentar una disminución en sus niveles de ansiedad y un aumento de la autoconciencia de sus problemas.

La autocompasión permite tener un mejor manejo de los pensamientos negativos con el desarrollo de la regulación emocional. También aumenta las emociones positivas y ayuda a establecer sentimientos de conexión social y satisfacción con la vida.

Es posible mantener una adecuada perspectiva y mayor flexibilidad cognitiva que tiene que ver con una mejor capacidad de adaptación a los cambios.

Miguel Ángel Rizaldos

viernes, diciembre 06, 2019

Renunciar a metas imposibles es tan importante como lograr las posibles

Para nadie es fácil abandonar los objetivos que se ha trazado en algún punto de su vida. Se suele decir que nada es imposible y es lindo como motivación, e incluso cierto en circunstancias excepcionales, pero la aplicación literal e indiscriminada de este principio puede hacer daño. A veces, hay que renunciar a metas imposibles en función del principio de realidad.

 
 
Insistir en un objetivo improbable puede causar mucho daño. Más allá del tiempo y el esfuerzo invertidos, lo preocupante es que muchas veces lleva a conclusiones erróneas. Así mismo, a veces se convierte en un mecanismo neurótico para no comprometerse con los verdaderos deseos.

Son muchos los momentos de la vida donde renunciar a metas imposibles. Desde que nacemos, tendemos a desear realidades que no se pueden concretar. Maduramos precisamente en función de abandonar esos deseos que jamás podrán hacerse realidad. Por eso, tales renuncias no son la confesión de un fracaso, sino el principio de un logro verdadero.

“Quien serás mañana comienza con quien eres hoy”.
-Tim Fargo-

Las metas imposibles

A los seres humanos no nos gustan los límites. En muchas oportunidades terminamos aceptándolos y adaptándonos a ellos para poder formar parte de una familia, de una sociedad, de una cultura. En el fondo, nacemos con la predisposición a desear que todo se haga a nuestro modo y que podamos imponer nuestra voluntad cada vez que lo queramos.

Una parte de la crianza está precisamente dedicada a enseñarle al niño los límites para la conducta. Se aprende, por ejemplo, que no estamos solos en el mundo y que debemos tomar en consideración a quienes nos rodean. Aprendemos eso, no sin cierta resistencia. Esas concesiones nos generan frustración, pero, a cambio, nos permiten construir vínculos sanos con nosotros mismos y con el mundo.

Tendremos que renunciar al pecho de la madre, a ir siempre en brazos de ella, a estar todo el tiempo en la casa, a jugar sin que nada nos obstaculice la diversión…

En cada edad de la vida tendremos que renunciar a metas imposibles, como ser siempre niños, siempre adolescentes o eternamente jóvenes. La vida implica una larga lista de renuncias.
 
Renunciar a las metas imposibles

Muchas de nuestras metas no llegan nunca a hacerse conscientes. Muy pocos admitirían que sí, que quieren seguir siendo el niño de mamá hasta los 50 años. Pero lo quieren. Tampoco dirían que desean que todos los demás hagan siempre lo que ellos quieren, pero lo desean. Adornamos y encubrimos esos deseos con justificaciones que nos parecen válidas.

También están las metas que son más conscientes, como ejercer determinada profesión, obtener un cargo específico, tener una determinada cantidad de dinero o encontrar cierto tipo de pareja.

Aunque en principio parecen objetivos perfectamente alcanzables, lo cierto es que en algunas ocasiones nos los planteamos en términos que resultan improbables. Sucede, principalmente, cuando apuntamos al resultado final, pero queremos saltarnos el proceso.

Por ejemplo, queremos trabajar en la NASA, pero nos da pereza estudiar o poco nos importa la investigación científica. O deseamos hallar un gran amor, pero entendemos como un gran amor aquel que nos colme todas las necesidades y aporte sentido a nuestra vida. En esos casos, hay metas falsas y, por lo mismo, inalcanzables.

Lo posible y lo imposible

Renunciar a metas imposibles no quiere decir que debamos conformarnos solo con los pequeños logros, ni que debamos reducir nuestros propósitos al mínimo. Se logran grandes objetivos, que parecen imposibles, cuando hay una voluntad decidida a hacer realidad toda una cadena de metas posibles. Se llega lejos cuando se conquista cada paso hacia adelante.

Lo que no es válido es plantearse objetivos imposibles de lograr y utilizar esta situación como excusa para la inacción. “Quería ser un gran médico, pero no pude estudiar”. “Hubiera querido ir a Tanzania, pero nunca he contado con los recursos suficientes”. ¿Se ve la trampa que nos ponemos en esos casos? En esos ejemplos, metas posibles se vuelven imposibles por la manera en que se abordan.

Un gran logro está compuesto por un gran número de objetivos conseguidos, paso a paso, en el camino. Si no se adelanta ese proceso, habrá un momento en que, en verdad, será imposible lograrlo. Por eso, renunciar a metas imposibles es una forma de comprometernos con metas posibles, de ir avanzando hacia esos grandes objetivos asequibles con nuestras circunstancias y recursos.

Edith Sánchez

jueves, diciembre 05, 2019

Estábamos tan tranquilos… y de pronto, ¡LA CRISIS!

Cuando se atraviesa una situación de cambio, los individuos, la pareja o la familia inician un proceso que los desestabiliza. Se rompe momentáneamente el equilibrio, la cotidianeidad, la rutina, para dar comienzo a un período apasionante, pero no por ello perturbador: la crisis.

 
 
Los sistemas humanos, tanto el biológico como el social, tienden a reducir la inestabilidad que propone el entorno: permanentemente estamos rodeados de estímulos disruptivos que nos amenazan, por así decirlo, a desequilibrarnos.

Cuando estábamos organizados en nuestra vida, de pronto, un evento inesperado o fuera de nuestros cálculos hace temblar todas nuestras estructuras ordenadas. La ansiedad y la tensión nos invaden y nos desorganizan de forma momentánea.

Es como si lográramos ordenar una pila de latas de tomates y alguien o algo mueve una de ellas y ¡zas! la pila se derrumba total o parcialmente. Y es que los sistemas humanos se mueven en una coreografía casi paradojal: estabilidad-cambio, cambio-estabilidad y así toda la vida…

Crisis y crecimiento

En general, las crisis son consideradas como negativas; sin embargo, a través de ellas, los sistemas pueden crecer. Las crisis pueden ser entendidas como desestabilizaciones, ya que constituyen la ruptura del equilibrio.

Todo marchaba medianamente en orden, cuando de repente despidieron a papá del trabajo de toda su vida, se murió el abuelo que era una persona líder en la familia, un hermano tuvo un accidente, mamá tuvo una enfermedad grave o nos mudamos o construimos una casa en el terreno que compramos. En síntesis, todos estos eventos generan una ruptura de la estabilidad que llevaba adelante al sistema.

Entonces, ¿qué sucede frente a una situación de crisis? En general, las personas tienden a pensar de qué manera se puede resolver el hecho que generó semejante desequilibrio. Por lo tanto, esto quiere decir que siempre una crisis implica un problema a solucionar.

Ahora bien, ¿qué significa una desestabilidad? La desestabilidad implica una alteración momentánea de las reglas y funciones que se estaban desarrollando hasta el momento o un cambio en la manera de pensar las cosas y modificar el sistema de creencias.

Una desestabilidad es un problema y los problemas humanos siempre involucran a personas. Constituyen un dilema a resolver que pueden generar disputas entre integrantes de ese problema, un conflicto de intereses y un sinnúmero de elementos que conforman al problema.

Las crisis son un pasaporte al crecimiento. Son una transición de la estabilidad al caos y del caos a la evolución. En mi consulta, cada vez que una familia, una pareja, o una persona han debido enfrentar una crisis, tuvieron que resolver los problemas que esta ocasionaba.

Una vez resuelto el problema, se han incorporado nuevas posibilidades de cambio, replanteos de filosofía de vida, ideas, sentimientos, creencias. El sistema ha aprendido algo.

No somos los mismos después de la crisis. 

Tipos de crisis

La crisis es un estado de máxima tensión en un sistema, un desajuste crítico que altera su estabilidad. Es un desvío del curso correcto de las interacciones. Existen crisis esperadas y crisis inesperadas.
  • Las crisis esperadas son, de acuerdo al contexto, las que forman parte de la evolución de los sistemas. Por ejemplo, nacimientos, mudanzas, bodas, viajes, despidos laborales, muertes, entre otras.
  • En cambio, las crisis inesperadas son producto de eventualidades que escapan fuera del libreto de la normalidad evolutiva. Por ejemplo, accidentes graves, accidente o muerte de un hijo, enfermedades incurables o terminales en gente joven, etc.

La palabra crisis está compuesta por dos hexagramas chinos: uno significa peligro y el otro oportunidad. Ese estado de tensión amenazante que se produce en la situación crítica, es el preludio para un cambio.

En la crisis, cuando pensamos que todo está mal y nos asaltan la angustia, la ansiedad y la tensión, se bloquea el trayecto de las actividades del día a día y debemos encontrar una solución, una información nueva que reduzca la crisis. Y una vez solucionado el problema, no seremos los mismos, pues habremos aprendido algo que nos facilitará experimentar una nueva estabilidad.

La subjetividad de las crisis

Las situaciones son críticas de acuerdo a la percepción de cada persona. O sea, las crisis son subjetivas, dependen de los diferentes puntos de vista sobre lo ocurrido, por lo tanto cada uno vivirá un hecho como más o menos problemático. Y este es un punto revolucionario que puede complicar al lector: la objetividad no existe. Sí, existen ciertos parámetros, por supuesto, pero cada uno tendrá una atribución de significado personal sobre las cosas.

Para ratificar esta posición, le digo al lector que no es el artículo que lee en este preciso momento, es el artículo que construye. La propia percepción personal se encarga de recalcar algunas frases, de dar menor importancia a otras, otorgar significación más a un aspecto que a otro. Quiere decir que no es un libro el que se escribe, es el libro que se lee.

Nuestro mundo interno -nuestro almacén de significaciones-, da sentido a las cosas, tal cual lo afirmaba Epicteto: «no son las cosas en sí mismas, sino la atribución que hacemos de ellas». Por lo tanto, puede haber múltiples versiones.

Este tránsito por la subjetividad hace que todo se relativice. No obstante, cada vez que discutimos un tema con otros, tratamos de encontrar la verdad o apropiarnos de ella. Las frases que nos acompañan son: «es muy subjetivo lo que dices«, «la verdad es que…«, «objetivamente que nos puedes decir…» cuando solo podemos dar una versión de los hechos. Así, mientras que el hecho es uno, son múltiples los puntos de vista.

Tal vez, deberíamos poner en práctica lo que dice el dicho popular: «nada es verdad ni es mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira«. Entonces, problema y crisis no son conceptos generales, sino son para alguien.
 
Crisis y estrés

Entendiendo la subjetividad de las crisis, otro factor a tener en cuenta es el estrés que acompaña a todo evento crítico. Todas las personas hablan del estrés, lo que ocurre es que se encuentra banalizado.

El estrés es la patología de los tiempos modernos. Las enfermedades se inician con él, a la vez que la misma enfermedad también lo produce, es un círculo vicioso. Se trata de un síndrome general de adaptación.

Cada vez que nuestro contexto nos plantea desafíos a superar, cada crisis activa nuestro circuito neurobiológico para que nuestra glándula suprarrenal produzca una cuota adicional de cortisol.

El cortisol es el combustible de nuestro organismo. Es el que cada mañana nos despierta y activa. Pero ¿qué pasa si nuestro medio ambiente nos exige más y más? El desequilibrio que genera una crisis hace que la maquinaria de nuestro automóvil humano se vea obligada a viajar a 200 km la hora de manera permanente.

¿Qué sucederá? Es factible que fundamos el motor, choquemos en una esquina o que cualquier otro factor opere como freno.

Por esta razón, los infartos o cardiopatías, ataques de pánico, accidentes, contracturas severas, depresiones… son factores de stop que nuestro cuerpo activa cuando no logramos decir «¡basta!» de manera natural y espontánea.

El estrés nos vuelve hipersensibles, fastidiosos, emocionables, angustiados, ansiosos, beligerantes, mal humorados, agresivos, entre otras características. Las crisis siempre son estresantes.

Crisis problemáticas, problemas que llevan a la crisis

Por último, las crisis por lo general son difíciles de sortear y esto nos hace entrar en el territorio de los problemas humanos. Los problemas humanos son primos hermanos de la crisis, se producen en los sistemas y además, como señalamos, no son universales: para alguien un hecho puede ser problema mientras que para otro no.

Por ejemplo, un terremoto es un problema para todas las personas donde se desarrolló, pero cada una tendrá su problema de este problema. A algunos les afectará más que a otros, no solamente por los daños sino por la incidencia emocional que el evento tendrá.

Un problema crea problemas secundarios en diferentes áreas de la vida en un efecto bola de nieve. Sin embargo, los grandes protagonistas que sostienen el problema son los intentos de solución que fracasan. Es decir, cuando aplicamos una solución que no es efectiva y la reiteramos una y otra vez, obteniendo el resultado contrario al que deseamos, estamos sin darnos cuenta sosteniendo el problema: más de lo mismo, más del mismo resultado.

Nos cuesta cambiar el repertorio de intentos. Persistimos en una fórmula, a pesar de la ineficacia, y es cuando esta persistencia se convierte en resistencia al cambio, puesto que el problema y la crisis concomitante se perpetúan y somos nosotros las que lo alentamos.
 
Salir fortalecidos

Entonces… ¿qué le sucede a una persona cuando atraviesa una crisis?, ¿qué es lo que siente y piensa?, ¿qué ansiedades, angustias, miedos, alegrías y conflictos se mueven en torno a la situación crítica?, ¿qué excitación e incertidumbre les provoca?, ¿qué es lo que se intenta para resolver el problema de la crisis? Son múltiples los interrogantes que se plantean en torno a una situación disruptiva de la estabilidad.

Las crisis siempre dependen de la propia significación del hecho, es decir, son subjetivas y están asociadas a problemas, por lo tanto, son estresantes. La fórmula está compuesta por subjetividad + problemas + estrés = crisis.

En conclusión, las crisis son inevitables porque son inherentes a la vida, el tema es cómo resolverlas y salir fortalecidos de ellas…

Marcelo Ceberio

miércoles, diciembre 04, 2019

¿Por qué me siento solo?

«Me siento solo». ¿Cuántas veces nos hemos dicho esto a lo largo de nuestra vida? Seguramente, en más de una ocasión, porque esta afirmación con sabor a lamento puede surgir en cualquier momento de nuestra infancia, adolescencia o madurez. Ahora bien, sentirnos solos de vez en cuando es algo normal, pero experimentar dicha sensación durante meses o años, ya no lo es tanto.

 
 
Asimismo, hay un dato que cuanto menos, nos resulta llamativo. Según datos de la ONU, somos ya cerca de 7500 millones de personas en el mundo, estamos más conectados que nunca gracias a las nuevas tecnologías y, sin embargo, nos sentimos más solos que nunca. La soledad nos duele como no había ocurrido antes.

Esta realidad no se sufre solo a nivel emocional a través de la tristeza, la desesperación o la angustia. La soledad tiene su serio impacto a nivel de salud, alzándose ya como una auténtica epidemia con altos costes. Así, podríamos decir que es momento de dejar claro un aspecto: la soledad mata y lo hace de muy diversas maneras.

Estudios, como el llevado a cabo en el departamento de psicología de la Universidad de Chicago, nos recuerdan que esta dimensión aumenta el riesgo de muertes prematuras. ¿De qué manera? Mediante infartos de miocardio, obesidad, adicciones y tristemente también con suicidios. Sentirse solos nos va rompiendo poco a poco… hasta que llega la indefensión más absoluta.

El ser humano necesita una conexión social de calidad, ahí donde prevalezca la sensación de seguridad, de confianza, de ese estímulo constante donde fluye el afecto, la reciprocidad y el apoyo. La ausencia de este derecho vital puede ser devastadora.
 
«La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo».
-Gustavo Adolfo Bécquer- 
 
¿Por qué me siento solo?

La revista Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology introduce en el tema de la soledad un aspecto decisivo. Uno en el que todos deberíamos reflexionar. Hasta no hace mucho, entendíamos este término de manera unidimensional, es decir, una persona se siente sola cuando está aislada, cuando no dispone de una red social en la que apoyarse. Sin embargo, asumir este enfoque nos hace caer en un error.

Para empezar, soledad no siempre es sinónimo de aislamiento. Estar solo no es lo mismo que sentirse solo; dicho de otro modo, en la actualidad tenemos a un gran número de personas que cuentan con pareja, familia y amigos y experimentan, sin embargo, una soledad profunda y devastadora.

¿Qué está fallando entonces? ¿Por qué me siento solo si en ocasiones dispongo de una amplia red de figuras en mi entorno cercano?

Veamos a continuación esas razones que alimentan, que configuran y explican este sentimiento tan complejo a día de hoy. 

Estancamiento personal

Hay instantes en nuestro ciclo vital en los que quedamos, literalmente, encallados. Nada avanza, nada de lo que nos rodea nos es significativo y lo que es peor, el horizonte no brilla con el destello de la ilusión ni la motivación.

En medio de ese estancamiento, de esa rutina que asfixia, es común que la mente caiga en un estado de introspección y reflexión continua donde es común que germine el sentimiento de soledad.

Cuando la vida deja de tener significado, uno empieza a crear una costra a su alrededor. Es como si, de manera gradual, todas las relaciones perdieran valor y trascendencia. 

Tengo familia y amigos, pero el vínculo no es significativo

Una de las razones por las que me siento solo es porque las personas que me rodean no son accesibles. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de «accesibilidad»?
  • No tengo confianza con mi familia y tampoco me siento apoyado por ellos.
  • Los amigos con los que cuento solo me sirven para cenar o ir de fiesta. Con ellos no puedo compartir mis preocupaciones, el vínculo con ellos es superficial.
  • No cuento con nadie concreto con quien expresarme, compartir aficiones, gustos, confidencias…

La soledad emocional es a día de hoy una de las más comunes. Más que la soledad social, es decir, aquella en la que una persona no cuenta con una red de apoyo cercana. 
 
Lo doy todo por los demás y me siento solo

Este hecho es muy común en cuidadores o en esas personas habituadas a cargar sobre sí mismas un gran número de responsabilidades. Cuando se está pendiente las 24 horas del día de los demás, llega un momento en que las propias necesidades quedan en un segundo planto.

Este hecho genera que, tarde o temprano, surja la sensación de soledad. El cuidador percibe que se le está dejando a un lado, que su entorno solo lo ve como alguien que está ahí solo para dar, pero no para recibir. 

Una adversidad no superada

Una pérdida, una ruptura afectiva, el peso de una infancia traumática… Hay acontecimientos para los que nadie está preparado, hechos dolorosos que no siempre logramos superar y que dejan lastre, marcas profundas y grietas internas que cuesta mucho reparar. Así, el hecho de no haber afrontado aún esa adversidad, hace que se experimente a menudo un sentimiento de soledad constante y angustioso.

Las relaciones afectivas no duran demasiado, todo vínculo creado es inestable, ninguna amistad o pareja parece cubrir todas las necesidades… Esas heridas del pasado son un obstáculo para crear y conservar una red de personas estable y segura con la que poder contar en el día a día. 

Cuando la soledad se convierte en maltrato

Hay un tipo de soledad que merece nuestra atención y es la relativa a la tercera edad. A día de hoy, esta realidad es una auténtica epidemia, una alarma social que exige concienciación y estrategias. En estos casos, tenemos a un gran número de adultos mayores (en su mayoría mujeres) que viven en una situación de aislamiento y soledad no elegida.

En ocasiones, cuentan con familiares, vecinos y unos servicios sociales que se interesan por su situación. Sin embargo, nada de esto parece suficiente, ni válido ni significativo para estas personas. Porque el día tiene muchas horas en una casa donde solo habita el silencio. Por tanto, estamos ante unas situaciones que dejan mella, que aceleran el deterioro cognitivo y las enfermedades ya presentes en el anciano.

En este contexto es necesario establecer otros mecanismos más activos para tratar el aislamiento de las personas mayores. Nuestra sociedad avanza hacia un sociedad donde la esperanza de vida es cada vez mayor y, por tanto, hay que generar nuevas estrategias de intervención y atención.

Para concluir, la soledad no elegida y sentida como dolorosa es uno de los mayores enemigos de nuestra actualidad. Algo así demanda no solo una mayor sensibilidad, sino que también exige acciones concretas de emergencia. La soledad es sinónimo de exclusión social y esto, puede aparecer a cualquier edad, teniendo como ya sabemos, serias consecuencias.

Actuemos, seamos más sensibles, pidamos ayuda si lo necesitamos…

Valeria Sabater

martes, diciembre 03, 2019

Ruptura de pareja: cómo sanar las heridas

Una ruptura de pareja implica transitar el sendero del duelo. Un proceso por el que debemos pasar como consecuencia de una pérdida, ya sea de un trabajo, un objeto valioso, un piso por una mudanza, la muerte de un ser querido o incluso la pérdida de la persona que ya no somos por haber evolucionado y cambiado.

 
 
Se trata de un proceso que no suele ser agradable, pero que es necesario experimentar para elaborar lo sucedido y poner punto y final para avanzar.

«Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos».
-Viktor Frankl-

El proceso de duelo

A pesar de que existen muchas teorías sobre las fases del duelo, según mi experiencia, la perspectiva con la que estoy más de acuerdo es la que describe las siguientes etapas:
  • Negación.
  • Rabia.
  • Tristeza.
  • Impotencia.
  • Vacío.
  • Aceptación.

En primer lugar, negamos la pérdida como mecanismo de defensa. Nos duele tanto lo ocurrido que nuestra mente y nuestro cuerpo necesitan un tiempo para digerir ese cambio tan impactante a nivel emocional. No es tarea fácil, independientemente de que sea elegido o no, por lo que debemos darnos tiempo para superar esta fase inicial.

Un aspecto importante a tener en cuenta es que las fases posteriores -como la rabia, tristeza e impotencia- no tienen por qué ser sucesivas. Podemos ir pasando de una emoción a otra. Un día sentimos rabia, otro día tristeza, otro volemos a sentir rabia… hasta que, una vez completado el proceso, este finaliza con la fase de aceptación.

Ahora bien, aceptar no significa que ya no duela o que el olvido aparezca y no recordamos la pérdida, sino que la intensidad emocional ha disminuido y lo ocurrido pasa a formar parte de nuestra historia de vida. Lo que supone que aprendemos a vivir de forma distinta. Algo cambia y nosotros cambiamos, pero no queremos olvidar, queremos sanar. 

El duelo por la ruptura de pareja

Una vez contextualizado el proceso de duelo a nivel general, a continuación vamos a profundizar desde diferentes puntos de vista en el duelo por la ruptura de pareja, uno de los procesos más dolorosos y costosos, ya que es el vínculo más íntimo y estrecho después del familiar. 

¿Cómo afronta la ruptura de pareja quien no ha decidido dejar la relación?

El sentimiento de rabia e impotencia en este caso es muy elevado porque es una decisión que no está en su mano y, por lo tanto, no puede controlar. Por lo tanto, el impacto emocional es intenso, ya que aunque pueda intuir que la pareja no funciona, sus expectativas de futuro se han roto y experimenta un sentimiento de vacío junto a un gran saco de dudas y preguntas.

Además, la persona que no ha decidido dejar la relación suele buscar respuestas lógicas. Lo que ocurre es que, en ocasiones, la persona que ha tomado la decisión no sabe o no puede dar una respuesta lógica porque es más de tipo emocional, y ahí la lógica no suele estar presente.

Otra emoción que suele aparecer es la culpa: “¿he hecho algo mal?”, “tendría que haber actuado de otra forma”, “no valgo lo suficiente”… La persona que no decide poner el punto y final comienza a revisar su historia de pareja y se cuestiona a sí misma, como si fuera suya la responsabilidad de que su pareja haya decidido terminar la relación.

En esta situación, es importante prestar atención al diálogo interior y no culpabilizarse. La persona que «cambia» es la que deja, la que no decide es la misma. Por lo tanto, no es que valga menos, sino que algo se ha movido en el otro miembro de la pareja para tomar esa decisión.

Eso sí, es importante hacer algo con el sentimiento de descontrol y con los pensamientos del tipo «no puedo decidir nada» fruto de esa situación, porque no son del todo ciertos. Porque aunque no se pueda a obligar ni convencer a otra persona para que siga en la relación, sí hay algo que se puede hacer: cuidarse.

Llorar, enfadarse, quejarse… son aspectos fundamental para sanar las heridas de la ruptura, pero también mimarse, hablarse bien y tratarse mejor. Porque aunque no se haya podido formar parte sobre la decisión de la ruptura, sí es posible -y recomendable- responsabilizarse de uno mismo y avanzar.
 
¿Cómo afrontar la ruptura la persona que ha decidido zanjar su relación?

Esta postura no es fácil, ya que llegar a esta conclusión suele conllevar dudas y tiempo. Además, expresárselo a la otra persona, esa con la que se ha tenido ese cariño e implicación, es complicado, ya que existe el miedo a hacerle daño.

La persona que decide romper el vínculo suele sentir mucha confusión: «¿y si me arrepiento?», «¿y si no es correcto lo que hago?».

Sin embargo, no existen decisiones correctas o incorrectas. Las «buenas» decisiones son las que se toman siendo coherentes con lo que se siente y se necesita. Así, si en ese momento se cree que la decisión es beneficiosa para uno mismo, es lo que cuenta. Tenemos que priorizarnos.

En este caso, también es importante cuidarse a uno mismo y no culpabilizarse por no sentir lo mismo que la otra persona o por cualquiera que sea el motivo de ruptura. Las emociones no son estáticas, cambian constantemente, al igual que las personas y sus circunstancias. Peor sería ignorar el malestar, no hacerse caso y seguir en una situación que no genera satisfacción, sino más bien frustración y ansiedad.

Claves para gestionar la ruptura de pareja

Estas claves sirven tanto para la persona que ha tomado la decisión como para la que no. Se trata de pequeños consejos que facilitan la elaboración del duelo y favorecen cerrar la etapa que corresponde a esa relación.
  • Generar nuevos recuerdos. Un miedo común es anticipar cómo nos sentiremos en fechas importantes sin la pareja: cumpleaños, navidad, vacaciones, aniversario… Es normal que estemos triste, lo raro sería estar bien inmediatamente, ya que no estaríamos atravesando el proceso de duelo. Sin embargo, puede ser una oportunidad para vivir esos momentos de otras formas.
  • No aceptar los consejos de todo el mundo si no queremos. Con la mejor intención, nuestras personas queridas nos aconsejan desde su punto de vista, pero una ruptura es un proceso muy subjetivo que no todos vivimos igual, por lo que está bien escuchar, pero a la hora de decidir somos nosotros quienes tenemos la última palabra en base nuestras necesidades. Nadie mejor que nosotros sabe qué es lo que nos viene mejor para sanar esas heridas.
  • Estar tiempo a solas. Para ordenar tanto pensamientos como emociones es necesario pasar tiempo con nosotros mismos cuando lo necesitemos. Si nos llenamos el día de planes sociales, puede que estemos poniéndonos un parche para evitar sufrir… y esto no nos viene bien. Es necesario pasar por las fases de rabia, tristeza, impotencia y vacío para llegar a la aceptación. Ahora bien, esto no significa aislarse y además, también es aconsejable no estar todo el día dándole vueltas a lo mismo.
  • Ser sinceros con nosotros mismos y escoger personas que nos aporten lo que necesitamos en cada momento. Si nos apetece una conversación profunda, vayamos con ese amigo con el que sabemos que vamos a poder tenerla. Si, en cambio, preferimos desconectar e ir a tomar algo, llamemos a esa persona más divertida. Lo que no es recomendable es exponerse a situaciones que puedan resultar difíciles de tolerar.
  • Girar preguntas. En lugar de preguntarnos: “¿qué estará haciendo mi ex pareja?”, mejor preguntémonos “¿qué necesito hacer ahora para estar mejor?”. Este aspecto es importante porque tendemos a intentar averiguar o comprobar si nuestra ex-pareja está mejor o peor sin nosotros, pero esto solo nos produce daño.

No podemos olvidar que es momento de mirar por nosotros, por nuestras necesidades y por nuestra nueva etapa de vida. Los apegos hacen que nos aferremos a los vínculos en exceso y se genere esa dependencia que luego nos cuesta tanto sanar. Por ello, recordemos que somos seres independientes y que si queremos, podemos. Hay que quererse mucho.

Por último, hace tiempo escuché una frase que me gustó mucho: «tanto si crees que puedes como si no, estás en lo cierto. Todo depende de lo que tú creas”.

Miriam Recio Ventosa