La historia del monje y el mercader nos habla de una humilde aldea en donde todos vivían en armonía, a pesar de que no había recursos en abundancia. Los habitantes eran de trato amable y reinaba un sentimiento de comunidad. En los alrededores había un monasterio donde habitaba una comunidad de monjes, siempre pendientes de las necesidades de sus vecinos.
En el templo sembraban trigo y ese año la cosecha fue buena. Por eso el maestro superior le pidió a uno de los monjes que reuniera una buena provisión del grano y lo llevara en la carreta a la aldea. Compartirían con todos el alimento, porque pensaban que solo compartiendo tenía alegría la abundancia.
El monje era muy obediente y solícito. Por eso acató la orden con el mayor esmero. Con sus propias manos reunió varios bultos de trigo. Los fue poniendo, uno a uno, sobre la carreta. Al final había una pila enorme, pero en lo único que pensaba el buen monje era en lo felices que haría a los habitantes del lugar.
“El único encanto del pasado consiste en que es el pasado”.
-Oscar Wilde-
El monje era muy obediente y solícito. Por eso acató la orden con el mayor esmero. Con sus propias manos reunió varios bultos de trigo. Los fue poniendo, uno a uno, sobre la carreta. Al final había una pila enorme, pero en lo único que pensaba el buen monje era en lo felices que haría a los habitantes del lugar.
“El único encanto del pasado consiste en que es el pasado”.
-Oscar Wilde-
El encuentro del monje y el mercader
Al día siguiente, muy temprano, el monje se levantó para llevar la carreta hasta el pueblo. Desde el comienzo la notó muy pesada, pero no le importó. Lo único en lo que pensaba era llevar la mayor cantidad de alimento. Así que ató bien los bultos y puso en el tiro a los tres caballos más fuertes.
Así emprendió el camino hacia el pueblo, que quedaba a cinco kilómetros. La mañana resplandecía hermosa y el monje viaja lleno de alegría pensando en lo bueno que portaba. Se emocionaba al imaginar las miradas de todas aquellas personas que lo necesitaban. Seguro que hacía tiempo que no tenían tanto alimento para todos. Pensaba en ello cuando de pronto algo asustó a los caballos. Sin saber en qué momento, la carreta se desbocó.
El monje intentó mantener el control, pero fue imposible. De pronto, la carreta se desprendió y comenzó a rodar colina abajo. Desgraciadamente por aquel lugar pasaba un mercader, que también se dirigía hacia el pueblo. El destino uniría al monje y el mercader para siempre.
El peso de una tragedia
Todo ocurrió muy rápido. El monje no supo cómo la carreta atropelló al mercader. Cuando le vio tirado en el piso y ensangrentado, solo atinó a correr desesperadamente para ir a auxiliarlo. Fue en vano. Cuando llegó al lugar, el mercader había muerto. Desde entonces, fue como si el monje y el mercader se hubieran convertido en una sola persona.
No pasó mucho tiempo hasta que vinieron algunos aldeanos a ayudarle. Él les entregó el trigo y volvió a su monasterio, con el alma completamente destrozada. A partir de ese día, veía el rostro del mercader en todas partes. Si dormía, soñaba con él. Al despertar, no podía pensar en otra cosa. La imagen del hombre muerto le perseguía.
Consultó entonces con su maestro. Este le dijo que no podía seguir viviendo así. Tenía que tomar la decisión de olvidar. El monje le dijo que era imposible. Se sentía culpable de esa muerte. Quizás si no hubiera llevado la carreta tan llena, habría podido mantener el control.
La enseñanza del monje y el mercader
La historia del monje y el mercader nos cuenta que las cosas permanecieron igual por varios meses. El monje no podía dejar de sentir un profundo remordimiento. Cuanto más pensaba en ello, más culpable se sentía. Al ver esto, el maestro tomó una decisión. Mandó llamar al monje y le repitió de nuevo que no podía vivir así.
Luego, le aconsejó quitarse la vida. El monje se sorprendió, pero después entendió que quizás era la única salida. Sin embargo, no tenía valor suficiente para hacerlo. El maestro entonces lo tranquilizó. Él mismo levantaría su espada contra el discípulo y le cortaría la cabeza. El monje, resignado, aceptó.
El maestro afiló bien la espada. Después le pidió al monje que se arrodillara y pusiera la cabeza sobre una piedra. Así lo hizo. El maestro levantó su brazo y entonces el monje comenzó a temblar. Sudaba frío. Sentía terror. Luego, el maestro lanzó el arma contra su cuello, pero se detuvo un milímetro antes de cortarle la cabeza.
El monje quedó paralizado. En ese momento el maestro le preguntó: “Durante estos últimos momentos, ¿has pensado en el mercader?”. El otro le respondió que no. En lo único que pudo pensar fue en la espada atravesando su cuello. El maestro dijo entonces: “Eso quiere decir que tu mente sí puede alejarse de ese mal recuerdo. Si lo lograste una vez, lo podrás lograr más veces”.
Edith Sánchez
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