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sábado, marzo 31, 2018

Miré a mis propios monstruos a los ojos

Miré a mis propios monstruos a los ojos y descubrí lo que era el miedo. Ese miedo que te paraliza, que surge desde el interior y te abraza con tal fuerza que dificulta todos los intentos que haces por tomar aire. Ese estado que te hace sentir que tienes los pies pegados al suelo y, por lo tanto, no te deja seguir caminando. 
 
 
 
Recuerda que cuando te haces consciente de lo que realmente temes, es cuando más vulnerable te vuelves. Pero dentro de esa vulnerabilidad también se muestran tus fortalezas, porque averiguas qué es lo que realmente quieres.

Por eso miré a mis propios monstruos a los ojos, para armarme de valor ante mis miedos. El objetivo era impedir que todos lo que había coleccionado -al fracaso, a la soledad, a la incertidumbre, al rechazo o a fallar- no dominen mis pasos, sino que se conviertan en los pilares sobre los que construir una base segura para mi mundo.

Nunca he conocido a nadie que se encuentre completamente segura de todo lo que hace. En cambio, he conocido a todo tipo de personas que fingen estarlo. Esas personas son las que más envidia me han producido siempre, porque son las que más éxito tienen en todo lo que emprenden.


Miré a mis propios monstruos a los ojos y me conocí a mi misma

Estamos acostumbrados a huir y a hacernos las fuertes. Como si camuflar la realidad detrás de una sonrisa eliminase los monstruos que tanto nos atormentan en nuestra vida. Pero, al comportarnos de esa forma, al intentar huir de lo que tememos, en lugar de enfrentarnos a ello, es cuando alimentamos a nuestros miedos.

Esos miedos que en las sombras se convierten en el nudo en la garganta que hace que tiemble nuestra voz, en las lágrimas que no pueden parar de brotar, aunque creas que no hay una razón para ello, o en los temblores involuntarios y casi imperceptibles de nuestras manos cuando sujetamos aquello que nos importa. Porque en la oscuridad nuestros monstruos crecen y luchan por controlar nuestra propia vida.
 
Sé que no soy perfecta y que no puedo hacerlo todo bien, pero aun así día tras día me exijo serlo. Quizás soy yo la que hace que mis monstruos asomen por no diferenciar el ser humano del ser perfecto.

Por eso, al mirar a mis propios monstruos a los ojos me conocí a mi misma y a mis dudas. Así descubrí que todas tenemos más o menos los mismos monstruos y que el miedo a la incertidumbre, a no controlarlo todo es el capitán de todos ellos. Entonces, en lugar de alimentar mi inseguridad con todo aquello que podía fallar o hacerme caer, decidí resurgir de mis cenizas y volar teniendo en cuenta que dentro de mis posibilidades estaba la de hacer algo realmente bueno, deseado y disfrutado.

Miré a mis propios monstruos a los ojos y resurgí de mis cenizas

Así conseguí mirar a mis propios monstruos a los ojos y resurgir de las cenizas. Ahora era yo la que controlaba todo aquello que sentía, pero asumiendo que no podía controlar lo que sucedía. Aprendí que la vida es una sucesión de acontecimientos incontrolables, a veces tristes y otras veces que te hacen sonreír, siendo muchos de ellos imposibles de predecir.

Así es como aprendes a que el miedo, muchas veces, no es nada más ni nada menos que la interpretación que haces de aquello que vives y no puedes controlar. Una vez que aprendes esto, dejas que esa parte de ti que se quiere dejar llevar también tenga un poco de espacio. Empiezas a vivir aquello que te toca y a disfrutar delo que ha sido bueno, sin dejar que las malas experiencias que han venido o van a venir alimenten a tus monstruos interiores.

Ahora yo ya sé que no tengo por qué ser perfecta y vivir una vida de cuento. También sé que no debo de rendirme o dejarme controlar por mis miedos por todo aquello en lo que fallo o voy a fallar. Simplemente he aprendido que sin ser perfecta puedo ser feliz y solo por ello elijo ser feliz a cada momento.

Lorena Vara González

viernes, marzo 30, 2018

Emociones que nos hacen violentos

Las emociones preceden a la conducta. Inician marcas fisiológicas y estructuras mentales que ayudan a unir los recuerdos. Pero, más importante aún, las emociones actúan como motivadores del comportamiento humano. 

 
Las emociones nos llevan a comportarnos de maneras diversas, incluso de forma violenta. Existen emociones que nos hacen violentos. Más bien, una emoción no nos hace violentos, es la combinación de emociones la que puede llevarnos a usar la violencia.

Comúnmente, las emociones se entienden como una reacción psicofisiológica que las personas experimentan individualmente. Pero gracias a la empatía podemos contagiar las emociones y hacer que otras personas sientan lo mismo. Esto también ocurre a nivel grupal. Un grupo puede sentir la misma emoción; se pueden sentir culpables o sentir ira hacia otro grupo. Este es el punto de partida para entender las emociones que nos hacen violentos.
 
Hipótesis ANCODI

La hipótesis ANCODI, cuyo nombre viene de la traducción al inglés de tres emociones: ira, desprecio y asco, nos indica que la mezcla de estas tres emociones puede llevarnos a usar la violencia. La hostilidad y la violencia son el resultado de la inculpación del odio, la ira.

Las emociones se pueden transmitir mediante narrativas y se convierten en una vía para fomentar las emociones grupales. Por ejemplo, los discursos de odio que cargan contra un grupo minoritario o un grupo considerado como enemigo.

La hipótesis ANCODI sugiere que algún evento pasado, o narración histórica, produce indignación y, por lo tanto, ira. Estos eventos se vuelven a evaluar desde una posición de superioridad moral del grupo y, por lo tanto, la inferioridad moral del otro grupo, lo cual implica que haya desprecio. El otro grupo se evalúa como un grupo a parte, un grupo al que hay que evitar, rechazar e, incluso, eliminar. Lo cual se logra por medio del disgusto.

Así, las emociones que nos hacen violentos siguen un proceso de tres frases que se describe a continuación.
 
Indignación basada en la ira

En una primera fase aparece la ira. La ira es una emoción que se expresa a través del resentimiento y de la irritabilidad. Las expresiones externas de la ira se pueden encontrar en la expresión facial, el lenguaje corporal, las respuestas fisiológicas y en determinado momentos, en actos públicos de agresión. La ira incontrolada puede afectar negativamente a la calidad de vida.

En un principio, ciertos eventos llevan a percibir injusticia. Dichos eventos hace que se busque un culpable, que puede ser una persona o un grupo. En estos casos se suele percibir que el culpable amenaza el bienestar de nuestro grupo o nuestra forma de vida. Así, estas interpretaciones se cargan de ira que se dirige hacia el culpable.
 
Superioridad moral basada en el desprecio

En la segunda fase se añade el desprecio, que es una intensa sensación de falta de respeto o reconocimiento y aversión. El desprecio supone la negación y humillación del otro, de quien se pone en duda su capacidad e integridad moral. El desprecio implica un sentimiento de superioridad. Una persona que tiene desprecio por otra mira a esta con condescendencia. La persona despreciada es considerada indigna.

Los grupos comienzan a reinterpretar las situaciones que provocan ira y los eventos identificados en la primera fase. Esta valoración de los eventos se realiza desde una posición de superioridad moral. Lo cual implica que se considere al grupo culpable como moralmente inferior. Lo que, a su vez, conduce a sentir desprecio por ese grupo.

Eliminación basada en asco

En la última fase aparece el asco, que es una emoción básica y primaria provocada por la percepción de la contaminación o los agentes de la enfermedad. Es universal, no solo en sus propiedades de señal, sino también en términos de sus elicitores. Cosas similares nos dan asco alrededor del mundo, como la putrefacción. El asco es una emoción moral que a menudo se usa para sancionar las creencias y conductas morales de las personas.

En esta fase, se produce de nuevo otra evaluación de los eventos y se llega a una conclusión. Dicha conclusión es muy simple, es necesario distanciarse del grupo culpable. Otra posibilidad, más fuerte, es que la conclusión sea que es necesario eliminar a dicho grupo. Esta es una forma más extrema cuyas ideas son promulgadas por la emoción del disgusto.

Como se ha visto, la combinación de estas tres emociones puede tener consecuencias desastrosas. Estas emociones que nos hacen violentos atienden a percepciones distorsionadas que nos llevan a malas conclusiones. Y, en último término, a conductas hostiles. Por ello, una regulación y comprensión de las emociones como la que nos aporta la inteligencia emocional es fundamental.

Roberto Muelas Lobato

jueves, marzo 29, 2018

¿Por qué a veces no soportamos la soledad?

Cómo nos relacionamos con la soledad dice mucho de nosotros. Tomar conciencia de nuestros estados de ánimo, pensamientos, deseos o necesidades -y pararnos a reflexionar sobre ellos- nos permite encontrar estabilidad psicológica incluso en momentos de conflicto. Dicha introspección se nutrirá del tiempo que nos otorguemos para estar en soledad.

 
 
La capacidad de disfrutar la soledad elegida es un signo de madurez emocional e independencia que permite potenciar el autoconocimiento.

¿Es posible que nos resultemos tan insoportables a nosotros mismos que necesitemos de otros para percibirnos más aceptables? La dependencia en las relaciones y los conflictos sentimentales nos llevan a un vacío emocional y a no tolerar la soledad. Caemos en relaciones codependientes, simbiosis y confusiones vinculares basadas en una sociabilidad que no es genuina.
 
“Los que odian la soledad, solo se odian a sí mismos”.
-Anónimo-
 
Cuando el silencio de la soledad provoca angustia

Sentir bienestar estando en soledad es una experiencia muy personal. Cada momento que pasamos a solas es único, nacerán en nosotros sensaciones diversas en función del momento vital en el que estemos y de cómo nos encontremos psicológicamente.

No todas las mentes logran contener e integrar el dolor que causan ciertos conflictos y circunstancias vitales. A veces nos causa vértigo escuchar el eco propio y, por ello, nos rodeamos del ruido exterior. Evitar elegirse a uno mismo como compañía es tratar de huir por un camino sin salida, el vacío acaba notándose tarde o temprano.

Si no soportamos la soledad saldrán a escena nuestras máscaras, la autenticidad queda a un lado y jugamos en el plano de la evitación. Haremos todo lo posible por no estar solos y disfrazaremos dicho temor con justificaciones falsas. Saltaremos de relación en relación sin saber ni siquiera qué estamos buscando. Volcaremos nuestra angustia en amigos y familiares para que soporten parte de la carga y nos alivien momentáneamente. Intentaremos encontrar la anestesia a la ansiedad a golpe de pastilla. Cualquier opción será válida con tal de no afrontar la soledad y el mensaje que resuena en ella.

En el caso de que la soledad nos genere desazón, incomodidad, aburrimiento, angustia o ansiedad, es conveniente pararnos a pensar: ¿estoy a gusto conmigo mismo? ¿Hay algo que me preocupa o inquieta? ¿Sabría poner nombre a las emociones que estoy sintiendo? ¿Puedo explicar en palabras aquello que me atraviesa la mente y el corazón?

Cuando la soledad resulta incómoda o desagradable, hay un mensaje que busca ser escuchado. Algo no funciona bien si ocupamos constantemente todo nuestro tiempo con otras personas. Evitar la soledad a toda costa y a cualquier precio refleja un conflicto intrapersonal. Si evitamos hacernos responsables, acabaremos buscando cualquier forma de calmar ese malestar, sin llegar a comprender ni afrontar qué es lo nos está ocurriendo realmente.
 
La soledad es reparadora

Ante ciertos acontecimientos vitales es necesario un tiempo de soledad para ordenar las ideas e integrar nuestros sentimientos. Las pérdidas y los cambios nos generan un desequilibrio emocional que necesitamos ordenar de nuevo para recuperar la calma.

Dedicarnos tiempo en privado es esencial para poder sentir y asumir nuestras propias vivencias. Por supuesto que también necesitamos de otras personas para compartir nuestras experiencias e inquietudes, pero escuchar nuestra voz es muy importante. Pasar tiempo con otros no debe ser un sustituto de la reflexión personal, sino un complemento.

Reservarte momentos de silencio contigo mismo te insta a colocar el foco de atención en tu mundo interior. Únicamente nosotros escucharemos nuestros pensamientos y enfrentaremos nuestras emociones. Nadie más entrará en escena y la responsabilidad de saber gestionar aquello que nos afecta queda de nuestra mano. Es entonces cuando podremos disfrutar de la calma y aprender a manejar el malestar.

La soledad nos permite hacer un esfuerzo por entendernos. La soledad nos otorga la oportunidad de elegir qué hacer, cuándo y cómo, y de disfrutar del proceso.
 
“La soledad es el imperio de la conciencia”.
-Gustavo Adolfo Bécquer-
 
¿Dónde ha quedado la autenticidad de las relaciones?

Cuando hablamos de relaciones lo importante es la calidad y no la cantidad. La presencia de alguien a tu lado puede hacerte sentir igual o más solo de lo que estabas. La compañía no asegura el bienestar individual.

Necesitamos del cariño de los demás desde que nacemos. Buscamos el contacto humano como especie social que somos. La familia, los amigos, las parejas, los compañeros de trabajo y cada uno de los núcleos sociales en los que nos movemos son esenciales para nuestro desarrollo individual. Las relaciones interpersonales configuran la personalidad, influyen en nuestras habilidades sociales y en el propio control emocional que llevamos a cabo con nuestro entorno. Sin embargo, igual o más importante es la capacidad para estar solo. Estar a gusto contigo es el primer paso para poder estar bien con los demás.

Por otro lado, la hiperconectividad en la que vivimos nos conduce paradójicamente a una desconexión y deterioro de los vínculos reales. Pasamos más tiempo comunicándonos a través de las pantallas que mirándonos a los ojos. Tenemos acceso a multitud de personas, y la posibilidad de generar muchas relaciones, pero dichas relaciones son efímeras y no cubren nuestras necesidades afectivas más profundas. En consecuencia, nos encontramos incómodos si estamos solos e insatisfechos con las relaciones nuevas que creamos.
 
“El carácter independiente surge de poder bastarse a sí mismo”.
-Francisco Grandmontagne-

La soledad elegida es la mejor compañía posible

Disfrutar de la soledad dependerá de nuestra capacidad introspectiva, dicho de otra forma, de la capacidad que tenemos para analizarnos. Dicha capacidad refleja el nivel de compromiso e implicación que tenemos con nosotros mismos, es decir, hasta qué punto nos hacemos cargo de la propia vida sin delegar en otros nuestro mundo interior y nuestros conflictos. Una cosa es buscar la compañía ajena para dar lo que te sobra y otra buscar la compañía para llenar lo que te falta.

No se trata simplemente de permanecer sin la presencia de nadie, sino de la capacidad de disfrutar de uno mismo estando solo. Hacerse compañía, elegirte a ti como compañero y disfrutar de ello -incluso pudiendo estar con otros- es lo que marca la diferencia. Esto supondrá que la relación con los demás estará basada en el deseo, no en la necesidad.

Alicia Yagüe Fernández

miércoles, marzo 28, 2018

El miedo a brillar

Una de las grandes paradojas del ser humano es esa de querer ser especial, pero al mismo tiempo tener miedo a brillar. ¿Quién no quiere ser reconocido y admirado? Todos tenemos la necesidad de que los otros vean nuestras virtudes. Y en ello hay un plus si, además de verlas, son destacadas.

 
 
Ahora bien, muchos se sienten intimidados a la hora de destacar. Casi todos en realidad. Y es que para destacar, también se necesita apartarse un poco del grupo, no permanecer en el rebaño. En otras palabras, ubicarse en el registro de “lo diferente”. De ahí viene a veces ese miedo a brillar.

“Tu luz no sólo no ensombrece a otros, sino que les hace brillar más”.
-Amparo Millán-

Por eso, lo primero que se debe hacer es establecer una distinción entre ser aprobado y destacar. Cuando eres aprobado, recibes esa palmadita en el hombro, o esa exaltación que da fe de que estás siendo aceptado y valorado por un grupo. En cambio, al destacar, al brillar con luz propia, no necesariamente se consigue aceptación. Incluso es posible que generes rechazo.

A veces el asunto no es tan extremo. El miedo a brillar puede proceder de una autoestima lastimada. En esas circunstancias, el reconocimiento de los demás asusta. Se quiere permanecer en el anonimato, aunque secretamente se desee y se necesite.
 
El miedo a brillar y la culpa

El éxito de alguien suele hacer sentir mal a otras personas. Es inevitable. Forma parte del paquete. Un triunfo excepcional, necesariamente impacta en los demás e incluso, muchos se sentirán inferiores, aunque no sea esa tu intención. Una persona insegura asume el éxito de los demás como una amenaza. Es como si esto pusiera en primer plano el hecho de que no fue él quien lo logró.

Todo esto lo sabemos intuitivamente. Presentimos que el éxito da origen a una hostilidad latente o explícita. El temor a esas reacciones influye en el miedo a brillar. No se quiere entrar en tensión con los demás. Especialmente si son personas importantes para nosotros.

Hay mecanismos inconscientes que muchas veces llevan a castigar a quien destaca, a quien más poder o brillo tiene.
 
La familia y el miedo a brillar

La familia es el primer núcleo de socialización y muchas veces es allí donde se instala ese miedo a brillar. Ocurre principalmente cuando la familia es disfuncional o predomina en ella la falta de autovaloración, la envidia o el sentimiento de inferioridad. Si uno de los miembros de una familia así alcanza el éxito, se le ve casi como una traición.

Por supuesto, esto no ocurre en el terreno de lo consciente. Se filtra a través de comportamientos como prohibir que se alardee de los logros u obligar a alguien a poner sus talentos al servicio de los demás, precisamente porque “lo hace mejor”. Se introduce entonces la idea de que destacar trae consecuencias negativas.

Así mismo, los padres inculcan mandatos implícitos a sus hijos. Uno de ellos, muy frecuente, es el de sufrir por su sufrimiento. Quien tiene unos padres así se sentirá terriblemente mal cuando alcanza un logro que lo hace muy feliz. ¿Cómo sentirse bien, sabiendo que ellos sufren? De ahí el miedo a brillar
 
Cuando te destacas, también te expones

A lo anterior se pueden añadir los casos en los que se siente miedo a brillar porque hay un enorme temor a ser diferente. Se teme ser señalado, cuestionado o rechazado. Destacarse también es exponerse. Y exponerse significa enfrentarse a la opinión de los otros, que no siempre es constructiva con lo nuevo o lo diferente.

Normalmente lo anterior ocurre porque se le otorga excesivo valor a la mirada ajena. De ahí que se le dé mucha más importancia a los atributos que aprueban los demás, en lugar de dársela a aquellas características que nos hacen únicos. Por eso, implícitamente, se forjan objetivos que complacen la opinión generalizada y no necesariamente aquellos que nos hacen más felices.

El miedo a brillar involucra siempre una culpa y un temor a ser rechazados. Son muchos los que renuncian a destacar, solo para conservar el afecto de su familia, sus amigos o su pareja. Por no “traicionar” a los demás, terminan traicionándose a sí mismos. Sumándose a la infelicidad conjunta y limitando su desarrollo. Es algo erróneo. Cuando somos mejores, también podemos ayudar a que los demás lo sean.

Edith Sánchez

martes, marzo 27, 2018

¿Eres de plástico, vidrio o acero? Claves sobre la resistencia

¿Eres de plástico, vidrio o acero? La forma en que afrontamos las dificultades cotidianas determina el material del que estamos hechos. Ahora bien, las claves sobre la resistencia nos dicen que siempre estamos a tiempo de alterar esos elementos que nos conforman para revestirnos de un material más óptimo, uno a medio camino entre el bambú y el grafeno.

 
 
Si hay un aspecto decisivo a la hora de disfrutar de un adecuado bienestar mental y emocional es comprender qué tipo de mecanismo utilizamos ante los obstáculos de la vida. Así, dos de las respuestas más comunes que solemos aplicar a nuestro día a día son la evitación por un lado y la quietud o “no resistencia” por otro.
 
“La medida más segura de toda fuerza es la resistencia que vence”.
-Stephan Zweig-

Ahora bien, lejos de culpabilizarnos por no saber emitir otro tipo de alternativa cuando sufrimos estrés, cuando nos avasallan terceras personas o cuando nos vemos en un túnel sin salida es el momento de prestarle atención a un aspecto relevante en estos momentos. La necesidad de huir o de quedarnos quietos son respuestas preprogramadas en nuestro cerebro. Son mecanismos de defensa puestos de fábrica que aún no hemos actualizado, son resistencias benignamente diseñadas que en realidad nos ayudan a sobrevivir, pero rara vez contribuyen directamente a nuestra felicidad.

En este sentido, las claves de la resistencia sí constituyen un aspecto relacionado directamente con nuestro bienestar. De manera que entenderlas puede ayudarnos, y mucho.

Cerebros más y menos resistentes al estrés emocional

La mayoría nos hemos hecho esta pregunta alguna vez: ¿por qué hay personas capaces de afrontar la adversidad de un modo tan sensacional? Nos admira su templanza, su optimismo y esa mirada capaz de ver posibilidades donde otros vemos solo muros y alambradas. ¿Es que se han preparado previamente para ello? ¿Han hecho cursos, tienen quizá una sabiduría innata o es que hay algo diferente en sus cerebros?

Bien, la clave está en este último aspecto: en sus cerebros. Así, y por curioso que nos resulte hay personas con un cerebro mucho más resistente al estrés, personalidades con mayores recursos emocionales para calmar la ansiedad, para evitar discursos mentales irracionales en situaciones límites, etc. La facultad de medicina Weill Corner, en Nueva York realizó un interesante trabajo donde se determinó, por ejemplo, la relación directa entre una crianza basada en un apego saludable y una respuesta más hábil hacia el estrés y la ansiedad.

Una atención inadecuada, una educación habitada por ciertas carencias afectivas altera el desarrollo cerebral de los niños. En concreto, la estructura que más se ve afectada es la amígdala, un centro de control neurológico tan antiguo como sofisticado que se encarga precisamente de regular el miedo y nuestras emociones. De este modo, un pequeño que haya experimentado pautas de crianza deficitarias en algún aspecto, presenta mayores dificultades para gestionar sus emociones tanto en la infancia como en la madurez.
 
¿Eres de plástico, vidrio o acero?

Tal y como hemos señalado al inicio, no importa el tipo de mecanismo que utilicemos en el presente para responder a las dificultades, al estrés o a la adversidad. No importa si somos de los que huimos o de los que, como un mástil en medio de una tormenta, se quedan quietos, hasta que poco a poco se quiebran y caen. Todos podemos aprender nuevas estrategias y, si esto es así, es precisamente por nuestra plasticidad cerebral.

Entrenar/estimular al cerebro para que aplique nuevos enfoques y estrategias renovadas hace de él una maquinaria más resistente, más hábil, más sofisticada. El objetivo es lograr que nuestro cerebro no nos ayude solo a sobrevivir, lo que queremos en el fondo es que nos acompañe, que nos secunde de manera cómplice, en ese intento por ser más felices.

Veamos por tanto a continuación cuáles son los tres tipos de respuesta ante el estrés más comunes y esas claves de resistencia que suelen utilizar.
 
La respuesta del acero

El estrés “rebota” en las personas de acero. Este tipo de enfoque lejos de ser saludable tiene sus riesgos. Ser completamente impermeable al estrés hará que no podamos aprender de él. Es más, en cierto modo nadie es completamente impermeable, nadie es de acero porque nuestro revestimiento es puramente emocional.

La clave en este sentido está en entender que lejos de ser un muro ante los problemas y conseguir que estos “reboten” en nosotros, debemos dotarnos de habilidades para gestionarlos mejor, manejarlos, filtrarlos, transformarlos…
 
La respuesta del plástico

Dentro de las claves de resistencia es interesante saber que la mayoría de nosotros aplicamos esta estrategia. Sus características son las siguientes:
Tenemos diversas abolladuras, efectos del estrés y la adversidad.
Somos flexibles y disfrutamos a la vez cierta resistencia, sin embargo, muchas veces tenemos la clara sensación de que nos vamos a romper. Es como vivir en una cuerda floja.
 
La respuesta del vidrio

Tal y como podemos intuir, la respuesta del vidrio no es la más adecuada. En realidad, es la peor de todas, es la que dispone de menos recursos, esa que, después de hacer un gran esfuerzo para que ceda, para que se adapte, termina rompiéndose. De manera que, o se impone o queda totalmente destrozado.
 
Claves sobre la resistencia más saludable

Las claves sobre la resistencia más saludable nos dicen lo siguiente: hay que hallar un punto intermedio entre la fortaleza y la flexibilidad, un espacio de madurez donde saber gestionar, priorizar y transformar. Es decir, si dejamos por ejemplo que actúen nuestras defensas psicológicas innatas estaremos optando por la línea de la menor resistencia: la del vidrio.

Por otro lado, si elegimos la línea de mayor resistencia haremos uso de toda nuestra energía para oponernos a algo, para alzar un muro donde protegernos de la vida. Esta es sin duda la estrategia del acero.

Entonces, si ninguna de estas dos respuestas son las más acertadas ¿cuál es la que debemos aplicar? La clave de la resistencia más saludable está en empoderar nuestra auto-confianza para sabernos valedores de algo mejor. Por lo tanto, no dejaremos que nada nos avasalle hasta rompernos ni nos alzaremos tampoco como un mástil de acero aguardando el impacto de toda tormenta.

Construyamos un material a medio camino entre un plástico más resistente y el bambú. Un material flexible pero fuerte, ese que nos permita movernos con las dificultades para aprender de ellas, ese que aunque se doble, vuelve a su posición original habiendo asumido una enseñanza para avanzar con mayor aplomo.

Empecemos hoy mismo a trabajar en esta estrategia vital.

Valeria Sabater

lunes, marzo 26, 2018

3 ejercicios rápidos (y originales) para deshacernos de las preocupaciones

El miedo y las preocupaciones retrasan nuestro destino. Por lo tanto, no les demos demasiado espacio en nuestro pensamiento ni hagamos de pequeños guijarros grandes montañas. En su lugar, higienicemos nuestro enfoque y flexibilicemos nuestra mirada. Aprendamos a entrenar nuestra mente gracias a adecuados ejercicios con los cuales, deshacernos de las preocupaciones.

 
 
Bajar del tren de la preocupación no es tarea fácil. A menudo nos dejamos llevar por ese vagón en un viaje sin retorno, sentados en un compartimento sin ventanas. De este modo, somos incapaces de ver todo aquello que sucede a nuestro alrededor y nos encontramos indefensos al no percibir otra perspectiva que aquella sugerida por nuestra implacable ansiedad.
 
“Preocuparse a veces no tiene mucho sentido. Es como quien camina con un paraguas abierto esperando que llueva”.
-Khalifa-

Así, y más allá de lo que algunas personas puedan pensar, estos ciclos de sufrimiento nunca se rompen con meros consejos bienintencionados: “deja de preocuparte por cosas que aún no han sucedido, relájate y disfruta un poco más de la vida.” Cuando la mente cae en esta dinámica agotadora ya no atiende a razones, actúa de forma automática y llevada por un flujo inconsciente donde todo nuestro organismo se deja llevar por una música interna sin sentido ni cadencia.

Para deshacernos de las preocupaciones necesitamos otro enfoque que vaya más allá del universo cognitivo. Necesitamos que nuestro organismo, nuestros sentidos y nuestra mente consciente sean partícipes en este proceso. A continuación te explicamos cómo lograrlo.


Tres ejercicios para deshacernos de las preocupaciones

La preocupación va de la mano de la incertidumbre y si hay algo que todos sabemos es que el mundo actual se define precisamente por ese leitmotiv, por esa narrativa inherente a este mundo del día a día que tanto nos cuesta gestionar o incluso aceptar. Por otro lado, hay un hecho que suele darse muy a menudo: no siempre tenemos pleno control sobre nuestros procesos mentales.

Percibimos la ansiedad o el estrés en nuestro cuerpo, en ese dolor de estómago, en esa cefalea… Sin embargo, no siempre nos damos cuenta de lo rápido que trabaja la mente, de los derroteros que toma, de los miedos que anticipa, de las fatalidades que nos avanza sin que se lo hayamos pedido. Mantener el control, detener ese ciclo de alimentación negativa es sin duda nuestra mayor responsabilidad.
 
Tus ojos frente a una cámara

Sencillo, original y ante todo efectivo. Puede que en un primer momento este ejercicio nos parezca algo extraño, pero tiene su sentido y su implicación. Veamos en qué consiste.
Cuando te sientas agotado por el arrastre implacable de tus pensamientos, haz lo siguiente: coge tu móvil, abre la cámara frontal como si fueras a hacerte un selfie y atiende la pantalla. La atención debe centrarse en tus ojos.
Es un modo sensacional de tomar conciencia del propio yo. Al mirarnos cara a cara y sumergirnos en nuestros ojos, algo ocurre en nuestro interior. Algo nos obliga a parar, a detener la hiperactividad de la mente y centrarnos en el aquí y ahora, a vincularnos de forma directa con nosotros mismos.
Sintoniza con tus necesidades mientras te miras a los ojos, reflexiona sobre esa persona que tienes ante ti. Relájate y deja que el mundo se detenga para abrazar a ese ser a menudo descuidado: tú mismo.

Elige un sonido

Otra estrategia sensacional para deshacernos de las preocupaciones consiste en elegir un sonido, en concetrarnos en uno solo de todo ese conjunto de estímulos auditivos que nos envuelven.
Imagina que estás en el trabajo. Estás rodeado de ruido, de conversaciones, de sillas que se arrastran, de golpes, de ordenadores, de coches que van y vienen en su incesante devenir sobre el asfalto, de compañeros que hablan de ciertos rumores…
Ahora bien, de entre todo ese mar de ruidos, quédate con uno solo. Puede que delante de tu ventana haya un árbol donde acuden los pájaros. Elige ese sonido, quédate con esos pájaros y deja que el resto de estímulos se desvanezcan durante unos minutos. Poco a poco, tu mente se calmará porque solo tiene una obligación: atender el canto de esos animales.
 
Una taza de chocolate

Seguimos con una propuesta original y poco habitual. Para deshacernos de las preocupaciones, necesitamos sobre todo estimular a nuestros sentidos. Tenemos claro que los consejos no sirven, que el decirnos algo como “voy a relajarme y pensar menos” no siempre surte efecto. Así que lo mejor en estos casos es elegir otra ruta, la de nuestro olfato, nuestro gusto, nuestras sensaciones físicas.

Esta técnica se relaciona de forma directa con el mindful eating, de la que ya hemos hablado en alguna ocasión en nuestro espacio. Es un modo muy apetecible de practicar la atención plena, la alimentación consciente así como la relajación.

Si no nos agrada el chocolate, podemos elegir otra bebida. La clave está en que sea una bebida caliente.
  • Lo que haremos en primer lugar es dejar que el aroma, así como el humo tibio de ese chocolate o té, nos envuelva. Respiraremos en calma y de forma profunda.
  • Ahora tomaremos un sorbo, pero lejos de engullirlo al instante, nos deleitaremos un poco más dejando que la lengua disfrute, que el paladar se llene de esos matices del chocolate.
  • Durante esos momentos en que tenemos nuestra taza en las manos, nada más debe importar. Apreciaremos el momento presente y las sensaciones que estamos experimentando.

Lo que vamos a conseguir con estos tres sencillos ejercicios para deshacernos de las preocupaciones es poner el foco en nuestros sentidos y calmar la activación fisiológica para conceder calma a nuestra mente. No se trata de despistarla, sino de calmarla para tomar el control sobre ella y parar su hiperactividad. Porque a veces, para controlar la mente, basta con empezar relajando el cuerpo a través de nuestros cinco sentidos.

Intentémoslo hoy mismo.

Valeria Sabater

domingo, marzo 25, 2018

Mindfulness en el trabajo: 6 claves de salud y bienestar

¿Sufres estrés laboral? ¿Te cuesta llegar a todos los objetivos que tienes en tus jornadas? Un modo de ganar en salud, en bienestar y en productividad es practicar mindfulness en el trabajo. Gracias a la atención plena nos centramos en lo importante, ganamos en confianza e incluso podemos reducir ese agotamiento mental y emocional que tantos muros pone a nuestro rendimiento.

 
 
Todos hemos oído hablar del mindfulness. De hecho, es tan común leer este término en casi cualquier espacio o revista que por un momento podemos llegar a pensar que es una moda más, como lo es el spinning, el crossfit o incluso los batidos detox. Ahora bien, no debemos equivocarnos, esta técnica de meditación y de atención plena se utiliza ya en el ámbito clínico como una técnica terapéutica más para diversos fines.
 
“Los sentimientos van y vienen como las nubes en un cielo ventoso. La respiración consciente es mi ancla”.
-Thich Nhat Hanh-

Desde que Jon Kabat-Zinn, un doctor en biología molecular del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) popularizó en occidente esta estrategia de meditación budista, su impacto no ha hecho más que crecer. Para justificar sus beneficios, el doctor Kabat-Zinn aportó rigurosas pruebas científicas sobre cómo el mindfulness había generado grandes cambios en grupos poblacionales sometidos a un elevado estrés (reclusos en cárceles, entornos laborales con una alta presión, personas con dolores crónicos…).

El mindfulness no es una moda, es una técnica de salud y bienestar que está ganando cada vez más espacios y reconocimientos. De hecho, resulta especialmente útil para prevenir recaídas en pacientes que han superado una depresión. Por tanto, nunca está de más darle una oportunidad. Probar su utilidad en un escenario laboral, puede suponer sin duda un antes y un después. Veámoslo con mayor detalle.

Mindfulness en el trabajo ¿en qué nos puede ayudar?

David Lynch, el conocido director de cine, guionista y artista, suele escaparse de sus propios rodajes varias veces al día para buscar una habitación en silencio o un espacio exterior que le produzca calma. “Huye” para meditar durante unos minutos, porque solo así logra sacar mayor partido de su mente para afinar la creación, para resistir la presión y reencontrarse consigo mismo.

Queda claro que ninguno de nosotros somos David Lynch, y que nuestros trabajos, sin duda son algo más mundanos: una oficina, una fábrica, un taller, un colegio, un taxi, habitaciones de hotel o de hospital que limpiar, pacientes que atender, productos que comercializar o promocionar… Ahora bien, sea cual sea nuestra ocupación, sea cual sea nuestra rutina, todos estamos sometidos a la presión, a la ansiedad y a tener que gestionar múltiples estímulos a la vez.

Si damos el paso, si nos damos la oportunidad de practicar Mindfulness en el trabajo nos puede ayudar a conseguir lo siguiente:

Beneficios del Mindfulness
  • Nos permitirá estar más concentrados en lo que hacemos dejando a un lado la hiperestimulación del entorno.
  • Nos ayudará a tener mayor claridad mental para ser más ágiles a la hora de reaccionar, de tener ideas, de sacar más partido de las situaciones.
  • Manejaremos mucho mejor el estrés y la presión.
  • Ganaremos confianza en nosotros mismos, nos centraremos en el propio yo para definirnos, para poner límites y anticipar oportunidades.
  • Nos sentiremos más autónomos para actuar, para tener el control de las situaciones.
  • Podremos potenciar las sensaciones/emociones positivas para mejorar las relaciones con los compañeros o más aún, relativizar aquello que nos molesta o que no podemos cambiar.
 
¿Cómo podemos aplicar el Mindfulness en el trabajo?

Antes de poner en práctica las estrategias que seguidamente vamos a especificar sobre cómo aplicar el Mindfulness en el trabajo, conviene tener claro un sencillo aspecto. Nadie aprende a meditar o a practicar la atención plena en una semana o en dos. Esta práctica, esta disciplina requiere tiempo y ante todo voluntad. Pensemos antes de nada que los pensamientos tienen control sobre la mente y el cuerpo, y que un modo de reorientar nuestro enfoque mental hacia un escenario de paz y equilibrio es entrenándolo en el Mindfulness.

Estas estrategias nos podrán ayudar.
 
Tu objetivo

Antes de ir al trabajo, toma una decisión sobre qué quieres conseguir ese día, define, clarifica tu objetivo (puede ser algo tan simple como hacerlo todo bien y volver a casa sin estrés y sin que nada nos preocupe).
 
El aquí y ahora

Una vez en tu entorno laboral, sé siempre consciente del momento presente, de lo que ocurre en el aquí y ahora. Céntrate en lo que estás haciendo, y no en lo que comentan los compañeros, en el sonido de la calle, en ese mensaje que esperas en tu móvil, en lo que vas a hacer mañana o al llegar a casa…

Reinicia tu mente cada poco tiempo

Realiza descansos mentales de 1 minuto. Si hay algo que todos sabemos es que no está en nuestra mano abandonar nuestro puesto de trabajo para salir a meditar durante 20 minutos cuando así lo necesitemos. Sin embargo, podemos entrenar nuestra mente para lo siguiente: cada 40 minutos o media hora, descansaremos la mente 1 minuto. Para ello, sitúa la mirada en un punto relajante y respira en profundidad, toma aire e inspira… Durante esos 60 segundos, no pienses en nada. Vacía presiones, vacía preocupaciones.
 
“Si quieres dominar la ansiedad de la vida, vive el momento, vive en la respiración”.
-Amit Ray-
 
No a la multitarea

Si hay algo común en cualquier entorno de trabajo es la multitarea: una llamada, un correo, ir aquí, hacer esto, pensar en aquello, resolver, decidir, comunicar… Si hacemos esto, si la mayoría de personas nos dejamos llevar por este tipo de costumbre es porque pensamos que al hacer muchas cosas a la vez resultamos más productivos, cuando en realidad no es así.

Por tanto, una clave esencial del Mindufulness en el trabajo es que hagamos una sola cosa cada vez y nos centremos en ella. De este modo, evitaremos errores, descuidos y el resultado final será más óptimo.
 
Pon el estrés a tu favor

Muchos de nosotros pensamos que no hay peor enemigo para el trabajo que el estrés. Ahora bien, esa activación interna, bien controlada y bien manejada puede ser nuestro aliado en muchos aspectos: ofrece motivación y activación, nos permite estar alerta y preparados.

Ahora bien, el nivel de estrés debe situarse en un punto intermedio donde actúe de estímulo y no de enemigo. Por ello, debemos ser siempre conscientes de dónde está nuestro límite.
 
Acepta aquello que no se puede cambiar

Un punto muy interesante que nos recuerda en Mindfulness en el trabajo es que debemos aceptar todo aquello que no podemos cambiar. Por ejemplo, no sirve de nada enfadarse cada día con ese compañero que siempre llega tarde, con ese jefe que siempre está de mal humor, con esa compañera que solo trae rumores y no buenas ideas…

Lejos de darnos golpes contra la pared ante ciertas dinámicas y actitudes, lo mejor es aceptarlas. Ahora bien, aceptar no es rendirse, es tomar conciencia de una realidad para actuar de acuerdo a ella con seguridad y tranquilidad. Al fin y al cabo, otra idea que nos trae también el Mindfulness en el trabajo es que procuremos siempre ser optimistas. Una visión positiva sobre las cosas nos quita muchos pesos y nos hace más libres.

Apliquemos por tanto estos consejos en la medida que nos sea posible: los resultados pueden sorprendernos.

Valeria Sabater

sábado, marzo 24, 2018

Analfabetismo emocional: cuando a nuestro cerebro le falta corazón

Son muchas las personas que sufren analfabetismo emocional. Son hábiles en el dominio de múltiples competencias, disponen de un sinfín de títulos y maestrías, pero hacen la misma gestión emocional que un niño de tres años. Ese aprendizaje no viene de fábrica y es lo queramos o no, una asignatura pendiente a la que deberíamos dedicar más recursos…

 
 
La mayoría de nosotros sabemos cuáles son los principios de una buena salud física, a saber: una alimentación equilibrada y lo más natural posible, algo de ejercicio, dormir cada noche entre 7 y 9 horas y realizarnos revisiones médicas periódicas para asegurarnos que todo va bien.
 
“Cuando escuchas con empatía a otra persona, le das a esa persona aire psicológico”.
-Stephen R. Covey-

Sin embargo, si hay algo que descuidamos casi de forma alarmante es eso que se contiene entre nuestros oídos: el cerebro. Ahora bien, no nos referimos a ese conjunto de células nerviosas, estructuras y circunvoluciones. Hay que centrar la atención en los indicadores de nuestra salud emocional, es decir, en esa capacidad para sentir la vida y nuestras relaciones, en el estado de esa facultad para entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos…

El ser humano es mucho más que una serie de competencias lingüísticas, matemáticas o tecnológicas. Somos, por encima de todo, seres sociales y emocionales, dimensiones estas que quedan a menudo descuidadas, y hasta infravaloradas en las instituciones educativas. Porque, admitámoslo, de poco nos va a servir saber resolver una ecuación de segundo grado si somos incapaces, por ejemplo, de comunicarnos con eficacia y de empatizar con aquellos que nos rodean.

¿Qué es el analfabetismo emocional?

Sabemos que el término “analfabetismo” tiene una connotación negativa. Sin embargo, no podemos llamar de otro modo a una realidad psicosocial más que evidente. Pongamos un ejemplo, en la actualidad se habla mucho de la figura de los líderes transformadores. De personas capaces de dinamizar una organización gracias a su buen manejo de la inteligencia emocional, de la motivación, de su don para producir impacto en los demás y crear entornos donde las personas pueden hacer uso de su creatividad.

En ocasiones se venden ideas que en la realidad, brillan por su ausencia. Así, es bastante común encontrarnos con directivos o líderes empresariales incapaces, no solo de infundir inspiración a los demás, sino con una nula capacidad para controlar sus emociones, su frustración, su enfado… Son como niños de 3 años enfadados por no obtener aquello que desean, situados por completo en ese pensamiento egocéntrico definido por Piaget en su momento.

Veamos no obstante, qué dimensiones caracterizan el analfabetismo emocional.
  • Incapacidad para entender y manejar las propias emociones.
  • Dificultad para comprender las de los demás.
  • Esa falta de autoconciencia emocional los sitúa a menudo en terrenos muy sensibles. Reaccionan de forma desmedida ante cualquier problema, se sienten agobiados y superados ante cualquier dificultad, sea pequeña o grande.
  • No empatizan, son incapaces de situarse en la mirada ajena, de comprender realidades diferentes a la suya.
  • Sus habilidades sociales son muy rígidas y aunque en ocasiones pueden desenvolverse, les falta sensibilidad, asertividad y esa cercanía auténtica con la que crear lazos significativos y no solo relaciones motivadas por el interés personal.
  • Por otro lado, los costes del analfabetismo emocional pueden ser enormes: pensamiento polarizado, represión, racismo o sexismo, narcisismo, necesidad obsesiva por tener la razón…

Asimismo, hay un dato no menos importante que conviene recordar. El analfabatismo emocional, es decir, esa falta de recursos psicológicos y mecanismos emocionales con los que manejar mejor dimensiones como la tristeza, la rabia, el miedo o la decepción, nos hace a su vez mucho más vulnerables a una serie de trastornos mentales.

Así, condiciones como la depresión o los estados de ansiedad crónica son muy comunes en perfiles con poca o nula habilidad para gestionar mejor esos estados internos.
 
La importancia de educar en Inteligencia Emocional

Sabemos que es ya como un eslogan: “hay que educar en Inteligencia Emocional”, debemos entrenarnos en estas habilidades, ser más aptos en materia de emociones. Lo hemos oído hasta la saciedad, hemos leído libros, hemos hecho cursos y decimos que sí con la cabeza cada vez que se nos recuerda la importancia de tener una mayor competencia en esta habilidad.

Sin embargo, las lagunas siguen existiendo. Así, y aunque en algunos currículums educativos de ciertas escuelas ya aparece este objetivo, no podemos pasar por alto algo igual o más importante. Antes de que maestros y profesores entrenen a los niños en el dominio de sus pensamientos y emociones, también ellos deberían ser entrenados previamente.
 
“Tu intelecto puede confundirse, pero tus emociones nunca te mentirán”
-Roger Ebert-

A menudo, nosotros mismos llegamos a nuestra etapa adulta con un mundo de inseguridades. También nosotros nos levantamos cada día conscientes de que nos faltan herramientas para dominar nuestras emociones, así como ciertas habilidades para encarar mejor la adversidad. De este modo, si no empezamos en primer lugar por nosotros mismos haciendo autoconciencia de nuestro analfabetismo emocional, difícilmente tendremos ese talento para motivar a los más pequeños, para entrenarlos en empatía, asertividad o en habilidades sociales…

Una buena “alfabetización emocional” nos dota de grandes beneficios. Así, algo que aprenderemos en primer lugar es que cada emoción tiene su espacio y su utilidad, que diferenciar entre emociones “negativas” y “positivas” no siempre es acertado, porque en realidad, esos estados que a menudo tanto evitamos sentir como es la tristeza o la decepción, tienen sus espacios de conocimiento, su utilidad y su valioso significado.

De las emociones por tanto no se huye, se encaran para saber qué quieren decirnos. Es un modo sensacional de autoconocimiento que nos dota de fortalezas, que ofrece a nuestra mirada un prisma más amplio… a la vez que flexible. Por tanto, no apartemos o despreciemos la necesidad de estar “al día” en materia de emociones. Atendamos a esos mundos interiores donde saber reconocer, expresar, gestionar y transformar esos sentimientos para que fluyan siempre a nuestro favor y no en nuestra contra…

Valeria Sabater

viernes, marzo 23, 2018

¿Qué puedes aprender de tu árbol genealógico?

El primer uso que tuvo el árbol genealógico fue el de conservar la información sobre el origen familiar. Antiguamente era una práctica que solo realizaban las familias de abolengo para probar la pureza de su estirpe o la grandiosidad de su pasado.

 
 
En la actualidad las cosas son diferentes. El árbol genealógico se ha convertido en una herramienta para conocerse. Desafortunadamente no son muchas las familias que conservan las huellas de su pasado y las transmiten a las siguientes generaciones. Por eso, a veces no es nada fácil obtener información acerca de esas raíces familiares.

“Nadie existe solo, nadie vive solo. Todos somos lo que somos porque otros fueron lo que fueron”.
-Julio Medem-

El árbol genealógico nos ofrece una gran cantidad de datos que resultan muy valiosos para entender quiénes somos y por qué somos así. La información que nos brinda es integradora, es decir, nos permite establecer los nexos que unen al pasado con el presente y el futuro. Todos venimos de una historia que se ha construido a lo largo de los siglos. También somos un eslabón hacia el futuro. El árbol genealógico nos ayuda a esclarecer todo esto.
 
El árbol genealógico y la familia

La familia no es un factor más en la vida del ser humano. Está en la esencia de lo que somos, sin importar el tipo de vínculo que se tenga con ella. Estaba ahí antes de que naciéramos y nos sucederá. Todos llevamos su impronta, incluso en aquellos casos en los que la familia abandonó o desapareció. De hecho, esa misma ausencia puede ser una de las mayores marcas para la vida.

El árbol genealógico nos ayuda a construir lo que se llama la memoria emocional. Se trata de un cúmulo de experiencias pasadas que se hacen presentes en infinidad de nuestros comportamientos. Buena parte de esa memoria no está expresada en términos conscientes. A veces se trata solo de impresiones, formas de ver, actitudes… Huellas que se hacen visibles por sus manifestaciones, pero de las que no se conoce el origen.

Las familias transmiten, consciente e inconscientemente, sus culpas, sus temores, sus tabúes, sus brillos. La historia familiar es como una novela, de la cual nosotros somos un capítulo. Pero, ¿cómo entender o darle sentido a ese capítulo, sin haber leído los demás?
 
Los datos relevantes en el árbol genealógico

El árbol genealógico nos aporta a veces datos insospechados. Otras el asunto no es tan espectacular, pero no por ello resulta menos relevante. Más que elaborar este árbol genealógico, de lo que se trata es de interpretarlo. Y para lograrlo hay algunos datos a los que se les debe prestar especial atención. Estos son algunos de estos datos importantes:
  • El lugar que se ocupa dentro de los hermanos. En esto no hay fórmulas, pero sí es seguro que el lugar que se ocupa dentro de los pares resulta definitivo en la conformación de la estructura psicológica. Básicamente determina la relación que se tiene con el dinero, las posesiones y el territorio (físico y emocional).
  • El doble linaje. Nuestros padres son la confluencia de dos grandes tradiciones familiares, pero en nosotros siempre influye más una de ellas. ¿Por qué? Es un dato relevante. Como también lo es cualquier vacío de información sobre los padres de nuestros padres o los abuelos de ellos. Esas lagunas suelen ocultar elementos importantes. También es muy relevante saber si alguien más en la familia lleva nuestro nombre. Si es así, formamos parte de un conflicto narcisista no resuelto.
  • Elementos que se repiten. Esto incluye edades a las cuales se han casado o han tenido sus hijos nuestros ancestros, labores o cualquier otro hecho que aparezca más de una vez. Por lo general, estas cadenas de repetición son el indicador de un guión inconsciente. Al dejar de repetir se avanza
  • La forma como han muerto los miembros de la familia. Es importante establecer cómo murieron nuestros ancestros. En caso de que existan accidentes o suicidios, se debe valorar muy detalladamente esa información. Las muertes por problemas cardiacos, respiratorios o inmunológicos nos hablan de un fuerte componente emocional en ellas.

En una novela hay unos hechos que se narran, pero también hay muchos que se ocultan. Palabras que se dicen y otras que se callan. Lo mismo ocurre con las familias. El árbol genealógico constituye una oportunidad para reescribir la historia. Lo importante es otorgarle el sentido que adquiere para quien lo elabora. Descubrir y describir las huellas de su estirpe. Encontrar información que le permita entenderse y explicarse mejor.

Edith Sánchez

jueves, marzo 22, 2018

Ahora que dibujamos el comienzo de nuestra historia

Ahora que nuestras manos se rozan casi sin querer y saltan chispas cada vez que nos tocamos. Ahora que dibujamos sonrisas y cruzamos nuestras miradas sin saciarnos. Ahora que tenemos un libro con páginas en blanco… Ahora es el comienzo de nuestra historia.

Nuestras voces aún suenan tímidas para evitar que nuestras palabras sean distintas a lo que pensamos y nuestros pasos apenas avanzan para evitar caer de nuevo en la desilusión y el desengaño. Sé que es el comienzo de nuestra historia aunque ninguno de los dos nos atrevamos a ponerle nombre cuando nos encontramos. Nos vale con las ganas de estar cerca y pasar tiempo juntos, con mirarnos en silencio y dejarnos llevar por nuestras emociones.

Puede que en este momento estés pensando en mí, sin saber qué decirme o incluso si decirme algo. Sé que aún no nos conocemos lo suficiente para saber que llevo también toda la noche pensando en ti, imaginando tu perfil, dibujando cómo eres, creando todos tus gustos y creyendo que es un bonito comienzo. Algo que empieza despacio por miedo a atropellarnos, como tantas veces nos ha pasado.

Es ahora cuando todavía tiemblo cuando sé que te voy a ver, ahora cuando bajo la mirada y me sonrojo ante tus cumplidos, cuando he cuidado cada uno de mis detalles por intentar sacar hacia fuera todo lo que brilla desde dentro. Ahora, es el comienzo de un cuento, el principio de un recuerdo, el inicio de una historia.
“Todo lo que sabemos del amor es que el amor es todo lo que hay”.
-Emily Dickinson-

Ahora que nos miramos tan despacio

Tú y yo somos dos páginas en blanco. Un libro entero por escribir, un bloc vacío para rellenar. Lo que comencemos ahora, mañana formará parte de nuestro pasado pero siempre seguirá siendo nuestro comienzo. Ese que ambos creamos y que de algún modo, solo podemos llenarlo de “ahoras”, de instantes presentes marcados con nuestras huellas.

No sé qué podrá pasar mañana, aunque tampoco me importa, prefiero centrarme en el presente y disfrutar de esto tan bonito que tenemos. Mis ojos no me dejan ver más allá de lo que ahora tengo entre las manos. Mis ilusiones y mis ganas le quitan voz a mis miedos y ¿por qué esta vez no? ¿Por qué este comienzo no puede ser el que se escriba sin final? Es mi ahora, mi presente y yo elijo cómo quiero que sea.

“Ahora que nada es sagrado, ni sobre mojado, llueve todavía. Ahora que el mundo está recién pintado, ahora que las tormentas son tan breves. Ahora que sin saber hemos sabido como querernos sin querernos todavía. Ahora que tocan los ojos, que miran las bocas. Ahora que nada es urgente que todo es presente. Ahora que todos los cuentos parecen el cuento de nunca empezar”.
-Joaquín Sabina-

El comienzo de nuestra historia

Contigo, todo parece nuevo y sorprendente. Tiene otra luz y otro significado. Las cosquillas que siento, cuando estamos juntos, son las delatoras de mis sentimientos, esas que me impulsan a ser mejor y a crear contigo el comienzo de algo nuevo. Sé que nunca es tarde para volver a intentarlo, para volver a arriesgarse, para crear algo nuevo. Por eso me dejo llevar por este comienzo de nuestra historia.

No me importa lo que venga, ya lo afrontaremos. No me importa el camino que nos espere, quiero arriesgarme a descubrir todo lo que nos enfrente. Es el comienzo de algo nuevo y quiero disfrutarlo, es el ahora que esperaba y lo hago mío, lo hacemos nuestro. Es el principio que deseaba, la página en blanco sobre la que escribir de nuevo, ese ahora que hacemos nuestro, las palabras y las sonrisas que nos dedicamos. Es el momento, vamos a disfrutarlo.

Adriana Díez

miércoles, marzo 21, 2018

¿Es posible cambiar y seguir siendo los mismos?

¿Cuántas veces nos han dicho o hemos escuchado “no cambies nunca”? Así, en cierto modo, el cambio puede ser visto como negativo, como una debilidad: “ha cambiado, ya no es el mismo”. El cambio es necesario, es natural e imprescindible para la supervivencia, aún así, muchos lo ven como algo negativo. Pero, ¿y si admitimos que es posible cambiar y seguir siendo los mismos?

 
 
Frente a la mayoría de los cambios que hacemos para adaptarnos, existe una resistencia, ya sea interna o por parte de nuestro entorno. Por otro lado, este tipo de resistencias actúan frente al cambio cuando este se anuncia o empieza, pero también cuando este comienza a instaurarse e incluso algunas pueden seguir cuando ya se ha consolidado. Ahora bien, ¿es posible que esos cambios, esas transformaciones, nos permitan mantener nuestra esencia, una continuidad o una coherencia entre quienes fuimos, somos y seremos?

En este artículo trataremos el tema del cambio personal, intentaremos entender por qué existe la resistencia al cambio y puede estar “mal visto”, y finalmente intentaremos dar razones que soporten la idea de que podemos cambiar y seguir siendo los mismos.
 
¿Por qué algunas personas se resisten al cambio y lo ven como una debilidad?

La resistencia al cambio es normal, todos los sistemas tienen fuerzas internas que buscan la permanencia y la estabilidad. Es decir, mantener la dinámica diaria de funcionamiento (aunque esta sea problemática) es más fácil que crear una dinámica alternativa, diferente o nueva. Ya tienes automatizados ciertos hábitos y los demás se han amoldado a ellos. Incluso la rutina permite que seas previsible, que no generes en los demás a su vez la necesidad de adaptarse a las nuevas condiciones que les planteas. Por lo tanto, la permanencia a corto plazo suele ser más cómoda que el cambio. De ahí una de las resistencias frente a él.

Por otro lado, las personas se resisten al cambio porque, con el pasar del tiempo, se acostumbran a tener hábitos y estilos de afrontamiento. Dedican mucho tiempo a crear herramientas psicológicas para gestionar momentos difíciles y aunque estas herramientas no sean las adecuadas: son las suyas propias, son su creación personal.

De este modo, surge la resistencia al cambio y además el cambio puede ser visto como una debilidad. Porque, si has actuado de un modo durante tanto tiempo y aparentemente ha sido efectivo: ¿por qué ahora lo cambias? Como hemos dicho, las personas que nos rodean también se sienten más tranquilas y cómodas si pueden predecir nuestras actitudes, respuestas y comportamientos. Si cambiamos, esa predicción durante un tiempo es casi imposible o se vuelve más insegura, y por ello, sin darse cuenta, quienes nos rodean también buscan la permanencia y la estabilidad y pueden llegar a oponer cierta resistencia a los cambios que planteamos.
 
“La inteligencia es la habilidad de adaptación al cambio”.
-Stephen Hawking-

Por otro lado, cambiar puede ser visto como una debilidad. Que una persona cambie de opinión puede hacer que los demás la vean como insegura, voluble y, como hemos dicho antes, impredecible. Sin embargo, cambiar una opinión, cuando creemos que la que antes defendíamos estaba equivocada, es una decisión inteligente a la larga y valiente. De otra forma, lo más probable es que terminemos siendo prisioneros de nuestra propia contradicción: pensar algo y defender lo contrario.

Así mismo, el cambio de opinión es resultado de un proceso reflexivo, durante el cual, al recibir nueva información y percibir la realidad de otro modo, nos damos cuenta de que lo que pensábamos ya no nos ayuda, ya no es correcto. Por tanto, es ¡fantástico! Así, lo que nos definiría es este modo inteligente de proceder y no una u otra opinión.

A pesar de que el proceso de cambio implica una metamorfosis personal en la que están implicadas muchas de nuestras ideas o características, a cambiar podemos llegar a sentir que estamos renunciando a una parte de nuestro “ser”. Y más si tenemos en cuenta que nuestro entorno puede percibir el cambio como una debilidad.
 
Cambiar y seguir siendo los mismos: un desafío posible

En la mayoría de los casos, el proceso de cambio personal lo que busca es sacar lo mejor de cada individuo. En realidad, lo que conocemos como cambio es el resultado de liberar a la persona de sus cadenas, límites y miedos. No estamos cambiando, sino que estamos quitando las barreras y siendo fieles a nuestra esencia dejándola que se exprese y despliegue sus alas.

¿Cómo podemos cambiar y seguir siendo los mismos? Podemos hacerlo buscando girar en torno a nuestro propio eje, mirar la realidad desde puntos de vista diferentes, saber apreciar la globalidad y la excepcionalidad de cada situación. Y a partir de allí, escoger cómo comportarnos, qué pensar y qué decir según el momento y nuestros sentimientos. Podemos cambiar sin reglas previas preconcebidas y rígidas que nos obliguen a actuar siempre del mismo modo, sintiéndolo o no.

Cambiar y seguir siendo los mismos requiere dejar de lado cualquier tipo de ortodoxia o regla, escogiendo de manera consciente la manera de mostrarse al mundo en ese momento particular. Todo esto le permite al individuo ser fiel a su esencia y por ello puede cambiar y seguir de alguna manera siendo el mismo. Porque escoger dónde posicionarse según lo que sienta y no según lo que “tendría que hacer” es la manera más libre y legítima de no traicionarse.
 
La filosofía oriental y el arte de cambiar siendo los mismos

La filosofía oriental explica que la virtud está en no estancarse, en darse cuenta de las propias fijaciones y limitaciones y superarlas o trascenderlas. Siendo esta la manera que tenemos de cambiar y seguir siendo los mismos. Porque de este modo, abrimos un espacio para que nuestro verdadero ser surja, se manifieste y se desarrolle.

Diferentes maestros de la filosofía oriental explican que cambiar y seguir siendo los mismos no es una habilidad que se aprenda ni fácil ni rápidamente. Requiere un esfuerzo constante, también porque nuestro sistema psicológico ya sea por economía o por necesidad de buscar la permanencia, busca mantenerse estable y tener pilares firmes.
 
“Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho”.
-Oscar Wilde-

Según Robert Spencer, en su libro “El arte del Guerrero”, para mantenerse elásticos, haríamos bien en acostumbrarnos a manejar diferentes puntos de vista, evitando así el peligro de anclarnos en una única perspectiva. Solo un entrenamiento adecuado en este tipo de gimnasia mental lleva a la espontaneidad. Si el ejercicio es interrumpido, en poco tiempo nuestra mente tenderá a protegerse, quedándose atrapada en las cadenas de sus propios pensamientos.

Para terminar, me gustaría compartir una metáfora que explica cómo es posible cambiar y seguir siendo los mismos:

“El agua lo vence a todo porque se adapta a todo. Puede ser un fluido, un sólido o un gas. Puede ser blanda o dura, rígida o elástica. Inmóvil o impetuosa, calma o tempestuosa. Puede correr lentamente o arrollar, evitar un obstáculo o chocar violentamente con él. Precipitarse o salpicar. El agua es la analogía natural del cambio como capacidad de adaptarse estratégicamente a las distintas circunstancias“.

Y si fueras cómo el agua… ¿qué pasaría?

Julia Marquez Arrico

martes, marzo 20, 2018

El jinete racional y el caballo emocional: el equilibrio humano

Nuestro cerebro está dividido simbólicamente en dos hemisferios cerebrales, conocidos como el hemisferio derecho”emocional” o “intuitivo” y el hemisferio izquierdo “racional”. El equilibrio humano está determinado por la relación entre ambos y determina nuestro propio bienestar.

 
 
Dentro de nuestro cerebro triuno el centro de las emociones se encuentran en la parte más antigua filogenéticamente hablando. Sin embargo, nuestra parte más lógica y racional parte del neocórtex, la zona más nueva y que nos permite llevar a cabo las tareas mentales más sofisticadas.

Emoción y razón no son polos opuestos, las emociones son la base del raciocinio y asignan valor a nuestras experiencias. Así, el neurocientífico Paul MacLean comparó la relación entre cerebro racional y cerebro emocional con la relación existente entre un jinete competente (experimentado y lógico) y su caballo (fuerte e instintivo).
 
El equilibrio humano está determinado por la relación entre el hemisferio emocional y el hemisferio racional.


El equilibrio humano

La palabra equilibrio proviene del latín aequilibrĭum, aequus que significa ‘igual’ y libra que significa ‘balanza’. Reconocemos el equilibrio en la armonía, en la ecuanimidad, la mesura, la sensatez, la cordura y también, por supuesto, en las personas que gozan de una buena salud mental.

Cuando nuestro cerebro emocional y nuestro cerebro racional están en equilibrio, podemos sentirnos a nosotros mismos, a nuestra propia experiencia personal. Por ejemplo, en situaciones dónde peligra nuestra supervivencia, ambos sistemas (emocional y racional) pueden funcionar de manera independiente.

El emocional nos daría la energía necesaria para adoptar la primera medida urgente (agarrarnos con fuerza a una barandilla o a un saliente en el caso de que nos hayamos caído por un precipicio), la razón buscaría cómo dar los siguientes pasos (no podríamos permanecer eternamente suspendidos).
 
El equilibrio humano determina nuestro bienestar.
 
El jinete y el caballo

Un jinete competente tiene que aprender a dominar a su caballo si quiere cabalgar sobre él. Si no hay muchos obstáculos y el tiempo es favorable, para el jinete será más fácil hacerse con el control. Sin embargo si ocurre algo inesperado, como un fuerte ruido o amenazas de otros animales, el caballo intentará salir corriendo y el jinete tendrá que agarrarse fuerte, mantener el equilibrio y doblegar con inteligencia la inquietud del caballo.

Del mismo modo ocurre cuando las personas ven amenazada su supervivencia, o cuando tienen miedo, o incluso un elevado deseo sexual. En estas circunstancias es más complicado no perder el control. El sistema límbico detecta y decide cuando existe una amenaza importante, y las conexiones entre el raciocinio (lóbulos frontales) y este sistema se vuelven confusas.

Por ello la investigación neurocientífica muestra que la mayor parte de los problemas psicológicos no están causados por problemas de comprensión, sino por presiones en las regiones que se encargan de manera más específica de la atención y la percepción. Es muy complicado completar procesos lógicos avanzados cuando nuestro cerebro emocional está alarmado y sólo atiende a las señales que percibe como peligrosas. 

¿Qué ocurre cuando el jinete no controla el caballo?

En ocasiones nos enfadamos con personas que queremos o sentimos miedo de algo o de alguien que dependemos, y esto produce una lucha. Nuestras “vísceras” y nuestro cerebro comienzan una batalla que, con independencia del ganador, rara vez nos hace sentir bien.

Si el jinete (cerebro racional) y el caballo (cerebro emocional) no se ponen de acuerdo, ¿quién gana? En principio, diríamos que el caballo, ya que cuenta con mucha fuerza. De hecho, este resultado es más probable antes de que nuestro cerebro haya terminado de desarrollarse por completo, algo que ocurre según los estudios sobre los 21 años. Antes, nuestro lóbulo prefrontal todavía no ha terminado de formarse y, salvo que hayamos adquirido herramientas que compensen su debilidad, está en inferioridad de condiciones frente al ímpetu del sistema límbico.

Una vez que nuestro cerebro ha completado su desarrollo (o casi completado, ya que nunca de evolucionar), es más fácil que la persona pueda ejercer un control sobre su parte más instintiva y emotiva. Además, la experiencia y las herramientas adquiridas en el transitar por el sendero vital también suelen ayudar. En este sentido, enriquecer estos dos alimentos (experiencia y herramientas psicológicas) va a ayudarnos a impedir que nuestro cerebro emocional tome el control de nuestros pensamientos o conductas cuando, en caso de hacerlo, nos perjudicaría.

Beatriz Caballero

lunes, marzo 19, 2018

Cómo ayudar a alguien a mejorar su baja autoestima

Puede ser doloroso ver a alguien que quieres con la autoestima baja, y por lo general, ayudar no es fácil si la persona no está receptiva. Aunque no puedes lograr que los demás se sientan bien consigo mismos de inmediato, puedes ofrecer tu apoyo y demostrar una autoestima positiva.

 
 
¿Te gustaría que tu ser querido se viera de otro modo? ¿Quisieras demostrarle todas las cualidades que tiene? ¡No te preocupes! Nosotros te ayudamos. De la mano del Dr. Walter Riso y gracias a su conferencia “Enamórate de ti”, te daremos unos pequeños consejos para que puedas aportar tu granito de arena:
 
1. Reconoce si tu amigo o familiar tiene baja autoestima

Este será el mejor comienzo para que ayudes a tu ser querido a mejorar su baja autoestima. Algunos de los síntomas pueden ser:
  • Comentarios negativos de su apariencia o personalidad.
  • No acepta su vida como es y cree que nunca puede ser perfecta.
  • No puede socializar bien con personas nuevas.
  • Hace suposiciones falsas acerca de lo que las demás personas piensan de él o ella.
  • Vive del qué dirán y está en función de los demás.
  • Le dificulta aceptarse como es.
2. Por qué tiene baja autoestima
(Apóyala y ayúdala a identificar su problema)

Escucha a esa persona que requiere tu ayuda y háblale con sinceridad. También haz un gran esfuerzo y saca tiempo para verla. Si están conversando, aprovecha el voto de confianza que están teniendo contigo y busca el camino de la asertividad a la hora de brindar un consejo.

Practiquen actividades que hagan subir su autoestima, por ejemplo, pueden hacer un voluntariado y ayudar a quién lo necesita. Vayan de compras o a comer un helado. Este tipo de actividades por lo general motivan el amor propio.
 
3. Ayúdale a alcanzar sus metas

“¡Por favor, no te coloques metas inalcanzables! Exígete a ti mismo de acuerdo con tus posibilidades y capacidades reales”, Walter Riso – Conferencia virtual “Enamórate de ti”.

Elabora un plan de metas a realizar con tu ser querido y recuerden definir los escalones para llegar a ellas. Escríbanlas, revísenlas y descarten aquellas que no sean vitales ni vengan desde el corazón, pues como lo indica Walter Riso: – La vida es muy corta para que la desperdicies en un devenir incierto o impuesto por ideales que no te nacen del alma.
 
4. Hazle caer en cuenta que puede tener buenos pensamientos de sí mismo

Enséñale a ser más benigno con sus acciones, por lo tanto, hazle caer en cuenta que no es bueno insultarse ni faltarse al respeto. Puedes ayudarle a elaborar una lista de autoevaluaciones negativas y ayúdale a detectar cuáles son justas y cuáles no, y finalmente busca palabras más constructivas para ti.

Walter Riso habla en su conferencia virtual “Enamórate de ti”, acerca de un principio básico para cuidar la salud mental: “si yerras, no te trates mal”. Aprende a respetarte y valorar las cualidades que te definen. 

5. Cómo evitar que el baja autoestima empeore

Si crees que el problema es más profundo y se sale de tus manos solucionar, sugiérele buscar ayuda profesional. La terapia cognitiva-conductual y la psicodinámica, pueden mejorar la baja autoestima. Si vas a iniciar este tipo de conversaciones, debes tener cuidado, no querrás hacerle creer a esta persona que está loca; explícale también la mejoría que tendrá durante el proceso.

Phrònesis

domingo, marzo 18, 2018

Disminuye el estrés para mejorar la autoestima

La autoestima es uno de los temas más abordados en los últimos años en la literatura científica, al considerarse que una sana autoestima favorece el bienestar de la persona en general, mejorando la relación que establece consigo misma, con los demás y con el entorno. En este sentido, una buena autoestima, ligada a la estabilidad emocional y a la búsqueda del fortalecimiento interior, implica un manejo adecuado de las demandas cotidianas de nuestra vida y por ende un sano manejo del estrés.

 
 
Nathaniel Branden (2001), famoso psicólogo norteamericano, plantea que la autoestima es la confianza en sí mismo, en la propia capacidad de pensar, en la capacidad de enfrentarnos a los desafíos básicos de la vida, en el derecho a triunfar y a ser felices, en el sentimiento de ser respetables, dignos, en el derecho a afirmar nuestras necesidades, a alcanzar nuestros principios morales y a gozar del fruto de nuestros esfuerzos.

La buena noticia es que la autoestima se puede afianzar en cada persona, con actitudes positivas que le permitan afrontar la realidad con optimismo y con el desarrollo de estrategias adecuadas para manejar las dificultades que se le presenten.

Por su lado, el estrés se presenta como un factor que obstaculiza las posibilidades de respuesta antes los problemas o conflictos que afrontamos. Reacciones de estrés nos bloquean ante las demandas del entorno, pues por anticiparnos negativamente a los resultados de una acción. O por focalizarnos en el potencialmente amenazante de una situación, nuestro sistema de respuestas se bloquea y nos impide tomar decisiones razonadas para superar las dificultades.

Una persona con alta autoestima desarrolla habilidades que le permiten, de manera racional y realista, reconocer las posibilidades de acción que puede tener para responder de manera pertinente a las situaciones, con la confianza de obtener lo que desea. En caso de no ser así, cuando los resultados no se compadecen con el esfuerzo realizado, asume el hecho con una actitud de aprendizaje y se prepara de mejor manera para nuevas oportunidades.
 
Estrés y baja autoestima, peligrosa combinación

Las personas que tienen una baja autoestima, tienden a subvalorarse y a minimizar la percepción de sus capacidades frente a las situaciones que viven en su cotidianidad. Por lo general, tiene anticipaciones negativas de los hechos y se consideran inferiores que las demás personas, lo que les lleva a una sensación permanente de desasosiego y sensación de minusvalía.

Si unido a esto, se presentan altos niveles de estrés, aparece un cuadro mixto en el que a la disminución del estado de ánimo por la baja autoestima se une un cuadro de ansiedad caracterizado por una preocupación permanente sobre el futuro, con predicciones negativas ante las tareas que se emprenden. La persona entonces sufre, no solo por percibirse inferior, sino por anticiparse a que en las tareas que emprende va a tener resultados negativos.

Un nivel de baja autoestima junto a un estrés elevado, forman un peligroso coctel para el bienestar psíquico”, Tania Juanes (2008).

El problema es, que generalmente la baja autoestima y el estrés no solo se presentan simultáneamente, sino que se retroalimentan entre sí, lo que conlleva a la persona a un círculo vicioso del cual es difícil salir.

La pobre percepción de sí mismo, asociada a una baja autoestima, hace que las percepciones de logro sean negativas, lo que genera estrés. Esta anticipación pesimista suele redundar en logros igualmente negativos, lo que repercutirá en disminuir aún más la percepción de valía personal, y se afecta la autoestima.

La pregunta es ¿Dónde y cómo interrumpir el círculo? El objetivo fundamental para superar esta situación es lograr un fortalecimiento en el sujeto acompañado del desarrollo de destrezas personales para el manejo del estrés. La persona debe aprender a reconocerse en potencialidades, fortalezas y virtudes, creer en sí misma, en sus capacidades y limitaciones, y actuar de acuerdo con esto. En caso de sentir que una situación supera sus posibilidades de afrontamiento, es preferible buscar la ayuda necesaria en el entorno, para hacerle frente.

Se debe aprender que la ansiedad anticipatoria es disfuncional en tanto nos nubla ante las posibilidades de afrontar una situación, al bloquear nuestros pensamientos, nuestra atención, lo que nos nubla la posibilidad de encontrar opciones de solución a los problemas que enfrentamos.
 
Los seis pilares de la autoestima

La autoestima tiene una relación directa con la percepción que tenemos de nosotros mismos, en tanto configura una especie de endovisión que nos define en autopercepción. A partir de la manera en que nos vemos a nosotros mismos, vamos a configurar la realidad de nuestro entorno. Si te ves como una persona vulnerable, entonces verás al mundo como peligroso y a los demás como amenazantes… a partir de los pensamientos de autorreferencia, se configura la realidad.

Por eso es importante que desde pequeños enseñemos a nuestros niños a ser seguros, responsables, autónomos, con confianza en sí mismos y con capacidad para resolver por ellos mismos, las situaciones que les son conflictivas.

Nathaniel Branden propone seis pilares que definen una sana autoestima:
 
Autoconocimiento

Implica tomar conciencia de sí mismo, de las potencialidades, posibilidades y limitaciones. Es reconocer los propósitos vitales de cada uno y saber qué orientación se le quiere dar a la propia existencia.
 
Autoaceptación

Se debe partir de la premisa de que el hecho de ser nosotros es suficiente para valorarnos como personas y aceptarnos como tales. La valoración personal no debe depender de la aceptación de los demás, sino de la de nosotros mismos.
 
Autorresponsabilidad

Pensar que somos responsables de nosotros mismos es asumir las riendas de nuestra vida. Yo soy dueño de mis circunstancias, y eso me debe llevar a asumir que soy responsable de asumir todo cuanto me ocurre con actitudes de aprendizaje en cada momento de la vida.
 
Autoafirmación

Es la necesidad de reconocimiento personal, de asumirse como persona en derecho y en capacidad de relacionarse de manera armónica consigo, con los demás y con el mundo. Es la percepción de mis potencialidades y capacidades para influir de manera decidida en los entornos en los que nos movemos.
 
Autopropósito

Definir propósitos personales es una forma de darle sentido a la vida. Las metas deben ser nortes que orienten nuestra vida hacia logros esperados que nos permitan crecer como personas. Las metas, como aparece en la columna del mes de enero de este año, deben ser factibles, gratificantes y generadoras de crecimiento personal.
 
Autointegridad

Se relaciona con la concordancia existente entre los principios, valores y convicciones fundamentales con los comportamientos y acciones de la persona. Ser íntegro es actuar de acuerdo con la propia filosofía de vida y pregonar sólo aquello que se atinente a la moral de la persona.
 
Algunas orientaciones al respecto

El estrés se presenta como un fenómeno que afecta la autoestima, al dificultar la asunción de estrategias adaptativas de afrontamiento frente a las dificultades cotidianas que se nos presentan. Así mismo, una baja autoestima puede conllevar a altos niveles de estrés por la baja autoconfianza de la persona, que le lleva a sensaciones de fracaso e inadecuación.

Para superar este doble problema, cada persona debe empezar con un proceso de reconocimiento de sí, donde realmente se percate de sus potencialidades, limitaciones y condiciones, y actuar de manera realista con ello. Por lo general, tenemos anticipaciones negativas frente a hechos que percibimos como amenazantes y cuando al fin los enfrentamos, nos damos cuenta que era mayor el miedo que nuestras potencialidades y que sí disponíamos de herramientas para superar el hecho.

Es posible que en ocasiones tengamos que hacer frente a situaciones que parecen desbordar nuestras capacidades, o que nos demos cuenta que solos no podremos sortear una situación. Cuando esto sucede, es conveniente recurrir a otros y apoyarnos para aliviar nuestras cargas, sin caer en dependencias negativas que afecten nuestra autonomía.

Somos seres abocados a enfrentar a diario situaciones conflictivas. Intentar evitar los problemas que hacen parte de nuestra cotidianidad es un factor de mantenimiento de los mismos. Es cuestión de fe y de decisión…

Dr. Rodrigo Mazo Zea

sábado, marzo 17, 2018

Ser una persona feliz te ayuda a estar saludable

La felicidad es el fin más buscado, pero el menos alcanzado en la vida de muchas personas. Pensar que esta depende de factores externos es un error. La riqueza, el trabajo y los bienes materiales no la determinan. En cambio, el amor, la amistad y sobre todo la salud, para lograr alcanzar lo demás, son indispensables para ser plenamente feliz. 


El estar saludable, permite que una persona alcance sus metas. Logre cultivar el amor y adquirir los bienes materiales que necesita. Si no poseemos salud, entonces, no estaremos en las condiciones óptimas para disfrutar de la vida y las bendiciones que nos regale.

Puede decirse con total seguridad que la felicidad y la salud dependen una de la otra. Si no tienes salud, difícilmente podrás ser feliz. Y siendo feliz puedes mantener un buen estado de salud y alejar las enfermedades que te aquejen. Por ejemplo, la felicidad es la mejor medicina para el estrés, la ansiedad y la depresión. Si mantenemos un buen estado de ánimo, seguramente podremos disfrutar de una vida más sana y plena. Aquí, te contamos sobre este tema ¡Sigue leyendo!
La felicidad es saludable

Desear ser feliz es el primer paso para serlo. Sin embargo, esto va a depender de diversos factores. Desde los genéticos hasta los ambientales juegan un papel fundamental. Existen personas que poseen una predisposición biológica para ser felices. Mientras que, otras tienen al respecto una clara desventaja. La depresión, por ejemplo, es una enfermedad que puede ser heredada. Por lo tanto, las personas con esta clase de tendencias son más propensas a sufrir ataques de tristezas que bloquean su felicidad.

Los cambios climáticos y de estaciones también pueden afectar el estado de ánimo de las personas. Un claro ejemplo de ello es la depresión de invierno. De la cual, son víctimas muchas personas cuando llega el fin del verano en países donde se viven las 4 estaciones.

A pesar de esto, la felicidad es una decisión muy personal que el individuo debe tener la capacidad de tomar. Independientemente de los factores externos que nos puedan aquejar. Mantener un nivel de bienestar positivo, solo está en nuestras manos.

El poder manejar los altibajos y problemas que nos presenta la vida de manera correcta y sin dejarnos aplastar por ellos. Garantiza el bienestar emocional, psicológico y físico de una persona. Por lo que, la felicidad es salud. Una persona saludable, por lo general es feliz y equilibrada.

El sentido de bienestar genera hábitos saludables…

Está comprobado que una persona feliz y tranquila tiene menos probabilidades de padecer ataques al corazón que otra que sufra de ansiedad y depresión. Estudios certifican que aquellos que poseen hábitos saludables como el positivismo, el optimismo y el buen humor tienen menores riesgos de padecer accidentes cerebrovasculares. Científicos han probado, a través de estudios, que el estrés puede ocasionar ataques cardiacos. Una persona estresada no es feliz.

Una persona feliz es consciente de la importancia de su bienestar. Por ello, sabe que debe tener hábitos que le permitan tener un excelente estado de salud. De allí que la mayoría de las personas felices se alimentan sanamente, realizan deporte regularmente y disfrutan de hábitos como la lectura y el aprender cosas nuevas. Entonces, los estilos de vida tienen un impacto sobre la salud.

La felicidad se trata de un estado de consciencia donde la persona puede percibir claramente cuáles son las cosas más importantes de la vida. Y, en este sentido, le da la importancia que merecen. La salud, es la primera de ellas. Quien es feliz, por lo tanto, sabe que lo principal es mantenerse saludable para poder lograr, alcanzar o mantener su felicidad.

Phrònesis