Miré a mis propios monstruos a los ojos y descubrí lo que era el miedo. Ese miedo que te paraliza, que surge desde el interior y te abraza con tal fuerza que dificulta todos los intentos que haces por tomar aire. Ese estado que te hace sentir que tienes los pies pegados al suelo y, por lo tanto, no te deja seguir caminando.
Recuerda que cuando te haces consciente de lo que realmente temes, es cuando más vulnerable te vuelves. Pero dentro de esa vulnerabilidad también se muestran tus fortalezas, porque averiguas qué es lo que realmente quieres.
Por eso miré a mis propios monstruos a los ojos, para armarme de valor ante mis miedos. El objetivo era impedir que todos lo que había coleccionado -al fracaso, a la soledad, a la incertidumbre, al rechazo o a fallar- no dominen mis pasos, sino que se conviertan en los pilares sobre los que construir una base segura para mi mundo.
Nunca he conocido a nadie que se encuentre completamente segura de todo lo que hace. En cambio, he conocido a todo tipo de personas que fingen estarlo. Esas personas son las que más envidia me han producido siempre, porque son las que más éxito tienen en todo lo que emprenden.
Miré a mis propios monstruos a los ojos y me conocí a mi misma
Estamos acostumbrados a huir y a hacernos las fuertes. Como si camuflar la realidad detrás de una sonrisa eliminase los monstruos que tanto nos atormentan en nuestra vida. Pero, al comportarnos de esa forma, al intentar huir de lo que tememos, en lugar de enfrentarnos a ello, es cuando alimentamos a nuestros miedos.
Esos miedos que en las sombras se convierten en el nudo en la garganta que hace que tiemble nuestra voz, en las lágrimas que no pueden parar de brotar, aunque creas que no hay una razón para ello, o en los temblores involuntarios y casi imperceptibles de nuestras manos cuando sujetamos aquello que nos importa. Porque en la oscuridad nuestros monstruos crecen y luchan por controlar nuestra propia vida.
Por eso miré a mis propios monstruos a los ojos, para armarme de valor ante mis miedos. El objetivo era impedir que todos lo que había coleccionado -al fracaso, a la soledad, a la incertidumbre, al rechazo o a fallar- no dominen mis pasos, sino que se conviertan en los pilares sobre los que construir una base segura para mi mundo.
Nunca he conocido a nadie que se encuentre completamente segura de todo lo que hace. En cambio, he conocido a todo tipo de personas que fingen estarlo. Esas personas son las que más envidia me han producido siempre, porque son las que más éxito tienen en todo lo que emprenden.
Miré a mis propios monstruos a los ojos y me conocí a mi misma
Estamos acostumbrados a huir y a hacernos las fuertes. Como si camuflar la realidad detrás de una sonrisa eliminase los monstruos que tanto nos atormentan en nuestra vida. Pero, al comportarnos de esa forma, al intentar huir de lo que tememos, en lugar de enfrentarnos a ello, es cuando alimentamos a nuestros miedos.
Esos miedos que en las sombras se convierten en el nudo en la garganta que hace que tiemble nuestra voz, en las lágrimas que no pueden parar de brotar, aunque creas que no hay una razón para ello, o en los temblores involuntarios y casi imperceptibles de nuestras manos cuando sujetamos aquello que nos importa. Porque en la oscuridad nuestros monstruos crecen y luchan por controlar nuestra propia vida.
Sé que no soy perfecta y que no puedo hacerlo todo bien, pero aun así día tras día me exijo serlo. Quizás soy yo la que hace que mis monstruos asomen por no diferenciar el ser humano del ser perfecto.
Por eso, al mirar a mis propios monstruos a los ojos me conocí a mi misma y a mis dudas. Así descubrí que todas tenemos más o menos los mismos monstruos y que el miedo a la incertidumbre, a no controlarlo todo es el capitán de todos ellos. Entonces, en lugar de alimentar mi inseguridad con todo aquello que podía fallar o hacerme caer, decidí resurgir de mis cenizas y volar teniendo en cuenta que dentro de mis posibilidades estaba la de hacer algo realmente bueno, deseado y disfrutado.
Miré a mis propios monstruos a los ojos y resurgí de mis cenizas
Así conseguí mirar a mis propios monstruos a los ojos y resurgir de las cenizas. Ahora era yo la que controlaba todo aquello que sentía, pero asumiendo que no podía controlar lo que sucedía. Aprendí que la vida es una sucesión de acontecimientos incontrolables, a veces tristes y otras veces que te hacen sonreír, siendo muchos de ellos imposibles de predecir.
Así es como aprendes a que el miedo, muchas veces, no es nada más ni nada menos que la interpretación que haces de aquello que vives y no puedes controlar. Una vez que aprendes esto, dejas que esa parte de ti que se quiere dejar llevar también tenga un poco de espacio. Empiezas a vivir aquello que te toca y a disfrutar delo que ha sido bueno, sin dejar que las malas experiencias que han venido o van a venir alimenten a tus monstruos interiores.
Ahora yo ya sé que no tengo por qué ser perfecta y vivir una vida de cuento. También sé que no debo de rendirme o dejarme controlar por mis miedos por todo aquello en lo que fallo o voy a fallar. Simplemente he aprendido que sin ser perfecta puedo ser feliz y solo por ello elijo ser feliz a cada momento.
Lorena Vara González
Por eso, al mirar a mis propios monstruos a los ojos me conocí a mi misma y a mis dudas. Así descubrí que todas tenemos más o menos los mismos monstruos y que el miedo a la incertidumbre, a no controlarlo todo es el capitán de todos ellos. Entonces, en lugar de alimentar mi inseguridad con todo aquello que podía fallar o hacerme caer, decidí resurgir de mis cenizas y volar teniendo en cuenta que dentro de mis posibilidades estaba la de hacer algo realmente bueno, deseado y disfrutado.
Miré a mis propios monstruos a los ojos y resurgí de mis cenizas
Así conseguí mirar a mis propios monstruos a los ojos y resurgir de las cenizas. Ahora era yo la que controlaba todo aquello que sentía, pero asumiendo que no podía controlar lo que sucedía. Aprendí que la vida es una sucesión de acontecimientos incontrolables, a veces tristes y otras veces que te hacen sonreír, siendo muchos de ellos imposibles de predecir.
Así es como aprendes a que el miedo, muchas veces, no es nada más ni nada menos que la interpretación que haces de aquello que vives y no puedes controlar. Una vez que aprendes esto, dejas que esa parte de ti que se quiere dejar llevar también tenga un poco de espacio. Empiezas a vivir aquello que te toca y a disfrutar delo que ha sido bueno, sin dejar que las malas experiencias que han venido o van a venir alimenten a tus monstruos interiores.
Ahora yo ya sé que no tengo por qué ser perfecta y vivir una vida de cuento. También sé que no debo de rendirme o dejarme controlar por mis miedos por todo aquello en lo que fallo o voy a fallar. Simplemente he aprendido que sin ser perfecta puedo ser feliz y solo por ello elijo ser feliz a cada momento.
Lorena Vara González