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domingo, abril 30, 2017

Los árboles sanadores, según el Tao

Los árboles son amigos silenciosos a los que de forma espontánea tendemos a acercarnos. Buscamos su sombra, nos recostamos sobre su tronco o los trepamos a ellos como un desafío juguetón. Los árboles ejercen una atracción natural sobre el ser humano. Son seres vivos y en cualquier lugar en donde estén nos generan una sensación de estar acompañados.



Allá donde haya un árbol, también hay oxígeno y, por lo tanto, vida. El investigador Matthew Silverston hizo un estudio al respecto y publicó un libro llamado Blynded by science en el que desarrolla una interesante teoría sobre el beneficio de abrazar a los árboles y estar en contacto con ellos.

“Entre el hombre y árbol hay un imperceptible vínculo vital que une sus destinos”
-George Nakashima-

La “arboterapia” es una corriente que ha hecho eco de estos hallazgos. Sin embargo, desde hace miles de años las culturas orientales han hablado acerca de los beneficios para la salud física y mental que tiene el abrazar a los árboles y estar en contacto con los bosques. El Zen es una de esas doctrinas que le da un supremo valor al poder sanador de la naturaleza.

Los árboles y la salud

Con base en los estudios de oriente y occidente se ha definido todo un inventario de los aportes específicos que tiene el abrazar a cada árbol. Algunos árboles han cobrado relevancia por su poder de sanación específico para ciertos males. Son los siguientes.

  • Los pinos. Son venerados en la cultura china y japonesa y se les considera árboles inmortales. Según la sabiduría Zen, sirven para fortalecer el sistema nervioso y mejorar la circulación.
  • Los cipreses. Abrazarlos te ayuda a alcanzar mayor serenidad y reduce el calor corporal y la ira.
  • Los sauces. Contribuyen a regular la humedad del cuerpo. Inciden sobre el bienestar del aparato urinario.
  • Los olmos. Fortalecen el estómago y tranquilizan las emociones.
  • Los arces. Contribuyen a limpiar las “malas energías” o pensamientos negativos y ayudan a disminuir cualquier dolor físico.
  • Los abetos. Reducen la hinchazón y contribuyen en la curación de las fracturas de huesos.
  • Los abedules. Hacen un aporte para desintoxicar el organismo.
  • Los canelos. Mejoran la salud del corazón y de todos los órganos que hay en el abdomen.
  • Los ciruelos. Contribuyen a mejorar el funcionamiento del páncreas y del estómago.
  • Las higueras. Mejoran el sistema digestivo y reducen la temperatura del cuerpo.
  • Las acacias. Ayudan a disminuir la temperatura del corazón.
Se dice que Galeno, uno de los padres de la medicina, aconsejaba a todos sus pacientes pasar algún tiempo en bosques de laurel. Paulino, otro médico de su tiempo, afirmaba que los enfermos de epilepsia mejoraban cuando dormían cerca de tilos en flor. Y todos los médicos, en todos los tiempos, siempre han reconocido el valor sanador que tiene el contacto con la naturaleza.

Las terapias con árboles y bosques

La arboterapia es un campo de las medicinas alternativas que emplea a los árboles y los bosques como fuente de sanación. Sostienen que todas las vegetaciones contienen grandes cantidades de iones negativos. Por lo tanto, al entrar en contacto con ellos el cuerpo se limpia de toxinas electromagnéticas y el estado de ánimo mejora.

Desde el punto de vista de este enfoque, el contacto con aparatos eléctricos y el mismo estrés, hacen que el cuerpo se llene de iones positivos. En esos casos, es como si el cuerpo se convirtiera en un transformador ambulante. Algo que hace que sintamos fatiga, irritabilidad, ánimo bajo, depresión y falta de energía. El solo hecho de entrar en contacto con un bosque neutraliza todo esto. Y el abrazar un árbol, todavía más.

Caminar descalzos sobre un prado y abrazar los árboles son prácticas recomendadas principalmente a las personas que se sienten nerviosas e inseguras. También para todos aquellos que experimentan demasiada fatiga o que se sienten agobiados emocionalmente. Dice Matthew Silverston que es como “absorber vitaminas de aire” y que esto activa todas las funciones del organismo, de modo que también la mente resulta beneficiada.

Uno de los lastres de vivir en las grandes ciudades es precisamente la dificultad para entrar en contacto frecuente con bosques puros. El solo hecho de mirar el verde de los vegetales y de aspirar el aire que generan a su alrededor es de por sí una experiencia hermosa. No se necesita tener muchos conocimientos para saber que los bosques tranquilizan. Además, no cuesta nada, no exige ninguna habilidad y, en cambio, sí puede reportar muchos beneficios. ¿Qué tal si tú también incluyes la visita a un bosque dentro de tus actividades habituales?

Edith Sánchez

sábado, abril 29, 2017

La adversidad hace que unas personas superen sus límites y otras se rompan

Los límites más difíciles de romper y superar son los límites que están en nuestra mente. Anthony Robbins, uno de los motivadores más famosos de nuestra época y probablemente quien haya contribuido más al cambio personal en los últimos 30 años, sugiere que el éxito es 80% psicología y 20% estrategia.



El problema reside en que los límites de estrategia suelen ser estudiados y entrenados, pero los límites mentales pasan desapercibidos detrás de la personalidad. Los límites mentales como tal no existen en realidad, más bien son creados por nosotros. La única forma de cambiar tus límites es entender primero cómo los creas.

Mientras más límites mentales tengamos, peor será la imagen que obtengamos de nosotros mismo. Nuestras limitaciones distorsionan nuestra autoestima y eso afecta a los resultados que obtenemos. Actuamos en base a cómo nos concebimos a nosotros mismos.
Pruebe qué pasaría si usted fuera: el más barato, el más rápido, el más lento, el más popular, el más sencillo, el más eficiente, el más odiado, el imitador, el más antiguo, el más nuevo. Si existe un límite, usted debe probarlo.

¿La adversidad es nuestra aliada?

Ante la adversidad las personas tenemos dos opciones, intentar esquivarla o afrontarla. No puedo estar más convencida de que una vida sin contrariedades es una vida estéril. Cada uno de nosotros es el resultado de los aprendizajes en las situaciones complicadas.

Las situaciones adversas son el escenario que nos hace salir de nuestra zona de confort a otras situaciones mucho más enriquecedoras. La zona que está al otro lado de nuestra comodidad, es una zona que nos permite expandirnos, nos descubre rasgos y recursos propios, desconocidos por nosotros hasta ese momento, y nos permite convertir muros en peldaños.

Cuando la adversidad te llame recuerda estas palabras del padre de la Psicología, Sigmund Freud; he sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil.
“No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba”
-Séneca-

Vivir con la no limitación como límite

La única forma de eliminar nuestros límites mentales es cuestionándolos o más bien retándolos. Primero, antes de ponernos a prueba, tenemos que tener en cuenta si eso que hemos pensado y creído por un tiempo es cierto. Es decir, tenemos que que buscar en la evidencia y no en nuestros supuestos límites pruebas reales y contundentes de que lo que pensamos es verdad.

Una vez cuestionadas nuestras limitaciones, tenemos que comprobar si alguna vez nos hemos retado, cuándo lo hicimos, cómo lo hicimos y qué me impulsó a hacerlo. Si no lo hemos hecho antes, tendremos que preguntarnos ¿a qué podría ser debido? y ¿qué es lo que necesitamos para que esta sea la primera vez que lo hagamos?

Para conseguir cuestionar los límites que pensamos que nos rodean es necesario preguntarnos qué sucedería si nos decidiéramos a romperlos. Esta sencilla pregunta, con la correspondiente visualización de nosotros mismos rompiendo nuestros límites, nos puede ayudar a salir del miedo que nos puede generar dar un paso hacia lo desconocido. Y, sobre todo, preguntarnos qué va a pasar si no hacemos nada. Tristemente ya sabemos la respuesta a esta pregunta, si no hacemos nada probablemente no cambiará nada.

Es importante que comencemos a ser conscientes de lo que podemos cambiar en nuestra mente. El simple hecho de incluir en la frase “no puedo hacerlo” un todavía, es un simple cambio que genera un efecto inconsciente muy positivo. Esta palabra añadida abre la posibilidad de lograr eso que hasta ahora no hemos podido. Recuerda, retar nuestros límites es el primer paso para vencerlos.

Fátima Servián Franco

viernes, abril 28, 2017

Combate la sensación de soledad con sabiduría

La soledad puede ser destructiva y cruel si la convertimos en nuestra enemiga. Pero la sociedad en la que vivimos no nos ayuda a percibirla de otra manera. Desde pequeños nos instalan en nuestras mentes la creencia de que estar solos es algo negativo, algo que distingue a los fracasados de quienes no lo son. Sin embargo, en el caso de que tengas que encontrarte con la soledad, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a dejar de vivir la vida y disfrutarla solo porque no tengas a nadie a tu lado?



La solución a todo esto se encuentra en nosotros, pero no la vemos porque hay que hacer algo muy importante: realizar acciones que, por inercia, parece que deben hacerse solo con otras personas. Pero, sobre todo, es necesario liberarnos de esa creencia de que la soledad es negativa cuando en realidad puede ser una de las experiencias más enriquecedoras que jamás hayamos podido vivir.

“¿Qué es la soledad? La soledad es un reencuentro consigo mismo y no debe ser motivo de tristeza, es un momento de reflexión”.
-El Principito-

La soledad es un regalo

En muchas ocasiones hacemos verdaderas tonterías para evitar estar solos. Enganchamos unas relaciones con otras, hacemos cosas por otras personas para no “perderlas” aunque en realidad no nos apetezcan… En definitiva, una serie de acciones que realizamos para que los demás no escapen de nuestra vida, porque estar solo no es algo que concibamos como posible.

¿Has ido alguna vez al cine solo? ¿Te has animado a cenar en tu restaurante favorito sin nadie más? ¿Cuántas veces has renunciado a un plan porque nadie quería acompañarte? Si te das cuenta, muchas veces te limitas y no disfrutas de lo que te apetece cuando así lo deseas por el hecho de no tener a nadie a tu lado. Esta es una de las mayores tonterías que puedes hacer.

Es verdad que habrá gente a tu alrededor que te mirará raro, que quizás tu familia te diga que estás “mal de la cabeza” por irte solo a un bar o a una discoteca. Esto te instará a hacerles caso y alimentará esa creencia errónea que aún no has podido eliminar de forma completa de tu mente. Pero, si sigues fiel a ti, si no sacrificas tu disfrute por no tener acompañantes, entonces descubrirás todo un mundo de posibilidades.

“La mejor manera de ser feliz con alguien es aprender a ser feliz solo. Así la compañía es una cuestión de elección y no de necesidad”.
-Mario Benedetti-

Claro que tienes miedo al rechazo, a sentirte fuera de lugar. Pero ¿quién sabe si en ese lugar, de repente, encuentras a alguien más? No es que vayas con ese objetivo, tienes que disfrutar. Pero todo se puede dar porque, aunque no te lo creas, hay algunas personas que hacen cosas solas y que disfrutan de esa soledad dándole igual lo que puedan pensar los demás.

No necesitamos depender de nadie

El miedo que tenemos a la soledad es fruto de una intensa inercia por depender de los demás. Depender de nuestra familia, de nuestra pareja, de nuestros amigos no solo para hacer cosas, a veces hasta para poder vivir. Cuando nos encontramos con la soledad somos libres. Pero entonces surge el miedo a soltar, a dejar de atarnos a aquello que nos proveía una sensación de seguridad.

Da vértigo darnos cuenta de que estamos sobre una cuerda floja donde no estamos acompañados por nadie, donde solo nos tenemos a nosotros. Los miedos no podrán ser ignorados, no nos quedará otra que escucharnos. Hacía mucho tiempo que lo evitábamos sumergiéndonos en multitudes y oyendo conversaciones superficiales.

Pero, en la soledad, descubrimos la maravillosa sensación de que somos responsables de nuestra vida y de que poco importan las normas que haya impuesto la sociedad y de todas esas leyes no escritas que dicen cómo debemos vivir. Es en ese momento en el que estamos solos donde nos tiemblan las manos porque tenemos que coger las riendas de nuestra vida. Eso nos da miedo. Cuántas veces habremos pensado que éramos libres, cuando en realidad dependíamos fuertemente de los demás.

“Para amar hay que emprender un trabajo interior que solo la soledad hace posible”.
-Alejandro Jodorowsky-

No nos vamos a engañar. La soledad duele porque nos enfrenta a nuestros mayores temores. Sin embargo, el dolor siempre es transitorio, nunca perdura más de lo necesario. La soledad nos empuja a ser nosotros mismos, a desatarnos de todas esas creencias y normas estúpidas que hemos considerado verdades absolutas cuando en realidad nos estaban encasillando.

No es malo estar solo, menos aún disfrutar solo. Ignora a quienes se burlen de ti, pues contribuyen a la tentación de que vuelvas al principio, donde la dependencia a los demás te oprimía. Si la soledad se presenta en tu vida no la niegues, no la intentes evitar acumulando personas vacías que no te aportan nada. Abrázala, acéptala y, sobre todo, disfrútala. Porque gracias a ella te enriquecerás, te descubrirás y, sin ninguna duda, crecerás.

Raquel Lemos Rodríguez

jueves, abril 27, 2017

Hablar de nuestros sentimientos con los demás es terapéutico

En ocasiones solemos esconder nuestros sentimientos cuando estamos con otras personas. Nos da vergüenza reconocer que sentimos emociones que consideramos negativas y que creemos, erróneamente, nos hacen parecer personas débiles a los ojos de los demás. Queremos ser fuertes a nivel emocional, no dejarnos afectar fácilmente por casi nada y dar una imagen de “persona madura y racional”.



Lo cierto es que practicar el pensamiento racional e intentar ser cada día un poco más maduro es maravilloso. En primer lugar para nosotros mismos, que con la práctica seremos capaces de desprendernos de gran cantidad de sinsabores innecesarios. También es verdad que las relaciones con los demás tienden a mejorar, pues no exagerar los acontecimientos, saber gestionar las emociones de forma adecuada y actuar de manera funcional y sensata también repercute en nuestro entorno.

Sin embargo, esto no quiere decir que dejamos de ser humanos: a lo largo de nuestra vida, inevitablemente, vamos a sentirnos desdichados, ansiosos o iracundos más veces de las que nos gustaría. Por lo tanto, como se trata de algo natural, lo mejor que podemos hacer es normalizarlo, no escondernos y ejercer la aceptación de nosotros mismos. Eso sí, siempre con moderación: aunque hablar de nuestros sentimientos con los demás es terapéutico, saturarlos puede jugar en nuestra contra.

¿Por qué hablar de nuestros sentimientos nos beneficia?

Tanto si se trata de sentimientos negativos como positivos, compartirlos con los demás siempre es beneficioso. En el caso de los positivos porque los aumenta y puede desembocar en una celebración o en un rato agradable, ¿quién no desea contarle a su pareja que ha recibido un ascenso en el trabajo?

También tenemos varios motivos para compartir las emociones negativas. El principal es que al ponerlas sobre la mesa evitamos huir de ese sentimiento y aumentamos las posibilidades de asumir la responsabilidad de regularlo. Al mismo tiempo, cuando lo hagamos, permitiremos una exposición, lo que hará que la emoción tienda a descender. Al hablar de ello, podemos exponer la situación que nos causa la emoción a otros puntos de vista, a menudo menos catastrofistas que el inicial.

Cuando intentamos borrar la emoción, como si fuese una frase escrita a lápiz en un papel cualquiera, lo que generamos es el aumento de dicha emoción. Nos decimos a nosotros mismos que “no debemos estar así”, y esta exigencia aumenta la presión. La consecuencia es que ganamos en ansiedad y malestar, lo que a su vez provoca que la emoción se haga más intensa.
Cuando compartimos nuestra manera de sentirnos, estamos aceptando el sentimiento, lo dejamos estar y ser en nuestro cuerpo. De esta forma disminuimos su intensidad.

Por otro lado, hablar de nuestras emociones mejora las relaciones. Permitimos que el otro se sienta un confidente, alguien en el que tú has depositado tu confianza y esto denota un gran aprecio y cariño hacia esa persona, que siente que la has tenido en cuenta.

Dos cabezas siempre son mejor que una, lo que quiere decir que si cuentas tu problema o hablas de cómo te sientes con otra persona, probablemente será más fácil que lleguéis a encontrar una solución que pueda ayudarte. A veces nos sentimos tan decaídos anímicamente que no logramos ver lo que otros son capaces de ver sin demasiado esfuerzo.

¿Cuándo hablar de mis sentimientos con los demás?

Cada vez que sientas un peso en tu interior, un nudo que no te permite pensar con claridad y mucho menos actuar de forma eficiente, es conveniente que lo compartas. Puede ser con tu mejor amigo, tus padres o un psicólogo. Sea como sea, lo más recomendable es que no te lo guardes para ti solo.
Existen situaciones en las que se hace muy difícil hablar de las emociones, pero debemos tener coraje, apartar la vergüenza de nuestro camino y tomar la decisión de hacerlo.

Por ejemplo, cuando nuestra pareja hace algo que no nos agrada. En lugar de callarnos y reventar por dentro, ¿no sería mejor contarle como nos sentimos? Si no lo hacemos, lo que ocurrirá es que el vaso empezará a rebosar y entonces tu manera de expresar cómo te sientes no será la más acertada.

Empieza siempre haciéndote responsable de tus sentimientos. Para ello, la frase ha de empezar por un “yo me siento…” , seguido de tus razones y acabar siempre con una buena relación, aceptando el punto de vista del otro.

También podemos compartir lo que nos pasa con personas que no tengan nada que ver con el problema, como un amigo. Él nos dará su punto de vista y nos ayudará a encontrar soluciones. Eso sí, no caigas en criticar a otras personas porque entonces conseguirás el efecto contrario: tu negatividad crecerá más.
Expresa tus sentimientos siempre que puedas, eres humano y es natural tenerlos. Todos los tenemos. Evitar contarlos no te hará más fuerte, si no todo lo contrario, ya que está actuando en ti la ansiedad por un posible rechazo.

Es muy improbable que te rechacen por sentirte mal, ya que el ser humano tiende a ser empático, pero si ocurre, no es tu problema y esto no querrá decir absolutamente nada sobre ti. Recuerda que hablar de los problemas y emociones no solo te beneficia a ti, tu entorno también sentirá que depositas tu confianza en ellos y el vínculo ser verá reforzado.

Alicia Escaño Hidalgo

miércoles, abril 26, 2017

El chivo expiatorio: el blanco injusto de todas las culpas

¿Has oído hablar alguna vez del chivo expiatorio? Seguramente lo hayas escuchado más de una vez ya que es un proceso social muy común en el mundo en que vivimos. Incluso, es probable que tú hayas sido alguna vez ese chico expiatorio. Para empezar, vayamos al origen de esta curiosa pareja de palabras.



Este término tiene su origen en un rito religioso que se hacía antiguamente. En primer lugar se elegía al azar un macho cabrío y posteriormente se transferían sobre él todos los pecados del pueblo. Pecados que necesitaban ser expiados, purificados o reparados.

Este era un ritual mágico que pretendía descargar todo el mal sobre un mismo animal. Estaba cargado de simbolismo. Pues es la necesidad que tenía el ser humano de expiar sus culpas la que le llevaba a buscar a un culpable y a castigarlo.

El chivo expiatorio: el ser sobre el que transferimos todas las culpas

Los pecados del pueblo se transferían simbólicamente a esta inocente criatura. El mal se condesaba en un mismo ser. Es algo así como una caja de Pandora, donde colocar todo el mal del mundo en un mismo lugar. Esto nos da una tranquilidad simbólica que calma el sentimiento de culpa que tenemos por todo el daño cometido.

Estos actos podían ser muy violentos, acabando con la vida del animal. La agresividad y la ira se encarnaban en este acto. De alguna manera es como si el mal necesitara de una descarga de violencia para poder ser saciado, calmado, expiado.

Hoy día utilizamos este término cuando elegimos a una persona como blanco de nuestra ira. Ira que nada tiene que ver con esa persona. Ira que tiene su origen en uno mismo. Es una ira desplazada. Desplazamos nuestra agresividad de un origen a otro distinto. Este desplazamiento se puede ver con mucha frecuencia en grupos de iguales.

Descargar la agresividad propia sobre otro es un ejercicio injusto

Grupos en los que cuando hay una mínima incertidumbre, o asunto aún no resuelto, o desconocimiento sobre el proceder de una situación, eligen a una persona como blanco de toda la frustración. Lo verás en ambientes de trabajo, o en algunos grupos de amigos, o en las clases de los colegios. Incluso lo verás en ti mismo después de que la tormenta haya pasado.

Uno acaba cargando con las culpas de los demás, sin merecerlo. Uno es puesto (y muchas veces también expuesto) como diana de todos los males ajenos a él. La persecución de este chivo expiatorio libera a la persona de una angustiosa sensación opresiva de enfado consigo mismo. Le proporciona una gratificación inefable que aparece como consecuencia de la descarga de la agresividad sobre otro que no es uno mismo.

¿Resulta fácil no? Colocar nuestra miseria en otro. Me desentiendo. Me lavo las manos. Todos hacen lo mismo. No debo dudar de la maldad de mis actos si “el resto” actúa igual que yo. Me siento respaldado. Mi miseria es compartida también por los demás. Me tapo los ojos con la ceguera voluntaria. ¡Él se lo merece!

Hazte cargo de tu ira, darás un paso hacia la madurez emocional

En muchas ocasiones el chivo expiatorio asumirá su rol y no lo cuestionará. “Yo soy el que ha de cargar con las culpas de los demás. Es lo lógico, he de ser yo.” Esto lo podemos ver en muchas familias, donde es el mismo miembro de la familia el que carga con toda la ansiedad y la agresividad de los demás.

Una especie de sumisión masoquista que en muchas ocasiones tiene un sentido más allá de lo que podemos observar desde la superficie. Por tanto es importante plantearse si estamos haciendo esto. Hemos de plantearnos si nuestra frustración y nuestra agresividad acumulada la estamos desplazando sobre otra persona. Sobre una persona inocente que nada tiene que ver con el origen de nuestro mal.

Hacerse cargo de la ira, de la incertidumbre, de la rabia personal es un paso de madurez en nuestro crecimiento. “No te echo las culpas a ti, sino que asumo mi culpa, y en vez de proyectarla sobre ti, me haré cargo de ella para expiarla”. Sin duda todo un acto de valentía y madurez que de alguna manera es imprescindible aprender.

Alicia Garrido Martín

martes, abril 25, 2017

Explicar el enfado en lugar de demostrarlo es más saludable

Dejar que el nudo del enfado nos quite el aire y nos ahogue hará que tarde o temprano aparezca el pinchazo de la ira, y con ella ese huracán que pone en nuestra boca palabras que más tarde lamentamos. Aprender a gestionar las emociones siempre será más saludable, más lógico y más práctico que acabar cayendo en una discusión sin sentido.



Sabemos que a simple vista este consejo puede parecer fácil, inocente y hasta demasiado evidente. Decimos esto por una razón muy concreta: la gestión de las emociones negativas tales como el enfado, la ira o la rabia son nuestra cuenta pendiente, nuestro talón de Aquiles. De hecho, no falta quien camina a día de hoy con su traje de adulto y su cabeza alta, mientras en su interior esconde la madurez emocional de un niño de 4 años.

“Cualquiera puede enfadarse, eso es fácil. Pero enfadarse con la persona adecuada, en la medida correcta, en el momento adecuado, para el propósito correcto, y en el derecho camino, que no es fácil”
– Aristóteles –

Aún más, hemos de tener en cuenta que el enfado extiende sus ramificaciones no solo al mundo de las emociones. Nuestro lenguaje y nuestra cognición se ven imantados por los largos tentáculos de los sentimientos contrapuestos, afilados y tremendamente frustrados. Sin embargo, abunda en exceso quien los engulle, quien se los traga y los disimula fingiendo una habilidosa normalidad.

Poco a poco y día a día ese virus letal causa estragos. La comunicación se vuelve agresiva, el trato se torna desigual, la autoestima cae, aparecen los chantajes, los altibajos emocionales y hasta esos trastornos psicosomáticos donde el propio cuerpo evidencia el malestar de la mente.

A continuación, te explicamos cómo afrontar esta realidad tan común.

El enfado que hay en mí y que tú no ves

Para comprender cómo y de qué manera el universo del enfado forma parte de nuestra cotidianidad empezaremos con un ejemplo muy sencillo. Amelia ha tenido un mal día en el trabajo. Llega tarde a cenar a casa y cuando cruza la puerta, Jaime, su pareja, le indica que va a salir porque ha quedado con unos amigos. No obstante, antes de irse le pregunta si le parece bien o prefiere que se quede con ella. Amelia, le responde que no pasa nada, que “haga lo que le apetezca, que no hay problema”.

A la mañana siguiente, nuestra protagonista no puede evitar sentir el pinchazo insufrible del enfado. Se siente mal porque su pareja no fue capaz de ver en su rostro las marcas de su mal día, de su abatimiento y desesperación. Ahora, su malestar se ha incrementado aún más porque Jaime tampoco ha sido capaz de ver durante el desayuno su apatía, ni la sombra de ese enfado que ronda en su interior como un animal herido y enjaulado.

Posiblemente, esta situación hubiera sido de otro modo si Amelia le hubiera explicado antes que nada que había tenido un mal día. Que no se sentía bien, que estaba rota, hecha polvo y que necesitaba su apoyo. Sin embargo, a veces las circunstancias se complican, aparecen las dudas y el desesperado deseo de que los demás entiendan casi sin palabras aquello que nos duele.

Por otro lado, esta situación se justifica también por un hecho muy concreto que parte directamente de todo eso que nos vienen enseñando desde niños: “contrólate, disimula, aparenta normalidad”. El autocontrol es posiblemente la dimensión más mal entendida en el campo de la Inteligencia Emocional. 

Nadie puede controlar algo que no entiende a la fuerza y por que sí. No se puede poner en una jaula a un león si primero no entendemos sus necesidades, su naturaleza. Queda claro, no obstante, que no podemos ir por el mundo rugiendo y enseñando las zarpas, pero sí siendo sinceros. Sí diciendo en voz alta un simple “no, no estoy bien, hoy he tenido un mal día”.

Desenredar el ovillo del enfado antes de que sea tarde

Un pequeño enfado no gestionado y no resuelto puede derivar en un gran problema, en una mala experiencia y en un mal clima que día a día extenderá sus brumas de toxicidad. De hecho, no hace falta recordar aquí el fuerte impacto que suele tener una persona eternamente enfadada en el ámbito familiar y en un entorno de trabajo. Son agujeros negros andantes que dejan secuelas y rompen la armonía.

“No hay mejor batalla que aquella en la que por fin, nos entendemos a nosotros mismos”
-Buda-

A continuación, te aportamos unas sencillas claves sobre las que reflexionar y que nos servirán de ayuda para prevenir y paliar el impacto de estos enfados del día a día.

5 claves para gestionar los enfados
  • El primer paso puede ir en contra de muchas cosas que nos han enseñado o recomendado. Debemos entender que un enfado no es algo malo, que la rabia no es algo que uno deba tragarse a la fuerza. Es necesario tomar una actitud positiva y cercana hacia ella: es una campana de alerta, una señal que debemos atender, comprender y resolver.
  • Sentir la contradicción, sentir rabia por una situación concreta es algo normal y hasta necesario. Es así como desplegamos nuestros mecanismos de defensa, así como defendemos nuestras verdades, nuestras necesidades y valores. Eso sí, el enfado tiene una finalidad última y constructiva, que no es otra que la de resolver una situación de conflicto personal.
  • El segundo paso es tomar conciencia sobre nuestro nivel de excitación. Cuando nos encontramos muy nerviosos y la rabia nos controla, será muy complicado razonar con normalidad y tomar decisiones constructivas. Debemos tomar aire, respirar, recobrar la calma, despejar la mente…
  • La siguiente estrategia que pondremos en práctica es algo más compleja: hay que examinar nuestro conflicto emocional. ¿Qué es lo que me molesta realmente? ¿Qué es lo que me hace daño y por qué? ¿Qué se está vulnerando aquí? ¿En qué medida soy yo responsable?
  • Por último, y aclaradas ya las prioridades, pondremos en marcha lo más importante. Algo que lleva tiempo aprender pero que es necesario practicar a diario: la comunicación asertiva. Porque para hablar y para resolver un malentendido o una situación de ideas contrapuestas no hace falta hacer daño.
Aprendamos por tanto a ser buenos gestores de nuestras emociones negativas, entendamos que comunicar es llegar a acuerdos, posicionarse con respeto pero siendo capaz a su vez de crear puentes para mejorar la convivencia.

Valeria Sabater

lunes, abril 24, 2017

Dime lo que piensas de los demás y te diré cómo eres

La forma que tienes de ver a los demás puede revelar mucho sobre tu propio carácter y personalidad. Según el “Journal of Personality and Social Psychology”, las personas que califican a los demás como como honestos, agradables y estables son aquellas que sienten una mayor satisfacción en sus vidas. Por el otro lado, aquellos que tienen opiniones negativas de sus compañeros son precisamente los más antisociables, narcisistas y desagradables.



En este estudio se ha comprobado también, que las personas que califican a sus compañeros de manera positiva sufren menos depresiones y trastornos de ansiedad. Por el contrario, las personas que se muestran excesivamente críticas con las demás son más propensión a sufrir trastornos de personalidad, sobre todo, trastornos paranoides o antisociales.

Concretamente, en el trastorno de personalidad paranoide, la característica esencial es un patrón de desconfianza y suspicacia general hacia los demás, de forma que las intenciones de estos son interpretadas como maliciosas. A su vez, esto implica que las personas con este trastorno interpretan mensajes neutros o positivos como ofensas, burlas, menosprecios, etc. Ante la duda sobre la intención del otro, un paranoide escogerá la opción más desfavorable. Es decir, aquella que interpreta lo que ha hecho o dicho el otro como un ataque.

Dejando de lado los trastornos de personalidad, siempre hay alguien que vive criticando todo y a todos. En cada uno de nuestros entornos hay alguien que piensa que el mundo esta lleno de malas personas. Según este estudio, con independencia de que tenga razón o no, probablemente este pensamiento no contribuye precisamente a su felicidad. Es más, lo natural es que sea una persona esquiva y desconfiada.

“No vemos a los demás como son, sino como somos nosotros”
-Immanuel Kant-

Somos espejos

El exterior actúa como un espejo para nuestra mente, en él vemos reflejadas diferentes cualidades o aspectos de nuestro propio ser. Cuando observamos algo que no nos gusta de alguien y sentimos rechazo, de alguna manera ese aspecto que nos desagrada puede que exista en nuestro interior. Es más, ese rechazo puede ser solamente el reflejo del rechazo que sentimos por algo que somos.

También es posible que nuestro inconsciente, ayudado por nuestra proyección, nos haga pensar que el defecto sólo existe “ahí fuera”, en esa otra persona. La proyección psicológica es un mecanismo de defensa mediante el cual una persona atribuye a otros sentimientos, pensamientos o impulsos propios que niega o le resultan inaceptables para sí misma.

Este mecanismo se pone en marcha en situaciones de conflicto emocional o cuando nos sentimos amenazados interna o externamente. Para disminuir nuestro malestar interno, enfocamos en el exterior todas esas cualidades que no aceptamos, atribuyéndoselas a un objeto o sujeto externo a nosotros mismos. De esta manera, nuestra mente logra aparentemente poner estos contenidos amenazantes afuera y pelear en el mundo real contra ellos.
La proyección psicológica es un mecanismo de defensa mental por el que el sujeto atribuye a otras personas las virtudes y defectos propios.

Una buena parte de lo que te molesta en los demás solo es una proyección

El mundo interno tiende a teñir el mundo externo con sus propias características. Así, por ejemplo, si nos sentimos muy alegres normalmente miramos el mundo que nos rodea con optimismo y alegría, expresándonos con frases tales como “hoy la vida me sonríe”, “qué día tan feliz”.

Obviamente ni el día está feliz ni la vida sonríe a nadie. Estas cualidades son realmente subjetivas y somos nosotros mismos quien las sacamos hacia afuera. El proceso de proyección es inherente al funcionamiento mental humano y, por tanto, nos ayuda a sentir y pensar el mundo como algo humanizado.

Muy a menudo, lo que encontramos difícil en los demás es precisamente aquello que no hemos resuelto dentro de nosotros mismos. Si lo hubiéramos resuelto inicialmente, nunca se hubiese convertido en un problema crónico. En estos casos, la aceptación de nuestras sombras y la meditación nos ayudarán a conocernos mejor y a integrar más de una perspectiva antes de pasar a las interpretaciones.

Fátima Servián Franco

domingo, abril 23, 2017

¿Conoces los disfraces favoritos del miedo?

Es difícil reconocer que tenemos miedo. Parece que sentir como nuestro cuerpo se estremece cuando tenemos que enfrentarnos a algo en concreto es signo de debilidad, pero nada más lejos de la realidad. Tener miedo es uno de los aspectos más naturales del ser humano y también de los más beneficiosos en cuanto a supervivencia se refiere. Si no experimentásemos esta desagradable pero útil emoción, probablemente no estaríamos hoy aquí. Es precisamente la emoción que nos reta a ser valientes y nos frena para que no seamos temerarios.


Aunque esta es una realidad que ya casi todos conocemos bien, aun así nos cuesta demasiado normalizar la emoción de miedo porque a su vez, tememos no ser aprobados por los demás.

Pocas personas son empáticas con aquellas que tienen miedo, cuando en realidad, todos tenemos temor a algo, pero preferimos esconderlo porque no queremos ser juzgados de manera negativa. No queremos parecer más débiles o menos valiosos que los demás y es entonces cuando enmascaramos al miedo e intentamos sortearlo con el único cometido de evitar enfrentarnos a las situaciones en las que sale a relucir su rostro.

El resultado es que ese disfraz que le ponemos, no hace sino que envalentonar más esta emoción y que nos resulte mucho más difícil ser capaces de superar las circunstancias que no nos permiten avanzar. Si quieres saber cómo camuflamos al miedo, no dejes de leer.

La pereza disfraza al miedo de “no me apetece”

Cuando tenemos miedo de enfrentarnos a una situación, en ocasiones optamos por elegir a la pereza como actitud que nos libra del esfuerzo que supone tener que exponernos a aquello que tanto pavor nos genera.

A veces parece que la pereza fuera un remedio que nos da cancha para postergar aquello que en el fondo deseamos. El “no me apetece” o “ya lo haré mañana” no es más que parte del maquillaje que usa el miedo para no tener que pasar por las posibles pero improbables consecuencias que podrían acontecer si no marcha todo de forma perfecta.
La actitud que desnuda al miedo disfrazado de pereza es la voluntad, la capacidad para llevar a cabo el objetivo marcado asumiendo todos los inconvenientes que puedan surgir.

El aburrimiento camufla al miedo en un “es que me aburro”

Otra manera muy común que usa el miedo para camuflarse y no ser descubierto fácilmente es el aburrimiento. Si tenemos que enfrentarnos a un problema que percibimos como muy peligroso, aunque realmente no lo sea, es mucho más fácil y cómodo decir que nos aburrimos con ello que dar el paso de arriesgarse y superarlo.

Si por ejemplo tengo miedo a dar una charla sobre un tema que conozco porque en el fondo lo que temo es ser criticado por la audiencia, será más fácil para mí decir que dar charlas es un trabajo que me aburre someramente (aunque en el fondo se que podría apasionarme). De esta manera no seré tan negativamente juzgado o presionado que si digo que hablar en público me produce ansiedad. Tristemente, lo primero se admite más que lo segundo.
La actitud que puede combatir al aburrimiento es el interés y el goce por lo que hacemos: centrarnos en lo que llevamos a cabo, poner solo ahí nuestra atención y sacar el jugo más dulce de las situaciones que experimentemos.

La mentira caracteriza al miedo de un “así nadie se dará cuenta”

La mentira es el disfraz de gala del miedo y su cometido es salir airosos de las consecuencias por haber cometido un error o mostrar una cara que nos provee de mayor aceptación por parte de los demás. Aunque es cierto que la mentira no está tan aceptada como los restantes disfraces, también supone una vía de escape que alimenta al miedo.
Cuando mentimos, mostramos una parte de nosotros o de nuestra vida que no es la auténtica y de esta forma, las demás personas creen en una realidad inventada que muchas veces evita que seamos juzgados.

Ocultar que algo nos aterra y mentir al respecto o bien dar excusas, ayuda a corto plazo a que nuestra ansiedad no salga a la luz, descienda y nos sintamos más relajados. El problema es que como en los anteriores casos, a largo plazo las situaciones no logran ser superadas correctamente.

Si algunas veces disfrazas tus temores con alguno de estos tres trajes, podrás percatarte de que lo único que vas a conseguir es bloquearte en el punto en el que estás y no ser capaz de hacer frente a aquello que temes. Lo más sensato, aunque cueste, es normalizar el hecho de sentir miedo a veces, otorgarnos el derecho a experimentarlo y sobre todo dejar de cubrirlo con actitudes perezosas, aburrimiento o mentiras ¿Te atreves a desnudar a tu miedo?

Alicia Escaño Hidalgo

sábado, abril 22, 2017

6 secretos para vivir a plenitud

1. Agradece siempre, lo bueno y, lo "malo", porque todo es aprendizaje y lo que hoy duele mañana puede parecerte una bendición.
Agradece tu salud, tu familia, tu trabajo, tus amistades, tus posesiones, todo lo que has logrado y lo que no, porque debe de haber una razón poderosa para ello, confía que algo mejor te espera.
Agradece cada día, cada respiro, cada acción, la vida es una constante evolución y tú eres un ser de luz siendo perfeccionado mediante las circunstancias cotidianas.



Así que despierta por la mañana y agradece que estás vivo y que tienes una nueva oportunidad de amar y ser amado, disfruta al máximo tu vida, sé útil a otro, respira, ámate, consiéntete, sonríe y haz que ese día valga la experiencia y sea digno de ser recordado. Por la noche agradece lo vivido, piensa en lo que no conseguiste, aprende de ello y déjalo atrás. Pon en manos de Dios los pendientes y descansa con paz en tu alma.

2. Bendice a tu familia, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo, a los que se te atraviesen en el día; bendícelos en lugar de juzgarlos, recuerda que cada quien tiene su historia y su razón de ser como son y aunque no estés de acuerdo con esa manera mándale luz para que en su momento se dé cuenta de sus heridas y pueda trabajar sobre ellas y liberar a su niño interior.

3. Perdona, no cargues con el lastre del rencor, muchas veces guardas ese dolor en tu corazón y la otra persona ni se da cuenta de que te lastimó. Mira en tu interior, perdónate por tu parte de responsabilidad, mucha, poca o nada, y perdona a esa persona que te hirió con o sin intención, pues vive sumida en la ignorancia y por eso se comporta de tal forma.

4. Líbrate también de la culpa, no sirve de nada. Asume la responsabilidad que te corresponde y si hiciste algún daño trata de compensarlo. Eres tu peor enemigo cuando te juzgas por no cumplir las expectativas propias o las de los demás, así que mírate con amor, acéptate y trátate como la persona más importante del mundo.

5. Aprovecha cada día para ser mejor, para aprender algo nuevo, para mirar las cosas desde otra perspectiva. No seas prisionero de tus creencias, de nada sirve rechazar todo lo que sea diferente a lo que piensas, abandona la postura defensiva y da la oportunidad de valorar esa nueva idea y decide si la aceptas o no. 

6. Abandona la idea de querer controlarlo todo. No puedes controlar lo que está fuera de ti. Ni los pensamientos, sentimientos, palabras, acciones de alguien, ni las diferentes situaciones y escenarios de la vida. No puedes controlar la fuerza del mar ni la dirección del viento pero si eres el capitán de tu propio barco. Dedica tus esfuerzos a calmar tu mente, a evitar imaginar cosas que no son reales, a suponer las reacciones de los demás, a aceptar, vivir y dejar ir las emociones.

Bendiciones para ti y tu familia, gracias por leer estas líneas y seguir la página “Atrévete a ser feliz

Wilmer Ramírez

viernes, abril 21, 2017

Futuros inciertos no son razones para arruinar presentes de oportunidades

Cuando tu mirada se centra en la vida que te rodea y no en futuros inciertos sellas una apuesta por el presente. Puedes sentir cosas que de otra manera no podrías. Incluso tú mismo generas la oportunidad de valorar aquello que te rodea y que se merece un “GRACIAS” en mayúsculas.



Todo es transitorio. Tenemos una vida entre manos. Una VIDA. Un tiempo finito en un espacio inmenso y fértil, lleno de diferentes posibilidades y oportunidades. La vida nos rodea con su enormidad. Está ahí para nosotros, esperando a que despertemos y la sostengamos fuerte con nuestras manos. Sin dudar, sin flaquear.

Pasamos mucho tiempo de nuestra existencia deseando que lleguen situaciones que son inciertas, que cambien personas, o incluso esperamos a que cambiemos nosotros mismos. Entramos en una especie de visión de túnel que nos impide ver lo que hay a nuestro alrededor. Nos impide advertir la luz de nuestra vida. Sus matices. Sus claros y oscuros.

La vida no acontece en los futuros inciertos

La vida grita por ser vista, por ser escuchada. Te quiere acontecer y te quiere pertenecer. Pero estamos tan ocupados planeando futuros inciertos, escenarios en nuestra mente, prediciendo y (pre)viviendo catástrofes futuras que se nos escapa de las manos. Como se cuela el agua entre nuestros dedos.

“Coged las rosas mientras podáis veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta…”
-Walt Whitman- 

¿Cuánto tiempo más quieres dejar pasar esperando a que llegue esa persona o a que el viento vuelva a soplar favorable para devolverte a la senda correcta? Como si tuvieras que retirarte a otra dimensión y la única solución fuera sentarte a esperar. Sin mover ni un dedo para explorar lo que tienes a tu alrededor, sin darle a aquello con lo que ya cuentas.

Perdiendo la oportunidad de alimentar nuestros sentidos, de disfrutar de lo pequeño y de lo diminuto que es tan grande a veces… Estar presentes aquí y ahora, en este preciso instante, con cada poro de nuestra piel alerta… es un pasaje a la vida. Un pasaje al disfrute, a la calma, a la conexión con uno mismo.

Existir es centrar nuestra mirada en el presente

Conexión que perdemos cuando nos acurrucamos temerosos de futuros inciertos. La espera sin “estar vivos” es como estar muertos en vida. Estamos insensibilizados. Creemos que nuestra historia puede esperar a que lleguen los momentos en los que el caprichoso azar nos brinde aquello que pensamos merecer.

Desconfiamos al ofrecer por temor a ser esos “tontos” engañados. Esperamos ganar si arriesgar cuando posponer el presente y su potencial es condenarse a la insensibilidad. Es taparse los ojos y continuar caminando. Si me tropiezo ya culparé a la vida de ser tan injusta.

Cuando focalizamos nuestra atención en lo que la vida “nos tiene” que dar, y no en lo que nosotros podemos hacer mientras estamos en ella, la impotencia y la frustración se harán compañeras permanentes de este viaje. En cambio cuando centramos nuestra existencia en lo que podemos obtener de la vida, en el intercambio que podemos hacer con ella… La mirada interior cambia.

La importancia de vivir con los ojos del alma bien abiertos

Cuando tenemos los ojos abiertos y el alma puesta en esa apertura de miras, vemos aquello que no podríamos ver de otra manera. Podemos ser capaces de percibir matices que pasarían desapercibidos si los ojos de nuestro ser permanecieran cerrados. Y es ahí, donde podemos ser capaces de disfrutar la vida.

No estamos hablando de grandes acontecimientos con repercusiones que todo el mundo perciba. Estamos hablando de algo mucho más íntimo y sensorial. Hablamos de alimentar nuestro ser con la cotidianeidad de estar vivos. De aprender de la naturaleza y todo lo que ella nos brinda con tanta generosidad.

Busca tu sentido de vida y saborea tu existencia. No la dejes pasar, porque esta vida es finita y busca encontrarse con tu despertar a cada segundo que pasa.

Alicia Garrido Martín

jueves, abril 20, 2017

El arte japonés de la aceptación: cómo abrazar la vulnerabilidad

Para los japoneses, hallarse desprovistos de todo en un momento puntual de la vida puede suponer dar un paso hacia la luz de un conocimiento increíble. Asumir la propia vulnerabilidad es una forma de coraje y el mecanismo que inicia el saludable arte de la resiliencia, ahí donde no perder nunca la perspectiva o las ganas de vivir.


En Japón, hay una expresión que empezó a utilizarse con frecuencia tras los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. Esta expresión de algún modo volvió a adquirir una trascendencia notable tras el desastre del tsunami del 11 de marzo del 2011. “Shikata ga nai” significa “no hay más remedio, no hay alternativa o no hay nada que hacer”.

“La honestidad y la transparencia te hacen vulnerable. De cualquier forma, sé siempre honesto y siempre transparente”
-Teresa de Calcuta- 

Lejos de entender esta expresión desde una perspectiva derrotista, sumisa o negativa como lo haría cualquier occidental, los nipones se nutren de ella para entenderla de un modo más útil, más digno y trascendente. En estos casos de injusticia vital, la ira o el enojo no sirven de nada. Tampoco esa resistencia al sufrimiento donde uno queda eternamente cautivo del “por qué a mí o por qué ha ocurrido esta desgracia”.

La aceptación es el primer paso para la liberación. Uno nunca podrá desnudarse del todo de la pena y el dolor, queda claro, pero tras aceptar lo sucedido se permitirá a sí mismo seguir avanzando retomando algo esencial: la voluntad por vivir.

“Shikata ga nai” o el poder de la vulnerabilidad

Desde el terremoto del 2011 y el posterior desastre nuclear en la central de Fukushima, son muchos los periodistas occidentales que suelen viajar hasta el noroeste de Japónpara descubrir de qué manera persisten las huellas de la tragedia y cómo su gente está logrando poco a poco emerger del desastre. Es fascinante entender cómo se enfrentan al dolor de la pérdida y al impacto de verse desprovistos de la que hasta entonces había sido su vida.

Sin embargo, y por curioso que parezca, los periodistas que hacen este largo viaje se llevan a sus países algo más que un reportaje. Algo más que unos testimonios y unas fotografías impactantes. Se llevan sabiduría de vida, vuelven a las rutinas de su mundos occidentales con la clara sensación de ser diferentes por dentro. Un ejemplo de este coraje existencial lo ofrece el señor Sato Shigematsu, quien perdió en el tsunami a su esposa y a su hijo.

Cada mañana escribe un haiku. Es un poema compuesto por tres versos donde los japoneses hacen referencia a escenas de la naturaleza o a la vida cotidiana. El señor Shigematsu encuentra un gran alivio en este tipo de rutina, y no duda en mostrar a los periodistas uno de estos haikus:

“Desprovisto de pertenencias, desnudo
Sin embargo, bendecido por la Naturaleza
Acariciado por la brisa del verano que marca su inicio”.

Tal y como les explica este superviviente y a la vez víctima del tsumami del 2011, el valor de abrazar su vulnerabilidad cada mañana a través de un haiku le permite conectar consigo mismo mucho mejor para renovarse al igual que lo hace la propia naturaleza. Entiende también que la vida es incierta, implacable a veces. Cruel cuando así lo quiere.

Sin embargo, aprender a aceptar lo ocurrido o decirse a ellos mismos aquello de “Shikata ga nai” (acéptalo, no hay más remedio) le permite dejar a un lado la angustia para centrarse en lo necesario: reconstruir su vida, reconstruir su tierra.

Nana korobi ya oki: si te caes siete veces, levántate ocho

El dicho “Nana-Korobi, Ya-Oki” (si te caes siete veces te levantas ocho) es un viejo proverbio japonés que refleja ese ideal de resistencia tan presente en prácticamente todas las facetas de la cultura nipona. Esta esencia de superación la podemos ver en sus deportes, en su modo de llevar a cabo los negocios, de enfocar la educación o incluso en sus expresiones artísticas.

“El guerrero más sabio y fuerte está provisto del conocimiento de su propia vulnerabilidad” 

Ahora bien, cabe señalar que hay importantes matices en ese sentido de resistencia. Entenderlos nos será de gran utilidad y a su vez, nos permitirá acercarnos a una forma más delicada e igualmente eficaz a la hora de hacer frente a la adversidad. Veámoslo con detalle.

Las claves de la vulnerabilidad como forma de alcanzar la resistencia vital

Según un artículo publicado en el periódico “Japan Times“, practicar el arte de la aceptación o de “Shikata ga nai” genera cambios positivos en el organismo de la persona: se regula la tensión arterial y se reduce el impacto del estrés. Asumir la tragedia, tomar contacto con nuestra vulnerabilidad presente y nuestro dolor es un modo de dejar de luchar ante lo que ya no puede cambiarse.
  • Después del desastre del tsunami, la mayoría de los supervivientes que podían valerse por sí mismos, empezaron a ayudarse los unos a los otros siguiendo el lema “Ganbatte kudasai” (no hay que darse por vencidos). Los japoneses entienden que para afrontar una crisis o un momento de gran adversidad, hay aceptar las propias circunstancias y ser de utilidad tanto para uno mismo como para los demás.
  • Otro aspecto interesante en el que fijarnos es en su concepto de calma y paciencia. Los japoneses saben que todo tiene sus tiempos. Nadie puede recuperarse de un día para otro. La sanación de una mente y un corazón lleva tiempo, mucho tiempo, al igual que lleva tiempo volver a levantar un pueblo, una ciudad y un país entero.
Es necesario por tanto ser pacientes, prudentes pero a la vez, persistentes. Porque no importa cuántas veces nos haga caer la vida, el destino, el infortunio o la siempre implacable naturaleza con sus desastres: la rendición nunca tendrá cabida en nuestra mente. La humanidad siempre resiste y persiste, aprendamos entonces de esta sabiduría útil e interesante que nos regala la cultura nipona.

Valeria Sabater

miércoles, abril 19, 2017

¿Cuáles son los efectos del abandono del padre?

Muchos niños están creciendo en el mundo sin la presencia de un padre. Los índices de abandono siguen siendo muy altos, especialmente en los países latinoamericanos. Para algunos, esto se debe a problemas sociales como el desempleo y la pobreza. Para otros, el factor más importante es la cultura: en algunos entornos el abandono del padre llega a verse como algo relativamente normal.



Parece haber una fuerte relación entre los embarazos no planificados, especialmente en adolescentes, y el abandono del padre. Esto, sumado a patrones machistas de conducta, hacen que muchos hombres no evalúen como negativo el hecho de abandonar a un hijo.

“Campo abandonado, fuego proclamado”.
-Refrán anónimo-

Si bien es cierto que un ser humano puede crecer y evolucionar sin tener un padre comprometido a su lado, también lo es que quien sí cuenta con él tiene muchas y mejores oportunidades en la vida. Y también se dan los casos en los que la ausencia paterna se convierte en un lastre que deteriora significativamente la existencia.

¿Por qué necesitamos un padre y una madre?

El psicoanálisis postula que el amor materno es voraz y totalizante. La madre ejerce una influencia global sobre la vida de su bebé. Ella es el todo. Incide en lo grande y en lo pequeño, en lo trivial y en lo importante. Ella es el entorno, el universo en donde tiene lugar la vida de un niño. La dependencia es absoluta al comienzo de la vida.

El fuerte lazo que hay entre una madre y su hijo tiende a prolongarse en el tiempo. El niño sabe que depende para todo de ella y se pliega a sus lógicas. El suyo es un amor básicamente incondicional y esto le otorga seguridad al pequeño.

Algunos contamos con la fortuna de tener también un padre. Finalmente, hay un mundo más allá de la madre. El padre es un universo sobre el que la madre no tiene control pleno. Es la otra orilla de la realidad. Un tercero que entra a modular esa relación de absoluta dependencia. Representa el límite para esa simbiosis entre madre e hijo. Simbólicamente es la ley. Y también es el piso desde el cual aprendemos que el mundo no se adaptará a nosotros, sino todo lo contrario.

Las diferentes formas de abandono

Así como hay muchas maneras de acompañar a un niño, también hay diferentes maneras de abandonarlo. El padre ausente, en principio, es aquel que deja a la madre física y psicológicamente sola en la crianza de su hijo. Se desentiende de la contribución económica, de las tareas domésticas y le tiene sin cuidado lo que pasa con el niño.

Existen también los que abandonan emocionalmente, pero no físicamente. Sienten que los niños son asunto de la madre. Están ahí, pero no creen tener alguna responsabilidad en la crianza de los chicos. No hablan con ellos, no pasan tiempo con ellos, no tienen idea de cómo va su vida. Se limitan a pagar las facturas y a dar alguna que otra orden, de vez en cuando y a su conveniencia. No entran en interacción con los pequeños.

También están los que no abandonan emocionalmente, pero sí físicamente. Formaron otra familia o están lejos. Aun así tratan de estar al tanto de lo que le ocurre a sus hijos. Nunca pueden dedicarles tanto tiempo como quisieran, pero los tienen en su mente y en su corazón.
Las diferentes secuelas del abandono

Cada modalidad de abandono genera consecuencias propias. En el caso del padre completamente ausente, las secuelas van desde graves hasta muy graves. Si la figura paterna es sustituida, siempre parcialmente por alguien, el efecto va a ser menor. Si solo queda un vacío, los ecos de esa ausencia probablemente serán poco menos que devastadores.

Al no contar con un tercero en la diada madre-hijo, para el niño va a ser muy complicado individualizarse. Probablemente tendrá dificultades para explorar, para ampliar sus horizontes y confiar en sus capacidades. Cargará con una sensación de haber sido excluido, de tener una privación afectiva. No sirve que la madre sea “padre y madre a la vez”. Así ella quiera, su presencia nunca reemplazará la de ese tercero que siempre hará falta.

A los niños abandonados por su padre les cuesta mucho más adaptarse al mundo y a la realidad. Es probable que también desarrollen miedo a los vínculos afectivos profundos. Y pueden volverse “abandonadores” ellos también. Si son niñas, desconfiarán de los hombres, o confiarán en demasía, siempre para repetir el abandono que quieren superar.

Cuando el abandono es parcial, las consecuencias son menos evidentes. Aparecen los mismos rasgos, pero matizados y hasta cierto punto diluidos. De cualquier modo, la ausencia del padre abre una herida emocional profunda, especialmente en los primeros años de la vida. Su vacío jamás será llenado y, en cambio, la huella de su falta será muy difícil de borrar.

Edith Sánchez

martes, abril 18, 2017

Las personas con coraje son las que ven esperanza donde los demás ven oscuridad

La mayoría de los logros importantes han sido conseguidos por gente sobrado coraje que siguió intentándolo cuando a ojos de los demás parecía no haber esperanza. La valentía y la fe que caracteriza a estas personas les hace ganar en confianza y seguridad en sí mismas, haciéndolas más determinadas en sus propósitos.



Nuestros deseos solo podrán convertirse en realidad si tenemos la valentía de perseguirlos. Habrá miles de obstáculos en cualquiera que sea el camino que queramos transitar, pero no por eso tenemos que desistir. El futuro pertenece a quiénes tienen el coraje de creer en ellos mismos, al mismo tiempo que no pierden la fe en los demás.

Las personas en las que el coraje gana a los miedos y que se adentran en lo desconocido a pesar del riesgo. Wiston Churchill dijo una vez que “el coraje es considerado con justicia la más avanzada de las virtudes, porque todas las demás dependen de él”.

Sin coraje no hay futuro. No nos podemos dejar constantemente para después. La esperanza que nos brinda nuestra lucha nos hace ver que la crisis puede esperar, pero la vida no. 
Afronta tu camino con decisión, no tengas miedo de las críticas de los demás. Y, sobre todo, no te dejes paralizar por tus propias críticas.

El secreto de la felicidad está en la libertad, el de la libertad en el coraje

Nadie puede ser perfectamente feliz si no es perfectamente libre. La verdadera libertad es la libertad que reside en la mente, y solo podemos ser libres cuando decidimos serlo, cuando tenemos el coraje de elegirlo. La diferencia entre libertad y dependencia no está en la ausencia de miedo, ni de confianza, sino el coraje de actuar de todos modos.

A lo largo de la vida, hemos identificado muchas situaciones y aspectos de la misma que deseamos. Como dice Paulo Coelho, no existe el nacimiento de un deseo sin la posibilidad de hacerlo realidad; a la hora hacer realidad nuestros deseos es cuando dependemos de nuestra libertad.

No hay camino sencillo hacia la libertad en ninguna parte y muchos de nosotros tendremos que pasar a través de un valle de lagrimas una y otra vez antes de alcanzar la cima de la montaña de nuestros deseos. El éxito no es el final, el fracaso no es fatal; es el coraje para continuar lo determinará la perspectiva desde la que enfocaremos los problemas. 
Al querer la libertad descubrimos que ella depende enteramente de nuestro coraje por la vida.

¿Es el coraje la principal característica de los líderes?

El coraje es una de las características principales que distinguen a un verdadero líder. Siempre tiene que estar visible en las palabras y las acciones. Es absolutamente indispensable para el éxito, para la felicidad y para lograr la habilidad de motivarnos. Un líder no es más valiente que un hombre normal, pero es valiente cinco minutos más.

El coraje es una habilidad y por lo tanto se aprende. El liderazgo requiere de esta cualidad, porque un líder debe tener la valentía de tomar decisiones aunque sean impopulares. Cuando nos encontramos en una posición de responsabilidad, dirección y liderazgo es esencial creer en nuestras competencias para que los demás también lo hagan.

El reto de conseguir transformar nuestra realidad se fundamenta en un reto vital que consiste en liderarse a uno mismo. Para liderarnos a nosotros mismos tenemos que tener la valentía de aceptarnos. El hombre no puede sentirse a gusto sin su propia aprobación.

Una frase de Richard Hamming resume a la perfección el poder del coraje en nuestras vidas; una vez que hayamos sacado la valentía de creer que podemos hacer cosas importantes, entonces estaremos ante la posibilidad de hacerlo. Si, por el contrario, pensamos que no podemos, seremos nosotros mismos quienes eliminemos esta posibilidad.

Fátima Servián Franco

lunes, abril 17, 2017

Agradecer no es cortesía, sino la señal de un poder extraordinario

Agradecer para muchos es un acto de cortesía casi automático. Das gracias cuando te dan un regalo, cuando te hacen un favor o cuando otros tienen un gesto de amabilidad. El resto del tiempo no parece que sea importante agradecer por algo. La gratitud, entonces, se ha reducido a unas circunstancias específicas, básicamente de corte social.



Incluso en esas situaciones puntuales en las que cabe agradecer, muchas veces la gratitud no se experimenta desde el fondo del corazón. Solo en los casos más extremos decimos ese “gracias” con total convicción. Y pasado un tiempo el sentimiento se desvanece.


“Seamos agradecidos con las personas que nos hacen felices, ellos son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestra alma”.
-Marcel Proust-

Habrá quien piense que esto es lo adecuado. De eso se trata: decir “gracias” en el momento justo y, si es posible, devolver el favor, o la atención que nos han prodigado. ¿Para qué más? Aunque en el mundo actual eso sea cierto, actuando de esa manera en realidad estamos banalizando la gratitud. Olvidamos que esta es una fuerza extraordinaria, que contribuye a tener una mejor salud mental y que muchas veces desaprovechamos.

Agradecer es mucho más que decir “gracias”

La gratitud es un sentimiento alegre. Incluso si el agradecimiento se debe a algo que se ha recibido en un momento triste. En todos los casos, el agradecer nos remite a un hecho agradable que nos llena de satisfacción. De hecho, la palabra “gratitud” viene de “gracia”. Y lo “grato” se define como algo que nos causa bienestar o complacencia.

Se agradece a alguien cuando hay consciencia de que se recibe más de lo que se da. Por eso, inmediatamente surge el sentimiento de que se ha obtenido una ganancia. Así, espontáneamente surge la necesidad de agradecer por ese “plus” que se ha recibido.

La gratitud implica entonces no solamente una fórmula de cortesía, sino una experiencia de satisfacción, de alegría y, por qué no, de felicidad. Quien está agradecido, está feliz. Y más feliz es quien es consciente de la gran cantidad de motivos que tiene para mostrarse agradecido.

¿Por qué a muchos les cuesta agradecer?

Hay muchas personas que sienten que no tienen nada que agradecerle a los demás. Enumeran detalladamente las ocasiones en las que necesitaron algo y no recibieron la ayuda esperada. O la infinita cantidad de situaciones en que dieron algo a los demás y no fueron correspondidos. Su balanza entre lo que dan y lo que reciben siempre se inclina en contra de la gratitud.

Probablemente opera una lógica en la que los demás siempre están en deuda. Se espera de los otros más de lo que pueden dar y por eso, obviamente, siempre se quedan cortos. Creen que “pudieron haber dado más”. Así que, ¿por qué agradecer?

Quienes piensan así suelen ser las personas muy mimadas o cuyo ego ha sido exaltado desmedidamente. Cuando hay una alta dosis de narcisismo nunca será suficiente lo que den los otros, o lo que les proporcione la vida. Siempre van a sentir que se merecía más y, por supuesto, van a existir muchos más motivos para renegar que para agradecer.

La gratitud tiene poder

El agradecimiento es algo que se da al otro, a los otros, o a algo abstracto. Pertenece al mundo del dar, no del recibir. Pero como se anotaba antes, el solo hecho de estar en actitud de agradecer, implica un gusto, una satisfacción, una suerte de felicidad. También ennoblece el corazón.

De no ser por las acciones de otros probablemente ni siquiera estaríamos vivos. Si lo estamos es gracias a esa madre que nos gestó, que sufrió los dolores del parto para darnos a luz y que preservó nuestra vida cuando no podíamos hacerlo por nosotros mismos. No importa si ella misma no estaba lista para ser madre, o si pudo hacerlo mejor. Es solo acto de la maternidad ya implica una ofrenda. También cuentan quienes ayudaron a que naciéramos, a que creciéramos, a que no muriéramos en esos vulnerables primeros años.

De ahí en adelante tenemos maestros que nos han instruido, compañeros de juegos, a veces amigos que nos han escuchado, a veces amores que han apostado por nosotros, a veces gente que ha confiado en nuestro trabajo. Nuestro día a día es posible gracias a muchas personas, pero a veces no lo notamos. No somos capaces de ver su gran aporte. Más bien nos concentramos en lo que dejan de hacer.

Vivir agradecidos es vivir muy cerca de la felicidad. Más que una virtud, o un valor, es una actitud frente a la vida. Solo se puede agradecer si se es humilde. Si se comprende que nadie nos debe nada, ni tiene la obligación de complacernos. Cuando entendemos eso, damos un gran paso hacia adelante.

Edith Sánchez

domingo, abril 16, 2017

Tolerar nuestras emociones: el primer paso para ser feliz

Las emociones son esos estados psicofisiológicos relativamente breves que todos, inevitablemente, experimentamos. Su cometido es mandarnos un mensaje claro: está ocurriendo algo, dentro o fuera de ti (pero relacionado de alguna manera contigo), que necesita tu atención. Ya sea de forma positiva o negativa, las emociones nos mueven y nos empujan a actuar de una forma concreta. De hecho, el término emoción proviene del latín emotio que significa “movimiento o impulso”, “aquello que te mueve hacia”.



Los estados emocionales son causados por la liberación en nuestro cerebro de ciertos neurotransmisores u hormonas, que convierten a las emociones en sentimientos. A diferencia de las emociones, los sentimientos son más sostenidos en el tiempo y pueden ser verbalizados con más facilidad.

Podemos clasificar a las emociones en función de su valencia: emociones positivas sanas (alegría, bienestar, sosiego…), emociones positivas insanas (euforia, manía, hipomanía…), emociones negativas sanas (frustración, tristeza, enfado, pesar…) y emociones negativas insanas (depresión, ansiedad, culpa…).
Normalmente, es fácil aceptar ciertos estados emocionales, sobre todo sin son positivos. Pero sin embargo, nos es tremendamente difícil tolerar las emociones negativas, tanto sanas como insanas. 

Al hilo de este tema, parece que la sociedad ha instalado en nuestras cabezas la exigencia de estar siempre bien y esto es totalmente irrealista e inalcanzable. Los estados emocionales van y vienen dependiendo del contexto, de nuestras expectativas, de como procesamos la información… y estar instalados siempre en el mismo estado emocional de felicidad es tan poco adaptativo como utópico.

¿Por qué nos cuesta tanto tolerar las emociones?

Vivimos en una cultura del bienestar y el consumo. Continuamente se nos bombardea con mensajes poco realistas que lo único que hacen es incrementar la presión sobre nosotros. Estos mensajes suelen decirnos que bajo el producto que anuncian se encuentra la solución a muchos de nuestros males. También refuerzan la idea de que debemos sonreír siempre, pase lo que pase. Finalmente, hacen una sobreestimación del control que tenemos sobre nuestras vidas, de forma que la culpa de la tristeza solo la tenemos nosotros.

Esta positividad irracional lo único que consigue es hacernos sentir peor. Así, encontrarnos en un estado de ánimo positivo es una exigencia tan enorme que puede constituir el principar obstáculo para no alcanzar nunca este estado. También nos lleva a ponerle un disfraz a nuestros sentimientos, de manera que solo dejemos que los demás perciban aquellos que son aprobados socialmente.
Nos mandamos el mensaje a nosotros mismos de que “no deberíamos sentirnos así”, “¿somos débiles si sentimos ansiedad o depresión” o “no soy maduro porque me afectan demasiado las cosas”.

Con esta actitud, lo único que conseguimos es sentirnos mal por el hecho de estar mal, valga la redundancia y entonces sí que no llegamos a ninguna solución congruente. Esta doble “terribilitis”, como decía Albert Ellis, genera que los sentimientos negativos se prolonguen e incluso que los que eran negativos pero sanos, se conviertan en insanos.

Y no solo la sociedad influye en esta forma tan pobre de gestionar las emociones, también la educación recibida en la infancia es un factor de riesgo. La inteligencia emocional brilla por su ausencia en los planes educativos. Por ejemplo, ¿a cuántos de vosotros os han recordado que “los hombres no lloran”?

Estrategias para aprender a aceptar cómo nos sentimos

Si aprendemos a tolerar de forma eficaz nuestros estados emocionales, sean los que sean, paradójicamente vamos a sentir como esas emociones negativas en muchas ocasiones se van a disolver por sí mismas. No se trata de alimentar nuestras emociones con más pensamientos negativos, actuar como víctimas o echarle, en definitiva, más leña al fuego. Lo que queremos decir es que en nada nos ayuda criticarnos o juzgarnos a nosotros mismos si experimentamos ansiedad, tristeza o ira.

Algunas estrategias que podemos poner en práctica desde hoy mismo son:

Olvídate de los “deberías”

Cuando escuches a esa voz interior soltando algún “debería“, oblígale a cambiarlo por una preferencia o un “desearía”. No podemos estar continuamente intentando controlar como deben ser las cosas, ni siquiera nuestros estados emocionales. Solo podré modificar los pensamientos responsables de mi perturbación si antes acepto que en ese momento me siento mal.

Eres un ser humano y has de aceptarte como tal

No eres un Dios, ni un super-hombre, ni alguien perfecto. Eres humano y como tal vas a vivir estados emocionales que serán más o menos agradables. Es importante aceptar la idea de que no podemos luchar contra nuestra propia naturaleza.

Siente la emoción en tu cuerpo

Invita a la emoción a morar en ti. Solo es incomodidad, no va a matarte. Es un puñado de química corriendo por tu torrente sanguíneo. No le des más dimensión, no dramatices sobre ella. Quiérela, aceptada, es parte de tu ser.

Normaliza tus estados emocionales

Al igual que explicamos a otras personas que tenemos un dolor o que tenemos calor o frío, podemos hablar de nuestras emociones cuando no sean las más positivas. Para tolerar la emoción hay que aceptarla, y aceptarla también significa normalizarla a todos los niveles, incluso con los demás. Puede que entonces aparezca otra emoción: la vergüenza. Pero recuerda que esta es producto de querer esconderte por hacer algo malo. ¿Es malo sentirse mal de vez en cuando?

No olvides que tus emociones, lejos de hacerte una persona débil, te hacen ser y vivir como un ser humano. No las escondas, vívelas, aprende de ellas y deja que te inspiren.

Alicia Escaño Hidalgo