El título de este artículo es un guiño a la célebre cita del filósofo español, José Ortega y Gasset: de manera muy resumida, él pensaba que la unión del “yo” y la circunstancia era indisoluble, que era imposible entender al uno sin el otro. Así, en buena medida el producto de nuestras decisiones está condicionado por nosotros o nuestra parte más estable, pero también por las particularidades del momento y el lugar.
Por esta razón, cuando el filósofo afirmaba eso de ” Yo soy yo y mi circunstancia; si no la salvo a ella, no me salvo yo” hacía referencia a la fuerza de dicha unión, la que existe entre quién somos y lo que nos rodea. Es decir, a nuestro propio hábitat en el que encontramos limitaciones y libertades y en el que se nos permite decidir entre diferentes opciones para seguir adelante.
Circum-stancia: ‘lo que está alrededor’
Justamente la palabra circunstancia recoge un marco mucho más amplio del que pensamos: la familia, la sociedad, la cultura, un cuerpo determinado con sus características físicas y psicológicas, la personalidad y el carácter, etc. El “yo” se forma al entender su circunstancia y al darle una explicación unida a la de los demás.
Esta circunstancia es flexible y moldeable en muchos aspectos: una vez que aceptamos lo que está a alrededor, se nos da la libertad de enfocar las decisiones hacia un presente que nos llene y un futuro que nos enriquezca. ¿Seré feliz si lo hago así y no así? ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiera hecho cómo lo hice?
De esta manera, nuestras experiencias se van configurando y nuestra acciones giran hacia los intereses, deseos y sueños que tenemos. En ese momento, la circunstancia y las decisiones nos definen y nos sitúan ante el mundo y respecto a los demás.
Lo positivo y negativo de la circunstancia
Las circunstancias no son perfectas y no siempre nos rodea el ambiente propicio para que todo salga como nos gustaría: a veces nos toca tener que decidir con millones de adversidades en contra y otras parece que todo fluye y que la decisión es clara. Sin embargo, en cualquiera de los dos casos, acabaremos decidiendo y salvando a la propia circunstancia.
“Lo más difícil es la decisión de actuar, el resto no es más que tenacidad. Los miedos son tigres de papel. Puedes hacer cualquier cosa que decidas hacer. Puedes actuar para cambiar y controlar tu vida; y el procedimiento, el proceso es su propia recompensa.”
-Amelia Earhart-
En este sentido, sabemos que tenemos momentos buenos y malos y que son igualmente necesarios para que sintamos estabilidad: es beneficioso recordar que la alegría y la tristeza viajan en el mismo tren. Aún cuando el miedo o la tristeza nos bloquean y nos dificultan el movimiento, estamos obligados a seguir: incluso no decidir, es tomar una decisión.
Decisión es también no tomarla
Cualquier situación, etapa o momento que vivimos implica decisiones y somos de su producto: desde tomar un café a media tarde hasta la hora a la que ponemos el despertador para levantarnos. Estas parecen acciones insignificantes y, sin embargo, pueden marcarnos el resto del día.
Con las decisiones que creemos importantes ocurre lo mismo: no es bueno alargar el momento de tomarlas, sino que es adecuado hacerse las preguntas oportunas, darse las respuestas necesarias y ser valientes para afrontarlas: aceptar las responsabilidades y saber escucharse son dos claves importantes.
Solamente cuando tengamos claras las metas y sepamos que queremos ir a por ellas estaremos seguros de que nadie tomará la decisión en nuestro lugar: podremos equivocarnos y está bien hacerlo, pero nos quedará la satisfacción de ser dueños de esas equivocaciones. En cierta manera, lo bonito tiene que ver con la ausencia de un guión que señale la dirección correcta.
“Cuando tienes que tomar una decisión y no la tomas,
eso es en sí mismo una decisión.”
-William James-
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