La depresión, como tal, no avisa: puede aparecer de un momento a otro. Si bien pueden presentarse algunos síntomas (inclusive con bastante tiempo de antelación), la diferencia entre la tendencia y el padecimiento es la misma que la que hay entre estar a un paso de un hoyo profundo y caer en este. Puede darse después de una alegría inmensa o justo en el momento en el que creíamos haber logrado todo.
La mirada de un niño, observar un atardecer u otros hechos cotidianos, aparentemente amables y reconfortantes, o incluso intrascendentes, pueden ser el medio que propicie la crisis. Por ejemplo, comenzar una recapitulación de vida o evocarnos un hecho en particular de nuestra existencia, del que quedaron puntos por resolver. Es ahí cuando donde comienza la tempestad que hasta este momento había permanecido dormida.
“Los más fuertes quizás luchen una hora. Los que aún son más fuertes, luchan unos años. Pero los más fuertes de todos, luchan toda su vida; éstos son los indispensables.”
-Bertolt Brecht-
La depresión y la enseñanza de no pre-ocuparse
No “pre-ocuparnos”. Es decir, no anticipar una preocupación que nos genera angustia sin volvernos desinteresados o apáticos frente a las situaciones y los problemas propios de la existencia. La preocupación por el futuro y la impotencia ante la incertidumbre, y las vicisitudes de la vida, frecuentemente nos conducen a un estado de miedo recurrente y esto a su vez nos puede llevar a una depresión profunda.
La existencia puede tornarse por momentos entre confusa y difícil. Por eso mismo es clave no depender tanto de las circunstancias: de lo que pueda o no suceder.
Lo importante es crecer día a día en nuestra estructura personal, porque con ello, por difícil o adversa que pueda ser una situación, tendremos la capacidad de resolverla y no quedarnos sumidos en un laberinto de dudas y errores. O, peor aún, añadir una deuda más a nuestras vidas…
La enseñanza de saber quién soy
Analizar con sensatez y objetividad mis características y condiciones de vida: brindarme la gran oportunidad de saber quién soy. Porque si no me conozco, puedo ser como una hoja movida por el viento: sin dirección, ni criterio, ni poder de decisión. Identificar mis fortalezas y debilidades, me permitirá saber en qué terrenos me puedo mover y en cuáles no.
Porque si la depresión, por ejemplo, me la induce o propicia el alcohol, lo peor que puedo hacer es entrar en un bar y pedir el primer trago. Tendemos a disponer las circunstancias que nos hacen recaer y tendemos a ponernos trampas de todo tipo. Conviene ser prudente, tener coraje en lo que hay que tener coraje y no negar nuestras debilidades. Es el primer paso para no repetir historias que no terminaron bien.
Nuestra existencia está llena de procesos: unos más largos que otros, dependiendo del nivel de complejidad de la situación. Así, quien se ahorra los procesos, no solamente pierde la gran oportunidad de aprender y ser más autónomo, sino que además deja una deuda pendiente consigo mismo.
La “felicidad” puede ser la causa de mi depresión
Entender que la vida son alegrías y tristezas, éxitos y fracasos y que hasta de un estado de gran “felicidad”, puede sobrevenir un gran desengaño. Porque tal “felicidad”, puede ser el mayor sofisma de mi existencia. Más aún, la “felicidad” no es síntoma de verdadero bienestar. El problema es que a veces confundimos “euforia” y “felicidad”. La primera es exaltación, la segunda paz.
Podemos creer, en efecto, que lo tenemos todo: éxito profesional, éxito laboral y hasta éxito afectivo, y aún así caer en la más profunda depresión. De hecho, algunas veces, tenerlo todo puede ser la causa principal de la crisis. Porque mantener, por ejemplo, un status social cuesta y además cuesta mucho. Un precio que va en la factura del bienestar social y que a menudo va en detrimento del bienestar personal.
Vale la pena intentarlo
Si así se dieron los hechos y apareció una depresión profunda, es posible salir de ella especialmente si contamos con la ayuda de un profesional y un buen círculo de apoyo social. Obviamente, no va a ser el producto de un genio que salga de una lámpara mágica. Va a exigir de nosotros, pero la meta lo vale todo. Nosotros mismos y nuestra recuperación, son motivos más que suficientes.
Estos procesos de recuperación, por lo general, son graduales y difíciles. El paso del tiempo se hace lento y un día nos puede dejar la sensación de 100 años. Es necesario tener paciencia y saber que los grandes problemas de la vida, requieren de paciencia.
En estas circunstancias, cambiar uno o varios hábitos vida para poder salir de este terreno tan oscuro es algo imprescindible. Hacer ejercicio y tener varias aficiones que nos estimules, también resulta importante en estos procesos de recuperación.
Compartir diferentes experiencias y puntos de vista con otras personas que hayan experimentado enfermedades similares, también puede ser de gran provecho para nosotros. Más aún, evitar al máximo las situaciones que nos indujeron a la depresión, en muchos casos o casi todos, va a ser uno de los mejores aliados en nuestra recuperación.
No tomar decisiones precipitadas y menos en aspectos importantes
Que en situaciones de alto riesgo o de crisis, es mejor hacer una pronunciada pausa y no tomar decisiones precipitadas o hacer algo que incluso pueda terminar con nuestra existencia. Un mal o pésimo momento, pasa y al día siguiente la vida continúa.
Algo muy extraño, pero cierto, es que si de pronto emerge la virtud de la solidaridad y la comprensión en la persona, pueden darse algunos momentos de tranquilidad y relajación insospechados. El dolor propio se puede canalizar por medio de la generosidad frente al dolor ajeno. Dar paso a la sensación de utilidad y valía es una forma de recobrar una parte desconocida y muy bonita de uno mismo.
Los sufrimientos y las injusticias en el mundo pueden ser un factor de motivación más que válido para enfocar nuestras metas hacia un objetivo más trascendental. Pueden ser la vía para la realización personal y una manera de curar nuestras heridas, comprendiendo y ayudando a sanar las heridas de los demás.
Total, no es algo fácil de lograr; y se debe estar muy preparado para abordar estos complejos y empinados terrenos. Pero, al menos intentarlo, vale la pena: por los demás y, por supuesto, por nosotros mismos. Solo tenemos una vida y es necesario hacer todo lo que esté en nuestras manos para que tenga significado y vaya más allá de la simple supervivencia.
Edith Sánchez
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