«No sé si puedo confiar en ese hombre», dijo un recién llegado al monasterio.
«El Maestro», dijo un discípulo ya experimentado, «no pretende que confiemos ciegamente en sus palabras, sino que nos invita siempre a dudar, a cuestionar y a criticarlo todo».
Luego añadiría: «Lo que yo temo no son las palabras del Maestro, sino su presencia. Sus palabras arrojan luz, pero su presencia te quema».
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