Nadie sabrá nunca las veces que has logrado mantenerte en pie aún sabiendo que estabas cayéndote a pedazos. Solo tú sabes dónde se hallan las marcas de tus heridas, esas que has ido reconstruyendo muy poco a poco, con un hilo muy fino y la aguja de las decepciones. Porque la valentía nunca es ausencia de sufrimiento o dolor, sino la fortaleza de seguir adelante a pesar del miedo…
A menudo, los neurólogos y los biólogos nos recuerdan aquello de que nuestro cerebro está preparado evolutivamente para sobrevivir a todo tipo de adversidades. Ahora bien, cada vez que llama a nuestra puerta la amargura y el sufrimiento siempre nos preguntamos eso otro de “por qué a mí”. Cuando esto ocurra, intenta sustituir dicha pregunta por otra mejor: “para qué”.
Dicen que es de valientes sonreír mientras uno está hecho a pedazos, pero valentía es ante todo ser capaz de recoger cada retazo de esos sueños rotos y reconstruirnos de nuevo, para ser más fuertes, más dignos, más hermosos.
Pocos instantes vitales van a demandar tantos recursos internos como esos en los que de pronto sentimos como si todo nuestro ser se hubiera derrumbado por dentro y solo quedaran tristes escombros. Las depresiones, los traumas, las decepciones o las pérdidas son momentos de gran dificultad. Instantes en los que se pone a prueba valentía personal.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
La valentía de renacer en fortalezas a partir de las debilidades
En Japón existe una técnica ancestral llamada “Kintsugi“ mediante la cual se reparan objetos rotos de cerámica. Se realiza utilizando un adhesivo fuerte, sobre el que después se aplica polvo de oro. El Kintsukuroi es un arte delicado y excepcional donde no se busca que la pieza rota y fragmentada recobre su forma original.
Al contrario, para la cultura nipona unir esos pedazos quebrados mediante el oro o la plata le confiere una vitalidad y una historia única a dicho objeto. Además, un hecho notable a tener en cuenta es que estas piezas de cerámica antes tan frágiles, ahora, además de bellas, son increíblemente resistentes. El sellado de sus heridas con oro las hace irrompibles.
Tal y como dijo Ernest Hemingway una vez, “la vida nos rompe a todos en algún momento, pero solo unos pocos logran hacer más fuertes sus partes rotas”. Así pues, merece la pena integrar en nuestro ser esta sencilla pero maravillosa metáfora: cuando algo valioso se quiebra, se rompe o se pierde, una forma de superarlo es no esconder nunca nuestra fragilidad, nuestra debilidad.
Porque esos vínculos lastimados pueden repararse gracias a la resiliencia, a esa aptitud para sobreponernos de toda dificultad para sellar con oro cada herida, cada hueco, cada sueño roto, y alzarnos así como criaturas aún más fuertes.
Estrategias para unir nuestros “pedazos rotos”
Según nos explica la psiquiatra Rafaela Santos en su libro “Levantarse y luchar” a pesar de que la neurociencia nos diga que todos podemos ser ‘resilientes’, esta capacidad no parece tan sencilla de poner en práctica. De hecho, según sus propios datos citados en el libro, solo un 30% de la población logra, por ejemplo, superar un trauma.
Recoger nuestros “pedazos rotos” no es fácil, pero no por ello imposible. El cerebro humano tiene cerca de 100.000 millones de neuronas que crean a su vez un billón de conexiones neuronales. Es algo maravilloso.
Si aceptamos que todos, de algún modo, somos arquitectos de nuestros cerebros, también aceptaremos que somos muy capaces de encender nuestra valentía personal, nuestra fuerza y optimismo para favorecer el cambio. Así, se producirá la sanación que refleja al arte de Kintsukuroi, a través de la que nos convertirnos en personas mucho más fuertes gracias a los hilos dorados de la resiliencia.
Reparar el trauma en nuestros mecanismos psíquicos y cerebrales
Antes que nada es necesario entender que el cerebro, además de ser un organismo orquestado por las emociones, es también un afinadísimo y complejo órgano comunicado gracias a impulsos eléctricos. Cuando hay un trauma o una depresión funciona a otra intensidad. De ahí, que nos cueste tanto “centrarnos” y que el mundo parezca alcanzar de pronto una velocidad que no somos capaces de seguir.
- Entiende que vas a necesitar tiempo. En cierto modo, la idea de los “pedazos rotos” se parece en algo a lo que sucede en nuestro cerebro cuando nos hallamos en estos momentos de crisis. Más que roto, está “desconexionado”.
- Poco a poco iremos conectando con nosotros mismos y con la realidad que nos envuelve. Este es el momento más duro porque van a aflorar todas las emociones de golpe: la ira, la tristeza, los lloros… No los contengas, facilita el desahogo emocional.
- La tercera parte requiere ya que procedamos a la acción constructiva. Es el momento de aplicar ese “sellado” del Kintsukuro, para tomar el control, aceptar ayuda, apoyo, y asomarnos de nuevo a la vida a nuestro propio ritmo.
- La última fase y la más decisiva es la reintegración. En este instante hemos de ser capaces de reconocer nuestro propio cambio. Las experiencias traumáticas son siempre como huesos rotos de alma, heridas que sanar para volver a caminar, a reintegrarnos plenamente al rumor de la vida. Es ahora, en esta fase, cuando recubriremos las marcas de nuestras heridas con polvo de oro.
Porque ya no somos los mismos de antes. Lo creas o no, si lo hemos hecho bien, seremos increíblemente más fuertes.
Valeria Sabater
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