Estamos acostumbrados a oír hablar del duelo como el tiempo necesario para recuperarnos emocionalmente de la pérdida de un ser querido. Lo más común es tratarlo desde ese punto de vista, pero no somos conscientes de que vivimos duelos cotidianos, que quizás son menos impactantes pero sí más frecuentes. De esta manera, crecemos y maduramos afrontando diferentes pérdidas e integrando los sentimientos que nos producen en nuestra historia de vida.
En esta ocasión me quiero referir a otro tipo de duelo y es al duelo que vivimos cuando acabamos una relación de pareja. Al proceso que viven dos personas cuando tras un tiempo acaban con lo que había sido su relación. En este proceso, en el que podemos llegar a sentirnos desvalidos, indefensos o sin ganas de seguir adelante, guarda similitudes con otros duelos, como puede ser el fallecimiento de un ser querido.
Fases del duelo relacional
Es obvio que cada persona vive el duelo relacional a su manera, en cierto modo, y que no se vive igual, cuando es uno el que toma la decisión, cuando es una decisión mutua o cuando ha sido por una traición. Pero de forma general podemos hablar de distintas fases por las que pasamos con mayor o menor intensidad:
Cuando ocurre esta ruptura lo primero que nuestras emociones hacen es generar un escudo de protección contra el dolor, y no hay mejor forma de hacer eso que negando lo que ha ocurrido. No aceptando que eso esté ocurriendo y pensando que hay algo que no cuadra. El encapsulamiento no te permite percibir la realidad de forma objetiva.
A medida que empezamos a ser consciente de lo ocurrido, el escudo empieza a dejar paso a la batalla, una batalla interna y propia, hecha de ira y enfado. Lo que antes no cuadraba, ahora empieza a resultar inexplicable y por lo tanto comienzan las preguntas de “¿Qué hice mal?”, “¿Cómo ha podido hacerme esto?”, “Quizás me he equivocado en mi elección”, etc.
En este momento empiezas a asimilar tus razonamientos y a añorar el ser idealizado, más que a la pareja, y comienza la tristeza realista asociada a la ruptura. La batalla interna ha acabado, no hay contra que luchar. El sentimiento de dolor emocional será más fuerte que en ninguna otra fase, pero solo será par dar paso a la siguiente fase.
Tras la tristeza la vida empieza a volver a coger un sentido natural. La otra persona existe y eres consciente de ello, pero no por ello sufres. Es una verdad objetiva que sabes que es inmutable y que no es un problema. Comienzas a recordar la gente que te quiere, pues gracias a esto, te lo han hecho saber más de lo que nunca esperabas. Asimilas que la situación, probablemente es la mejor y estás preparado para la última fase.
Es en este momento cuando viene lo mejor, lo más funcional. Es en el momento que echas la vista atrás y solo hay aprendizaje. Un cúmulo de situaciones que habéis vivido juntos y que te han dotado de un nuevo yo (self), de unas nuevas cualidades. De repente eres consciente que no es destructivo lo ocurrido, que eres una persona más sabia, y que deseas de la otra persona solo cosas buenas, pues no es el enemigo, sino un compañero durante un trayecto del viaje de la vida.
El aprendizaje es el objetivo final del duelo
Al final esto no deja de ser un camino en el que hemos de aprender y vivir lo que se nos plantea, por duro que sea, de la mejor manera posible. Todo tiene dos caras, y como mínimo una es buena. En este fragmento del libro “Hombres sin mujeres”, Murakami, describe a la perfección la última fase de este duelo:
-¿Te resultó duro?
– ¿El qué?
– Quedarte de repente solo cuando antes erais dos.
– A veces- contesté con sinceridad.
– Pero ¿no te parece que, cuando eres joven, en cierta medida es necesario vivir periodos tristes y difíciles como ese? O sea, como parte del proceso de madurez.
– ¿Eso crees?
– Es como un árbol: para crecer fuerte y robusto, necesita pasar inviernos duros. Si el clima siempre fuese cálido y suave, ni siquiera tendría anillos.
Mario Castaño Casanova
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