La autoestima no es egocentrismo ni arrogancia ni superioridad ni orgullo. La autoestima es quererse viendo en nuestro espejo físico y psicológico el reflejo de una imagen sana y expuesta, una imagen protegida y con fuertes cimientos.
Hay personas que muestran la imagen que tienen de sí mismos con prepotencia, que destacan sus fortalezas y luchan por no mostrar ningún punto de vulnerabilidad, que se muestran perfectos y que afirman no cometerse errores ni equivocarse.
Estas personas carecen de pensamiento autocrítico y muestran cierto recelo hacia sí mismos escondiendo su verdadera imagen tras una máscara que anhela ser la perfección en sí misma pero que es imposible.
La diferencia que marca el egocentrismo y la autoestima
El ego es la base de nuestra identidad personal y, como consecuencia, tanto de nuestra autoestima como del egocentrismo. De manera simple podríamos diferenciar estos dos conceptos de esta forma: la autoestima es un querer sano y tolerante, el egocentrismo es un querer vacío, irreflexivo, excesivo e intolerante.
Hay una historia que ejemplifica muy bien cómo se expresa la autoestima y cómo no lo hace. Veámosla a continuación:
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:
-Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí:
-Estoy escuchando el ruido de una carreta.
-Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacía.
-¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aun no la vemos?- pregunté a mi padre.
-Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace- me respondió.
Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, mostrándose prepotente y haciendo de menos a las personas, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:
“Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace”
La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Y recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Y nadie está más vacío que aquel que está lleno de sí mismo.
Generalmente, como se extrae de este texto, la arrogancia, la prepotencia y el egocentrismo hacen mucho ruido, no así una imagen sana de uno mismo (autoestima).
No eres mejor que nadie, pero tampoco menos
La línea divisoria entre el ego y la autoestima es muy fina. No somos mejores o peores que otros, simplemente somos diferentes. Entender la diversidad es sin ninguna duda la base o el pilar de una autoestima sana que promueve actitudes positivas hacia uno mismo y hacia los demás.
La autoimagen saludable tiene la ventaja de que cuando logramos algo, no nos enorgullecemos hasta el punto de creernos omnipotentes, por lo que no caemos en las garras del egocentrismo o el amor excesivo y negativo por nuestro ego.
Una persona que se quiere de manera sana no exalta en exceso su propia personalidad, no hace de sus sentimientos, pensamientos y opiniones el centro de atención ni propio ni ajeno. Mientras que la autoestima fomenta la igualdad de pensamientos, sentimientos y comportamientos, el egocentrismo se cree superior en importancia y razón.
O sea, de alguna forma cuando nos comportamos de manera arrogante o egocéntrica, lo que pretendemos es otorgar más valor a lo que nosotros pensamos o creemos, minimizando así lo que los demás piensan o sientan.
En resumen, no se debe confundir el egocentrismo con la alta seguridad en un mismo; mientras que cuando destaca el primero una persona tiende a creerse mejor en todos los aspectos y a comportarse de manera soberbia, la seguridad en nosotros mismos nos ayuda a actuar con conocimiento de nuestras capacidades y limitaciones.
Además, al querernos a nosotros mismos, es mucho más sencillo querer a los demás. No obstante es complicado que en ocasiones no nos dejemos llevar por el exceso de ego y que cometamos el error de ser arrogantes al querer hacer valer nuestras opiniones o sentimientos.
Por lo tanto, lo ideal es analizarnos y tomar precauciones, pues la línea que separa a ambos terrenos es muy difusa y caer en el error de querer sobreponer nuestros deseos a los de los demás es extremadamente fácil.
Raquel Aldana Arnedo
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