Sucede a veces, o al menos me sucede a mí, que cuando nos enfrentamos a la visión de nosotros mismos, desde la mirada del otro, vemos en realidad nuestras partes más oscuras,aquello que no nos gusta, aquello que deberíamos mejorar. Y nos invade el temor a no ser lo suficientemente buenos en cualquier sentido o aspecto de nuestra vida y de nuestro ser. Es entonces cuando sentimos esa mirada como una amenaza y no nos gusta, la evitamos.
A menudo, pasamos de largo de nosotros mismos, sin mirar, sin vernos en realidad, sin conocernos del todo. Es difícil enfrentarnos y aceptar nuestras propias sombras, pero todos las tenemos. Sin ellas no podríamos, tampoco, reflejar nuestra propia luz. Ambas forman parte del ser total único, irrepetible y maravilloso que cada uno somos.
La mirada del otro es un potente espejo, que nos refleja para que entendamos, aceptemos y amemos, también, aquello bueno que está en nosotros y que tantas veces olvidamos, escondemos onegamos. Porque la mayoría vivimos escondidos bajo nuestras corazas, bajo capas y capas de miedos, de culpas, de dolor que nos impiden movernos, ser y expresarnos como realmente somos: seres dignos, hermosos, merecedores de amor.
Aprender a aceptar la mirada del otro, no siempre es fácil. Hace falta valor y voluntad. Valor para enfrentarnos a nosotros mismos. Voluntad de reconocer y mejorar. Es parte del camino de toda una vida. Por eso cuesta y no es agradable. Pero es necesario.
También nosotros somos esos ojos que miran al otro, ese espejo que lo refleja y ese reflejo no es lo que nosotros queremos ver en los demás, sino para cada uno, lo que en realidad es.
Los ojos del otro nos recuerdan una maravillosa y valiosa lección. Que debemos vernos, aceptarnos, amarnos y permitirnos ser, vivir y sentir. Tan sencillo y tan difícil a la vez.
Sentir amor por nosotros mismos no siempre es fácil ,requiere en realidad un acto de compasión dereconciliación, de perdón y sobre todo de aceptación. Un acto intimo que solo cada uno de nosotros puede hacer.
Bendigo pues la mirada del otro. Esos ojos que me ven como yo no soy capaz de hacerlo y que a la vez me reflejan a mí misma. Esa luz es una guía en mi camino y me siento afortunada, muy afortunada de tenerla.
Autor: Maite Barnet Abad
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