En mi opinión, desperdiciamos mucha parte de nuestra vida presente –de este único e irrepetible presente- añorando eso que llamamos pasado.
En muchas ocasiones volvemos al pasado porque contiene muchas cosas que ahora no tenemos. Y volvemos a él tanto para bien –para disfrutar con lo bueno que hubo- como para mal –para recordar el sufrimiento-.
No es malo regresar al pasado siempre y cuando se tenga claro que ya es pasado. Y que lo actual, lo vivo –que es lo que toca vivir- es el presente y es la realidad tangible.
Pretender regresar al pasado para quedarse en él es un disparate, algo materialmente imposible, y es una tendencia de quienes lo comparan con su actualidad, añoran las cosas, la felicidad, o las personas que habían entonces, y no son capaces de construir un presente pleno en el que las condiciones cambien continuamente, o puedan cambiar, y la realidad de la no permanencia de las cosas y las personas es la norma general e irrechazable.
Está bien traer los recuerdos del pasado al presente, bien para disfrutarlos de nuevo o para aprender de lo que no se quiere volver a repetir. Está bien. Es enriquecedor. Puede llegar a ser muy agradable. Pero no hay que olvidar que el pasado es una etapa que ya terminó, que no se puede revivir físicamente de nuevo, y que si uno sólo extrae de él la frustración de su ausencia eso se convierte en contraproducente. En auto-agresivo.
Si uno regresa de su paseo por el pasado con una mala sensación, tal vez sea mejor no repetirlo.
El pasado es el contenedor de lo que hemos vivido hasta ahora, y es loable aprovechar cuanto nos pueda aportar. Es una maravilla esto de tener memoria y una mente capaz de recrear de algún modo algo que ya no existe y a lo que sería imposible regresar sin su colaboración.
Y creo que esta capacidad es un regalo divino, y que hay que aprovecharla. Siento que todo aquello que el Creador nos ha concedido es porque es bueno para nosotros.
Lo que no me parece correcto es pretender instalarse en el pasado como refugio de una huída, no querer estar en el presente, que es lo que corresponde ahora, y perderse este presente –precisamente- porque no estar totalmente en él.
No hay que olvidar que al mismo tiempo que estamos viviendo el presente lo estamos convirtiendo en nuestro pasado, por lo que conviene vivirlo bien, para que cuando regresemos a él –ya como pasado- sea motivo de satisfacción. El destino del presente es convertirse en pasado. Somos una fábrica de pasados.
El pasado pasó, y esto va más allá de una aparente obviedad o un juego de palabras.
El pasado no es más que una sucesión de presentes, y la responsabilidad es el presente. ¿Qué puedo hacer hoy, ahora, para que cuando sea pasado me sea grato y satisfactorio de recordar?, ¿Qué no he de hacer hoy, ahora, para que no tenga que arrepentirme más adelante?
Emocionalmente, sería mucho más fácil aceptar con naturalidad que las cosas y las personas pasan y desaparecen, y eso es rotundo e irrechazable. No se puede negociar la permanencia eterna de las personas y las cosas. No hay diablo que pueda pactar eso por muy apetitosa que sea el alma que se le ofrece.
Todo el presente es un regalo maravilloso que pasa desapercibido durante la mayor parte del tiempo.
Nos parece tan normal esto de estar vivos, de acostarnos cada noche con la seguridad de que al día siguiente nos despertaremos y habrá luz, que no tomamos consciencia de eso.
Y no le agradecemos continuamente, a quien corresponda, que tengamos este regalo, que podamos sentir placeres o disfrutar de nuestros sentidos, que podamos emocionarnos, gozar, disfrutar…
Ahora, pero ahora mismo, antes de que este ahora desaparezca, es cuando hay que vivir este irrepetible presente. No aplazarlo para luego por eso de que disponemos de muchos efímeros presentes. De este ya no dispondremos jamás.
La vida sigue, como has podido comprobar cada Año Nuevo o cuando cumples años. Y cada vez queda menos vida, aunque la consciencia de ello te dure muy poco. “Mejor no pensar en eso”, se suele decir.
Mejor SÍ pensar en eso. Mejor darse cuenta. Eso no amarga la vida, sino que, al contrario, permite vivir con más atención e intensidad. Así, cuando este presente se vaya al pasado irá pleno, vivido, lleno de contenido, pero, sobre todo, nos habrá dejado la sensación de estar viviendo, de verdad, la vida.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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