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viernes, marzo 21, 2014

A Dios rogando, pero con el mazo dando

El título es, como puede que ya sepa, un refrán español que se refiere a que cuando deseamos algo, está bien encomendarse a Dios, a la Providencia, pero haciendo a la vez todo lo que esté en nuestra mano por lograr lo que pretendemos.

En muchas ocasiones Dios no concede las cosas que se le piden. El miedo, y a veces la pereza, no nos dejan escuchar Su respuesta: “Eso puedes resolverlo tú”.

La pereza, la comodidad, o la falta de Autoestima, son los promotores de que muchas cosas que tenemos que resolver nosotros se las pidamos a Dios.

Tal vez es mejor que seamos nosotros los primeros en tomarnos más en serio nuestra capacidad –y nuestra responsabilidad- de resolver nuestros asuntos, o en aprender a solucionarlos, y en esforzarnos por resolverlos.

Si no lo conseguimos, subamos un escalón: recurramos al pre-Dios que somos y hagámoslo desde la fuerza esencial, y con una firmeza y capacidad superior a la que usamos habitualmente: desde esa sensación de poder que nos pertenece –opuesta a la habitual inseguridad y pequeñez-, desde esa fe que puede mover montañas, no viendo los asuntos a resolver como problemas irresolubles y opresivos, y recurriendo a la capacidad que se encuentra agazapada detrás de los miedos.

Dios es la última instancia.


Para llegar hasta Él es mejor descartar primero todas las opciones posibles –y algunas de las imposibles-, y no molestar innecesariamente.

Es la forma de quitarle a Dios la sensación de chico de los recados, chico para todo, y dejarle que Se dedique a otros asuntos.

Quienes tienen hijos les educan en la Autosuficiencia. Les enseñan a resolver sus asuntos por sí mismos –o así debieran hacerlo-. Por la misma razón, Dios debería dejar que cada uno aprenda a resolver sus asuntos, en vez de ser un padre que maleduca a sus hijos, resolviéndoselo todo.

Por eso propongo dejar lo de rogar a Dios para los casos auténticamente desesperados, para aquellos que han llegado ya a un extremo que resultan humanamente imposibles de arreglar.

Y, además, ser muy selectivo y razonable con las cosas que se piden.

Por mucha fe que uno tenga –que es elemento indispensable para que pueda resultar efectiva la petición-, no se Le debe pedir –porque no lo puede conceder- que salga premiado con el primer premio el número de lotería que uno ha comprado –porque hay 80.000 números distintos y todos no pueden ser premiados-. Es imposible satisfacer a todos.


Final de los Campeonatos Mundiales de Fútbol. Hay dos equipos sobre el césped y miles de personas piden a gritos que gane el equipo A, mientras otros tantos de miles piden que gane el equipo B. Y no vale el empate. Imposible satisfacer a todos.

Al rogar se dice “Dios mío”, pero… ¿Uno se refiere al Dios que ha decidido adoptar o aceptar de todos los que ofrece el mercado de las religiones –o que le han obligado a “heredar” los padres porque ellos lo han decidido así-, o se refiere al Dios que está integrado en Uno, de modo que sienta que Él y Uno inseparables?

Es algo de lo que tenemos que tomar conciencia, así como también hay que hacerlo al orar. Cuando uno ora… ¿Quién escucha esa oración? Sólo quien reza escucha lo que ora.

Cuando uno pide… ¿Quién escucha lo que pide? Sólo quien pide escucha lo que pide.

Podemos deducir que Uno es Dios en primera instancia –ese Pre-Dios al que hice referencia-, y es Uno quien ha de resolver las inquietudes espirituales, los problemas personales, y las peticiones de la índole que sean, dejando para Dios lo que realmente tenga como única solución el milagro.

Sabemos, porque todos lo hemos podido comprobar en más de una ocasión, que tenemos más capacidades de las que nos imaginamos, que tenemos más fuerza y más facultad para resistir adversidades de lo que suponemos, que somos más listos de lo que nos creemos, y que tenemos más energía de la que habitualmente mostramos.

Es la fe, en nosotros mismos, lo que nos falta.

Propongo esforzarnos en resolver por nuestra cuenta antes que rendirnos a la comodidad de pedir, y responsabilizarnos del resultado de nuestras acciones –y premiarnos justamente cuando consigamos algo positivo- en vez de culpabilizar al destino de las cosas menos agradables.

Propongo pedirnos las cosas a nosotros directamente, en vez de pedir a Dios, y si no se cumplen –que en la mayoría de los casos no se cumplen si no es con nuestra colaboración directa-, aceptar con tranquilidad el resultado –si realmente hemos hecho todo lo posible-, en vez de consolarnos con razones del tipo de “será que Dios tiene otras cosas más importante que hacer y por eso no ha podido atender mi petición”.

Pedírselo todo a Dios, por tanto, es una forma de des-responsabilizarnos del encargo que nos hizo al entregarnos la vida: que teníamos que hacer de ella algo de lo que nos sintiéramos orgullosos –y que Él también se sintiera orgulloso y satisfecho-, y que devolviéramos la vida a Dios, cuando llegue el momento, con la satisfacción impagable del deber cumplido.

Habría que acostumbrarse a preguntarse: ¿Es este un asunto que me corresponde resolver a mí (o por lo menos intentarlo)?

Es que en muchas ocasiones algunos asuntos importantes se quedan sin resolver porque uno no lo hace y cuando se le pide a Dios Él tampoco lo hace…

P.D.- En el mundo esotérico se dice “mucho cuidado con lo que pides, no vaya a ser que se te conceda”.

Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales

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