El Maestro deploraba los males que acarreaba la competitividad.
« ¿Acaso el competir no hace aflorar lo mejor que hay en nosotros?», le preguntaron.
«Todo lo contrario: hace aflorar lo peor, porque te enseña a odiar».
« ¿Odiar. . . qué?»
«Odiarte a ti mismo, por permitir que tu actividad venga determinada por tu competidor, no por tus propias necesidades y limitaciones; y odiar a los demás, porque lo que buscas es triunfar a su costa».
« ¡Pero eso suena a una especie de réquiem por el cambio y el progreso!», protestó alguien.
«El único progreso que hay», dijo el Maestro, «es el progreso del amor, y el único cambio digno de producirse es el cambio del corazón».
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