El Maestro paseaba calle abajo cuando, de pronto, salió de un portal un hombre que chocó violentamente con él.
El individuo, totalmente fuera de sí, rompió a soltar palabrotas. El Maestro hizo una breve inclinación, sonrió amablemente y le dijo:
«Amigo, no sé quién de los dos ha tenido la culpa de que chocáramos, pero no estoy dispuesto a perder el tiempo tratando de averiguarlo. . . Si la culpa ha sido mía, le pido perdón; si ha sido suya, olvídelo».
Y, tras hacer una nueva inclinación y esbozar una nueva sonrisa, siguió caminando.
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