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martes, febrero 04, 2020

Aprender a decir cómo me siento también es salud

Aprender a decir cómo me siento no es fácil. ¿Por dónde empezar? Uno es hábil a la hora de hablar de esa serie de televisión que está siguiendo y que tanto le gusta. También resulta sencillo describir comportamientos ajenos, lo que nos hacen unos, lo que nos dicen otros. Sin embargo, profundizar en mi estado de ánimo y traducir en palabras ese ovillo complejo, doloroso y tremendamente privado cuesta lo que no está escrito.

 
 
Podríamos decir que es casi como aprender un lenguaje nuevo. Ese donde hacer uso de una terminología donde queden integradas sensaciones, emociones y pensamientos. Uno donde poder canalizar necesidades y ese malestar psicológico que nos invalida y que debe salir por algún sitio. El desahogo y la expresión emocional no solo es catártica, sino que se convierte en algo realmente sanador.

Daniel Goleman lo define como abrir una jaula y dejar libres los pájaros de nuestras emociones. Sin embargo, sabemos que es muy fácil decirlo, que la mayoría comprendemos que hablar de lo que nos duele hará que eso que late en nuestro interior duela menos. Sin embargo ¿cómo hacerlo, cómo se lleva a cabo esa singular artesanía de la expresión emocional? Más aún… ¿con quién hacerlo?

Todas estas cuestiones no son menores, porque si relevante es saber expresar y comunicar estados de ánimo, todavía es más decisivo saber con quién hacerlo. Hay quien nos invalida y otros en cambio, son como las ruedas de un molino: facilitadores absolutos para el movimiento emocional y la liberación de la angustia. Profundicemos en ello.
 
Aprender a decir cómo me siento: claves básicas para lograrlo y no arrepentirnos en el intento

Aprender a decir cómo me siento me ayudará a sentirme mejor, a invertir en bienestar, autoestima y solvencia emocional. No obstante, hay que tener en cuenta un pequeño aspecto. Esa expresión de sentimientos y sensaciones no debe hacerse cuando no podemos más, cuando hemos llegado al límite y la incomodidad duele, cuando la frustraciones invaliden y se apaguen nuestras ganas de seguir adelante.

Decir cómo me siento en el día a día es cuestión de salud; una costumbre a adquirir. Porque si algo me indigna y me enfada, no tengo por qué ocultarlo, debo aprender a expresar mis sentimientos con asertividad. Así, en caso de que determinadas personas, circunstancias o hechos me hagan daño, me generen angustia o tristeza, tampoco debo pasarlo por alto.

Afrontar lo que me duele o me preocupa aquí y ahora evitará problemas futuros, a la vez que mejorará mi relación con otras personas. La sinceridad, el buen uso de la asertividad y la autogestión emocional cotidiana favorece la convivencia y también la propia salud. Veamos cómo conseguirlo.
 
Antes de decir cómo siento debo saber tener claro qué me pasa

La autoconciencia es el primer paso de la comunicación emocional. Para entenderlo mejor pondremos un ejemplo. Últimamente estamos teniendo más discusiones al llegar a casa. Los enfados con nuestra pareja son cada vez más frecuentes. Ante esta situación, lo que debemos hacer es clarificar qué ocurre y qué provoca esa situación.

En ocasiones, el foco del problema no está en casa y aún menos en quienes conviven con nosotros. El foco original puede ser nuestro trabajo en forma de estrés que vamos acumulando. Ese malestar interno viaja con nosotros hasta casa, creando mal ambiente.

Una emoción es una impronta cargada de información que no puede ser escondida

Jack Mayer y Peter Salovey, profesores de psicología en la Universidad de New Hampshire y en la Universidad de Yale, señalan que cada emoción es como un código que transmite un tipo puntual de información. Por lo tanto, una de nuestras tareas es saber traducirlas, primero para nosotros mismos y después para los demás.

Ahora bien, el problema es que tradicionalmente, nadie nos ha enseñado cómo hacerlo. Es más,lo más habitual es que nos convenzan de la necesidad de reprimir gran parte de lo que sentimos. Si algo duele, lo disimulas. Si algo te enfada, debes ser correcto y educado dejando pasar esa emoción.

Nos han enseñado que hay emociones malas, tales como la ira, la rabia, la tristeza o la decepción. Cuando en realidad, saber darles su espacio, leerlas y situarlas a nuestro favor es una herramienta excepcional de bienestar psicológico.
  • Decir cómo me siento cuando algo me hace enfadar, me ayudará a que ese hecho no vuelva a repetirse.
  • Si experimento ira es que hay un aspecto en mi vida que requiere cambios y que exige de mí, que me movilice.
  • Si lo que siento es tristeza, debo darme tiempo para recuperarme, sabiendo, además, que habrá cosas que deba aceptar.
 
Mi estado de ánimo es mío, pero puedo compartirlo con personas que me entiendan

Aprender a decir cómo me siento favorecerá que vaya siendo cada vez más hábil en Inteligencia Emocional. Asimismo, mi estado de ánimo es mío y no hago bien al esperar que otros solucionen mis problemas o al hacer recaer sobre otros la obligación de hacerme sentir mejor. Esa tarea es solo mía.

De quienes me rodean puedo esperar apoyo y comprensión, también cercanía. De ahí que haga bien cuando selecciono con inteligencia a las personas con las que comparto lo que siento, lo que me duele y me preocupa. Lo mejor es evitar a quienes son rápidos a la hora de juzgar, a quienes infravaloran nuestros sentimientos y a los que nos regalan recetas rápidas y genéricas para dar solución a problemas concretos sobre los que inciden muchas variables.

Para concluir, la materia de las emociones sigue siendo nuestra cuenta pendiente. Reconocer lo que sentimos y saber expresarlo con asertividad es clave de supervivencia y bienestar. Trabajemos estos aspectos.

Valeria Sabater

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